jueves, 31 de diciembre de 2009

UNA EXPERIENCIA EN CAMARADERÍA AMOROSA x Grupo Atlantis

Extractos de dos cartas que habrían sido enviadas a E. Armand desde las afueras de París en junio de 1924 y publicadas en L’en dehors, números 44 y 83. Una de ellas estaba firmada por “una compañera del Grupo ‘Atlantis’”. Acerca de este miste­rioso grupo, cuya denominación aparece entrecomillada en el libro La camaradería amorosa, Armand sólo dice: “Razones sobre las que no nos es dable extendernos hacen que esta agru­pación, cuya actividad es clandestina, esté obligada para sub­sistir a mantener el más estricto incógnito”.


29 de Junio de 1924. Carta a E. Armand:



“Cierta estoy que has de leer con interés la narración de una partida de campo organizada por nuestro grupo ‘Atlantis’. Para ello nos habíamos inspirado en ciertas ideas de tu gusto, al menos así lo creo. Ha sido una de nuestras salidas que mejor acierto han tenido.



“Se había convenido que los que en ella participaran se des­pojarían de sus ropas una vez llegados al lugar de la cita. La ropa para nosotros es un símbolo de virtud, como ya tú sabes. Así, como dice Fritz Oerter en Nacktheit und Anarchismus (Desnudez y anarquismo), “el hombre absoluto es el hombre desnudo, sin vestido ni envoltorio, sin ‘aderezo’, para decir mejor, y también sin prejuicios y exento de esmeros artificia­les”. Fuera de eso, qué consuelo pasearse, correr o quedar ex­tendidos, desnudos, en pleno sol, los cuerpos acariciados por la brisa estival, cinco leguas distantes de toda civilización... Imagínate un cielo azul; el bosque, legua y media, extenso poco más o menos, y alrededor del claro en que estábamos reunidos, la espesura, árboles y más árboles. ¡Qué fascinación!



“Acordamos que ninguno de los de la partida se sintiera privado de comida. Nuestro egoísmo individualista no hubiera tolerado que en este día hubiera habido más o menos favoreci­dos con relación al alimento. Hemos puesto así completamen­te en común cuanta comida y bebida hemos llevado...



“Nos las arreglamos también porque durante este hermoso día hubiera recreaciones para todos los temperamentos, para todas las edades, para todas las actitudes. Tuvimos música, canto y baile, y el eco de nuestros instrumentos y de nuestros cantos nos acariciaba deliciosamente. Camaradas expertos en la materia habían organizado juegos que requieren agilidad y vigor; otros, únicamente soltura de las facultades cerebrales.



Allí había para todos los gustos y cada cual encontró según su agrado. Algunos compañeros volvieron de una pequeña excur­sión a un bosque vecino, trayéndonos toda clase de notas sobre las avispas, los avisperos, su miel, etc., afirmando que cier­tas de sus observaciones eran inéditas. Yo soy poco competen­te en esta materia para emitir una apreciación.



“También quisimos que durante esta partida nadie que qui­siera pudiera encontrarse sin afección. Y se convino asimis­mo -en honor a la variedad- que, hasta el otro día por la mañana, todos los participantes escogieran un compañero o compañera que no fuera el habitual, una vez llegados al lugar de la reunión. Aquellos que no pudieran elegir, se echarían a suertes. Naturalmente, se tomó de antemano la precaución de que hubiera un número igual de compañeras que de com­pañeros, pudiendo así formar los grupos de afinidad que se quería. Pues bien: de treinta y nueve parejas de todas las eda­des, veintidós echaron a suertes, queriendo mostrar con ello, creo yo, que lo que les importaba era la realización de la idea de que ninguno de los participantes se encontrase en este día privado de afección.



“En cuanto a los niños, se pensó igualmente con anteriori­dad que quedarían en compañía de quien les agradase; escoge­rían los juegos que más les gustasen, y se recrearían a su mane­ra, sin tener que temer las advertencias de “no sean malos” o “esténse quietos”. Ni siquiera uno faltaba a la vuelta del otro día por la mañana.



“Estamos completamente de acuerdo contigo de que la ex­tensión y la abundancia de la camaradería amorosa es un fac­tor de compañerismo más efectivo, más productivo, más general. A pesar de las numerosas dificultades a las que hemos de­bido hacer cara a lo largo de estos últimos años, tenemos dia­riamente la prueba de que esto es verdad.



“Desde hace dos años hemos añadido al cambio de los com­pañeros y compañeras el de los niños, porque creemos que, al vivir juntos bajo un mismo techo, sin cambiar de aire (en lo moral y sexual), las facultades de iniciativa, de observación, de diferenciación de los temperamentos individuales se atrofian, se enmohecen, se embotan. Hay ventaja en el cambio de medio familiar para los chicos y los camaradas; se ve mejor nuestro yo, se cesa de reflejar e imitar servilmente a aquellos con quie­nes se vive.



“He aquí cómo procedemos. Entre camaradas seguros unos de otros, se da a conocer que determinada compañera, compa­ñero o chico desearían cambiar de conjunto por un mes, dos, tres meses, a veces más. Los cambios se establecen. Ana va a casa de Pedro con sus hijos haciéndose compañera de él por un cierto tiempo, en tanto que Jacinta se va a casa de Pablo, com­pañero habitual de Ana, con sus hijos igualmente, siendo su compañera durante todo el tiempo en que Ana permanece en casa de Pedro. Los chicos de Simón van por seis meses a casa de Manuel y los chicos de éste, a cambio, van seis meses a casa de Simón... Últimamente una compañera, Lucía, ha pasado todo el verano en casa de uno de nuestros buenos amigos, a unos setecientos kilómetros de aquí. Jamás se habían visto y para que ella fuera reemplazada, las dos hermanas de él vinieron a cohabitar con el camarada de quien L... se separaba durante una temporada. Tanto unos como otros se dijeron “encanta­dos”, y esto es lo principal. Estoy segura que, generalizando este método, llegaríamos a una camaradería práctica entera­mente diferente de la forma de enlace caprichosa o exclusiva que en Occidente se decora con el nombre de “camaradería”.



“¡Y qué alegría cuando nos viene la noticia de la llegada de una amiga o amigo en tránsito! Un mes, o quince días antes, cada uno o cada una se regocija pensando en el nuevo amante que va a caerle en suerte por un día, por algunos días quizá, pues la hospitalidad que ofrecemos no se limita a comer, beber o dormir. Nosotros practicamos vis a vis unos de otros una camaradería que nada tiene en común con esa camaradería escogida, mezquina, exclusiva, caprichosa, que es la camara­dería occidental. Nuestra camaradería ignora los límites, como también ignora las conveniencias y el pudor. Cuando el amigo o la amiga llega ¡con qué impaciencia nos inquirimos de las cosas y objetos diferentes que puedan faltar al medio o familia de donde él o ella proviene! Siempre hay entre nosotros un producto del que tenemos de sobra para canjear por otro que nos falta o del que no tenemos bastante, pero que ese grupo o familia posee en abundancia. Y si no hay medio de trocar, enviamos no obstante el producto que a ellos les falta y que noso­tros tenemos en demasía. Nos satisface solamente el placer, la alegría que causamos a estos camaradas lejanos... ¿Acaso no actúan ellos de la misma forma con nosotros cuando se presen­ta la ocasión?”

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