domingo, 20 de diciembre de 2009

Heterodoxos de todas las tendencias, ¡Un esfuerzo más! x Ximo Brotons

Somos una especie de delirio de lo natural; heterodoxos por constitución, lo nuestro, lo verdaderamente humano es divagar, no conformarnos.

F. Savater, Heterodoxias y contracultura


¿Se acuerdan de aquel librito lleno de sugerencias, Heterodoxias y contracultura, escrito por Savater y Luis Antonio de Villena, y publicado por Montesinos a principios de los 80? Este artículo pretende dar continuidad a aquellas páginas, rescatando las heterodoxias y contraculturas más destacadas del cambio de siglo.

Anarquismo hedonista

Un libro reciente y algunos panfletos y folletos editados durante los últimos años ponen de manifiesto un resurgir no tanto del anarquismo como ideología cuanto de algunos puntos de vista ácratas que pueden erigirse como diques contra el maremoto levantado por el determinismo genético y el dominio tecnológico.

El libro reciente del que hablo se titula Politique du rebelle (Política del rebelde). Su autor, Michel Onfray, defiende en él un hedonismo transvalorador. Su ataque se dirige a los miles de rizomas o moléculas de dominación, condensadas por ejemplo en la hostilidad hacia los inmigrantes o la homofobia. Para hacerles frente, reivindica el uso ético-político de los placeres, a la manera de Foucault. Al mismo tiempo, y a diferencia de las viejas tesis anarquistas, Onfray propone cuanto menos tener en cuenta la institución política de la sociedad para poner en su lugar secundario al imperio reinante de las finanzas.

Otro panfleto destacable es el escrito por el anarquista neoyorquino Hakim Bey: Inmediatismo, en el que además de plantear la posibilidad de un “anarquismo ontológico” (muy cercano por tanto a ese orden-desorden metafísico que Castoriadis ha estudiado, aunque de otro peso) su autor habla de lo que denomina zonas temporales autónomas (TAZ): una suerte de comunas donde poner en práctica dicho anarquismo ontológico y placentero muy próximo a la ética epicúrea. El librito, editado por la editorial barcelonesa Virus, contiene otras propuestas más perspicaces de lo que a simple vista puede colegirse de su iconoclastia, como la idea de un “nomadismo psíquico”, la transmutación de la cultura basura en oro contestatario, o la celebración de fiestas al estilo de los potlachs indios donde el don y el regalo sustituyan al intercambio calculado.

Dentro del anarquismo, una de las corrientes más interesantes que han surgido en los últimos tiempos ha sido la de la ecología urbana, cuyo máxima figura, Murray Bookchin, lleva años publicando libros sobre esta modalidad ecológica que nada tiene que ver con ese misticismo naturalista conocido como la deep ecology, movimiento contemporáneo de las vacuidades de la Nueva Era que tan mal servicio hacen al humanismo en general . En un par de panfletos publicados en Inglaterra en este cambio de siglo, la Nueva Era y otras novedades de la publicidad fin de siècle (ambientalismo tecnológico, culto de lo políticamente correcto, narcisismos colectivos) son criticadas sin miramientos mientras se vuelven a reivindicar las viejas bondades de la ética anarquista, que la aleja sin ninguna duda de esas veleidades del “alma bella”: la ayuda mutua, el cooperativismo, la abolición del sistema salarial, etc. La nueva función penalizadora del Estado terapeútico o, como lo llamaba el psiquiatra Thomas Szasz, “clínico”, sustentado en la propiedad privada, el negocio de los automóviles, la medicalización de la vida cotidiana, la profesión curricular y cosas por el estilo, es asimismo criticada y puesta del revés no por una nueva idea originalísima del anarquismo sino por la simple rememoración de las raíces libertarias de cualquier pacto o institución política.

A la deriva

El movimiento cinematográfico Dogma ha puesto en circulación estas ideas a partir de su ácida película Los Idiotas.

En Esperando a los bárbaros, de Jaime Semprún y Hanna Arendt, podemos encontrar reflexiones contra esa pauperización social que nos convierte en “lisiados de la percepción, mutilados por las máquinas de consumo, inválidos de la guerra comercial”. El ya tan evidente totalitarismo mercantil y su dinamismo sin objetivo son también descuartizados con una lucidez trabajosamente adquirida. En un entorno hostil a la lectura y la crítica, Arendt recuerda por su cuenta que en la Alemania nazi el único hombre que era todavía una persona particular estaba considerado como alguien esencialmente dormido. Sigamos, pues, un poco dormidos...

Un último ejemplo de existencia “a la deriva” nos lo muestra el Manifiesto de la ciudad desobediente de Antonio Martínez, cuyas flechas incendiarias se dirigen a las almenas de los secretos de Estado y contra la política trivializada en intrigas palaciegas; también contra el conformismo desmoralizado, castrador, controlador y mediocrizante; y contra el capitalismo globalizado y las aspiraciones cretino-corporativas del nacionalismo. Frente al secuestro económico de la vida, el autor del panfleto reivindica la figura pública del “cualquiera”, personaje conceptual que pensadores como García Calvo y Agamben han venido defendiendo en sus libros. Se trataría de edificar en dicha ciudad desobediente un urbanismo que no se limite a hacer la topografía de lo que puede ser llenado con ciudadanos-clientes, sino que busque profundizar en lo que puede hacer una asamblea de cuerpos que se dan cita espontáneamente.

¿Dónde está Wally?

En su libro Filosofía y acción Amador Fernández-Savater dedica un capítulo a tratar la cuestión de la contracultura y su amarga victoria una vez que todas las potencialidades subversivas del underground parecen haber sido fagocitadas por la lógica del espectáculo. Y esto afectaría también a las nuevos soportes telemáticos que las vanguardias artísticas han tomado prestados en las últimas décadas, como el mail art y otras actividades contemporáneas. Pero quizá sea interesante acercarse a los pecios de cultura subterránea que aún quedan tras el naufragio del transatlántico contracultural, teniendo en cuenta que la llamada por Luis Antonio de Villena “cultura a la contra” sigue siendo o pretende seguir siendo cultura a secas.

Uno de los movimientos más fecundamente divertidos de la contracultura que podemos encontrar en el dominio de la actual sociedad de la información tiene por nombre Luther Blisset Project. Su novela Q fue un éxito, y son los responsables de las dos huelgas de arte promovidas durante los años noventa. Pero el librito más jocosamente subversivo pergeñado por Luther Blisset lleva por título Pánico en las redes. Teoría y práctica de la guerrilla cultural y lo ha editado Literatura Gris. Partiendo del inventario de acciones de protesta llevadas a cabo por la Asociación Psicogeográfica de Bolonia (situacionistas posmodernos), el libro lanza ideas que en un terreno filosófico están siendo tratadas, como ha sido dicho, por Agamben o García Calvo: para subvertir los cimientos donde se asienta el imperio del Cliente, de los derechos de autor y de la propiedad intelectual, las ideas de Luther Blisset se encaminan hacia la utilización de nombres múltiples, hacia el uso de la propiedad pública de lo intelectual o hacia el puro y simple plagio. Se ve así dinamitada la lógica de la identidad a través del recurso festivo y teatral del ego múltiple y la subjetividad descentralizada. El mito, el imaginario colectivo crítico con la tradición judeocristiana, el personaje de cómic Wally reivindicado como “mártir hippie”, los juegos de rol psicogeográficos, el secuestro de un autobús urbano con pistolas de agua, el discurso anti-copyright o las manifestaciones ante el Registro de la Propiedad son otras tantas ideas y actividades narradas en un estilo ameno y fugaz por los autores de Pánico en las redes.

Luther Blisset se presentó en España por primera vez en la Factoría Merz de Barcelona y en una fiesta en la Sala Apolo. Luego se fue a Madrid, donde apareció un texto suyo en el fanzine Amano. Parece ser que también se le vio por el Museo de arte abstracto de Cuenca, aunque su valoración final de su paso por nuestro país no fue del todo positiva, dado el provincianismo mental y cultural que a juicio de Luther Blisset impera por tierras hispánicas.... Hoy se llaman Wu Ming, y han sido mejor acogidos. En fin, “hemos de surfear las redes, saquear la imaginación colectiva, teletransportarnos a planetas salvajes”: eso proponen para el inicido de milenio.

Software libre en la Red Informática Global

El desarrollo de la posmodernidad ha supuesto la implantación a escala mundial de una suerte de comunicación casi total como versión del Espíritu Absoluto hegeliano en clave informática. Contra este proyecto mutilador de las libertades cobra todo su sentido y potencia emancipatorios el movimiento del software libre iniciado en 1984 por Richard Stallman y que en España está llevando a cabo Sindominio.

Esta vieja idea nacida en el MIT y perfumada en los aires radicales de la universidad de Berkeley puede cifrarse en la voluntad práctica de anteponer el intercambio libre al dominio del copyright en el terreno de la informática. Contra el “sistema propietario” de las grandes corporaciones, el software libre pretende, en palabras de Stallman, que cada cual pueda copiar, modificar y redistribuir gratuita u onerosamente los programas informáticos: un programa es libre si “tienes la libertad de modificar el programa para adaptarlo a tus necesidades (en la práctica, para que esta libertad tenga efecto, tienes que poder acceder al código fuente, ya que introducir modificaciones en un programa del que no se dispone del código fuente es un ejercicio extremadamente difícil); dispones de la libertad de redistribuir copias, ya sea gratuitamente o a cambio de una cantidad de dinero; tienes la libertad para distribuir versiones modificadas del programa, de tal manera que la comunidad pueda beneficiarse de tus mejoras”.

La jerga de los hackers (programadores libres) es abstrusa e incomprensible para un neófito como yo. Pero desde luego, gracias al software libre, Internet podrá ser una máquina de constitución de espacios cooperativos virtuales más bien que una red usurpadora de nuestra creatividad y autonomía. La comunicación electrónica abandona las grandes avenidas de la ciudad planetaria, disciplinaria y normalizada, para adentrarse por callejuelas inexploradas donde poder fomentar el espíritu cívico de cooperación, creando microcomunidades de intereses con proyectos comunes de saber compartido e innovación tecno-científica. Producción cooperativa frente a apropiación privada de las fuentes de producción inmaterial: el movimiento del software libre define la contracultura telemática en nuestra era postfordista. Como referencia, podéis visitar la dirección de la “Free Software Foundation”: http:// www.gnu.org.

Democracia para todos: la renta básica

No es una fantasma, pero recorre Europa y el mundo entero. Se trata del derecho ciudadano a la renta básica, una especie de ingreso universal garantizado a todas las personas por el mero hecho de serlo y sin necesidad de ninguna contraprestación.

Los antecedentes de la propuesta de implantación de la renta básica se encuentran en autores de finales del siglo XVIII, como el educador francés Condorcet o el ideólogo inglés Thomas Paine. Una idea similar funcionaba incluso en la democracia clásica griega, aunque restringida únicamente a la categoría de los ciudadanos. Actualmente el más conocido de los estudiosos de la renta básica es el profesor de la Universidad de Lovaina Philippe Van Parijs. Entre nosotros, el profesor de la UAB Daniel Raventós ha publicado sobre la cuestión el libro El derecho a la existencia (Ariel).

Dos son las cuestiones principales que se abordan en el reciente Ante la falta de derechos: ¡¡Renta Básica, ya!! (Virus): la justificación ético-política de la renta básica y su viabilidad económica. En cuanto a su justifiación social, el derecho ciudadano a la renta básica se fundamenta en la propiedad común de la tierra y de los recursos naturales, justificación que ya utilizó Thomas Paine en su libro Justicia Agraria y de la que Kant tomó buena nota para sus escritos sobre la paz. No se trata por tanto de abolir ninguna propiedad privada, sino más bien de permitir que todos, mediante la redistribución operada por la renta básica, cuenten con unos recursos mínimos a la hora de decidir cómo quieren ganarse la vida. Se trata de evitar de este modo el chantaje de la supervivencia, la precarización social y las desigualdades flagrantes; y de permitir, en un momento como el actual en el que el concepto mismo de trabajo se halla en crisis, encarar el porvenir “desde la libertad y no desde la cruda necesidad” (Savater).

La renta básica también pretende revalorizar el significado del trabajo, ampliándolo al campo doméstico, al voluntario, o a otros trabajos creativos hoy en día no remunerados. Pero para aquel cuyo modelo de vida buena consista en contentarse con poco, la renta básica le permitiría asimismo no tener que trabajar siempre. ¿Gandulería ventajista? No, pues sobre el derecho a no trabajar que toda constitución democrática debería reconocer ha escrito un liberal nada sospechoso de ortodoxia marxista como Ralf Dahrendorf.

En cuanto a su viabilidad económica, este libro contiene algunos análisis rigurosos que apuntan a su favor. José Iglesias Fernández explica los resultados satisfactorios de la experiencia de renta básica parcial (restringida a las personas mayores de 65 años) que se lleva a cabo desde 1945 en Canadá. En España, sería posible desde ahora mismo y mediante una financiación no demasiado complicada otorgar este ingreso universal garantizado al 48% de la población, empezando por los parados sin subsidio, las amas de casa y los estudiantes.

El debate no está ni mucho menos cerrado. Pero con el objetivo de fortalecer nuestras sociedades democráticas, tanto las reflexiones ético-políticas como las actuales condiciones económicas hacen deseable la implantación progresiva de la renta básica, comparada por algunos -y no sólo simbólicamente- con lo que significó en su día la implantación del sufragio universal.

Los valores de la vida antes que los de la bolsa

En un folleto editado por la editorial barcelonesa Etcétera, Una moneda valaca, el sociólogo argentino Christian Ferrer elabora un precioso viaje imaginario de una vieja moneda procedente de la región del conde Drácula que el autor encuentra un día en un mercado de Buenos Aires. Ferrer utiliza la metáfora de la numismática para proponer la reacuñación de nuevos valores, en la línea libertaria y humanista que aún podemos imaginar los que no queremos ser tragados por una existencia social puramente audiovisual.

Pero antes de emprender el camino incierto del nuevo siglo no resultará inoportuno mirar hacia atrás con entusiasmo, hacia la figura intelectual a mi juicio más noblemente heterodoxa del siglo XX: Bertrand Russell, el “abuelo progresista” de la centuria, como lo llama Savater en el antes mencionado Heterodoxias y contracultura. Tal como relata uno de los asistentes a esas famosas sentadas pacifistas que Russell y sus amigos solían realizar en Trafalgar Square contra el armamentismo y la bomba nuclear, la figura del viejo Bertie nos puede servir de entrañable orientación en estos tiempos convulsos: “El mejor momento fue cuando Bertrand Russell, diminuto, como si fuera el emperador de los duendecillos, regresó de la puerta del Ministerio donde había clavado un mensaje. Tenía una expresión hosca y gótica. Un joven desgreñado, vestido con vaqueros y chaqueta de guerrillero, le siguió hasta la acera gritando con un desgarrado acento cockney: “¡Bien por el viejo Bertie!”, y la cara de Russell quedó envuelta en un brillo beatífico, como un niño con un regalo. Para mí, todo aquello me daba la impresión de dar abiertamente un paso fuera de la ley” (citado en Las culturas de posguerra, Jeff Nuttall).

Las heterodoxias y las culturas a la contra constituyen precisamente estos pasos que se alejan de la ley y de los dogmas. Ahora bien, la primera Ley fastidiosamente sublime viene marcada por la muerte que ningún esfuerzo heterodoxo puede subvertir sino es, como dijo Cioran, poniendo en radical tela de juicio la misma obligación de existir. Para el escritor rumano, como para Camus, quien no parte de este punto colabora ineludiblemente con el orden establecido, aunque se trate del más revolucionario de los hombres. El primer gesto contracultural podría consistir, pues, ya en el terreno primero de lo antropológico, en la problematización del vivir: divagatoria, delirante, inconformista e imperfectamente humana.

Bibliografía:
Politique du rebelle, Michel Onfray, Grasset, París, 1998
Inmediatismo, Hakim Bey, Virus, Barcelona, 1999
Deep ecology and anarchism, Murray Bookchin y otros, Freedom Press, Londres, 1997
Esperando a los bárbaros, Jaime Semprún y Hanna Arendt, Radicales Livres, Madrid, 1999
Manifiesto de la ciudad desobediente, Antonio Martínez, RAP, Barcelona, 1998
Pánico en las redes, Luther Blisset, Literatura Gris, Madrid, 2000
Ante la falta de derechos: ¡¡Renta Básica, ya!!, José Iglesias Fernández (coord.), Virus, Barcelona, 2000
Una moneda valaca, Christian Ferrer, Etcétera, Barcelona, 1999

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