domingo, 20 de diciembre de 2009

El año en el que el futuro se acabó x Franco Berardi (Bifo)


Premisa: las dos memorias del setentaysiete.

Cuando se habla de mil novecientos setenta y siete vienen a la mente una serie de asociaciones de ideas, imágenes, recuerdos, conceptos y palabras, a menudo incoherentes entre sí.

El 77 es el año en el que estalló y se desplegó un movimiento de estudiantes y de jóvenes proletarios que se expresó de forma muy intensa en las ciudades de Bolonia y Roma. En algunos ambientes, setenta y siete evoca violencia, tropelías, años de plomo, miedo en las calles y en las escuelas. En otros ambientes significa, por el contrario, creatividad, feliz expresión de necesidades sociales y culturales, autoorganización de masas, comunicación innovadora. ¿Cómo pueden convivir estas dos visiones, a menudo en la mente de las mismas personas? 1977 es un punto de contacto o, más bien, de cesura, el punto en el que se encuentran (o tal vez se separan, pero es lo mismo) dos épocas diferentes. Por ello se trata del momento de emergencia y de formación de dos visiones incompatibles, de dos percepciones disonantes de la realidad. En ese año alcanza su madurez la historia de un siglo, el siglo del capitalismo industrial y las luchas obreras, el siglo de la responsabilidad política y las grandes organizaciones de masas. Se empieza a entrever la época postindustrial, la revolución microelectrónica, el principio de la red, la proliferación de los agentes de comunicación horizontal, y, por tanto, la disolución de la política organizada, la crisis de los Estados–nación y de los partidos de masas.

No debemos olvidar que 1977 fue —además del año de los movimientos de contestación creativa en las universidades y barrios italianos— muchas otras cosas, no todas alineadas en la misma dirección ni bajo el mismo signo. Fue el año del nacimiento del punk , el año del jubileo de la Reina de Inglaterra contestado por los Sex Pistols , que pusieron patas arriba la capital británica durante días y días con música y barricadas lanzando el grito que marca como una maldición los siguientes dos decenios: « No Future ». Pero es también el año en el que en los garajes de Silicon Valley chicos como Steve Wozniak y Steve Jobs, hippies libertarios y psicodélicos logran crear el interfaz user friendly(2) que hará en pocos años posible el acceso cada vez más amplio y popular a la informática y después a la telemática de red. Es el año en el que Simon Nora y Alain Minc escriben un informe al Presidente de la República Francesa, Valery Giscard d’Estaing, titulado L’informatisation de la société(3), en el cual se esbozan las transformaciones sociales, políticas, urbanísticas previsibles en la época siguiente como consecuencia de la introducción en el trabajo y en la comunicación de las tecnologías digitales y de la telemática (es decir, la informática a distancia, es decir, la conexión en red de los ordenadores, es decir, Internet).

1977 es también el año en el que son procesados los rebeldes de la Banda de los Cuatro , Chiang Ching, Wang Hung–Wen, Yao Wen–Yuan y Chiang Chung–Chao. Los cuatro ultramaoístas de Shanghai fueron llevados encadenados a Beijing y condenados allí a penas de cárcel larguísimas porque representaban, a ojos del grupo dirigente denguista(4), la utopía de una sociedad igualitaria en la que las reglas económicas serían anuladas a favor de una primacía absoluta de la ideología. La utopía comunista empieza su larga crisis precisamente allí donde había sido llevada hasta sus consecuencias más extremas y sangrientas, allí donde la Revolución Cultural Proletaria había desencadenado las tendencias más radicales e intransigentes. Pero es también el año en el que en Praga y Varsovia se extienden las primeras acciones de disidencia obrera y los disidentes checos firman la Carta 77 . Es el año en el que Yuri Andropov (director entonces del KGB) escribe una carta al cadáver ambulante de Leonid Breznev (secretario general del PCUS y máxima autoridad de la Unión Soviética) en la que le dice que si la URSS no es capaz de recuperar con rapidez el retraso en el campo de las tecnologías de la información el socialismo se hundirá. El 77 no se puede comprender sólo ojeando el álbum italiano en el que hallamos las fotos de jóvenes de pelo largo con la cara cubierta por un pasamontañas o una bufanda. No se puede entender limitándonos a escuchar eslóganes truculentos en parte ideológicos, en parte extrañamente surrealistas.

En ese año se pasa la página del siglo XX tal como en 1870–71, en las calles ensangrentadas de París, la Comuna pasó la página del siglo XIX y mostró con qué luces y sombras se anunciaba en el horizonte el siglo XX. Debemos intentar tener en cuenta esta complejidad cuando hablemos del acontecimiento italiano que fue el movimiento autónomo y creativo, porque sólo a partir de esta complejidad podremos entender qué sucede más allá de la crónica callejera, de las manifestaciones, de los enfrentamientos, de los cócteles molotov, más allá del debate sobre la violencia; más allá de la represión violenta con la que el Estado y la izquierda arremetieron contra el movimiento hasta criminalizarlo y empujarlo en brazos del terrorismo brigadista.

El paso a lo postindustrial.

En primer lugar debemos fijarnos en el cambio productivo que afecta a las sociedades occidentales a partir de los años setenta y que se va haciendo cada vez más profundo, rápido y estremecedor en los dos decenios siguientes. Se trata de una transformación determinada por la difusión de las tecnologías microelectrónicas (y después por la digitalización), pero también por la creciente desafección de los obreros industriales al trabajo de fábrica. «Desafección» es una palabra clave para comprender la situación social y la cultura en torno a la que se forma el movimiento del 77. Desafección al trabajo es la fórmula con la que se definía (por parte del establishment periodístico, patronal y también sindical) la tendencia de los obreros, sobre todo de los obreros jóvenes, a ponerse enfermos, a coger la baja, a trabajar poco y mal.

Los empresarios señalaban que la desafección era la causa principal de la caída de los índices de productividad. Y de hecho las cosas eran así.

«È ora, è ora, lavora solo un’ora» (5)

«Lavoro zero, reddito intero/tutta la produzione all’automazione» (6)

Éstos eran los eslóganes que lanzaban a mediados de los setenta los jóvenes obreros autónomos en las fábricas más «extremistas» como Carrozzerie de la Fiat de Mirafiori, el Petrolchimico de Porto Marghera o la Siemens de Milán. Se trataba de eslóganes toscos, elementales. Pero tras ellos se ocultaba un cambio cultural y también una reflexión política nada superficial. El significado de aquellos eslóganes, de aquella desafección, era de hecho el fin de la ética del trabajo y el correspondiente fin de la necesidad social del trabajo industrial. Eran los años en los que la tecnología empezaba a hacer posible una progresiva sustitución del trabajo obrero. Y eran los años en los que el rechazo del trabajo se abría camino en la cultura juvenil y en la teorización de grupos como Potere Operaio y Lotta Continua , que tenían cierto eco en las fábricas del norte, en especial en 1969–70.

El movimiento de estudiantes y jóvenes proletarios que se difundió en 1977 de las universidades a los círculos del proletariado juvenil y a los barrios, retomaba los eslóganes y la hipótesis del rechazo del trabajo y los convertía en un elemento de separación profunda, traumática frente a la tradición cultural y política de la izquierda.

La ética del trabajo, sobre la que se había fundado la experiencia del movimiento obrero tradicional, empezaba a desmoronarse. En primer lugar, en la consciencia de los jóvenes obreros deseosos de libertad, de ocio y de cultura. A continuación, en las posibilidades tecnológicas mismas del sistema productivo. La reducción del tiempo de trabajo necesario gracias a la introducción de tecnologías automáticas y el proceso de rechazo del trabajo son convergentes y en cierto modo interdependientes. A partir de los años sesenta los obreros de fábrica habían empezado a mostrar una creciente insubordinación sindical, política y de comportamiento. Se difundía el rechazo del trabajo alienado porque la clase obrera de fábrica había empezado a conocer formas de vida más ricas, gracias a la escolarización, a la movilidad, a la difusión popular de la cultura crítica. Después del 68, la insubordinación obrera se encontró con el movimiento de los estudiantes y del trabajo intelectual y los dos fenómenos se habían fundido, en algunos casos de forma casi consciente.

Rechazo del trabajo industrial, reivindicación de espacios cada vez más amplios de libertad y, por tanto, absentismo, insubordinación, sabotaje, lucha política organizada contra los patrones y contra los ritmos de trabajo. Todo esto marcó la historia social de los primeros años sesenta hasta estallar en forma de auténticas insurrecciones pacíficas de los obreros contra el trabajo industrial, como sucedió en la primavera de 1973, cuando los obreros del automóvil se rebelaron en toda Europa, desde la Renault a la Opel de Russelsheim y de Colonia, hasta la Fiat Mirafiori de Turín, que durante unos meses fue recorrida por desfiles de jovencísimos obreros con una cuerda roja al cuello que aullaban como indios por las secciones. Los indios metropolitanos, esas hordas de contestatarios culturales que se difundieron por el 77 universitario habían nacido en las secciones de la Fiat, en el rechazo de la miseria asalariada y del embrutecimiento del trabajo industrial. Pero al mismo tiempo se había ido desarrollando la búsqueda de procedimientos productivos cada vez más automatizados, con uso integrado de la microelectrónica y de sistemas flexibles. Los obreros querían trabajar menos y los ingenieros investigaban tecnologías orientadas a reducir el tiempo de trabajo necesario, a automatizar la producción. Entre finales de los setenta y el inicio de los ochenta ambas tendencias se encontraron. Pero, por desgracia, se encontraron bajo el signo de la reacción capitalista y de la revancha antiobrera, y no bajo el signo del poder obrero y la autoorganización. El movimiento obrero no había logrado traducir la protesta obrera en autoorganización del proceso productivo.

Y llegaron los años de la contraofensiva. En lugar de reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario y liberar tiempo de vida del trabajo, el capital logró, en los años de la reestructuración y de la afirmación del neoliberalismo, destruir la organización obrera mediante el despido de las vanguardias. Se iniciaba así la reducción cuantitativa y política de la fuerza obrera. Se iniciaba la contrarrevolución liberal. Pero en el centro mismo de este paso está el movimiento del 77, que se presentó conscientemente, declaradamente, como un movimiento contra el trabajo industrial.

«È ora, è ora, lavora solo un’ora», gritaban los autónomos creativos para responder al eslogan sindical «È ora, è ora, potere a chi lavora»(7).

El movimiento del 77 había colocado el no trabajo, el rechazo del trabajo justo en el centro de la dinámica social y de la innovación tecnológica. Sin embargo, no logró traducirlo en una acción política consciente y organizada. La innovación tecnológica trajo consigo una gigantesca reestructuración en los años ochenta y noventa. Pero esta reestructuración tuvo un carácter antiobrero, antisocial, y puso en movimiento el proceso de devastación de la sociedad que se aceleró en los años noventa (y sigue acelerándose). ¿Por qué no fue capaz el movimiento de traducir su vocación social y sus intuiciones culturales en una acción política a largo plazo para impulsar la autoorganización de la sociedad y del proceso productivo? Ésta es la cuestión sobre la que debemos detenernos.

Dos son las razones por las que el movimiento no fue capaz de traducir su intuición antilaboral en un programa político creíble. La primera razón de esa incapacidad debe buscarse en el carácter íntimamente contradictorio del movimiento, que deriva del hecho de haberse visto a sí mismo al mismo tiempo como el último movimiento comunista del siglo XX y como el primer movimiento postindustrial, y por tanto, postcomunista. La segunda razón reside en la represión a la que fue sometido: una represión violenta y prolongada, cuyas características deben ser analizadas con mayor profundidad.

Pero veamos las cosas por orden.

Los estudiantes y los jóvenes obreros que se movilizaron en los primeros meses del año 1977, pero que ya llevaban varios años organizándose en mil formas nuevas (centros del proletariado juvenil, radios libres, comités autónomos de fábrica o de barrio, colectivos autónomos en las escuelas, etc.) expresaban comportamientos y necesidades que ya tenían poco que ver con las necesidades y los comportamientos del proletariado industrial tradicional. La reivindicación más fuerte era la existencial. La calidad de la vida, la reivindicación de una existencia realizada, la voluntad de liberar el tiempo y el cuerpo de las ataduras de la prestación de trabajo industrial. Éstos eran los temas fuertes, éstas eran las líneas a lo largo de las cuales se expresaban y se acumulaban la insubordinación y la autonomía. Sin embargo, la representación ideológica predominante en el seno del movimiento era la que llegaba linealmente de los movimientos revolucionarios del siglo XX, de la historia del comunismo de la Tercera Internacional. Aunque el leninismo estuviera muy en cuestión en aquellos años, la idea predominante era la de un movimiento revolucionario destinado a abatir el orden burgués y a construir de alguna manera (bastante imprecisa, por cierto) una sociedad comunista. Este tipo de representación no cuadraba ya con la realidad de movimientos del todo centrados en la conquista de espacios y de tiempos, y que se manifestaban cada vez menos en el plano político y cada vez más en el existencial.

El modelo dialéctico (abatir, abolir, instaurar un nuevo sistema) no correspondía en absoluto a la realidad de luchas que funcionaban, por el contrario, como elemento dinámico, como conflicto abierto y como redefinición del terreno mismo de la confrontación, pero que no podían ni pretendían dirigirse hacia una especie de ataque final contra el corazón del Estado, o hacia una revolución destinada a derribar de modo dialéctico el orden. El desfase entre representación ideológica y realidad sociocultural de ese sector al que llamamos entonces proletariado juvenil fue la causa principal de su incapacidad de traducir la acción contestataria en un proceso de autoorganización social a largo plazo, en la creación de laboratorios de experimentación política, cultural, tecnológica. ¿Con qué objetivo nos estábamos movilizando? ¿Para una revolución comunista clásica, con el derribo del Estado y la toma final del poder político? Sólo algunos creían que algo así pudiese tener algún sentido, pero de hecho este horizonte político no fue abandonado explícitamente. No se redefinió el horizonte político. El movimiento boloñés fue, en este sentido, el punto de máxima consciencia. Abandonó de forma declarada y polémica el leninismo residual y el modelo historicista de revolución. Pero no logró ser consecuente hasta el final, hasta el punto de romper (como tal vez debió hacer) sus relaciones con las componentes del movimiento que, por el contrario, insistían, aunque de modo contradictorio, en un proyecto de tipo leninista y revolucionario.

Hubo otra razón decisiva de la puesta en jaque que sufrió el movimiento. Fue la represión que el régimen político del compromiso histórico(8) desencadenó contra los estudiantes, los obreros autónomos, los jóvenes en general, y después contra los intelectuales, los enseñantes, los escritores, contra las radios libres, las librerías, contra todo centro de vida intelectual innovadora que existía en el país.

El desconsolador reflujo intelectual que afectó a Italia a principios de los ochenta y que ha devastado el arte, la ciencia, la universidad, la investigación, el cine, que ha acallado el pensamiento político, se debió precisamente al exterminio cultural que el Estado democristiano–estalinista puso en marcha primero en 1977 y a continuación en 1979(9).

El movimiento del 77 contenía desde luego una ambigüedad profunda. No era la ambigüedad banal entre violentos malos y creativos buenos. Era la superposición de dos concepciones del proceso de modernización y de autonomización social.

Por un lado existía el movimiento creativo que ponía en el centro de la acción política los media, la información, el imaginario, la cultura, la comunicación, porque pensaba que el poder se jugaba en esos lugares y no en la esfera de la gran política de Estado o la gran política revolucionaria.

Por el otro estaba la autonomía organizada, convencida de que el Estado tenía el papel decisivo y que debía oponérsele una subjetividad estructurada de forma política clásica.

Ese movimiento debería haber madurado, reforzado sus estructuras productivas y comunicativas, debía haberse transformado en un proceso generalizado de autoorganización de la inteligencia colectiva. Ese fue el proyecto que fue propuesto al movimiento en junio de 1977 en un número de A/traverso bajo el título « La rivoluzione è finita abbiamo vinto»(10). La propuesta consistía en construir un movimiento de ingenieros descalzos, en conectar tecnología, ciencia y zonas temporalmente liberadas. Era una visión minoritaria en el movimiento de ese año, pero un número creciente de personas, de jóvenes investigadores, de estudiantes y de artistas empezaba a entrever la posibilidad de un proceso de autoorganización del saber y de la creatividad.

Radio Alice y las demás radios del movimiento representaron un primer intento de articular tecnología, comunicación e innovación social.

Todo ello aparecía ligado, es cierto, a una retórica de tipo novecentista, a una retórica guerrillera.

Pero lo que estaba en juego era el destino social de la inteligencia tecnológico–científica y de la inteligencia creativa y comunicativa. La consciencia de este paso empezaba a formarse en aquellos años.

Aparecen en aquellos años los libros en los que se manifiesta la consciencia de una transición social, tecnológica y antropológica. En 1973 aparece el libro de Daniel Bell El advenimiento de la sociedad postindustrial , mientras Jean–François Lyotard publica en 1978 La condición postmoderna . Jean Baudrillard escribe en 1976 El intercambio simbólico y la muerte(11). El movimiento boloñés, en efecto, tuvo una fuerte conexión con los puntos altos de la investigación filosófica, y alimentó a su vez algunos desarrollos de la reflexión en Francia, Alemania y Estados Unidos. Y esa conexión tuvo facetas directamente políticas (como la organización del congreso internacional contra la represión en Bolonia en septiembre de 1977) pero tuvo también, a más largo plazo, facetas de tipo filosófico, interpretativo, conceptual.

Los untorelli

Así pues, 1977 puede ser descrito como el punto de separación entre la época industrial y de las grandes formaciones políticas, ideológicas y estatales, por un lado, y, por otro, la siguiente, la época proliferante de las tecnologías digitales, la difusión molecular de los dispositivos transversales de poder.

En este marco debe entenderse la relación conflictiva entre el movimiento y la izquierda tradicional, cuyos rituales e ideologías eran herencia de la historia pasada de la época industrial. Esta separación pudo parecer una más de las tantas e interminables disputas doctrinarias y políticas dentro del movimiento obrero que llenan su siglo XX(12). Pero no era así. No se trataba de una de las discusiones dogmáticas en las que se disputaba la hegemonía sobre el movimiento comunista, porque el movimiento comunista se fundaba en premisas que la generación del 77 liquida en el momento de constituirse como movimiento. En primer lugar se abandona la premisa según la cual el trabajo obrero es la base de toda identidad política de la izquierda. El 77 se concibe explícitamente como un movimiento postobrero, y rechaza la ética del trabajo que había fundado la historia cultural del movimiento comunista del Novecientos.

Cambia, por tanto, el referente subjetivo, pero cambia paralelamente el análisis de la sociedad capitalista, de sus modalidades de funcionamiento. Deleuze propone interpretar la gran transición que se dibuja como la transición de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control. Las sociedades disciplinarias son las modernas descritas por Michel Foucault. Son sociedades en las que se disciplinan los cuerpos y las mentes, se construyen cajas como la fábrica, la cárcel, el hospital, el manicomio, la ciudad monocéntrica. En estas sociedades la represión tiene un carácter institucional y centralizado, y consiste en la imposición de reglas y estructuras estables. La sociedad que va tomando forma en los últimos decenios del siglo XX tiene un carácter completamente diferente de las que, con Foucault, podemos llamar sociedades disciplinarias. Funcionan sobre la base de controles insertos en el propio genoma de las relaciones sociales: automatismos informáticos, tecnológicos, automatismos lingüísticos y financieros.

En apariencia, esta sociedad garantiza el máximo de libertad a sus componentes. Cada uno puede hacer lo que le parece. No hay ya imposición de normas. No se pretende ya disciplinar los comportamientos individuales ni los itinerarios colectivos. Pero el control está inserto en el dispositivo del cerebro humano, en los dispositivos que hacen posibles las relaciones, el lenguaje, la comunicación, el intercambio. El control está en todas partes, no está políticamente centralizado. El movimiento del 77 percibe este campo problemático, y no es casual que precisamente en esos años se empiece a dibujar con claridad el paso del pensamiento estructuralista al postestructuralista, si podemos llamar así al pensamiento rizomático y proliferante que tiene su expresión más significativa en el Antiedipo de Deleuze y Guattari(13). Imaginaciones esquizoides sustituyen a las representaciones disciplinares de tipo paranoico. El movimiento del 77 no quiere estar obsesionado con la centralidad política del Estado, del partido, de la ideología. Prefiere dispersar su atención, su acción transformadora, su comunicación por territorios mucho más deshilachados: las formas de convivencia, las drogas, la sexualidad, el rechazo del trabajo, la experimentación de formas de trabajo con motivación ética, la creatividad.

Por todas estas razones ese movimiento escapa definitivamente de la referencia conceptual y política del movimiento obrero de la Tercera Internacional, sea en su variante reformista del PCI, sea en su variante revolucionario–leninista. Ese movimiento no tenía nada que hacer con esas viejas historias. Y sin embargo, aquellas viejas historias le pasaron factura, lo ro­dearon con sus antiguallas y sus obsesiones.

El PCI del compromiso histórico trató de aislar al movimiento con una estrategia de marginación cultural prolongada. La tradición estalinomaoísta persiguió al movimiento con el terror, la militarización, el chantaje y, al final, con la epidemia del arrepentimiento. Desde este punto de vista hay que decir, sin tantas historias, que 1977 (en especial el boloñés) fue el primer episodio de 1989(14).

Es en Bolonia donde se inicia el proceso definitivo de desmantelamiento de la burocracia estalinista que después del Memorial de Yalta de Togliatti en 1964(15) se había reciclado como burocracia reformista sin abandonar su vocación de aplastar la disdencia, de expulsarla, calumniarla, mistificarla, reprimirla. En Bolonia, en marzo de 1977 muchos pensaron que el enemigo principal era el PCI. Los comunistas lo decían con incredulidad, como si fuese un escándalo denunciar su poder.

Pero la dureza de ese enfrentamiento debe entenderse en la perspectiva de un cambio cultural profundo. El movimiento ponía en cuestión los dos pilares sobre los que se había fundado la cultura del partido comunista.

En primer lugar, la ética del trabajo, el orgullo del productor que reivindica profesionalidad, oficio, autogestión. El movimiento oponía a eso el rechazo del trabajo, el absentismo, la desafección y la perspectiva de una progresiva decadencia del valor histórico y productivo del trabajo obrero.

En segundo lugar, el movimiento ponía en cuestión la identificación entre clase obrera y Estado, la adhesión profunda a la institución estatal, considerada por el PCI como un elemento fundamental de la identidad democrática. El movimiento prefería afirmar la obsolescencia tendencial del Estado, su vaciamiento y su progresiva reducción a pura y simple máquina represiva. El fetichismo de la forma–Estado característico del grupo dirigente del PCI estaba además vinculado a la teorización leninista en su versión terzointernacionalista. Desde luego, Marx no puso al Estado en un pedestal. Fue el partido de Lenin, una vez alcanzado el poder, quien identificó el Estado obrero con el ideal histórico y político del poder obrero. Visto a toro pasado, podemos afirmar que la identificación entre Estado y poder obrero era una de las más profundas mentiras de la teoría y la práctica estalinianas, y una de las huellas más indelebles de la tradición terzointernacionalista y comunista.

Esta problemática apareció en Bolonia, aunque en forma atenuada y reformada, y la santificación del Estado como forma indiscutible a la que debe ser reconducida toda mediación social estaba lejísimos del espíritu libertario del movimiento. En este sentido, el movimiento (en especial el boloñés) tuvo una doble responsabilidad cultural. Por un lado, contribuyó a reducir la religión estatalista de la izquierda. Por otro lado, abrió el camino, de algún modo, al liberalismo que en los años ochenta se extendió por la cultura y la economía, tras la victoria de Thatcher y Reagan.

Cuando los estudiantes se pusieron a contestar a los mandarines académicos, descubrieron que en buena parte se trataba de mandarines con carnet del PCI. Los jóvenes obreros de Emilia se encontraron con que sus patrones estaban en muchos casos afiliados al PCI. Cuando los obreros de la Fiat atacaron las políticas patronales y reivindicaron su autonomía, se encontraron enfrente, defendiendo a Agnelli(16), a Giorgio Amendola, el viejo dirigente estalinista napolitano reconvertido a un reformismo autoritario. Por todas estas razones, el movimiento vio en el PCI un enemigo y no un interlocutor con el que discutir.

En los años anteriores se había insistido mucho, en Italia y en el extranjero, en la naturaleza específica de la experiencia comunista italiana. El PCI era un partido más democrático que sus partidos hermanos de Europa oriental o de Francia. Era cierto, en alguna medida. Había sido cierto desde luego en los años sesenta, antes de la invasión soviética de Checoslovaquia. A finales de los años sesenta en el PCI se abrió una dialéctica cultural que registraba la novedad del movimiento estudiantil. Pero este debate nunca alcanzó a mover a la cúpula, ni a la dirección central, ni a las ideologías fuertes que guiaban al partido–coloso. En los setenta, el PCI se encerró en la torre de marfil de la autonomía de lo político . Tras el golpe de Estado en Chile el entonces secretario general del PCI, Enrico Berlinguer, pensó que no había otro camino que el del compromiso político con la Democracia Cristiana. Cuando vio crecer el movimiento autónomo y, sobre todo, cuando vio que el movimiento atacaba el baluarte boloñés del PCI, reaccionó llamando despectivamente a los contestatarios untorelli(17), y afirmó que éstos jamás lograrían conquistar el bastión boloñés.

Pero la previsión de Berlinguer fue desmentida por los hechos a la larga. El 77 puso en marcha una dinámica de corrosión que se puede leer hoy a la luz de lo que sucedería doce años más tarde, en el 89, en toda Europa. Desde el 77 la afiliación al PCI empieza a declinar de modo inexorable. La izquierda no sabía ver otra cosa que la política, y no supo así ver lo que empezaba a moverse en el vientre profundo de la sociedad. No supo ver las dinámicas culturales profundas que procedían de la cultura americana. Tampoco supo prever las dinámicas tecnológicas y las transformaciones productivas que se derivarían de ellas. En lugar de seguir la evolución de la sociedad, la izquierda se erigió en guardián de la continuidad del sistema político. En ello reside la analogía entre el 77 boloñés y lo que después sería el 89. El 77 fue el anuncio del 89 precisamente porque reivindicó la autonomía del devenir social molecular (tecnológico, productivo, cultural, comunicativo) frente a la rigidez molar de lo político, del Estado y del partido.
Information to the people.

Information to the people es uno de los eslóganes que nacen del movimiento de la contracultura en la California de los años 60. En el caldo de cultivo de la costa occidental de los Estados Unidos crecieron Steve Wozniak y Steve Jobs , fundadores de Apple Computer , y creadores de la filosofía y la práctica que está en la base de la difusión de la informática, el interfaz amistoso, el espíritu de red y el open source . El año en el que se registra la marca Apple es, qué casualidad, 1977. En ese año se produce en Italia el estallido de una forma innovadora de comunicación, la de las radios libres y la del uso del directo en las transmisiones radiofónicas. El nacimiento de las radios libres es consecuencia de un acontecimiento jurídico de diciembre de 1974. En ese mes el Tribunal Constitucional italiano estableció la inconstitucionalidad del monopolio estatal del éter, y estableció de forma indirecta el derecho de transmisión para cualquier ciudadano o asociación. El propio Tribunal, en esa misma sentencia, reclamaba la necesidad de una regulación del uso del éter.

En ese vacío legal algunos empezaron a entrever la posibilidad de construir estructuras de información completamente libres, desligadas de cualquier institución estatal o política, y de cualquier interés comercial, económico o especulativo. Y era posible. El coste de instalación de una emisora radiofónica era en esa época irrisorio. Incluso para los estudiantes o los jóvenes obreros era posible conseguir los pocos cientos de miles de liras que hacían falta para comprar un transmisor, un equipo de alta fidelidad y una mezcladora. Fue así como nació Radio Alice , la primera radio libre capaz de poner en marcha un proceso de autoorganización creativa y poner a disposición del movimiento un instrumento simple y eficaz de información. Radio Alice nació el 9 de febrero de 1976. Desde los primeros días de emisión suscitó una oleada de indignación en la opinión pública bienpensante. Il Resto del Carlino , el diario boloñés ultraconformista denunció que « Radio Alice emite mensajes obscenos», mientras el PCI insinuaba que detrás de la radio debía haber intereses ocultos. No había ningún financiador. La radio se financiaba con las aportaciones voluntarias de los redactores, que al principio eran una decena y en pocas semanas alcanzaron un número incalculable. No había una programación fija para cada día, salvo un boletín político emitido a horas más o menos regulares y algunas emisiones un tanto peculiares, como las lecciones de yoga por las mañanas y las largas sesiones de música en directo y de poesía que se prolongaban hasta altas horas de la noche.

Radio Alice , como A/traverso , la revista maodadaísta que empezó a publicarse en mayo de 1975, fue el signo explícito y declarado de una voluntad del movimiento de salir de los esquemas lingüísticos del movimiento obrero tradicional y de experimentar lenguajes provocadores y directos que se inspiraban en el surrealismo y el dadaísmo, y que proponían técnicas de agitación propias de la cultura hippy: la burla, la ironía, la difusión de noticias falsas, la mezcla de tonos líricos y tonos histéricos en la comunicación política, la mezcla del horizonte histórico con los acontecimientos menores de la vida diaria. Sexualidad y drogas se convirtieron por primera vez en asunto de discusión y activismo. No debemos olvidar que esos son también los años en los que aparecen en la escena cultural, primero en los Estados Unidos, después en Europa, el movimiento feminista y el movimiento gay. Son los años en los que el consumo de drogas, hasta entonces un fenómeno absolutamente marginal, se convierte en un elemento característico de las vivencias estudiantiles y juveniles.

Al mismo tiempo, el pensamiento filosófico, en especial en Francia, repiensa en términos de microfísica el horizonte del poder y el de la liberación. La subjetividad ya no es identificada del modo monolítico propio de la ideología, de la política, de la pertenencia social, sino mediante toda una microfísica de las necesidades, del imaginario, del deseo. La noción de microfísica social fue introducida en la discusión por Michel Foucault y posteriormente desarrollada por Deleuze y Guattari en el AntiEdipo . La noción de sujeto es sustituida por la de subjetivación, para indicar que el sujeto no es algo dado, socialmente determinado e ideológicamente consistente. En su lugar, debemos ver procesos de atracción y de imaginación que modelan los cuerpos sociales, haciendo que actúen como sujetos dinámicos, mutables, proliferantes. La Historia de la locura de Michel Foucault, el AntiEdipo de Deleuze y Guattari y Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes(18) son libros en torno a los cuales se desarrolló en aquellos años un enorme interés. Estos libros acabaron por convertirse en puntos de referencia del discurso político, a pesar de no tener carácter de programa político. Estos libros proponían un estilo, el estilo nómada, no identitario, flexible pero no integrable, creativo pero no competitivo. El movimiento boloñés alimentó su lenguaje y sus comportamientos con las palabras que salían de aquellos libros y por ello desarrolló con anticipación una idea del movimiento como agente simbólico, como colectivo de producción mediática, como sujeto colectivo de enunciación, por utilizar la expresión de Guattari.

Durante todo el siglo del movimiento obrero, el problema de la producción cultural se había planteado en términos puramente instrumentales, en términos de contrainformación, de restablecimiento de la verdad proletaria contra la mentira burguesa. La cultura era considerada (según las tesis del materialismo histórico) como una superestructura, un efecto determinado por las relaciones de producción. El pensamiento postestructuralista francés puso en crisis esta visión mecánica.

Tomando como referencia la ruptura que significó el postestructuralismo francés, la revista A/traverso llevó adelante una dura batalla contra el materialismo histórico y su mecanicismo. Radio Alice rechazó siempre ser identificada como un instrumento de contrainformación. Radio Alice , para empezar, no era un instrumento. Era un agente comunicativo. No estaba al servicio del proletariado o del movimiento, sino que era una subjetividad del movimiento. Y, sobre todo, no pretendía restablecer la verdad negada, oculta, conculcada o re­primida. No existe una verdad objetiva, que corresponda a una dinámica pro­funda de la historia. La historia es precisamente el lugar en el que se manifiestan verdades contradictorias, producciones simbólicas todas ellas igualmente falsas e igualmente verdaderas.

La lección desencantada de la semiología de Umberto Eco, del postestructuralismo de Foucault y de Deleuze–Guattari se infiltró con fecundidad en las teorías y las prácticas de las radios del movimiento, y poco a poco agrietó el edificio de la ortodoxia. La cultura dejó de ser considerada una superestructura, para entenderse como una producción simbólica que entra a formar el imaginario, es decir, el océano de imágenes, de sentimientos, de expectativas, de deseos y de motivaciones sobre el que se funda el proceso social, con sus cambios y sus virajes.
La batalla del mediascape.

El movimiento boloñés intuyó con antelación la función decisiva de los media en una sociedad postindustrial. Esta sensibilidad fue mérito, entre otros, del DAMS boloñés(19), la escuela nacida precisamente en aquellos años en la que enseñaban personas lúcidas como Giuliano Scabia, Umberto Eco o Paolo Fabbri. En cierto sentido podemos decir que el movimiento del 77 fue también un laboratorio de formación para millares de operadores de la comunicación que en los decenios siguientes han participado en la gran batalla de la comunicación desarrollada desde el 77 hasta hoy. Esa batalla ha acabado por sobredeterminar la lucha política, de modo que hoy el rey de la televisión es el rey de la república que, de hecho, es una república monárquica.

Esa batalla ha acabado en desastre. Tras la sentencia del Tribunal Constitucional italiano que hizo posible la libertad de emisión, mientras nosotros hacíamos las primeras radios libres, la izquierda nos advertía, desconfiada: «ahora vosotros abrís esas pequeñas radios democráticas, pero mañana llegará el gran capital y se adueñará así del sistema mediático». Así sonaba, más o menos, el reproche de la izquierda y en especial del PCI. Se pensaba que acabaría por ser Rizzoli, propietario entonces de varias cabeceras de diarios, quien construyese un imperio mediático en el espacio abierto en aquellos años, pero finalmente fue Berlusconi. La brecha abierta por las pequeñas radios libres le permitió crear Milano cinque que después se convirtió en Canale Cinque . ¿Tenía entonces razón el PCI, que defendía el carácter público de la información y nos ponía en guardia frente a los peligros de la liberalización, que abría el camino al gran capital? No, no tenía razón el PCI, la tenía el movimiento de las radios libres. Porque la libertad de información, además de ser un bien en sí mismo, es también un proceso inevitable, porque no se puede contener el flujo de proliferación de la información. El movimiento había intuido la evolución de las relaciones entre comunicación y sociedad, y habría podido transformarse en un gigantesco laboratorio de producción comunicativa. Ese habría sido el antídoto contra el peligro Berlusconi, el antídoto anticipado contra la ciberdictadura. Pero no sucedió eso. En marzo se produjo una insurrección dramática y al mismo tiempo alegre, en septiembre se produjo el congreso contra las represiones.

Marzo fue colorido y feliz, creativo e inteligente.

Septiembre fue plomizo y rencoroso, ideológico y agresivo.

El movimiento había encontrado la calle bloqueada por las tanquetas, y cientos de jóvenes habían acabado en la cárcel. La esperanza de marzo se convirtió en la tenebrosa y desesperada determinación de septiembre.

El terrorismo vino después, y la heroína también. Llegaron para traer la derrota, para eliminar al único adversario posible del ciberfascismo italiano. Hoy escribimos estas páginas en un clima completamente cambiado. De momento, y no sabemos por cuánto tiempo, el ciberfascismo ha ganado la batalla. Personajes ridículos dominan la escena de la política amenazando con posibles desastres.

El mediascape de hoy (doscientas mil veces más cerrado que el mediascape del 77) está estructurado según las mismas líneas de entonces. Había entonces una información completamente controlada, una información de régimen que procedía del púlpito del compromiso histórico, de la iglesia católico–togliattiana. Y de golpe aparecieron las radios libres, los panfletos transversales, los indios metropolitanos, los centros del proletariado juvenil, los primeros grupos de videoactivistas. Del mismo modo, hoy la información está completamente controlada, procede de una única fuente como entonces. Un único patrón gobierna los flujos que rocían la mente barroca del pueblo italiano. Pero de golpe ha surgido la innumerable masa de comunicación horizontal que compone Internet, los cien mil nodos de la red Indymedia, la proliferación de los videomakers por las calles.

Tal vez sea en este terreno, en el de la comunicación, la producción del imaginario, de la formación de los panoramas psíquicos, donde se dibuje una posibilidad de recuperación de una perspectiva civil, política y cultural que permita superar la actual barbarie. Suponiendo que quede algo de humano cuando acabe la tormenta. Cosa que no está del todo clara.

El 77 fue, recordémoslo, anticipación e inicio del fenómeno llamado punk , que ha representado el alma más profunda de las culturas juveniles de los años ochenta y noventa. El punk no fue, en realidad, un puro y simple gesto inmediato de revuelta, aunque le encantase presentarse como tal. El punk fue el despertar de la consciencia tardomoderna frente al efecto irreversible de devastación producido por todo aquéllos que los movimientos revolucionarios no supieron cambiar, eliminar, destruir.

El punk fue una especie de desesperada y lúcida consciencia de un después sin salvación.

No future , declaró la cultura punk, contemporánea de la insurrección creativa de Bolonia y de Roma: «No hay ningún futuro». Aún estamos en ese punto, mientras la guerra más demencial que la humanidad haya conocido destruye las consciencias y las esperanzas de una vida vivible. Estamos aún allí, en el punto en el que nos dejó el congreso de septiembre de 1977.

No future sigue siendo, hoy como entonces, el análisis más agudo y el diagnóstico más acertado.

Y la desesperación el sentimiento más humano.

(1) Capítulo de Franco Berardi (Bifo) y Verónica Bridi (a cargo de), 1977 l’anno in cui il futuro incominciò , Roma, Fandango 2002. Traducción de Patricia Amigot y Manuel Aguilar.

(2) Interfaz amistoso con el usuario, el interfaz de usuario de los ordenadores basado en metáforas gráficas (carpetas, ventanas, escritorio) y en el uso del ratón (nota de los traductores)

(3) Simon Nora y Alain Minc, La informatización de la sociedad , Madrid, Fondo de Cultura Económica 1982

(4) Por Deng Xiaoping, dirigente comunista chino. Vinculado desde los años cincuenta al ala moderada o conservadora del PCCh, fue destituido durante la Revolución Cultural Proletaria en 1967–69. Regresó al poder de la mano de Zhou Enlai en 1973. Tras la muerte de Zhou y Mao en 1976, se enfrentó con la llamada banda de los cuatro a la que desalojó del poder. Entre 1977 y 1987, Deng fue el inspirador de la reforma de la sociedad china hacia una economía capitalista bajo la dirección del partido comunista. (N. de T.)

(5) «Ya es hora, ya es hora, trabaja sólo una hora»

(6) «Trabajo cero, sueldo entero/toda la producción a la automatización»

(7) «Ya es hora, ya es hora, el poder a quien trabaja»

(8) El PCI llamó compromiso histórico a su propuesta de acuerdo con la Democracia Cristiana para conjuntamente reformar la sociedad italiana. Se presentó como una línea contraria a la tradicional de promover un gobierno de izquierda alternativo a la DC, que Berlinguer, secretario general del PCI consideraba condenada al fracaso tras los sucesos de Chile en 1973. En la práctica se tradujo en una colaboración subalterna del PCI con la DC durante los años de la emergencia o años de plomo, en la represión contra el movimiento social, contra Autonomia Operaia y contra las Brigate Rosse. N. de T.

(9) 7 de abril, 21 de diciembre: detenciones en masa de intelectuales ligados a la Autonomia, muchos de los cuales fueron declarados inocentes después de cumplir cinco años de cárcel sin pruebas.

(10) «La revolución ha terminado hemos vencido»

(11) Daniel Bell, El advenimiento de la sociedad postindustrial: un intento de prognosis social , Madrid, Alianza 1976; Jean–François Lyotard, La condición postmoderna: informe sobre el saber , Madrid, Cátedra 1984; y Jean Baudrillard, El intercambio simbólico y la muerte , Caracas, Monte Ávila 1993.

(12) Empezando por la ruptura de la Primera Internacional, siguiendo con el cisma bolchevique, el conflicto entre la Tercera Internacional y el Linkskommunismus , la guerra entre estalinismo y trostkismo en los años 30, y acabando en la ruptura chino–soviética y la guerra entre revolucionarios y reformistas en los 60.

(13) Gilles Deleuze y Félix Guattari, El anti–Edipo: Capitalismo y esquizofrenia , Barcelona, Paidós 1985.

(14) Año de la caída del muro de Berlín. N. de T.

(15) Palmiro Togliatti, dirigente de la Internacional Comunista y máximo dirigente del PCI desde 1926 hasta su muerte en 1964 en Yalta (Crimea, URSS), dejó formuladas en su testamento político (el llamado Memorial de Yalta) las líneas maestras de su concepción del policentrismo del movimiento comunista internacional (por oposición al liderazgo de la URSS) y de la vía italiana al socialismo por medio de una acción pacífica, de masas, electoral de reformas en el marco de las instituciones de la república italiana. N. de T.

(16) El gran patrón de la Fiat. N. de T.

(17) Nombre con el que se llamaba en las épocas de peste, a personas a las que se acusaba de contagiar la peste untando las puertas. En sentido figurado, pobre diablo. N. de T.

(18) Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica , México, Fondo de Cultura Económica 1997; Roland Barthes y Eduardo Molina, Fragmentos de un discurso amoroso , Madrid–México, Siglo XXI 1999

(19) El DAMS ( Discipline delle Arti, della Musica e dello Spettacolo ) nació en 1971 en la Universidad de Bolonia como curso de licenciatura en al Facultad de Filosofía y Letras con el fin de desarrollar una política de sinergias entre lenguajes expresivos no verbales. (http://www2.unibo.it/dams/).

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