viernes, 25 de diciembre de 2009
Las armas de la provocación. De yippies, motherfuckers, provos y demás sin-vergüenzas x Antón F. Irimia
Coruña, octubre de 2005.
“Estamos dispersando los mitos de América. Una vez que el mito es expuesto, la estructura detrás de ellos se desmorona como la arena. Resulta el caos. La gente debe crear nuevas realidades. En el proceso creamos nuevos mitos, y estos mitos predicen el futuro.”
Manifiesto Yippie
[Mas:]
Extasiado de alcohol y LSD, Abbie Hoffman rodaba por el suelo y gritaba “¡Yippie!, ¡Yippie! ¡Yippie!” El nuevo movimiento tenía al fin un nombre. El Youth International Party (Partido/Fiesta Internacional de la Juventud) iniciaba su andadura. Los yippies se ponían a la carga.
En las luchas contraculturales de los sesentas, Margolies creyó ver una “polarización wheelie feelie” entre los revolucionarios. Los wheelies serían los partícipes de la vieja izquierda; los políticos que piensan en términos de transformación de las instituciones. Los feelies, como diría Melville, serían los “artistas, los psicólogos y los chamanes del movimiento, avocados a la tarea privada de expandir la conciencia y hacerse más suaves, sensitivos y expresivos.” Pero esto era una exageración, la mayoría de los activistas se encontraban en términos intermedios. Una de las muchas formas intermedias fueron las de los yippies. Según Jerry Rubin, autor del Manifiesto Yippi, “los yippies creen que no puede haber una revolución social sin una revolución de las cabezas ni una revolución de las cabezas sin una revolución social.” Partícipes de esta visión de relación recíproca entre revolución social y revolución personal, y de la necesidad de combinar ambas de forma unitaria, son los grupos o movimientos contraculturales aquí mentados, si bien con sus propias peculiaridades. Ellos son los provos, los motherfuckers, la Weathermen Underground, la Comuna 1, y, como no, los yippies. El presente escrito pretende ser un recordatorio y un pequeño homenaje.
La polarización “wheelie feelie”.
Para los feelies la revolución era una revolución interior o no era nada; más aún, es a través de la revolución personal de los valores como se materializa la transformación social de las instituciones. Para los wheelies, en cambio, es necesario cambiar las estructuras sociales que condicionan las relaciones sociales y la misma esencia social e individual. Los feelies partían de la concepción hipppie que ve en el hombre de organización, el viejo izquierdista, una persona que no está realmente sino engarzado en un “viaje de poder”, un camino hacia la instauración de unas nuevas formas de dominación. La misma lógica burocrática –de partido o sindicato- conlleva la reproducción de los valores, pautas y premisas del sistema que se intenta derrocar. Por otra parte, el problema de los feelies para los wheelies no deja de ser menos obvio: todo movimiento apolítico y meramente personalista está fuertemente inclinado a la falta de responsabilidad y su fácil asimilación por los aparatos ideológicos del estado. Unos y otros tenían razón.
Los yippies intentaron combinar la faceta personalista y anti-burocrática con la de lucha social.
Para Abbie Hoffman, el yippie más conocido, la política no era tanto el voto electoral, las manifestaciones o las ideas filosóficas, como “el modo de vivir de cada uno de nosotros”, una idea muy feelie también muy presente en Rubin. Ahora bien, el yippie no se limitaba a esta revolución interior; quería también una interacción social combativa a través de la guerrilla simbólica. La importancia para la revolución personal/social del happening, en cuanto forma de confrontación espectacular con la realidad silenciada o adormecida, es expresada en el Manifiesto Yippie de forma exhortativa:
Haz que América vea su vampírica cara en un espejo. Destruye la barrera entre el habla pública y el comportamiento privado. Solo cuando la gente ve qué está pasando podrán ellos escuchar nuestros gritos, y sentir nuestra pasión. La guerra de Vietnam es una enseñanza para América.
Los yippies fueron una clara una mezcla de los estilos wheelie feelie, si bien no eran una superación de ninguno. Lo cierto es que los problemas que causaron esas drogas, que tanto promovían, en los movimientos sociales se hicieron más que evidentes al poco tiempo: la drogoadicción se mostró como un arma mucho más efectiva que las porras, balas de goma y botes de humo de la policía. Al poco de desintegrarse los yippies el gobierno yanqui, consciente del potencial de las drogas, indundó los guettos negros con crack, procedente de Vietnam, para acabar con el movimiento del Black Power. La droga fue una de las principales estrategias de guerra sucio del gobierno de EEUU para acabar con los Black Panthers.
Otro problema grave de la solución yippie era su falta de capacidad para crear redes organizativas sólidas, con capacidad para crear lazos indentitarios y proporcionar en el largo plazo la satisfacción mediante la autoorganización de los deseos de los revolucionarios. De hecho, la falta de un proyecto revolucionario/vital consecuentemente organizado y el extremo rechazo a nada que se pareciese a una mínima organización, se mostró como un error casi infantil.
Aún los yippies, que fueron representativos de toda una corriente de entender la Revolución Cultural, nos dejan un legado no exento de enseñanzas. Aquella rama revolucionaria en la que se ubican, suplantó la visión de inspiración cristiana de la revolución como un acto de sacrificio con su respectivo santoral, por una suerte de Festival de la Vida de prodigalidad e inmediatismo a la manera pregonada por el poeta Allen Ginsberg. Daniel Cohn-Bendit, líder estudiantil del mayo francés, expresaba simultáneamente esta premisa en su célebre máxima “¡Qué la revolución sea la mejor manera de vivir!”. La Internacional Situacionista, un grupo influyente en la ruptura con los viejos cánones izquierdistas, unos años antes había manifestado en este mismo sentido su concepción del proceso revolucionario. Las revoluciones, decían los situacionistas “serán festivales o no serán, pues la propia vida que ellas anuncian será creada con ánimo festivo. El juego es la última razón de este festival. El vivir sin tedio, el gozar sin límites son las únicas reglas que aceptaremos.”
La Revolución del Placer contra el mundo construido para el Capital/Trabajo desde los sesenta ya no puede ser por más tiempo un objetivo secundario, ni nada que los revolucionarios permitan que pueda ser como en el capitalismo, constantemente postergado; ni siquiera postergado en alguna medida. La máxima que anuncia la revolución como una fiesta es todo un acto de provocación contra los carcas capitalistas, y los carcas de la hoz y el martillo. ¿Se trataba todo esto de una mera frivolización? No. Se trataba de una liberación por parte de los revolucionarios de las cadenas de aburrimiento y de la abnegación de la Izquierda. Se trataba de acabar con la herencia cristiana negadora de la vida en la que se había forjado el izquierdismo. Era una intención de materializar el paraíso microcósmico en las entrañas del infierno presente, que oculta las propias posibilidades de realizar el Cielo ahora ya; se trata de reubicar el prometido más allá en el más inmediato aquí y ahora.
Un claro ejemplo literario de la combinación discursiva de esta intención inmediatista con el arte de la provocación, tan cultivado por el Youth International Party, fue el Manifiesto yippie escrito por Rubin. Entre otras cosas nos dice: “Nosotros ofrecemos: sexo, drogas, rebelión, heroísmo, hermandad. Ellos ofrecen: responsabilidad, miedo, puritanismo, represión.” Las reglas, aúlla, están hechas para ser rotas, y lo políticamente correcto ya no tiene cabida:
No hay NINGUNA PALABRA que el hombre deba limpiar de su boca, ninguna palabra que dé miedo. “¡Ellos quieren la ANARQUÍA!” ¡Joder, es cierto, nosotros estamos por la anarquía! De todas maneras este país está podridamente sobreorganizado. “¡No hagas esto! ¡No hagas lo otro, no hagas! Crecer en América es aprender que NO hacer. Nosotros decimos: “¡Hazlo, hazlo. Haz todo aquello que quieras hacer!”
La utopía yippie vuelve a escapar de la seriedad para abrazar lo provocativo:
En las asambleas comunitarias de todo el país, Bob Dylan reemplazará el himno nacional.
Ya no habrá cárceles, tribunales ni policías.
La Casa Blanca se convertirá en un crash pad [casas donde los hippies “aterrizan” de pasada] para toda persona que no tenga donde dormir en Washington.
El mundo se transformará en una gran comuna, con comida y vivienda gratuita, todo compartido.
Se destruirán todos los relojes.
Los peluqueros serán internados en campos de rehabilitación, donde el cabello les crecerá muy largo.
No existirá el crimen de “hurto”, porque todo será gratis.
El Pentágono será reemplazado por una granja experimental de LSD.
No habrá más escuelas ni iglesias, porque el planeta entero se habrá convertido en una iglesia-escuela.
La gente cultivará los huertos por la mañana, hará música por la tarde y follará cuando le venga en gana.
El Amor Armado.
Estas reivindicaciones de la contracultura no eran incompatibles con las acciones más comprometidas y arriesgadas, en ciertos casos. Por ejemplo, el grupo de activistas hippies Against The Wall Motherfuckers! (¡Contra la pared, hijos de puta!), nombre que hace mención a las detenciones policiales, que era una radicalización del grupo dada Black Mask, que rechazaban el viejo izquierdismo, realizaron una campaña de colocación de bombas contra bancos y otros objetivos simbólicos bajo el provocador nombre de Armed Love (amor armado). Eran los tiempos en los que las Universidades Libres impartían seminarios de masajes para romper la separación física, volverse suaves y hacer la comunicación más íntima, al tiempo que también impartían cursillos para usar armas o preparar cócteles incendiarios. La intención: socializar todo conocimiento que se considerase útil para la liberación personal y social.
Una escisión de la Students for a Democratic Society, la Weathermen Underground Organization (Organización del Hombre del Tiempo Underground) anunciaron en el 1970 “una nueva mañana, un cambio de clima”. Efectivamente, unos meses antes el clima estaba cambiando. La Wethermen, bajo el explícito slogan “Traer la guerra a casa” en relación a la guerra de Vietnam, convocaron en la ciudad de Chicago unos “Días de Furia” en forma de protesta contra la Convención Nacional Demócrata que en dicha ciudad tenía lugar. Los hombres y mujeres del tiempo underground habían pronosticado un aumento de las temperaturas en la ciudad de Chicago, y así fue. Para ello realizaron una gran hoguera de rabia. Varios cientos de activistas cruzarán Chicago destrozando con piedras y cócteles molotov las instituciones representativas del capitalismo, tales como bancos, comisarías de policía, restaurantes y hoteles de lujo, etc. A raíz de los disturbios 287 activistas fueron detenidos. Después de esto la Weathermen se convertiría en varios grupos de hippies, partidarios del amor libre, las orgías psicodélicas, y la revolución interior, pero también dedicados a la colocación de bombas en diversos lugares: las oficinas de la ITT de Nueva York en protesta contra el apoyo al sangriento golpe militar de Pinochet, o contra diversas comisarías de policía. Incluso llegaron a explosionar una bomba en el mismísimo Capitolio en el 1971. Un Weatherman, John Jacobs, justificaría estas acciones de forma irónica: “Weathermen está en contra de todo aquello que para Norteamérica significa decencia y bondad. Weathermen quiere quemar y destruir los Estados Unidos de América”.
La violencia fue un tema recurrente para ciertas facciones del movimiento contracultural, ya se tratase esta violencia de violencia real o no. Al contrario que los Weatherman (que debemos matizar que jamás mataron a nadie y todas sus acciones eran realizadas con cuidado de que esto fuese así), otros decidieron utilizar no la violencia física, sino el tabú en torno a la violencia política, explotando en vez de bombas palabras. Un ejemplo de ello es la Comuna 1 berlinesa, creada en el 1967, o como gustaban llamarla los medios de información burguesa: la “comuna del horror”.
En ese año, a raíz de un incendio que había sido fortuito en unos grandes almacenes belgas, donde murieron incineradas unas 300 personas, la Comuna del Horror difundió una serie de octavillas falsificando lo ocurrido y politizando la tragedia. La última de estas octavillas se titulaba “¿Cuándo arderán los grandes almacenes de Berlín?” y decía:
Nuestros amigos belgas han comprendido finalmente cómo pueden hacer entender al público el alcance de lo que está pasando en Vietnam. Han incendiado unos grandes almacenes, a 300 ciudadanos saciados, a sus vidas fascinantes y han convertido Bruselas en Hanoi. Ya nadie que esté leyendo su periódico, ante un opulento desayuno, tiene por qué soltar lagrimitas por la pobre gente de Vietnam; hoy no tiene más que acercarse al departamento de moda de KaDeWe, Hertie, Woolworths, Bika o Neckermann y encender discretamente un cigarrillo.
Aunque los comunicados eran falsos, la prensa burguesa montó en cólera, la población se indigno, y la comuna cobró popularidad… y debió pagar un cierto tiempo entre rejas, al considerar las autoridades que estos comunicados hacían apología del terrorismo. La provocación, no obstante, no quedó aquí: prosiguió en el juicio. La Comuna 1 aprovechaba cualquier momento para poner en tela de juicio los valores represivos del sistema. Cuando Teufel, destacado miembro de la comuna, se encontraba ante el tribunal decidió impartir a todo el mundo una lección sobre el absurdo del autoritarismo y sus rituales. Al recibir la orden del tribunal de ponerse en pie, Teufel aceptó de buena gana: “Bueno, si eso ayuda a encontrar la verdad…” Una respuesta que no puede sino traer a evocación al mitificado y célebre Diógenes el Cínico. Nos dice Diógenes Laercio que encontrándose Diógenes el Cínico tranquilamente sentado en el suelo, se presentó ante él el célebre conquistador Alejandro Magno. Cuando el imperialista, que admiraba al filósofo perruno, le ofreció sus favores y le dijo a Diógenes “pídeme lo que quieras”, éste alzó la vista al sublime Alejandro Magno y le dijo “Apartarte: no me tapes el sol”.
Los chamanes holandeses y sus planes conspirativos.
Otro movimiento especialmente inspirado en lo referente a la acción/provocación contracultural fueron los Provos holandeses. Se trataban de un grupo pacifista que, no obstante, también recurrió una vez al uso de la explotación del tabú entorno a la violencia política para hacer llegar sus mensajes.
En el primer número de su publicación los probos reprodujeron un diagrama tomado de El anarquista práctico que enseñaba al lector a producir explosivos. A partir de este escándalo, y después de diversas actuaciones, la publicación pasó de tener una tirada de 500 ejemplares a 20.000. La técnica para elaborar estos explosivos, sin embargo, era inútil; no servía realmente para producir nada.
Los provos fueron, junto a los yippies, los reyes de la provocación activista. Provo era una persona que rechaza la ansia monetaria del capitalismo que “educa para el tener, menospreciando el ser”. Provo estaba contra la gris política burocrática que impide la espontaneidad. Provo era beligerantemente disidente: “sus miembros –decía la revista Provo- solo pueden ser gente creativa e individual mediante conductas antisociales”. Provo era antimilitarista y condenaba la neurosis de una desquiciada carrera de armas. Su grito era el “Provo never ruled” (Provo nunca mandó). Por último, provo vestía de blanco; así se reconocían los unos a los otros.
Los provos eran una suerte de chamanes anarquistoides y hippies. Su arma preferida, como indica su nombre, era la provocación mediante transgresiones en los discursos del status quo y las prácticas sociales que en el día a día contradecían los valores reinantes del capitalismo burgués. Desde 1964 actuaron en Ámsterdam, ciudad que consideraban un “centro mágico”, a través de happenings, sabotajes y lo que ellos llamaban planes blancos, destinados a solucionar los problemas sociales y ecológicos.
Los “planes blancos” de los provos merecen especial consideración. El primero de ellos era el “Witte fietsen plan”, destinado a la grandilocuente tarea de socializar los medios de transporte todos. La idea era disponer por toda la ciudad de bicicletas pintadas de blanco, sin candado, socializadas. El folleto que anunciaba el plan definía la bici blanca como el “transporte comunitario gratuito”. Estas bicicletas podían ser usadas por quién quisiese; al dejar de utilizarlas quedaban en la calle a la espera de otro improvisado ciclista. La intención que perseguían era acabar de una vez por todas con el “coche monstruo” que fagocita la naturaleza y privatiza el espacio a costa de la convivencia. Como provocación contra el capitalismo y en defensa de la ecología (los provos estaban especialmente preocupados por este problema) el plan fue un éxito; sin embargo, su aplicación práctica resultó ser un fracaso. No porque como podría pensarse la gente acabó robando las bicis, sino porque, aquellos que en teoría protegen contra el hurto, la policía, acabó incautando (robando) toda bicicleta que se encontraba en la calle sin candado, y ya en la Presentación de la Primera Bicicleta Blanca cargó con contundencia contra los reunidos.
Hubo también “planes blancos” para el sexo, la mujer (aborto gratuito), incluso para la policía. La consigna de este último plan era “Pórtate bien con la policía”. El yippie Jerry Rubin en su manifiesto dejaría años más tarde, expresaba en una sola frase la interpretación que los contraculturales daban entorno al tema policial; quedaba claro con rotundidad en su consigna “estas con el ser humano o estás con la policía”. La célebre pintada parisina lo expresaba de una manera más íntima: “mata al policía que hay en ti” –en mención a las retrógradas teorías del psicólogo conductivista Eysenk, que consideraba dentro de nosotros existe un agente represor y que, además, esto debiera ser así. Los provos, en cambio, optaron por una táctica más sutil: su plan blanco proponía que el colega policía (que debía ir vestido de blanco al efecto) realizase su labor de protección social repartiendo condones a los menores, y sirviesen a la sociedad repartiendo muslos de pollo a los transeúntes y cerillas a los fumadores de porros necesitados.
El movimiento provo prefería la provocación al enfrentamiento y lo lúdico a lo militante (militar). Aunados con los anarco-pacifistas su mensaje libertario y sus tácticas de guerrilla simbólica calaron entre cada vez más jóvenes. Su popularidad llegó a su apogeo en el 1967: en ese año tenía lugar un evento público nupcial con motivo de la boda del príncipe Claus von Arsberg (que había sido miembro del ejército nazi). El evento era retransmitido en directo por la televisión. Los provos llenaron la atmósfera de humo naranja en honor al color de la familia real. La policía cargo de forma brutal, pero el mensaje antimonárquico ya había sido lanzado. Tras los disturbios, podía leerse en las paredes grafiteado: “Qué me devuelvan la bicicleta”.
En ese mismo año Provo se acabaría de disolver en una reunión realizada en el parque Vondelpark. Un año antes las disensiones entre los provos ya se habían hecho notorias. Provo se decidió a presentar a las elecciones, algunos entendieron esto como venderse al sistema, según Stewar Home las actividades de los provos estaban ya siendo asimiladas por éste. Fuese como fuese, los neoanarquistas Provo, como los considera Teodori, consiguieron en 1966 un total de 13.000 votos (1 concejal), y tres años más tarde, los Kabouters (los duendes) que sucedieron a Provo obtuvieron 38.000 (5 concejales).
Al final, algunos provos se decidieron por la reforma política a través de partidos verdes, otros siguen en el activismo, otros se dedicaron a la literatura, y también hubo quien se reciclaró en el mundo de los negocios. Al final, nos dice A.F.R.I.C.A. en su Manual de la Guerrilla de la Comunicación, lo que ha quedado es que “desde los tiempos de los provos se ha tornado difícil hacer política seria en Holanda. Por lo menos por parte de la izquierda. Demasiada gente ha comprendido que existen otras cosas más importantes y menos aburridas.”
Una historia groucho-marxista.
Los yippies fueron otro destacado grupo en el arte de la provocación. El Youth International Party, por supuesto, no se trataba de un partido político ni mucho menos. La respuesta tradicional al problema revolucionario era crear un partido o sindicato de masas para tomar el poder e iniciar así los cambios. Pero los yippies condenaban todo “viaje de poder”. El poder corrompe, decía Bakunin, y ellos se lo tomaban al pie de la letra. No se puede hacer la revolución en los términos del establishment, decían, por eso de nada sirven partidos ni sindicatos. La visión de los yippies, compartida por tantos otros postizquierdistas, queda patente en las opiniones de Chester Anderson:
En lugar del Partido Revolucionario Americano, yo propongo una asociación informal de pandillas revolucionarias, que no se preocuparán por coordinar sus respectivas acciones ni se inhibirán mutuamente en ningún sentido. Que sólo se preocuparán por mantener una buena comunicación entre sí.
A la mierda los líderes, los uniformes y las causas santas más importantes que la gente. Una pandilla que corrompa juguetonamente al hijo del alcalde producirá cambios más importantes y perdurables que la escuadrilla asesina, estrictamente disciplinada, severa y aburrida, preocupada por borrar del mapa a su padre.
La idea de “corromper al hijo del alcalde” no es mear fuera del trasto. Pocos años después de escribir esto Anderson, en el 1973 la Symbionese Liberation Army (Ejército de Liberación Simbiótica), de corte marxista-leninista, raptó a la hija del multimillonario Randolph Hearst, Patty. Gracias a este secuestro la SLA consiguió convertir a los medios de comunicación burgueses en una catapulta para sus comunicados anticapitalistas. También consiguieron sacarle un millón de dólares al capitalista, que le obligaron a dar como comida a los pobres. Lo gracioso del asunto es que Patty no estaba secuestrada, sino “corrompida” por las ideas anticapitalistas: había fingido su propio secuestro. Era una activista del SLA y había participado en atracos de bancos para subvencionar la causa revolucionaria. (El final de la SLA, todo sea dicho de paso, fue dramático: varios encarcelados, y 6 de ellos fueron asediados en su casa y asesinados por la policía mientras se retransmitía por la televisión).
El estilo informal de organización comunitaria, a pequeña escala, tribal, así como las proclamas contra el aburrimiento y la disciplina marcial de la vieja izquierda es una constante en los grupos contraculturales revolucionarios. La revista Fifth Estate de Detroit, por ejemplo, llenaba sus páginas con contenidos similares a estos e incluso, aún en su momento de mayor esplendor en el inicio de los 70, cuando distribuía unos 20.000 ejemplares, en su buzón de correos podía leerse la siguiente etiqueta: “The Fifth Estate: un grupo de amigos”.
Los yippies era un grupo de amigos más. Y este amplio grupo de amigos estuvo tercamente interesado en liarla.
Los alrededor de 1.200 amigos que se concentraron en Washington tenían no pequeñas pretensiones. En protesta contra la guerra de Vietnam se les ocurrió que no había mejor cosa que dirigirse al Pentágono para practicar un “Ritual Sagrado de Exorcismo”, de carácter público y comunitario. El exorcismo era necesario, decían, porque se encontraba adentro del edificio militar el mismísimo Diablo. Tal ocurrencia fue expuesta en una rueda de prensa, y así fue hecho. Los chamanes se reunieron entorno al Pentágono formando una cadena humana, con la intención de hacer levitar el edificio 300 pies por encima del suelo, altura a la que debería ponerse naranja y quedarían expulsadas las fuerzas maléficas. Este fue el inicio de lo que lo que se conocería como los Yippies, unos locos que decían querer “tomar el Pentágono para convertirlo en factoría de LSD”. Jerry Rubin amenaza a la sociedad americana: “llevaremos una comunidad de amistad a un lugar donde sólo se ejerce muerte. El siguiente paso será el hundimiento de todas las instituciones importantes de la sociedad americana.”. El yippie Abbie Hoffman daba la razón a los media: “el movimiento pacifista se ha vuelto loco, ¡ya era hora!”.
Los yippies fueron un producto de la Bay Area de San Francisco, una meca hippie fuertemente influenciada por las ideas anarquistas, donde el dada, los beatniks y las drogas tenían lugar. Los yippies se declararon profundamente marxistas: Rubin decía, “estamos en la tradición revolucionaria de Groucho, Chico, Harpo y Kart”. Ellos eran “groucho-marxistas” o, mejor aún, “marxisto-lenonistas”, en relación al célebre Beattle.
Las acciones de estos “marxisto-lenonistas” tuvieron un gran eco mediático, y llegaron a influenciar en gran medida al movimiento contracultural (entre otros, por ejemplo, a la mencionada Fifth Estate desde la que escribía el comprometido manager de los MC5 John Sinclair). Los yippies consiguieron ser considerados por el gobierno como el enemigo número 1 en cuanto a lo que grupos contraculturales se refiere, a pesar de ser pacifistas y no usar jamás la violencia. Por ello, al fin, la represión calló sobre ellos tras los disturbios en Chicago en el 1968, tras presentar públicamente en la calle a un cerdo llamado Pigasus como el candidato del Youth International Party a la presidencia norteamericana, en el “Festival de la Vida” que contraponían a la Convención Nacional. El caso, conocido como la “Conspiración de Chicago”, llevó a 8 personas a la cárcel tras un juicio muy parcial; Hoffman y Rubin estaban entre éstas. La brutal represión del estado fue minando el ánimo de los yippies hasta su desaparición. Según Stewart Home la cualidad represiva del sistema era mayor de lo que los propios yippies habían pensado: “el movimiento yippie fue desintegrándose lentamente a medida que sus seguidores comprobaron que el sistema capitalista era en verdad tan malvado como ellos afirmaban en sus más retóricas declaraciones.”
Los yippies jugaron con la provocación y con la explosión de los sentimientos. Los sentimientos liberados podían ser una arma política tan fuerte como cualquiera otra. Es célebre la acción de exaltación de estos sentimientos realizada por ellos en New York: se colaron en la bolsa de Wall Street y lanzaron billetes al aire. Los agentes de bolsa olvidaron su trabajo y los intereses de sus jefes, y se arrojaron a un frenesí ávido de recolectar este dinero gratis, dándose condazos los unos a los otros. Rubin, quien por paradojas de la vida terminaría volviéndose yuppie, se reía de ellos en su manifiesto: “Míralos: animales salvajes persiguiéndose y peleándose por billetes de dólar arrojados por los hippies.”
En otra ocasión decidieron convertir la represión en un teatro. En las manifestaciones contra la guerra no era extraño que la policía decidiese cargar con contundencia. Los yippies se prepararon. En el momento que comenzó la carga policial y con ella las carreras y los gritos, empezaron a hacer sonar ruidos de disparos de metralleta y de sirenas de policía, y se explotaron bolsas de líquido que imitaba sangre sobre sus cuerpos. El espectáculo era dantesco: todo el mundo ensangrentado corriendo y dando alaridos. El caos fue total. Tal vez se pueda pensar que esta acción es en sí contraproducente, pues trivializa una represión que ya era real, y conlleva el problema de Pedro y el lobo. Hoffman pensaba que este impacto visual diría más de la guerra que cualquier slogan en una pancarta.
En este mismo sentido de propaganda por la liberación del sentimiento, los yippies realizaron otro acto en New York, esta vez contra la guerra de Vietnam. Cientos de yippies se lanzaron a la calle gritando exaltados, desbordados de alegría: “¡La guerra ha terminado! ¡La guerra ha terminado!” El resultado fue una conmoción total; la gente no daba crédito. Al fin acabaron todos abrazándose, contagiados por el entusiasmo de tal noticia y situación. Incluso la policía acabó abrazada de los melenudos festejando el fin de la guerra. El gobierno tuvo que desmentir la historia en la televisión.
La táctica yippie era el “terrorismo psíquico” y la “guerrilla de la comunicación” a través del happening teatral. Una especie de Teatro de la Crueldad, para utilizar el término acuñado por Artaud, que convierte al espectador en actor; que obliga a posicionarse y vuelve a la vida lo que en apariencia es una simulación.
Papa Noel se queda desnudo.
En este sentido querría comentar una última acción, esta vez llevada a cabo por los Motherfuckers. Como tantas otros happenings de los sesenta, éste ha sido reproducido, plagiado y reinventado en posteriores situaciones.
Varios Motherfuckers querían denunciar la miseria tras la navidad en el sistema capitalista: a los niños se les llena con esperanzas de un mundo gratis y de amor, sin intereses enfrentados, un mundo de regalos. Estos niños antes o después tendrán que despertar de su burbuja y darse cuenta de que todo eso era mentira: no hay Papa Noel que regale nada, la mayoría ha de ganar con el sudor de tu frente, y en el mundo de las mercancías hay de todo menos comunidad, amistad y compartir: todo se paga, y los consumidores y productores, los trabajadores y capitalistas, suelen tener intereses antagónicos. La simulación de una vida distinta que significa la navidad, con el Papa Noel y sus renos, o con los reyes y sus dromedarios, es también un Teatro de la Crueldad: una representación mítica, con la fuerza que el mito y el ritual tienen, pero no para la libertad sino para todo lo contrario: para la dominación. Festejan una realidad que se anhela, de comunión y gratuidad, y que no existe. El capitalismo es, exactamente, todo lo contrario a estos valores, y todo lo que en esta sociedad se expresa en estos anhelados términos se da con exclusividad en las situaciones y reinos donde no opera el capital (en el amor, en la amistad de verdad).
Los Motherfuckers entendieron qué es lo que debía hacerse: se disfrazaron de Papa Noel, ¡Jo, jo, jo!, y se pusieron a regalar los juguetes que los capitalistas de los grandes almacenes retenían en las estanterías. Los niños con naturalidad recibían los regalos, hasta que el simpático Papa Noel fue reducido, detenido por la policía, tirado al suelo y esposado. Su delito era evidente: regalar regalos en navidad. Papa Noel no es la gente de a pie, has de creerte que quien regala algo son los empresarios, aunque sólo sea trabajo.
El mito reproduce la dominación y explotación, pero redirigido, como dirían los yippies, “el mito hace la revolución”.
Bibliografía:• Grupo A.F.R.I.C.A., Manual de guerrilla de la comunicación. Virus. Barcelona, 2000.
• Home, Stewart. El asalto a la cultura. Virus. Barcelona, 1998.
• Melville, Keith. Las comunas en la contracultura. Kairós. Barcelona, 1975.
• Rocha, Servando. Los días de furia. Contracultura y lucha armada en los Estados Unidos. La Felguera. Madrid, 2004
• Rubin, Jerry. Manifiesto Yippie.
• Teodori, Maximo. Las nuevas izquierdas europeas (1956-1976). Volumen I y II. Blume. Barcelona, 1978.
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