domingo, 27 de diciembre de 2009
El ilegalismo anarquista x Paco
CONFER�NCIA ORGANITZADA PER L' AEP
I DONAD� A LA BIBLIOTECA P�BLICA AR�S
EL 7 D' OCTUBRE DEL 2003
El ilegalismo anarquista
Creo que antes de empezar a hablar del tema que nos ocupa, convendr�a explicar las razones que nos han inducido a escoger un asunto que en apariencia est�, en estos momentos, fuera de lugar. En principio nos mueve la idea de enfocar la evoluci�n del anarquismo desde un punto de vista que, como despu�s veremos, ha sido o bien desde�ado por la historiograf�a o bien tratado desde enfoques moralistas o "legalistas" que en nada nos ayudan al conocimiento de nuestro pasado, especialmente para quienes estamos interesados en la evoluci�n de las ideas anarquistas. Porque estamos convencidos que desde esta perspectiva se ampliar� nuestro horizonte y podremos entender mejor cu�les fueron los aciertos y los errores de aquellos que nos precedieron. De todos modos conviene decir que esta charla no pasar� de un esbozo, aunque con el �nimo de que sirva para ulteriores investigaciones en este campo, entre otras cosas porque pienso que la historiograf�a "oficial" no se ocupar� de estos temas o lo har� tan s�lo para desacreditarlos y por ello es a nosotros a quien corresponde investigarlos y darles la dimensi�n hist�rica que les corresponde.
En primer lugar hablar� yo para introducir el tema, es decir, aludir� a las l�neas generales de la evoluci�n de las ideas anarquistas en el campo de la acci�n directa, la propaganda por el hecho o si se quiere la expropiaci�n; despu�s tomar� la palabra Miguel Amor�s para ilustrarnos de modo particular sobre las incidencias de estas teor�as en el anarquismo espa�ol.
Conviene subrayar algo que me parece importante y que por demasiado obvio se olvida. Todos aquellos que apoyamos las ideas anarquistas nos situamos, por ese mismo hecho, fuera de la ley. En efecto, los anarquistas rechazamos el actual ordenamiento social y por tanto rechazamos las leyes que lo amparan. Ahora bien, �somos por ese hecho partidarios del asesinato, la violaci�n y dem�s agresiones que se producen contra las personas? Es evidente que no; pero si constatamos que las leyes emanadas de los parlamentos o de cualquier otra instituci�n autoritaria no est�n hechas para resolver estos problemas, ya que no se dirigen a las ra�ces de los mismos, sino que se limitan a controlar sus efectos, no habr� m�s remedio que concluir que necesariamente, todos aquellos que estamos en contra de una sociedad construida sobre semejantes fundamentos, debemos estar en contra tambi�n de las leyes que la amparan.
He tra�do esto a colaci�n, porque quer�a hacer referencia a la forma en que generalmente se llevan a cabo los estudios hist�ricos, especialmente los referidos a la Historia Social. Por regla general, el historiador traspone la legalidad de su presente hist�rico y la traslada al per�odo que est� estudiando, es decir, considera -en la mayor parte de los casos de manera inconsciente- que la legalidad del per�odo es incontestable y ni siquiera se plantean las bases �ticas en las que se asientan, dando como resultado que todos aquellos movimientos sociales de oposici�n quedan, por ello mismo, situados al margen de la ley. En cierto modo esto recuerda a los cronistas de la edad media: cuando alguien se revelaba contra la autoridad y triunfaba era considerado un h�roe, en tanto que si fracasaba se le tildaba de villano, traidor y otros ep�tetos de este estilo.
Por otro lado, los estudios sobre los cuerpos represivos tampoco ha tenido muchos seguidores y cuando alguno se ha hecho, ha sido en forma laudatoria y encomi�stica. Sin embargo, los montajes policiales en este pa�s han sido numerosos y los procedimientos de los cuerpos represivos, apoy�ndose en la mayor parte de los casos, en confidentes surgidos de lo m�s bajo de la sociedad, indican la altura �tica de estas instituciones y la del Estado en general. De todos modos, si nos propusi�ramos llevar a cabo un estudio de esta naturaleza nos tropezar�amos con una falta total de documentaci�n de primera mano, ya que los archivos policiales o judiciales eran sistem�ticamente arrojados a la basura al cabo de un tiempo. Pero esto no se hacia -en la mayor parte de los casos- con �nimo de sustraer pruebas al juicio de la historia, sino por causas mucho m�s simples: falta de espacio, confianza en que a nadie podr�an interesarle unos papeles tan viejos, etc. Tendr�amos por tanto que recurrir a fuentes indirectas: archivos particulares, peri�dicos, etc.
Por contra en Francia este material es abundante e incluso contamos con varios libros de memorias de prefectos de polic�a de Par�s -en Espa�a, al menos que yo sepa, no hay nada parecido; cuando un polic�a de este pa�s ha escrito algo, lo ha hecho para relatar alg�n suceso particular en el que l�gicamente habr�a destacado su natural pericia.
Y va a ser precisamente en Francia donde por primera vez se desate la pol�mica en torno a tan interesante cuesti�n a ra�z del caso Duval. El 5 de octubre de 1886 se comete un robo en un hotel particular de la calle Montceau de Par�s. Los protagonistas del hecho fueron Clemente Duval acompa�ado de otro anarquista de nombre Turquais. Por un encadenamiento de circunstancias fortuitas, Duval es localizado, siendo acosado por el inspector Rossignol que en la captura resulta herido por Duval que al fin es detenido y encarcelado en la famosa prisi�n de Mazas. A los pocos d�as de su encierro escribi� una carta al juez instructor en la que dec�a:
"En mi hoja de prisi�n en Mazas, he visto escrito: Tentativa de homicidio; yo creo, muy al contrario que he obrado en leg�tima defensa. Verdad es que usted y yo no consideramos esto de la misma manera, teniendo en cuenta que yo soy anarquista, o mejor dicho, partidario de la anarqu�a, pues no se puede ser anarquista en la sociedad actual; sentado esto, yo no reconozco la ley, sabiendo por experiencia que la ley es una prostituta a quien se maneja como conviene, en ventaja o detrimento de �ste o del otro, de tal o cual clase.
Si yo he herido al agente Rossignol, es porque �l se ha arrojado sobre m� en nombre de la ley. En nombre de la libertad yo le he herido. Soy, pues, l�gico con mis principios: no hay, pues, tal tentativa de asesinato. Ya es tiempo tambi�n de que los agentes cambien de papel: antes que perseguir a los ladrones, que prendan a los robados."
Este hecho no tardar�a en saltar a las p�ginas de los peri�dicos anarquistas. Clemente Duval, miembro del grupo anarquista "La Panth�re des Batignoles", que ten�a en muy alto grado su condici�n de anarquista, escribi� una carta al peri�dico Le R�volt�, dirigido por Kropotkin, para explicar la condena a un a�o de prisi�n por robo que hab�a descontado algunos a�os antes. En esta carta, despu�s de explicar las dificultades que hab�a tenido en diversos trabajos por cuesti�n de enfermedad, declara que sustrajo dinero a la compa��a para la que trabajaba, porque careciendo de los necesario ten�a el derecho a arrebatar lo superfluo a quienes se dedicaban a expoliar a sus trabajadores.
El 11 de enero de 1887, Clemente Duval compareci� delante del tribunal. Pero Duval actu� en �l m�s como acusador que como acusado. Para este anarquista el robo no era m�s que la restituci�n, en su provecho, llevada a cabo por un individuo consciente de que las riquezas son producidas colectivamente e indebidamente acaparadas por unos pocos. En otra carta publicada en el citado peri�dico en los d�as de su juicio declaraba, entre otras cosas: "Desde mi punto de vista no soy un ladr�n. La naturaleza al crear al hombre le da el derecho a la existencia y este derecho el hombre tiene el deber de ejercerlo plenamente. Si la sociedad no le suministra los medios para su supervivencia, el ser humano puede leg�timamente tomar lo necesario all� donde existe lo superfluo." N�tese que esta frase tiene grandes similitudes con la que muchos a�os m�s tarde suscribir�a Wilhelm Reich al afirmar que el problema no era que aquellos que no tuvieran lo necesario para su subsistencia lo tomaran de donde pudieran, sino que quienes no disponiendo de lo imprescindible para subsistir no lo hicieran.
Duval fue condenado a muerte y el antes militante an�nimo se convirti� en un h�roe en los c�rculos anarquistas. En la mente de muchos comenzaba a abrirse paso la idea de que hab�a sido condenado a muerte no por ser ladr�n, sino por declararse anarquista. Se llevaron a cabo diversos actos para protestar por el veredicto y en uno de ellos, Luisa Michel termin� su discurso afirmando: "El d�a de la ejecuci�n de este anarquista ir� a la plaza de la Roquette para gritar, �Viva la Anarqu�a! Y espero ver que todos los revolucionarios conscientes se unir�n conmigo en esta protesta." A Duval se le conmut� la pena por la de cadena perpetua y fue conminado en la Guayana de donde consigui� fugarse despu�s de varios intentos, refugi�ndose en Nueva York entre los anarquistas italo-americanos de "L�Adunata dei Refrattari".
Vittorio Pini era un muchacho de una treintena de a�os, m�s bien alto, moreno y con ojos casta�os, de oficio zapatero. De origen italiano, viv�a en Par�s y fund� en 1887 junto con su compatriota Parmeggiani el grupo anarquista "Los Intransigentes". Su convicci�n anarquista esta fuera de toda duda, pero en cuanto a la propiedad profesaba las mismas ideas que las de Duval. En el curso de un registro que tuvo lugar en su domicilio el 18 de junio de 1889, como resultado de una demanda de extradici�n del gobierno italiano, la polic�a encontr� un verdadero arsenal de ladr�n y el producto restante de numerosos robos cometidos en Par�s y en provincia. El 4 de noviembre de ese mismo a�o comparec�a en el tribunal, junto a otros compa�eros. La suma total de los robos alcanzaba la suma, muy elevada para la �poca, de 400000 a 500000 francos. Sin embargo, seg�n "La R�volte", "Pini jam�s actu� como un ladr�n profesional. Es un hombre con muy pocas necesidades, que viv�a sencillamente, pobremente incluso y con austeridad, Pini robaba para destinarlo a la propaganda, eso nadie lo ha negado. En el juicio Pini se hizo responsable �nico de los hechos y defendi� el principio anarquista del derecho al robo o mejor a la expropiaci�n. Fue condenado a veinte a�os de trabajos forzados acogiendo la sentencia a los gritos de "�Viva la anarqu�a! �Abajo los ladrones!". Se escap� de prisi�n, pero fue apresado de nuevo.
Digamos de pasada que el anarquista franc�s Carlos Malato no le profesaba muchas simpat�as a Pini y esta quiz� sea la raz�n que Georges Darien lo inmortalizara en su novela El Ladr�n, convirti�ndolo en un personaje pat�tico de filosof�a enrevesada con el nombre de Talmasco.
Duval y Pini fueron en esta �poca los representantes de los anarquistas para quienes la expropiaci�n era un derecho. Desde luego no fueron los �nicos. Antes y despu�s de esta �poca pueden encontrarse ejemplos de esta pr�ctica y tambi�n de falsificaci�n de moneda. Luego veremos que aqu� en este pa�s, se produjo muy temprano un hecho de similares caracter�sticas. Tampoco fueron los anarquistas los inventores de esta pr�ctica, porque ya en 1847, ciertos comunistas, interpretando a su manera el pensamiento de Proudhon practicaron la expropiaci�n. La teor�a que subyace a esta pr�ctica es, en l�neas generales, robar a los ricos, hacer que los burgueses restituyan sus riquezas mal adquiridas, pero en la realidad las discriminaciones son en muchas ocasiones excesivamente sutiles y algunos compa�eros de dudosa moralidad lo tomaron como pretexto para vivir deshonestamente en detrimento de sus propios camaradas.
Pero estas pr�cticas no fueron admitidas por el conjunto del movimiento anarquista y a pesar del amplio debate que se produjo a ra�z de estos hechos, la cuesti�n qued� pendiente desde el punto de vista te�rico. En la reuni�n internacional anarquista celebrada en Par�s en julio de 1889, se volvi� a poner el tema a discusi�n, pero sin que se pudiera llegar a una conclusi�n clara. En el curso de los a�os sucesivos cada cual mantuvo su posici�n y finalmente dos tesis se afirmaron. La sostenida por Sebasti�n Faure y ciertos redactores de "La R�volte", como Paul y Eliseo Reclus, aprobando el robo en todos los casos y viendo en ese gesto un acto revolucionario y la defendida por Jean Grave que lo rechazaba de plano: "Somos un partido revolucionario. Y en tanto que lo somos no queremos perpetuar el robo, la mentira, el enga�o y la estafa que son la esencia de la sociedad que queremos destruir."
Por su parte Sebasti�n Faure argumentaba la defensa del robo diciendo: "Combatimos al explotador y al par�sito, pero aprobamos al ladr�n. En este caso, existen dos actos sucesivos y no simult�neos, el robo en s� mismo y el destino que se d� al producto robado. Nos reservamos condenar o aprobar el segundo; pero aplaudiremos siempre el primero."
Mientras que Paul Reclus afirmaba: "Lo que yo llamar�a mi proposici�n principal es esta. En nuestra sociedad actual, el robo y el trabajo no son diferentes en esencia. Me sublevo contra esa pretensi�n de que hay un medio honesto de ganarse la vida, el trabajo y uno deshonesto, el robo y la estafa. Como productor, tratamos de obtener el m�ximo posible de nuestro trabajo, como consumidores, pagamos lo menos caro posible y del conjunto de estas transacciones, resulta que todos los d�as de nuestra vida, robamos o somos robados."
En cuanto a Eliseo Reclus, as� se expresaba: "No es malo que alguien nos recuerde a los moralistas y moralizantes que nosotros tambi�n vivimos del robo y la rapi�a." "El revolucionario que se dedica a la expropiaci�n para dedicarla a las necesidades de sus amigos, puede tranquilamente y sin remordimientos dejar que lo califiquen de ladr�n."
Se�alemos que los "ilegalistas anarquistas", en tanto que familia, son de esta �poca. A partir de este momento algunos compa�eros consideraron ya los actos ilegales de expropiaci�n como lo esencial de su actividad y por ello mismo, constituyeron desde entonces un tipo particular de anarquista.
En los primeros a�os del siglo XX surgieron muchos grupos anarquistas que defendieron el ilegalismo y aunque es dif�cil extraer una teor�a coherente de la multitud de art�culos que se publicaron, en su conjunto se justificaba la expropiaci�n por las siguientes consideraciones:
"El derecho al robo no es ciertamente un derecho natural del hombre, pero es no obstante la contrapartida del derecho a la explotaci�n que se han atribuido los poderosos y s�lo desparecer� cuando desaparezca �sta". Contra los explotadores "todos los medios son buenos y deben ser empleados" y se llega a la conclusi�n que "el ladr�n, el timador o el estafador, en revuelta permanente contra el orden de cosas establecido es el �nico consciente de su rol social". Por tanto la apropiaci�n individual estaba considerada como un acto revolucionario, tan justificado como el acto de apropiaci�n colectiva admitido por todas las escuelas socialistas.
Asimilado pues a un acto revolucionario, el robo iba a gozar de un cierto prestigio en algunos c�rculos. Fue en este ambiente en el que surgi� la banda m�s conocida de aquella �poca: la de Abbeville, que podemos considerar como paradigm�tica y uno de cuyos miembros lleg� a tener cierto renombre: Marius Jacob, un personaje muy interesante. Estuvo m�s de veinte a�os en la isla del diablo, de la cual sale libre a finales de 1928. En 1936 vino a Espa�a a conseguir armas para las milicias anarquistas, pero se encontr� que Ascaso y Durruti estaban muertos y el ambiente fue hostil a su planes armament�sticos. "�D�nde est�n los anarquistas? En las fosas comunes. Traicionados en las retaguardias, se sacrifican en el frente." Y el ya anciano Jacob comprende que ha sido v�ctima de una �ltima trampa del ideal.
En 1948 Jacon le escribi� una carta al historiador franc�s Jean Maitron en la que le confesaba: "No creo que el ilegalismo pueda liberar al individuo en la sociedad presente. Si, por este medio, logra liberarse de ciertas servidumbres, la desigualdad de la lucha le procura otras a�n m�s pesadas, y al cabo la p�rdida de la libertad, de la min�scula libertad que gozaba y, en ocasiones, de la vida. En el fondo el ilegalismo, considerado como acto de rebeli�n, es m�s bien cuesti�n de temperamento que de doctrina. Es por esto que no puede tener efecto educativo en el conjunto de la clase trabajadora. Quiero decir un buen efecto educativo".
En abril de 1905 aparece el peri�dico L�Anarchie que se convierte en tribuna del individualismo anarquista y su fundaci�n resulta muy importante para el desarrollo de las teor�as ilegalistas. Su fundador fue un anarquista de gran originalidad y bastante pintoresco, de nombre Albert Libertad. En torno a �l se agrupan toda una serie de colaboradores, algunos de los cuales le sucedieron en la direcci�n del peri�dico: Andr�. Lorulot, Juin, m�s conocido como Ernest Armand, Mauricius, Paraf-Javal y Kibaltchiche, alias V�ctor Serge. Tambi�n frecuentaran la redacci�n del peri�dico algunos de los conocidos como los bandidos tr�gicos, miembros de la denominada banda Bonnot.
Desde entonces poco ha variado la teor�a en torno al ilegalismo anarquista y sus partidarios han seguido siendo un tipo particular dentro del movimiento, con detractores y simpatizantes en funci�n de sus propios postulados te�ricos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario