martes, 15 de enero de 2013

Capitalismo de Estado y Dictadura* x Anton Pannekoek

sobre el marxista comunista de consejos Anton Pannekoek ir aqui

 I


El término "capitalismo de Estado" se usa frecuentemente de dos maneras diferentes: la primera, como una forma económica en la que el Estado realiza el papel del empresario capitalista, explotando a los trabajadores en interés del Estado. El sistema federal de correos o un ferrocarril de propiedad estatal son ejemplos de este tipo de capitalismo de Estado. En Rusia, esta forma de capitalismo de Estado predomina en la industria: el trabajo es planificado, financiado y gestionado por el Estado; los directores de industria son designados por el Estado y los beneficios se consideran la renta del Estado. La segunda, encontramos que se define como capitalismo de Estado (o socialismo de Estado) aquella situación en la que las empresas capitalistas son controladas por el Estado. Esta definición está, no obstante, desencaminada, en tanto bajo estas condiciones existe todavía la forma de la propiedad privada aunque el propietario de una empresa ya no sea el único amo, estando su poder restringido mientras se acepta cierto sistema de seguridad social para los trabajadores.

Ahora bien, depende del grado de ingerencia del Estado en las empresas privadas. Si el Estado aprueba ciertas leyes que afectan a las condiciones de empleo, tales como la contratación y el despido de los trabajadores, si las empresas son financiadas por un sistema bancario federal, o se conceden subvenciones para apoyar el comercio exportador, o si se fija por ley la limitación de los dividendos de las grandes corporaciones, entonces se llegará a una situación en la que el control estatal regulará la vida económica entera. Esto variará en ciertos grados del estricto capitalismo de Estado.

Considerado la situación económica actual en Alemania, podríamos considerar que allí prevalece una suerte de capitalismo de Estado. Los gobernantes de la gran industria en Alemania no son sujetos subordinados al Estado, sino que son el poder gobernante en Alemania a través de los funcionarios fascistas en las oficinas gubernamentales. El Partido Nacional-Socialista se desarrolló como una herramienta de estos gobernantes. En Rusia, por el contrario, la burguesía fue destruida por la Revolución de octubre y ha desaparecido completamente como poder gobernante. La burocracia del gobierno ruso tomó el mando de la creciente industria. El capitalismo de Estado ruso pudo desarrollarse en tanto que allí no había una burguesía poderosa. En Alemania, como en Europa occidental y en América, la burguesía tiene el poder total, es la propietaria del capital y de los medios de producción. Esto es esencial para el carácter del capitalismo. El factor decisivo es el carácter de la clase que es propietaria, con pleno control, del capital, no la forma interna de la administración, ni el grado de ingerencia del Estado en la vida económica de la población. Aun si esta clase considera una necesidad someterse a una regulación más estricta --paso que también haría a los capitalistas privados más pequeños ser más dependientes de la voluntad de los grandes capitalistas-- todavía permanecería el carácter del capitalismo privado. Debemos, por consiguiente, apreciar la diferencia entre el capitalismo de Estado y ese capitalismo privado que puede regularse hasta el más alto grado por medio del Estado.
Las regulaciones estrictas no han de verse simplemente como un intento por encontrar una salida a la crisis. Las consideraciones políticas también toman parte. Los ejemplos de regulación estatal apuntan a un objetivo general: la preparación para la guerra. La industria de guerra se regula, lo mismo que la producción de comida de los granjeros, para estar preparados para la guerra. Empobrecida por los resultados de la última guerra, privada de provincias, materias primas, colonias, capital, la burguesía alemana debe intentar rehabilitar las fuerzas que le quedan mediante una rigurosa concentración. Previendo la guerra como recurso final, pone tantos recursos como sea necesario en manos del control estatal.

Una vez encarados al objetivo común de un nuevo poder mundial, los intereses privados de las diversas secciones de la burguesía quedan en segundo plano. Todos los poderes capitalistas están confrontados con esta cuestión: ¿en que medida al Estado, como representante de los intereses comunes de la burguesía nacional, se le deberían confiar poderes sobre las personas, las finanzas y la industria en la lucha internacional por el poder? Esto explica por qué en esas naciones de una población pobre, pero rápidamente en aumento, sin ninguna o con pocas colonias (tal como Italia, Alemania, Japón), el Estado ha asumido el mayor poder.

Uno puede plantearse la pregunta: ¿no es el capitalismo de Estado la única "salida" para la burguesía? Obviamente, el capitalismo de Estado sería factible únicamente si todo el poceso productivo pudiese ser gestionado y planificado centralmente desde arriba, para satisfacer las necesidades de la población y eliminar las crisis. Si tales condiciones se produjesen, la burguesía dejaría entonces de ser una burguesía auténtica. En la sociedad burguesa no sólo existe la explotación de la clase obrera, sino que también debe existir la lucha constante de las diversas secciones de la clase capitalista por los mercados y por fuentes para la inversión de capital. Esta lucha entre los capitalistas es totalmente distinta de la vieja libre competición en el mercado. Bajo la cobertura de la cooperación del capital dentro de la nación, existe allí una lucha continua entre enormes monopolios. Los capitalistas no pueden actuar como meros recolectores de dividendos, dejando la iniciativa a funcionarios estatales para atender a la explotación de la clase obrera. Los capitalistas luchan entre ellos por los beneficios y por el control del Estado para proteger sus intereses sectoriales, y su campo de acción se extiende más allá de los límites del Estado. Aunque durante la crisis actual tuvo lugar una fuerte concentración dentro de cada nación capitalista, todavía persisten allí los poderosos entrelazamientos internacionales (del gran capital). En la forma de una lucha entre naciones, la lucha de los capitalistas continúa, con lo cual una crisis política severa a causa de la guerra y la derrota tiene el efecto de una crisis económica.

Cuando, por consiguiente, surge la cuestión de si el capitalismo de Estado --en el sentido en que ha sido usado arriba-- es una fase intermedia necesaria, antes de que el proletariado tome el poder, de si sería la forma más elevada y última de capitalismo establecida por la burguesía, la respuesta es no. Por otro lado, si por capitalismo de Estado uno quiere decir el control y la regulación estrictas del capital privado por el Estado, la respuesta es , variando el grado de control estatal dentro de un país de acuerdo con la época y las condiciones, llevandose a cabo de diferentes modos la preservación y el incremento de los beneficios, dependiento de las condiciones históricas y políticas y de la relación entre las clases.

II

Sin embargo, es posible y bastante probable que el capitalismo de Estado sea una fase intermedia, hasta que el proletariado tenga éxito en establecer el comunismo. Esto, no obstante, no podría ocurrir por razones económicas sino políticas. El capitalismo de Estado no sería el resultado de las crisis económicas, sino de la lucha de clases. En la fase final del capitalismo, la lucha de clases es la fuerza más importante que determina las acciones de la burguesía y amolda la economía estatal.

Ha de esperarse que, como resultado de la gran tensión y conficto económicos, la lucha de clase del proletariado futuro se inflamará hasta llegar a la acción de masas. Sea esta acción de masas el resultado de conflictos salariales, guerras o crisis económicas, y tome la forma de huelgas de masas, disturbios callejeros o lucha armada, el proletariado establecerá organizaciones-de-consejos[1*] --órganos de autodeterminación y ejecución uniforme de la acción--. Esté será particularmente el caso en Alemania. Allí los viejos órganos políticos de la lucha de clases han sido destruidos; los trabajadores están codo con codo como individuos, sin ninguna otra fidelidad que a su clase. Si van a desarrollarse movimientos políticos de largo alcance en Alemania, los trabajadores sólo podrían funcionar como clase, luchar como clase, cuando opongan, al principio capitalista de la dictadura unipersonal, el principio proletario de la autodeterminación de las masas. En otros países parlamentarios, por otra parte, los trabajadores son severamente estorbados en su desarrollo como clase independiente por las actividades de los partidos políticos. Estos partidos prometen a la clase obrera métodos de lucha más seguros, imponen su dirección a los trabajadores y con la ayuda de su maquinaria de propaganda hacen de la mayoría de la población sus seguidores descerebrados. En Alemania estos impedimentos son una tradición moribunda.

Tales luchas de masas primarias son sólo el principio de un periodo de desarrollo revolucionario. Permítasenos tomar una situación favorable al proletariado, en la que esa acción proletaria es tan poderosa como para paralizar y derrocar al Estado burgués. A pesar de la acción unánime a este respeto, el grado de madurez de las masas puede variar. Una concepción clara de los objetivos, los modos y los medios sólo se adquirirá durante el proceso de la revolución, y después de la primera victoria se afirmarán las diferencias acerca de la táctica ulterior. Entonces los portavoces de los partidos socialista o comunista aparecen; no están muertos, por lo menos sus ideas están vivas entre el sector "moderado" de los trabajadores. Ahora ha llegado el momento de poner en práctica su programa de "socialismo de Estado".

Los trabajadores más progresivos, cuyo objetivo debe ser poner la dirección de la lucha bajo el control de la clase obrera, por medio de la organización-de-consejos, (debilitando así el poder enemigo de la fuerza estatal) se encontrarán con la propaganda "socialista", en la que se enfatizará la necesidad de construir aceleradamente el orden socialista por medio de un gobierno "socialista". Se lanzarán advertencias contra las demandas extremas, se harán apelaciones a la timidez de aquellos individuos para los que el pensamiento del comunismo proletario es todavía inconcebible; se aconsejarán los compromisos con los reformistas burgueses, así como la compra de la burguesía, en lugar de forzarla a una resistencia amarga por medio de la expropiación. Se harán intentos de retraer a los trabajadores de los objetivos revolucionarios, de la lucha de clase determinada. Alrededor de este tipo de propaganda se agruparán aquellos que se sientan llamados a estar a la cabeza del partido o a asumir la dirección entre los trabajadores. Entre estos líderes estará una gran porción de la intelectualidad --que fácilmente se adapta al "socialismo de Estado", pero no al comunismo de consejos-- y otras secciones de la burguesía que ven en las luchas obreras una nueva posición de clase, desde la cual pueden combatir con éxito el comunismo. "El socialismo contra la anarquía", tal será el grito de guerra de aquellos que querrán salvar del capitalismo lo que pueda salvarse.

El resultado de esta lucha depende de la madurez de la clase obrera revolucionaria. Aquéllos que ahora creen que todo lo que uno tiene que hacer es esperar la acción revolucionaria, porque entonces la necesidad económica enseñará a los trabajadores cómo actuar correctamente, son víctimas de una ilusión. Ciertamente, los trabajadores aprenderán rápidamente y actuarán enérgicamente en tiempos revolucionarios. Mientras tanto, probablemente se experimentarán duras derrotas, que resultarán en la pérdida de innumerables víctimas. Cuanto más cabal sea la obra de esclarecimiento del proletariado, más firme será el ataque de las masas contra el intento de los "líderes" de dirigir sus acciones hacia los cauces del socialismo estatal. Considerado las dificultades con que se encuentra ahora la tarea de esclarecimiento, parece improbable que quede allí abierto para los trabajadores un camino a la libertad sin retrocesos. En esta situación se encontrarán las posibilidades del capitalismo de Estado como fase intermedia antes de la llegada del comunismo.

Así, la clase capitalista no adoptará el capitalismo de Estado por el devenir de sus propias dificultades económicas. El capitalismo monopolista, particularmente cuando usa al Estado como una dictadura fascista, puede asegurarse la mayoría de las ventajas de una organización única sin abandonar su propia dominación sobre la producción. Se dará una situación distinta, sin embargo, cuando la burguesía se sienta tan presionada por la clase obrera que la forma vieja del capitalismo privado ya no pueda salvarse. Entonces el capitalismo de Estado será la salida: la preservación de la explotación en la forma de una sociedad "socialista", donde los "líderes más capaces", los "mejores cerebros", y los "grandes hombres de acción" dirigirán la producción y las masas trabajarán obedientemente bajo su mando. Si a este estado se le llama capitalismo de Estado o socialismo de Estado da lo mismo en principio. Si uno se refiere al primer término "capitalismo de Estado" como siendo una burocracia estatal dominante y explotadora, o al segundo término, "socialismo de Estado", como a un cuerpo de funcionarios necesarios que, como servidores respetuosos y obedientes de la comunidad, comparten el trabajo con los trabajadores, la diferencia en último análisis reside en la suma de los salarios y la medida cualitativa de su influencia en las conexiones de partido.

Tal forma de sociedad no puede ser estable, es una forma regresiva contra la cual la clase obrera se levantará de nuevo. Bajo ella puede producirse orden en cierta medida, pero la producción sigue restringida. El desarrollo social sigue obstaculizado. Rusia fue capaz, a través de esta forma de organización, de cambiar del semi-barbarismo a un capitalismo desarrollado, de superar incluso los logros del capitalismo privado de los países occidentales. En este proceso figura el manifiesto entusiasmo entre las clases burguesas "advenedizas", dondequiera que el capitalismo empieza su curso. Pero tal capitalismo de Estado no puede progresar. En Europa occidental y en América la misma forma de organización económica no sería progresiva, dado que impediría la llegada del comunismo. Obstruiría la revolución necesaria en la producción; es decir, sería reaccionaria en su carácter y asumiría la forma política de una dictadura.

III

Algunos marxistas mantienen que Marx y Engels previeron este desarrollo de la sociedad hacia el capitalismo de Estado. Pero nosotros no conocemos ninguna declaración de Marx acerca del capitalismo de Estado de la cual pudiésemos deducir que considerase que el Estado, cuando éste asume el papel de capitalista único, fuese la última fase de la sociedad capitalista. Él vio en el Estado el órgano de opresión que la sociedad burguesa usa contra la clase obrera. Para Engels: "El proletariado toma el poder del Estado y entonces transforma la propiedad de los medios de producción en propiedad del Estado".
Esto significa que la transformación de la propiedad en propiedad estatal no ocurrirá previamente. Cualquier esfuerzo por hacer responsable a esta sentencia de Engels de la teoría del capitalismo de Estado, lleva a Engels a contradicción consigo mismo. Tampoco hay ninguna confirmación de esto que se pueda encontrar en los acontecimientos reales. Los ferrocarriles en los países capitalistas altamente desarrollados, como Inglaterra y América, todavía son la posesión privada de corporaciones capitalistas. Sólo los servicios postales y telegráficos son poseídos por los Estados en la mayoría de los países, pero por razones distintas que su alto estado de desarrollo. Los ferrocarriles alemanes fueron apropiados por el Estado mayormente por razones militares. El único capitalismo de Estado que fue capaz de transformar los medios de producción en propiedad del Estado es el ruso, pero no a cuenta de su elevado estado de desarrollo, sino al revés, a cuenta de su bajo estado de desarrollo. No hay nada, sin embargo, que pueda encontrarse en Engels que pudiera aplicarse a las condiciones existentes en Alemania e Italia hoy, que consisten en la fuerte regulación supervisora y la limitación de la libertad del capitalismo privado mediante un Estado todopoderoso.

Esto es totalmente natural, ya que Engels no era un profeta; era sólo un científico que era bien consciente del proceso del desarrollo social. Lo que él expone son las tendencias fundamentales en este desarrollo y su significación. Las teorías del desarrollo se expresan mejor cuando se exponen en conexión con el futuro; no es, por tanto, dañino expresarlas con cautela. Cuanto menos cauta es la expresión, como es a menudo el caso de Engels, esto no disminuye en lo más mínimo el valor de los prognósticos, aunque los acontecimientos no correspondan exactamente a las predicciones. Un hombre de su calibre tiene derecho a esperar que incluso sus suposiciones sean tratadas con cuidado, cuanto que se ha llegado a ellas bajo ciertas condiciones definidas. La obra de deducir las tendencias del capitalismo y su desarrollo, y darles forma en teorías coherentes y comprehensivas, asegura a Marx y Engels una posición prominente entre los pensadores más excelentes y científicos del siglo diecinueve; pero la descripción exacta, en todos sus detalles, de la estructura social de la mitad siglo por delante, era una imposibilidad incluso para ellos.
Las dictaduras, como las de Italia y Alemania, se hicieron necesarias como medios de coerción para imponer a la masa reacia de pequeños capitalistas el nuevo orden y las limitaciones reguladoras. Por esta razón, tal dictadura es considerada a menudo la forma política futura de la sociedad en un capitalismo desarrollado a nivel mundial.

Durante cuarenta años, la prensa socialista señaló que la monarquía militar era la forma política de la sociedad perteneciente a una sociedad capitalista concentrada. Pues el burgués tiene la necesidad de un Kaiser, de los Junkers y del ejército para la defensa contra una clase obrera revolucionaria por un lado, y contra los países vecinos por el otro. Durante diez años prevaleció la creencia de que la república era la verdadera forma de gobierno en un capitalismo desarrollado, porque bajo esta forma de Estado los burgueses serían los amos. Ahora se considera que la dictadura es la forma de gobierno necesaria. Cualquiera que pueda ser la forma, siempre se encuentran las razones más adecuadas para ella. Mientras, al mismo tiempo países como Inglaterra, Francia, América y Bélgica, con un capitalismo altamente concentrado y desarrollado, retienen la misma forma de gobierno parlamentario, sea éste bajo una república o un reino. Esto prueba que el capitalismo elige muchos caminos que llevan al mismo destino, y también prueba que no se debe tener prisa en deducir conclusiones de las experiencias de un país para aplicarlas al mundo en general.

En cada país el gran capital cumple su dominación por medio de las instituciones políticas existentes, desarrolladas a través de la historia y las tradiciones, cuyas funciones son expresamente transformadas. Inglaterra ofrece un ejemplo. Allí el sistema parlamentario, junto con un alto grado de libertad y autonomía personales, tienen tanto éxito que no hay ninguna traza de socialismo, comunismo o pensamiento revolucionario entre las clases trabajadoras. Allí crece y se desarrolla también el capitalismo monopolista. Allí, también, el capitalismo domina al gobierno. Allí, también, el gobierno toma medidas para superar los resultados de la depresión; pero se las arreglan perfectamente sin la ayuda de una dictadura. Esto no hace de Inglaterra una democracia, porque ya hace medio siglo que dos camarillas aristocráticas de políticos se apropian del gobierno alternativamente, y las mismas condiciones prevalecen hoy. Pero están gobernando por medios diferentes; a la larga, estos medios pueden ser más eficaces que la dictadura brutal. Comparado con Alemania, el igual y poderoso gobierno del capitalismo inglés parece ser el más normal. En Alemania, la presión de un gobierno policial forzó a los trabajadores a movimientos radicales, como consecuencia de lo cual obtuvieron un poder político externo; no lo obtuvieron a través del empeño de una gran fuerza interior dentro de sí mismos, sino a través de la debacle militar de sus gobernantes y, finalmente, vieron ese poder destruido por una dictadura afilada, el resultado de una revolución pequeñoburguesa que fue financiada por el capital monopolista. Esto no debe interpretarse en el sentido de que la forma inglesa de gobierno sea realmente la normal, y la alemana la anormal; justamente como sería equivocado asumir lo contrario. Cada caso debe juzgarse separadamente, cada país tiene el tipo de gobierno que germinó a partir de su propio curso de desarrollo político.

Observando América, encontramos en esta tierra de la mayor concentración de capital monopolista tan poco deseo de cambio a una dictadura como lo encontramos en Inglaterra. Bajo la administración de Roosevelt se efectuaron ciertas regulaciones y acciones para paliar los resultados de la depresión, algunas de las cuales eran completas innovaciones. Entre éstas estaba también el comienzo de una política social, que hasta ahora estaba completamente ausente de la política americana. Pero el capital privado ya está rebelándose y sintiéndose lo suficientemente fuerte para seguir su propio curso en la lucha política por el poder. Vistas desde América, las dictaduras en diversos países europeos aparecen como una armadura pesada, destructiva de la libertad, que las estrechamente aprisionadas naciones de Europa deben llevar, debido a que peleas heredadas las lanzan a la destrucción mútua; pero no se presentan como lo que realmente son, resueltas formas de organización de un capitalismo altamente desarrollado.

Los argumentos en favor de un nuevo movimiento obrero, que nosotros designamos con el nombre de comunismo de consejos, no encuentran su base en la dictadura capitalista de Estado o fascista. Este movimiento representa una necesidad vital de las clases obreras y habrá de desarrollarse en todas partes. Se convierte en una necesidad debido a la colosal elevación del poder del capital, porque contra un poder de esta magnitud las viejas formas del movimiento obrero se vuelven impotentes; en consecuencia, el trabajo debe encontrar nuevos medios de combate. Por esta razón, los principios programáticos para el nuevo movimiento obrero no pueden basarse ni en el capitalismo de Estado, ni en el fascismo o en la dictadura como sus causas, sino solamente en el poder constantemente creciente del capital y en la impotencia del viejo movimiento obrero para enfrentarse a este poder.

Para las clases obreras en los países fascistas prevalecen ambas condiciones, pues allí el poder incrementado del capital es el que sostiene en el país la dictadura política al igual que la dictadura económica. Cuando allí la propaganda por nuevas formas de acción conecta con la existencia de la dictadura, es así como debe ser. Pero sería una estupidez basar un programa internacional en tales principios, olvidando que las condiciones en otros países difieren ampliamente de las de los países fascistas.

Nota de traducción:
[1*] Traducimos "council organisation" por "organización-de-consejos", debido a que éste término no sólo designa a los consejos obreros o soviets en sentido estricto, sino también a las formas de organización inspiradas en ellos o que les sirven de base, como fuera en caso de las Organizaciones de Fábrica alemanas en los años 20 y su combinación en Uniones Obreras.

*Este artículo se publicó primeramente al parecer en Räte Korrespondenz. Esta traducción fue publicada en International Council Correspondence, vol. III, nº 1, enero de 1937.
Traducido y digitalizado por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques. Formato HTML para el Marxists Internet Archive el Jonas Holmgren.

Leninismo, ideología fascista x Miguel Amorós

¡Liberar a la Humanidad del yugo bienhechor del Estado! Es extraordinario hasta qué punto los instintos criminales anidan en el hombre. Lo digo claramente: criminales. La libertad y el crimen van tan íntimamente liados, si usted prefiere, como el movimiento de un avión y su velocidad. Si la velocidad del avión es nula, permanece inmóvil, y si la libertad del hombre es nula, no comete crímenes. Está claro. El único medio de librar al hombre del crimen es librarlo de la libertad.

Evgeni Zamiatin, Nosotros, 1920.

La existencia de sectas inmovilistas más o menos virtuales que se reclaman de Lenin es hoy un asunto más relacionado con las neurosis que acechan a los individuos inmersos en las condiciones modernas del capitalismo que con la lucha por las ideas que sostienen los rebeldes contra los ideólogos de la clase dominante. El tiempo no perdona y el fracaso final del leninismo ocurrido entre 1976 y 1980 ha llevado a los creyentes que sobrevivieron a una supervivencia esquizoide. Como ya estudió Gabel, el precio a pagar por su fe es una conciencia escindida, una especie de doble personalidad. Por un lado la realidad desmiente el dogma hasta en el menor detalle, y por el otro, la interpretación militante ha de retorcerla, encorsetarla y manipularla hasta el delirio para amoldarla al dogma y fabricar un relato maniqueo sin contradicciones. Como si de una Biblia se tratase, en dicho relato están todas las respuestas. El cuento leninista suprime la angustia que en el creyente engendran las contradicciones de la práctica, lo que constituye una poderosa arma para escapar a la realidad. El resultado sería patético para el resto de los seres vivos si los debates abundaran en el seno de un proletariado combativo como el de los años setenta, pero dado el estado actual de la conciencia de clase, o lo que es lo mismo, dada la inversión espectacular de la realidad, donde “lo verdadero es sólo un momento de lo falso”, la presencia de sectarios leninistas en las escasas discusiones de base no contribuye sino a la confusión reinante.

El papel objetivo de las sectas consiste en falsificar la historia, ocultar la realidad, desviar la atención de los verdaderos problemas, sabotear la reflexión sobre las causas del triunfo capitalista, bloquear la formulación de tácticas de lucha adecuadas, impedir en fin el rearme teórico de los oprimidos. Los leninistas fosilizados de hoy ya no son (porque no pueden) la vanguardia de la contrarrevolución de hace treinta años o de hace sesenta, pero su función sigue siendo la misma: trabajar para la dominación como agentes provocadores.

Dada la descomposición actual de la ideología quizás conviniese hablar de leninismos, pero lejos de perdernos en los matices que separan las distintas sectas intentaremos agrupar las características afines, que son las que mejor las definen, a saber, la negación rotunda de que en 1936 hubiera una revolución obrera, la afirmación igual de rotunda de la existencia de una clase obrera en constante avance y la creencia en el advenimiento del partido dirigente, guía de los trabajadores en la marcha hacia la revolución. Lo primero les viene, bien de los análisis derrotistas y capituladores de la revista belga “Bilan”, bien de los dictados triunfalistas del Komintern y del PCE. Si en un caso era cuestión de una guerra imperialista, en el otro, se trataba de una guerra de la independencia; en ambos, el proletariado debía dejarse machacar.

En el universo leninista Lenin es la Virgen María; la clase obrera de la que hablan es como la cristiandad. Un chiíta del leninismo, es decir, un bordiguista, se lamentaba en la web: “¿Si nos quitan la clase obrera, qué nos queda?” En efecto, para los leninistas la clase obrera tiene una función ritual, terapéutica si se quiere, psicológica. Es un ente ideal, una abstracción, en nombre de la cual ha de tomarse el poder. No es que no exista, es que nunca ha existido. Inventada por Lenin a partir del modelo ruso de 1917, una clase obrera minoritaria en un país feudal de población eminentemente campesina asequible a una dirección exterior compuesta por intelectuales organizados como partido, no es precisamente algo que veamos todos los días. Pertenece a un pasado caduco. Es un ideal utópico, antihistórico. Sin bromas, la secta trotsquista posadista creyó haberla encontrado entre los extraterrestres de una galaxia lejana desde donde enviaban a La Tierra platillos volantes con mensajes socialistas. Los mensajes de los ovnis debieron cundir porque el proletariado leninista aparece en toda sopa planetaria; según la prensa leninista su epifanía puede suceder en cualquier acontecimiento, por ejemplo, en la guerra civil de Irak, en las movilizaciones de estudiantes franceses, o en la constitución de una “izquierda” sindical, aunque lo más frecuente sea en los conflictos laborales.

Como no hay historia para el leninismo después de la toma del Palacio de Invierno, desde la Revolución Rusa parece que no hayan habido ni derrotas ni victorias significativas, a lo sumo algún traspiés dentro de una línea evolutiva invariable que conduce a una clase obrera impoluta, esperando a los curas de la iglesia, sus líderes, miembros por derecho del “partido”. Porque el verdadero sujeto histórico para los leninistas no es la clase sino el partido. El partido es el criterio absoluto de la verdad, que no existe por sí misma sino dentro de él, en las sagradas escrituras correctamente interpretadas. Dentro de el partido, la salvación; fuera, la condenación eterna. Ese vanguardismo alucinado es el rasgo más antiproletario del leninismo puesto que la idea de partido único mesiánico es ajena a Marx; proviene de la burguesía masona y carbonaria. Marx llamaba partido al conjunto de fuerzas que luchaban por la autoorganización de la clase obrera, no a una organización autoritaria, luminada, exclusiva y jerarquizada.
Es revelador que los leninistas vean hoy los intereses económicos particulares como intereses de clase, cuando ya no lo son, y que, en los setenta, cuando lo eran, los trataban como asuntos sindicales, “tradeunionistas”. La diferencia radica en que entonces el proletariado luchaba a su modo, con sus propias armas, las asambleas. Eso es lo que transformaba la reivindicación parcial en exigencia de clase. Pero los leninistas desprecian las formas realmente proletarias de organización y de lucha: las asambleas, los comités elegidos y revocables, el mandato imperativo, la autodefensa, las coordinadoras, los consejos... Y las desprecian porque en tanto que formas de poder obrero ignoran los partidos y disuelven al Estado, incluido al Estado “proletario”. Por eso han ocultado tanto como los medios de comunicación la existencia del Movimiento Asambleario durante los setenta, porque son enemigos de una clase obrera real que no se parece en nada a la suya y odian por razones evidentes sus formas organizativas específicas. Al contrario de Marx, para los leninistas el ser no determina la conciencia, por lo que hay que inculcarla mediante el apostolado de los líderes. Los obreros no pueden alcanzar, según Lenin, más que una conciencia sindicalera y deben plegarse al papel de simples ejecutantes; los sindicatos que los encuadran y controlan son por lo tanto la correa de transmisión del partido. Eso no es óbice para que los leninistas alaben las asambleas y los consejos si ello les permite ejercer alguna influencia y reclutar adeptos. Durante los setenta llegaron a apoyarlas pero tan pronto como se sintieron fuertes las traicionaron, tal como, salvando las diferencias, hizo Lenin con los Soviets.

La revista “Living Marxism”, animada por Paul Mattick, lanzaba la consigna de que “la lucha contra el fascismo comienza por la lucha contra el bolchevismo”. Durante la década de los cincuenta el capitalismo de los ejecutivos evolucionaba hacia los modos totalitarios del capitalismo de Estado soviético. Hoy, cuando la clase burocrática comunista se ha convertido al capitalismo y el mundo es arrastrado hacia la dominación fascista por la vía tecnológica, la ideología leninista es residual, polvorienta y museográfica. No estudia al capitalismo porque éste no es su enemigo, y por supuesto no quiere luchar contra él. Simplemente hace como el ajo, se repite. La labor principal de sus sectas consiste en competir unas con otras señalando “un punto particular que las distingue del movimiento de la clase” (Marx).

La batalla teórica contra los leninistas es pues un combate menor, algo así como dar puntapiés a los muertos vivientes, pero en tanto que armazón primario de nuevas ideologías de la contrarrevolución como el hardt-negrismo no conviene descuidarla, y con este objetivo recordamos algunas banalidades de base acerca del leninismo que cualquiera podrá encontrar en las obras de Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, los consejistas (Pannekoek, Gorter, Rülhe) o los anarquistas (Rocker, Volin, Archinoff). El leninismo a través de Negri y sus acólitos, como antes a través del estalinismo, su forma extremada, efectúa un retorno completo al pensamiento y a los modos de la burguesía, concretamente en la fase globalizadora totalitaria, manifiesto en su defensa del parlamentarismo, de los compromisos políticos, de la telefonía móvil y del espectáculo movimentista. El negrismo sostiene ideológicamente las fracciones débiles, perdedoras, de la dominación, la burocracia político administrativa, el aparato sindicalista y las clases medias, interesadas en un capitalismo intervenido por el Estado. Pero el leninismo no es diferente. Siempre defendió intereses contrarios al proletariado.

En la Rusia de 1905 no existía una burguesía capaz de lanzarse a la lucha contra el zarismo y la iglesia como futura clase dominante. Esa misión correspondió a los intelectuales rusos, que buscaron el esclarecimiento de sus impulsos nacionalistas en el marxismo y hallaron sus mejores aliados en el campo obrero. El marxismo ruso tomó un aspecto completamente diferente del ortodoxo, puesto que en Rusia el trabajo histórico a cumplir era el de una burguesía demasiado débil: la abolición del absolutismo y la construcción de un capitalismo nacional. La teoría de Marx, adaptada por Kautsky y Bernstein, identificaba la revolución con el desarrollo de las fuerzas productivas y del Estado democrático correspondiente, lo que favorecía una praxis reformista que aunque podía funcionar en Alemania, no podía en Rusia.

Si bien Lenin aceptaba íntegramente el revisionismo socialdemócrata de Marx, sabía que la tarea de los socialdemócratas bolcheviques de derrocar al zarismo no podía llevarse a cabo sin una revolución, para la que se necesitaban mejores fuerzas que las de los liberales rusos. Una revolución burguesa sin burgueses, y aún en su contra. La revuelta obrera de 1905 dejó al régimen absoluto malherido y la revolución de febrero de 1917 acabó con él. Aunque fue una insurrección obrera y campesina no tenía programa revolucionario ni consignas particulares, por lo que los representantes de la burguesía ocuparon su lugar. La burguesía no supo estar a la altura, mientras el proletariado se instruía políticamente y tomaba conciencia de sus objetivos; en poco tiempo la revolución perdía su carácter burgués y adoptaba un aire decididamente proletario. Durante julio-agosto Lenin aún defendía un régimen burgués con presencia obrera pero viendo el avance de los Soviets o consejos obreros cambió de orientación y lanzó la consigna del poder a los soviets, e incluso llegó a teorizar sobre la extinción del Estado. Pero la idea de poder horizontal era ajena a Lenin, que había organizado un partido sobre el modelo militar burgués, vertical, centralizado, decidiendo siempre desde arriba, con la dirección y la base fuertemente separadas. Si estaba a favor de los soviets era para intrumentalizarlos y tomar el poder. Su principal función no fue el desarrollo de los soviets, que no tenían cabida en su sistema; fue la conversión del partido bolchevique en aparato burocrático estatal, la introducción del autoritarismo burgués en el ejercicio y la representación del poder. A los soviets, los protagonistas de la revolución de octubre, en poco tiempo les fue escamoteado su poder por un Estado “proletario” que no supieron destruir. Los bolcheviques combatieron en nombre de “la dictadura del proletariado” el control obrero y la implantación de la revolución en los talleres y las fábricas, y, en general, la manifestación soberana de la voluntad obrera en organismos de democracia directa. En 1920 habían acabado con la revolución proletaria y los soviets ya no eran más que organismos castrados, decorativos. Los últimos bastiones de la revolución, los marinos de Kronstadt y el ejército makhnovista fueron aniquilados más tarde.
Al tiempo que destruían los soviets, los emisarios bolcheviques desembarcaban en Alemania, donde el consejismo había despertado en las masas obreras y los consejos estaban a punto de convertirse en órganos efectivos de poder proletario, para asestar una puñalada por la espalda a la revolución. Por todas partes desacreditaron la consigna de Consejos Obreros y propugnaron la vuelta a los sindicatos corruptos y al partido socialdemócrata. La revolución consejista alemana cayó bajo el peso de la calumnia, la intriga y el aislamiento provocado por los bolcheviques. Sobre sus cenizas pudo reconstituirse, con la bendición de Lenin, la vieja socialdemocracia y el Estado alemán de posguerra. Lenin no dejó de combatir a los defensores del sistema de consejos cubriéndoles de improperios en el folleto preferido de todos sus seguidores, “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.” Ahí se quitó la máscara. Abrumando con falsedades a los comunistas de izquierda y a los Consejos, Lenin defendía su seudosocialismo panruso, que llevado a la práctica por Stalin se revelaría un nuevo tipo de fascismo. Ni de lejos concebía que la liberación de los oprimidos sólo pudiera efectuarse mediante la destrucción del poder, del terror, del miedo, de la amenaza, de la constricción.

Todo aquél que desee entronizar un orden burgués encontrará las mejores condiciones de hacerlo en la separación absoluta entre masas y dirigentes, vanguardia y clase, partido y sindicatos. Lenin quería una revolución burguesa en Rusia y había formado un partido perfectamente adaptado a la tarea, pero la revolución rusa adquirió carácter obrero y estropeó sus planes. Lenin tuvo que vencer con los soviets para después vencer contra ellos. El comunismo más la electrificación cedió el paso a la NEP y a los planes quinquenales de Stalin, dando lugar a una nueva forma de capitalismo donde una nueva clase, la burocracia, desempeñaba el papel de la burguesía. Era el capitalismo de Estado. En Europa, las masas obreras fueron frenadas, desanimadas y empujadas a la derrota hasta desmoralizarse y perder la confianza consigo mismas, camino que condujo a la sumisión y al nazismo. Hitler llegó fácilmente al poder porque los dirigentes socialdemócratas y estalinistas habían corrompido tanto al proletariado alemán que éste no reparó en entregarse sin queja. “Fascismo pardo, fascismo rojo” fue el título de un memorable folleto donde Otto Rülhe mostraba que el fascismo estalinista de ayer era simplemente el leninismo de anteayer. En él nos hemos inspirado para titular nuestro artículo.

Los paralelismos con la situación española de 1970-78 son obvios. Por un lado, el partido comunista oficial, estalinista, defendía una alianza con los sectores de la clase dominante que forzara una conversión democrática del régimen franquista. Su fuerza provenía principalmente de la manipulación de movimiento obrero, al que pretendía encuadrar dentro del aparato sindical fascista. Todos los procedimientos leninistas para impedir la autoorganización obrera fueron utilizados fielmente por el PCE. Los partidos izquierdistas, nacidos principalmente de la explosión del FLP, de escisiones del PCE y del Frente Obrero de ETA, no actuaron de otro modo. Todos atacaban al PCE por no ser suficientemente leninista y no perseguir, como Lenin, una revolución burguesa en nombre de la clase obrera. Le disputaban la dirección de Comisiones Obreras, trabajo inútil porque en 1970 Comisiones ya no era ningún movimiento social, sino la organización de los estalinistas y simpatizantes en las fábricas. Para conquistar posiciones hicieron concesiones a las genuinas formas obreras de lucha, las asambleas, pero nunca las fomentaron. Tras los sucesos de Vitoria del 3 de marzo de 1976 las diferencias con el PCE se desvanecieron y le siguieron en su política de compromisos. Se presentaron a elecciones, cosechando el más rotundo de los fracasos. Desaparecieron dejando un rastro de pequeñas sectas, pero su suicidio político fue también el del PCE, que a partir de 1980 se transformó en un partido testimonial, de ideología variable, sostenido sólo por algunos fragmentos proletarizados de la mediana y pequeña burguesía.

Unas cuantas verdades podemos aprender de la crítica clásica del leninismo en la que nos hemos basado. Que los fundamentos de la acción que incline la balanza social del lado contrario al capitalismo no se encontrarán con los métodos de organización del tipo sindicatos o partidos, ni en los parlamentos, ni en las instituciones estatales, ni en los centros comprometidos con cualquier aspecto de la dominación. Que las masas oprimidas se hallan aisladas y dispersas, sin amigos. Que los activistas han de poner por encima de todo la capacidad de asociación, el fortalecimiento de la voluntad de acción y el desarrollo de la conciencia crítica, incluso por encima de los intereses inmediatos. Que las masas han de escoger entre tener miedo o darlo.