domingo, 29 de septiembre de 2013

  Pues este manifiesto viene desde españa

 

MANIFIESTO PIES NEGROS

-AKI ESTOY DE NUEVO CON ESTE TEXTO ESCRITO HACE POKO EN EL KE DOY MI OPINION ACERCA DEL PIES NEGROS....YA KE MUCHA GENTE NOS SUELE LLAMAR COSTRAS...ALGO KE PUEDE TENER RELACION EN MUCHAS COSAS PERO NO ES LO MISMO...(HE LEIDO MILES DE TONTERIAS EN INTERNET SOBRE EL PIES NEGROS)



-PIES NEGROS:

CALLEJERO, BUSCAVIDAS, GOLFO, DELINCUENTE, CHORIZO, VIVIDOR, BORRACHO, LACRA, AVENTURERO, SOÑADOR, PERROFLAUTA, MARGINADO, VAGO, DELINCUENTE, DESAGRADABLE, LUCHADOR,COMPROMETIDO, OKUPA, GORRON, PUNKI, LIBERTINAJE, DROGAS, ANARKISTA,MACARRA, MAL HABLADO, ANTISOCIAL, LOKO, KOSTRA, NOMADA, SALVAJE, PRIMITIVISTA, REBELDE, GUARRO Y OTROS TANTOS MAS ADJETIVOS PUEDEN IR ACOMPAÑADOS DEL PIES NEGROS..(MAS O MENOS OS HACEIS YA IDEAS)

Y AFRIKA TERMINA EN EL PIRINEO NO SOMOS BLANCOS SOMOS PIES NEGROS, NO TRABAJAMOS Y EL TREN NO PAGAMOS, GORREAMOS, ROBAMOS, LUCHAMOS.....
ESTO ES PARTE DE LA CANCION “PIES NEGROS” DE KARTON DE VINO....EL PIES NEGROS ES UNA RAMIFICACION DEL PUNK KE SE PUEDE ENTENDER DE MUCHAS MANERAS, A CONTINUACION LO INTENTARE DEFINIR/EXPLICAR TAL COMO YO LO HE VIVIDO, LO VEO Y LO SIENTO:

CUANDO HABLAMOS DE UN PIES NEGROS SE PUEDE DEFINIR COMO AKELLA PERSONA KE SOBREVIVE AL MARGEN DE LA SOCIEDAD Y DE LO ESTABLECIDO COMO FORMA DE REBELARSE CONTRA LA SOCIEDAD ANTE LA ESCLAVITUD ASALARIADA, EL CONSUMISMO, LAS HIPOTECAS, Y EL PAGO DE IMPUESTOS....
EL SISTEMA NOS DICE LO KE TENEMOS KE HACER: CONSUMIR, PRODUCIR, SER OBEDIENTES Y SEGUIR LA CORRIENTE, LOS PIES NEGROS HACEMOS FRENTE A ESTA SITUACION PRICIPALMENTE POR VARIOS MOTIVOS:

1-NO KEREMOS VIVIR COMO NOS LO IMPONEN, BUSCAMOS LA LIBERTAD.
2- RECHAZAMOS LA SOCIEDAD Y SUS VALORES BUSCANDO LOS NUESTROS PROPIOS
3-NEGAMOS EL SISTEMA EN BUSQUEDA DE LA AUTOGESTION, AUTONOMIA, LIBERTAD
4-KEREMOS SER VIVIDORES NO ESCLAVOS.

EL PIES NEGROS VIVE AL MARGEN DE LO ESTABLECIDO BUSCANDO LA LIBERTAD, EN VEZ DE TRABAJAR Y NECESITAR VIVIR DE COMPRAR SUS PRODUCTOS, NOS BUSCAMOS LA VIDA DE MUCHAS MANERAS, ROBAMOS LO NECESARIO PARA VIVIR, RECICLAMOS EN LAS BASURAS, OKUPAMOS KASAS, INTENTAMOS SER LO MENOS INCOHERENTES POSIBLES BUSCANDO ALTERNATIVAS A LO QUE NOS IMPONEN Y DESEAMOS VIVIR LIBREMENTE AL MARGEN DE LA SOCIEDAD......

DENTRO DEL PIES NEGROS CADA INDIVIDUO TENDRA SUS RAZONES PARA VIVIR DE ESTA MANERA AL IGUAL QUE TAMBIEN ELIGE OTRAS ALTERNATIVAS COMO EL SER VEGETARIANO, O COMPROMETERSE POLITICAMENTE CON CAUSAS ETCETERA ETCETERA...PUESTO KE CADA CUAL ES LIBRE DE ELEGIR SU FROMA DE VIVIR...

ESTA TAN SOLO ES MI FORMA DE VERLO ¡¡¡NO TE CONFUNDAS!!!

ATENCION:PIES NEGROS PUEDE TENER COSAS EN COMUN KON UN KOSTRA
PERO NO ES LO MISMO UN COSTRA KE UN PIES NEGROS.


KARTON DE VINO(KANCION PIES NEGROS):

AFRIKA TERMINA EN EL PIRINEO
NO SOMOS BLANCOS
SOMOS PIES NEGROS
NO TRABAJAMOS
EL TREN NO PAGAMOS
GORREAMOS
ROBAMOS
LUCHAMOS

PREFIERO VIVIR DE PIES KE VIVIR ABURGUESADO
PREFIERO VIVIR DE PIES KE VIVIR ABURGUESADA
PREFIERO VIVIR DE PIES
PREFIERO VIVIR DE PIES

EL KONTAINER RESISTE
Y COMEMOS DEL RECICLE
EN LAS KASAS OKUPADAS
Y ASI LES METEMOS KAÑA¡¡

PREFIERO VIVIR DE PIES KE VIVIR ABURGUESADA
PREFIERO VIVIR DE PIES KE VIVIR ABURGUESADO
PREFIERO VIVIR DE PIES
PREFIERO VIVIR DE PIES

ABAJO EL TRABAJO
ROBA A DESTAJO
ABAJO EL TRABAJO
TRAPICHEO A DESTAJO
ABAJO EL TRABAJO
GORREA A DESTAJO
ABAJO EL TRABAJO

AFRIKA TERMINA EN EL PIRINEO
NO SOMOS BLANCOS
SOMOS PIES NEGROS
NO TRABAJAMOS
EL TREN NO PAGAMOS
GORREAMOS
ROBAMOS
LUCHAMOS

PREFIERO VIVIR DE PIES KE VIVIR ABURGUESADO
PREFIERO VIVIR DE PIES KE VIVIR ABURGUESADA
PREFIERO VIVIR DE PIES
PREFIERO VIVIR DE PIES

domingo, 24 de marzo de 2013

Desmoralizando el moralismo: la futilidad de los valores fetichizados x Jason McQuinn

Introducción
mo·ral·i·dad S. (pl.-es) Los principios relativos a la distinción entre lo correcto y lo incorrecto, o el buen comportamientoy el mal comportamiento. (The New Oxford American Dictionary)
mo·ral·ismo S. la práctica de moralización, esp. manifestando una tendencia a hacer juicios sobre la moralidad de los demás (The New Oxford American Dictionary)

La mayoría de los anarquistas – al igual que la mayoría de la gente en el planeta – siguen siendo relativamente ingenuos respecto a las teorías y las prácticas de la moral obligatoria y el moralismo. Referencias positivas, carentes de sentido crítico a las diversas formas de la moral obligatoria son casi omnipresentes en los escritos anarquistas, tanto históricos como contemporáneos, a pesar de la influencia ocasional de la crítica a la moralidad de Max Stirner entre algunas lecturas más amplias. Incluso entre los escritores anarquistas que se han tomado el esfuerzo de leer la obra maestra de Max Stirner de 1944, El único y su propiedad (la fecha de publicación señala 1845, pero en realidad apareció a finales de 1844), su poderosa e importante crítica de la moralidad sigue siendo a menudo mal interpretada, indebidamente ignorada o rechazada por ignorancia. Y aunque la mayoría de los anarquistas pueden entender que el moralismo es a menudo una práctica de auto-derrota de los movimientos sociales radicales, por lo general solo se interpreta en el sentido de referencias excesivas a la moral, en lugar de una sumisión acrítica a la moral obligatoria de por sí.

Cada teoría social – incluidas las basadas en la filosofía, la religión o la ciencia – contiene por necesidad juicios de valor. No hay forma de conocimiento que puede ser estrictamente libre de valores, o incluso de valor neutral. A diferencia de las ciencias naturales, en que es más fácil – aunque nunca del todo – evadir el reconocimiento de los valores humanos expresados en sus hipótesis, teorías y programas de investigación, las ciencias sociales no son capaces de ocultar sus múltiples compromisos a las diversas formas y expresiones particulares de éstos. Como planteó Max Weber (uno de los más importantes de los primeros teóricos de las ciencias sociales): “No hay absolutamente ningún análisis científico ‘objetivo’ de la cultura o de los ‘fenómenos sociales’ independientes de puntos de vista especiales y ‘unilaterales’ los cuales –expresa o tácitamente, consciente o inconscientemente- son seleccionados, analizados y organizados para propósitos expositivos.” (véase Max Weber’s The Methodology of the Social Sciences, editado por Edward Schils & Henry Parsons [The Free Press, Glencoe, Illinois, 1949])

Los valores están implicados de manera más obvia en las teorías sociales radicales, que están explícitamente formulados para ayudar a la búsqueda de cambios estructurales profundamente arraigados en la sociedad. Sin embargo, estos valores se pueden constituir de dos maneras muy diferentes: (1) como expresiones históricas finitas de los deseos de las individuales y sociales de las personas, y (2) como siendo imputada a tener alguna forma de existencia trascendental fetichizada – a menudo absoluta, ahistórica u objetiva – más allá de los individuos y comunidades humanas. Desafortunadamente, no hay lugar común, una terminología bien-entendida para distinguir fácilmente estas dos formas de constituir y referir a los valores humanos. Y esto solo puede conducir a malentendidos.

Problemas de terminología

La terminología es un problema que implica muchos aspectos de la crítica social siempre que refiere a la superación de las múltiples facetas de la alienación social. Para cada forma de fetichización obligatoria, ya sea la religión, la ideología, la política, el fetichismo de la mercancía y del trabajo, o la moralidad, sigue existiendo una forma correspondiente de pensamiento y actividad no-fetichizados que muy a menudo son acríticamente agrupados con éstos. Por esto, la crítica de la religión se ve a menudo fundada sobre la insistencia generalizada e irracional de que el pensamiento no fetichizado sobre la vida y el cosmos en realidad constituye una forma de religión (aun cuando conscientemente niega tal identidad). Y que, por tanto, ya que esta particular forma de religión imputada no se fetichiza, entonces se argumenta que la crítica de la religión como tal (como fetichización de la esfera de lo espiritual, divino o sagrado) carece de fundamento. Del mismo modo, aquellos que se oponen a la crítica de la ideología tienden constantemente a afirmar (de manera no sincera) que no ven ninguna diferencia entre la teoría fetichista social y la teoría social no fetichizada, llamando a todas las formas de la teoría social “ideología” con el fin de evadir el aguijón de la crítica por su propio devoción a determinadas mistificaciones ideológicas. Cuando se refiere a la política, a menudo los seres humanos son definidos simplemente como “animales políticos” por los defensores de la mediación política y el Estado. Esta pobre excusa para el razonamiento a menudo apunta que si los seres humanos son intrínsecamente “políticos”, entonces el Estado es una forma natural de la (política) de la comunidad que no puede (o al menos no debería) ser cuestionada. El fetichismo de la mercancía y la institución del trabajo (trabajo obligatorio) también tienen sus ilógicos defensores, como muchos que equivocadamente se hacen pasar por anticapitalistas radicales, que sólo le gustaría ver fetichismo de la mercancía y el trabajo redirigido a fines diferentes de lo que actualmente sirven, con nuevas y diferente las formas de policía, de tribunales y de cárceles haciendo cumplir su existencia.

El patrón aquí es claro. Cuando la gente está dispuesta a socavar, eludir o negar la crítica social radical, a menudo insisten en definir tales críticas por separado, al negar que hay a alguna diferencia consistente entre la sociedad actual alienada y de cualquier potencial forma de vida liberada (no-alienada).

La misma estrategia se emplea normalmente cuando la crítica de la moral comienza a formularse. Aunque la mayoría de las definiciones del diccionario de la moralidad implica claramente que se trata de una fetichización de los valores, esta consecuencia se pierde en la mayoría de los lectores. Por ejemplo, el New Oxford American Dictionary define la moral como “principios relativos a la distinción entre lo correcto y lo incorrecto o el buen comportamiento y el mal comportamiento.” Obviamente, los calificativos de “correcto e incorrecto o bueno y malo” son más propensos a ser tomados (inconscientemente) como valores fetichizados, trascendentales, más que como opciones particulares y finitos sin pretensiones de ninguna realidad más allá de los deseos particulares de los seres humanos individuales. Sin embargo, incluso en la revista Anarchy, en el momento en que la crítica de la moral se erige siempre hay quienes aparecerán con el objetivo de confundir las cosas (con el fin de defender sus propios compromisos morales) al afirmar, de una u otra forma, que no hay tal cosa como un valor humano no-moral. La mayoría de la gente, en común con las definiciones del diccionario, nunca diría que una persona expresa su o sus propios deseos sin la pretensión de conferir estatus de trascendental a lo que para ellos es moral dada la valoración de un objetivo determinado. ¡Pero los defensores de la moral van a salir de su encierro para afirmar que incluso el deseo humano más finito, efímero y contingente indica la existencia de un sistema moral tan reales como los impartidos por las diversas ramas de la Iglesia Católica!

Para evitar este confusionismo deliberado causado por aquéllos que temen las críticas dirigidas a sus propias vacas sagradas, las personas que persiguen las críticas de la moral por lo general tratan de hacer una clara distinción entre la ética y la moral. En este caso, la ética se considera concerniente con lo finito, con valores no-fetichizados, mientras que la moral tiene que ver con los valores fetichizados, trascendentales: lo correcto y lo incorrecto o el bien y el mal. Desafortunadamente, ya que no hay casi ninguna crítica radical o sustancial de la moralidad en nuestra cultura popular (en oposición a las montañas de superficiales e insustanciales críticas parciales), las apelaciones hechas por los moralistas a las definiciones de diccionario de “ética” tienden a fracasar en estos intentos. (La mayoría de las definiciones de diccionario en una sociedad moralista alienada pueden reflejar la poco probable posibilidad de que una dicotomía entre valores fetichizados y no-fetichizados pueda siquiera existir. Para la mayoría de la gente, los valores no-fetichizados consistentes no son considerados posibles.)

Por esto, en el presente ensayo, intentaré referirme a la crítica de la “moralidad obligatoria” con el fin de que quede absolutamente claro que estoy hablando de un sistema de valores fetichistas que demanda su cumplimiento. Y, que nunca estoy hablando de alguna poco probable forma de sistema no-fetichizado (o conjunto no sistematizado) de los valores que algunos moralistas aún insisten en llamar “moral” con la única intención de confundir las cosas. Me referiré también a lo una “ética finita” para dejar en claro que una alternativa a la moralidad obligatoria involucra valores finitos, no-fetichizados, y para aclarar que no se trata de una ética integradora de ambos valores, no-fetichizados y fetichizados.

Anatomía de la moralidad obligatoria

La moralidad obligatoria involucra la auto-subyugación a un sistema o un sistema de valores, los cuales, por una u otra razón, se cree que exigen su cumplimiento obligatorio incluso si la persona estima que no se encuentra –como dice el cliché – “a la altura de ellos”. Aunque la moral obligatoria potencialmente puede ser conectada a tierra dentro de la experiencia subjetiva de un individuo, en vez de esto lo es casi siempre a algún lugar fuera del ámbito de la experiencia humana vivida directamente.

Por ejemplo, las formas religiosas de moralidad están comúnmente basadas en fundamentos tan improbables (inexistentes) como “la Palabra de Dios”, u otras formas de supuesta revelación directa de alguna clase de espíritu invisible, incorpóreo, (irreal). (Por supuesto, esta base esta generalmente mediada a través de los supuestos representantes elegidos de dios en la tierra, sin importar cuán irracional la creencia en la autenticidad de estos representantes pueda ser.) En esta forma de moralidad obligatoria, Dios (o Satán, o los Dioses, o la Diosa, o el Gran Espíritu, etc.) son supuestamente la fuente de valores morales que deben ser seguidos, porque la fuente – sea cual sea – es en algún sentido considerada mas real e importante que cualquier persona, individual, única, en quien no se puede confiar que él o ella sabrá que debe hacer sin la guía de un sistema de fetichizados, sagrados valores. La estructura formal de la moralidad religiosa obligatoria es así: valores sagrados desde una fuente invisible a ser seguidos por un ser humano insignificante, en cualquier contexto. Con un sistema de valores así, sea cual sea el contenido especifico de la moralidad, ¿es sorprendente que la gente intentando vivir esta forma de alienación estén constantemente perplejos ante sus vidas, deseos y relaciones sociales?

Sin embargo, en estos tiempos modernos, el lugar de la religión ha sido a menudo ocupado por otras cosas, como la Ciencia, o ideologías sociales o políticas en particular (como el Marxismo) que demandan una adherencia obligatoria. Aunque la moralidad religiosa puede ser una fuerza social dominante en áreas del mundo no tan colonizadas por el capital (como la mayor parte de Afganistán, por ejemplo); ahí donde el capitalismo industrial, los medios de masas, y el consumismo ya dominan las relaciones sociales (como en la mayor parte de las áreas urbanas del mundo), la moralidad religiosa se verá severamente comprometida. Otras formas de moralidad ilustradas obligatorias basadas en la Ciencia, ideologías sociales o políticas, o aun filosofías racionalistas, se pelearan por alegar ser las víctimas de la moralidad. Especialmente cuando los valores de una religión en particular se entrometen en el camino del ejercicio del poder político, la subyugación de los recursos, o la explotación del trabajo, se verán con el tiempo suplantadas por formas modernas mas amenas de pensamiento y moralidad.

La ciencia es un ejemplo de una fuente de muchas formas modernas de moralidad obligatoria ilustradas. Lo he puesto con mayúscula anteriormente para indicar que no es la práctica real de exploración experimental de la naturaleza en su búsqueda conocimiento (ciencia) de lo cual estoy hablando, si no de una construcción ideológica ideas científicas particulares fetichizadas, sacadas de de sus contextos experimentales finitos y elevados a cuasi-religiososo principios generales. El prestigio de las distintas formas de cientificismo (ideologías y culto a la Ciencia) se basa en los logros de la ciencia experimental, en combinación con el capitalismo industrial. Juntos, para muchos ciudadanos modernos del mundo civilizado su poder parece rivalizar con el de los viejos dioses. Para quienes la religion no logra satisfacer, pero aún no entiende los orígenes sociales de las ideas y valores, las variadas formas de cientificismo pueden ser muy atractivos. Todas ellas involucran la dedución de sistemas de valor desde particulares teorías científicas reificadas (o semi-científicas, o, incluso, pseudo-científicas). Ejemplos notables incluyen las (mal llamadas) ideas Darwinistas sociales, cuya moralidad está usualmente basada en alguna versión de la “sobrevivencia del más apto” Spencerianas (“y que el Diablo se lleve al que llegue último”), los ideólogos del gen fetichizado cuya moralidad se basa en imaginar qué genes (¡como si estos tuvieran mente propia!) quisieran que “sus” cuerpos hicieran para promover su reproducción o evolución, y todas las variadas reificaciones etnológicas, zoológicas o de psicología evolutiva de la humanidad, cuyas moralidades se basan en suponer que nuestros valores están determinados de una forma u otra por la biología o la genética, etc. La estructura formal de las diversas moralidades científicas es, una vez más, la misma que la de la moralidad religiosa: valores sagradas desde una fuente invisible a seguir por un ser humano relativamente desvalorizado sea cual sea el contexto. Como una moralidad religiosa, las versiones científicas de la moralidad intentan limitar y determinar que se supone que sea humanamente deseable y posible, reduciendo las opciones que puedan ser tomadas por realizadas por los verdaderos creyentes.

Dentro del medio anarquista, el cientificismo es probablemente menos un problema (aunque ciertamente influye a una gran cantidad de gente) de lo que son ideologías sociales y políticas (usualmente a medio digerir) como el Marxismo. Los anarquistas de izquierda están a menudo especialmente influenciados por las aproximaciones tomadas sobre la moralidad por distintas corrientes de la ideología Marxista.

La evasión marxista

Entre los teóricos y escritores marxistas más sofisticados (así como en el mismo Marx), la moralidad consigue un respeto mucho menos abierto que en el medio anarquista, pero formas de cienficismo y dialéctica objetivista han tendido a tomar su lugar de problematización. Muchos anarquistas tienen pocos problemas en percibir y comprender la naturaleza ideológica del intento de auto-identificación del proyecto Marxista como “científico”. Este tropo retórico se basó originalmente en el aprovechamiento de la credibilidad y mística de las ciencias naturales durante el siglo XIX, para ayudar a ayudar a a conducir a una forma particular de intento de crítica social radical por sobre otras en la consideración popular. (Así algunos anarquistas, incluyendo Kropotking, no fueron inmunes a la tentación, intentando aprovechar la mística de la ciencia natural para una forma ideológica de anarquismo). Los anarquistas por lo general también comprenden que la dialéctica objetivista (naturalizada) de las formas más frecuentes de Marxismo funcionan poco más que como fórmulas arcanas para justificar aquello que Karl Marx y sus epígonos buscan justificar. La abstracta y altamente especulativa naturaleza de la dialéctica Marxista es usualmente oscurecida en un intento de entregar una apariencia de lógica y solidez a los argumentos y posiciones ideológicas que desafían las tentativas convecionales de una racionalización más transparente. (Mientras la dialéctica crítica puede levantar muchos cuestionamientos que valen la pena y abrir a nuevas perspectivas, las dialécticas ideológicas de la mayoría de las formas de pensamiento Marxista – esto es, la dialéctica al servicio de las ideologías Marxistas – no tienen nada que ofrecer a alguna teoría radical genuina.)

Resulta interesante que el giro Marxista hacia una legitimación “científica” y dialéctica objetivista fuese directamente influenciada por la crítica a la moralidad de Max Stirner. Antes de El Único y su Propiedad, aparecida a finales de 1844, Karl Marx fue un filósofo político humanista de la línea de Ludwig Feuerbach (véase los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx, por ejemplo). Luego del sensacional debut de la filosofía fenomenológica del ego ( “ego” tomado como otra palabra en esa época para “sí mismo” – mucho antes de que Freud transformara su significado popular) con su mordaz crítica a la moralidad, Marx se vió forzado a aceptar la ingenuidad de su humanismo moralista y abruptamente transformó su filosofía social por entero, comenzando con la Ideología Alemana – escrito en 1845 en un intento para evadir la crítica punzante de Stirner. Sin embargo, Marx finalmente no pudo y estuvo poco dispuesto a dejar su filosofía injustificada por un mundo metafísicamente objetivo o mundo material, frecuentemente describiendo su ideología como “científica” y crecientemente permitiendo a sus especulaciones dialécticas confundirse como supuestas verdades objetivas. Varios epígonos de Marx (incluyendo a su antiguo compañero, Friedrick Engels) intentaron sistematizar el Marxismo de varias maneras, cada una de las cuales tendió a negar lo que era de valor en la dialéctica más crítica de Marx, reificando a la par unas cuantas ideas en principios dogmáticos del Marxismo.

En última instancia, la mayoría de las ideologías Marxistas modernas han desarrollado explítas formas de moralidad obligatoria las cuales han sido deducidas desde aquello que han llegado a ser supuestas verdades trascendentales de la Lucha de Clases, reveladas por las variadas formulaciones “científicas” del Marxismo. Los movimientos Marxistas que han alcanzado el poder estatal han dado especialmente significadados concretos y sangrientos a la moralidad predominante de trabajador-gulag de las ideologías de la lucha de clases Marxista, aunque esto no ha detenido a algunos anarquistas de izquierda a apropiarse de aspectos de variadas formas de moralidad Marxista para sí, como cuando argumentan que estos análisis particulares de las lucha de clases demanda la sumisión de los trabajadores o ciudadanos a los dictados de ciertas organizaciones que reclaman representarlos – ya sean sindicatos, comunidades de “poder dual” o organizaciones municipales, etc.

(También debería notar que aún hay unos cuantos supuestos radicales intentando construir una crítica social Marxista no-ideológica – o mejor dicho, crítica social influenciada por Marx. Como sea, estos intentos se encuentran casi siempre fundados en el deprecio Marxista generalizado por los individuos humanos y la individualidad humana. Esta fobia Marxista a los seres humanos vivientes concretoss – excluyéndose de esto los teóricos Marxistas a sí mismo, por cierto – requiere la constante fetichización de las colectividades como los únicos actores sociales genuinos, colectividades cuya propias dinámicas sociales y políticas siempre persisten al menos parcialmente mistificadas por el rechazo a reconocer que se encuentrar contruidas de individuos cuya existencia no se encuentra de ninguna manera agotado por su participación en las variadas colectividades.)

¿Moralismo radical?

En la ausencia de una comunidad (constestataria) genuinamente vivida y de un movimiento auténticamente revolucionario en toda la sociedad, varios supuestos radicales tienden a retirarse en otras actividades que sustituyen la acción directa. Una de las trampas en que más facil se cae es en la reducción del proyecto radical en un proyecto moral (y su corolario, la reducción del discurso subversivo radical en unos discursos moralistas relativamente sin sentido). En lugar de crear una teoría social subversivamente radical en colaboración con otros rebeldes, y ponerla en prácticas con ellos con el fin de la eliminación directa de cuantos aspectos de la dominación y alienación social sean posibles, el objetivo llega a ser una rígida división Maniquea del mundo social en partes “buenas” y “malas” (fuera de contexto en sí mismas), con la finalidad de una supresión mecánica de lo “malo” siempre y donde sea posible, y la ampliación de lo “bueno”.

En lugar de una teoría social dialéctica apuntada a un entendimiento cada vez más sofisticado, en articulación con una practica subversiva cada vez más sofisticada, las ideologías moralistas estan enfocadas a dividir y clasificar simplistamente con poca o ninguna atención por el contexto o la totalidad. Para los ambientalistas moralistas, por ejemplo, el reciclar o los espacios silvestres son siempre buenos, mientras que el uso de vehiculos todoterrenoy nuevos desarrollos de viviendas seran siempre malos. El contexto no importa, lo que da como resultado estrategias mecanicas destinadas, por ejemplo, a simplemente desalentar el uso de todoterrenos (ya sea incendiandolos, o luchando por una legislacion que los vuelva mas inaccesibles) o desalentando la construccion de nuevas viviendas. En vez de alentar la propagacion de una critica (teorica y practica) al capital y al estado como partes de un sistema global de alienacion y dominacion, el moralismo tiende a resultar una forma de siempre ver la totalidad del mundo social con una serie estrecha de luchas monotematicas.

Las prácticas moralistas siempren tienden a echar culpas (hacia aquellxs que se involucran en actividades que podrian en alguna forma ser catalogadas como “malas”) y hacia la santurroneria, y supuesta “superioridad moral” (dado que uno ya tiene todas las respuestas, y detalladas, sin importar el contextos o los devenires del mundo real), y son más fácilmente practicadas por aquellos lo suficientemente privilegiados para disfrutar de un amplio abanico de opciones de consumo (lo que facilita la capacidad de boicotear a las corporaciones adecuadas, mientras se apoya el correcto “comercio justo” o las mercancías de cierta subcultura. Debido a que las practicas moralistas apuntan a maximizar el logro de ciertas fetichizadas cualidades “buenas”, y minimizar cualquier cualidad “mala”, demonizadas, hay poco o ningun espacio para desarrollar un entendimiento matizado de los sistemas sociales e históricos que dan el contexto general a los dilemas morales superficiales con los que la gente parece enfrentada. Las opciones resultantes son casi siempre “o esto/o eso, y nada más”, con todo el rango real de posibilidades coartado.

El moralismo de lo “politicamente correcto” (PC) es probablemente la forma más facilmente reconocida que toman las practicas moralistas. Para la gente cuya identidad esta atada a su color de piel, la tendencia PC es hacia un moralismo reactivo, racial. Para las mujeres cuya identidad mayor esta atada al genero, la tendencia es a demonizar a todos los hombres, tanto individualmente como cosificados en forma de un “patriarcado” como super-grupo definido por su genero.

Ejemplos podrian tambien ser dados para otras formas del moralismo que se las da de radical, como el pacifismo, muchas formas de izquierdismo, incluidas la mayoria de las ideologias marxistas, y varias otras campañas monotemáticas.

Uno de los aspectos más llamativos de las prácticas moralistas incluye los generalmente inútiles esfuerzos por comunicarse a través de la division etica/moralidad obligatoria (que seguramente se evidenciarán en las reacciones moralistas a este ensayo). Incluso cuando aquellos no tienen ninguna creencia en ningun sistema de valores fetichizado, ponen bastante en claro que sus críticas y comentarios surgen de sus propias experiencias dentro de contextos sociales y situaciones historicas particulares, sus palabras son automáticamente interpretadas a través de un marco moralista que asume que estas críticas y comentarios deben estar basadas en algín implícito, pero aun trascendente, sistema de valores.
Los moralistas siempre ven solo a otros moralistas, aun cuando no haya ninguno. Y más aún, a menudo ven -y critican- a estos otros moralistas (fantasmales), por ser excesivamente (aunque de forma encubierta) moralistas, aún cuando ninguna evidencia en absoluto pueda hallarse para tal acusación.
Uno de los aspectos mas vacíos y derrotistas o victimizantes de la moralidad dentro de la escena que se las da de radical, es el moralismo como un estilo de vida –una parada moralista que se apoya en identidades basadas en formas de consumo particulares. En vez de actuar sobre la critica radical a todas las instituciones sociales que refuerzan y justifican nuestra alienacion y dominacion, el estilo de vida moralista eleva sus elecciones como consumidores a decisiones morales, las que, segun su vision, los hacen mejores personas que aquellos que no las comparten. Estas elecciones de estilo de vida pueden involucarar adoptar una dieta rigida -vegetariana o vegana-, usar un uniforme especializado -punk u obrero-, practicar ciertas formas particulares de sexualidad, o consumir productos de cierta subcultura. (Nota: Obviamente ninguna de estas practicas per se son en sí mismas necesariamente debilitantes o derrotistas; es su fetichización y elevación a estándares morales descontextualizados lo que las vuelve así.)

Los efectos de la moralidad

Cualquiera sea el contenido específico de una moral obligatoria, los efectos son básicamente similares. La habilidad de una persona de pensar con claridad y actuar de manera decisiva frente a sus propios intereses (dentro de contextos apropiados) se ve comprometida o saboteada. Si las personas no son capaces de actuar conscientemente sobre sus propios intereses individuales y comunitarios, entonces casi con certeza terminarán de alguna manera actuando de acuerdo a los (ajenos) intereses de otro.

En la mayoría de las formas de la moral obligatoria este otro sobre los cuales los intereses y valores están orientados es más una idea abstracta que una persona o un grupo de ellas: Dios, Ciencia, Naturaleza, el propio País (o Estado-Nación), la Economía o Ecología, etc. (A pesar de que siempre hay gente real, grupos sociales y organizaciones esperando para explotar a las víctimas de la moralidad al actuar como mediadores entre ellos y sus ideales abstractos.) Incluso en aquellos casos de valores que están explícitamente orientados hacia una persona o un grupo de ellas (por ejemplo, la moral de lucha de clase que pone a la Clase Trabajadora como punto central), estos valores generalmente se mantienen orientados mucho más hacia la idea abstracta de la persona o el grupo que hacia cualquiera persona viviente, concreta y real: la idea fetichizada del Proletariado o el Partido (más que la forma viva y pulsante de trabajadores o de miembros individuales que componen al partido), la Humanidad (en abstracto más que en la forma de un agregado de individuos concretos y todas sus interrelaciones), el Estado, etc. La gente sumidas antes morales obligatorias que están organizadas alrededor de estas ideas abstractas intentan forzarse a sí mismas a seguir aquellas demandas debido a que han desplazado (proyectado o enajenado) su propia subjetividad hacia la misma, usualmente a través de la influencia de años y años de alienación, socialización moralizante y adoctrinamiento. En vez de comprender y actuar por sí mismos, las víctimas de la moralidad intentan convertirse a sí mismos en los títeres de las ideas abstractas que ellos mismos fetichizan.

Viviendo sin moralidad

La alternativa radical a la moralidad involucra la creación de una teoría crítica del yo-mismo. La formación de cualquier perspectiva y práctica anarquista que sea coherente y efectiva requiere que la gente desarrolle (a través de la interacción con sus ambientes naturales y sociales) un entendimiento relativamente sofisticado de sí mismos y de su lugar en sus mundos sociales y naturales. Sin la comprensión consciente de este locus subjetivo de entendimiento, sin un foco claro sobre los propios intereses personales y sociales, es imposible el desarrollar una teoría social crítica que sea capaz de comprender la enajenación social y las posibilidades para su superación. Una teoría crítica del yo-mismo y una teoría crítica social son dos polos esenciales de un único proyecto comprensivo.

Solo mediante el desarrollo y mantenimiento de un auto-entendimiento crítico de sí mismo y del propio-mundo puede alguien realizar decisiones completamente racionales acerca de cuáles son sus intereses más genuinos y cómo alcanzarlos (en vez de tomar decisiones basadas en racionalizaciones parciales o incompletas las cuales no reflejarán adecuadamente a sí mismos en el contexto general). Usando el lenguaje decimonónico de Max Stirner, este tipo de auto-comprensión crítica era designada como “egoísmo auto-consciente”, pero hoy en día toma sentido el relanzar este antiguo término pre-freudiano a favor de una “teoría del yo-mismo”

El auto-entendimiento crítico involucra el desarrollo simultaneo de una ética finita, un juego de valores consistente con lo que se considere y se sienta como los intereses personales más importantes, como son expresados en las actividades de la vida cotidiana. Estos valores son expresiones orgánicas de una subjetividad radical propia, de una auto-posesión, auto-entendimiento y auto-actividad propios. Ellos no se originan fuera de la propia vida, demandando la sujeción, debido a que son el resultado de las propias experiencias directas y sirviendo a los propios intereses.

(Publicado originalmente en Anarchy: A Journal of Desire Armed #58 Fall-Winter 2004–2005. Traducido por CN.)

martes, 15 de enero de 2013

Capitalismo de Estado y Dictadura* x Anton Pannekoek

sobre el marxista comunista de consejos Anton Pannekoek ir aqui

 I


El término "capitalismo de Estado" se usa frecuentemente de dos maneras diferentes: la primera, como una forma económica en la que el Estado realiza el papel del empresario capitalista, explotando a los trabajadores en interés del Estado. El sistema federal de correos o un ferrocarril de propiedad estatal son ejemplos de este tipo de capitalismo de Estado. En Rusia, esta forma de capitalismo de Estado predomina en la industria: el trabajo es planificado, financiado y gestionado por el Estado; los directores de industria son designados por el Estado y los beneficios se consideran la renta del Estado. La segunda, encontramos que se define como capitalismo de Estado (o socialismo de Estado) aquella situación en la que las empresas capitalistas son controladas por el Estado. Esta definición está, no obstante, desencaminada, en tanto bajo estas condiciones existe todavía la forma de la propiedad privada aunque el propietario de una empresa ya no sea el único amo, estando su poder restringido mientras se acepta cierto sistema de seguridad social para los trabajadores.

Ahora bien, depende del grado de ingerencia del Estado en las empresas privadas. Si el Estado aprueba ciertas leyes que afectan a las condiciones de empleo, tales como la contratación y el despido de los trabajadores, si las empresas son financiadas por un sistema bancario federal, o se conceden subvenciones para apoyar el comercio exportador, o si se fija por ley la limitación de los dividendos de las grandes corporaciones, entonces se llegará a una situación en la que el control estatal regulará la vida económica entera. Esto variará en ciertos grados del estricto capitalismo de Estado.

Considerado la situación económica actual en Alemania, podríamos considerar que allí prevalece una suerte de capitalismo de Estado. Los gobernantes de la gran industria en Alemania no son sujetos subordinados al Estado, sino que son el poder gobernante en Alemania a través de los funcionarios fascistas en las oficinas gubernamentales. El Partido Nacional-Socialista se desarrolló como una herramienta de estos gobernantes. En Rusia, por el contrario, la burguesía fue destruida por la Revolución de octubre y ha desaparecido completamente como poder gobernante. La burocracia del gobierno ruso tomó el mando de la creciente industria. El capitalismo de Estado ruso pudo desarrollarse en tanto que allí no había una burguesía poderosa. En Alemania, como en Europa occidental y en América, la burguesía tiene el poder total, es la propietaria del capital y de los medios de producción. Esto es esencial para el carácter del capitalismo. El factor decisivo es el carácter de la clase que es propietaria, con pleno control, del capital, no la forma interna de la administración, ni el grado de ingerencia del Estado en la vida económica de la población. Aun si esta clase considera una necesidad someterse a una regulación más estricta --paso que también haría a los capitalistas privados más pequeños ser más dependientes de la voluntad de los grandes capitalistas-- todavía permanecería el carácter del capitalismo privado. Debemos, por consiguiente, apreciar la diferencia entre el capitalismo de Estado y ese capitalismo privado que puede regularse hasta el más alto grado por medio del Estado.
Las regulaciones estrictas no han de verse simplemente como un intento por encontrar una salida a la crisis. Las consideraciones políticas también toman parte. Los ejemplos de regulación estatal apuntan a un objetivo general: la preparación para la guerra. La industria de guerra se regula, lo mismo que la producción de comida de los granjeros, para estar preparados para la guerra. Empobrecida por los resultados de la última guerra, privada de provincias, materias primas, colonias, capital, la burguesía alemana debe intentar rehabilitar las fuerzas que le quedan mediante una rigurosa concentración. Previendo la guerra como recurso final, pone tantos recursos como sea necesario en manos del control estatal.

Una vez encarados al objetivo común de un nuevo poder mundial, los intereses privados de las diversas secciones de la burguesía quedan en segundo plano. Todos los poderes capitalistas están confrontados con esta cuestión: ¿en que medida al Estado, como representante de los intereses comunes de la burguesía nacional, se le deberían confiar poderes sobre las personas, las finanzas y la industria en la lucha internacional por el poder? Esto explica por qué en esas naciones de una población pobre, pero rápidamente en aumento, sin ninguna o con pocas colonias (tal como Italia, Alemania, Japón), el Estado ha asumido el mayor poder.

Uno puede plantearse la pregunta: ¿no es el capitalismo de Estado la única "salida" para la burguesía? Obviamente, el capitalismo de Estado sería factible únicamente si todo el poceso productivo pudiese ser gestionado y planificado centralmente desde arriba, para satisfacer las necesidades de la población y eliminar las crisis. Si tales condiciones se produjesen, la burguesía dejaría entonces de ser una burguesía auténtica. En la sociedad burguesa no sólo existe la explotación de la clase obrera, sino que también debe existir la lucha constante de las diversas secciones de la clase capitalista por los mercados y por fuentes para la inversión de capital. Esta lucha entre los capitalistas es totalmente distinta de la vieja libre competición en el mercado. Bajo la cobertura de la cooperación del capital dentro de la nación, existe allí una lucha continua entre enormes monopolios. Los capitalistas no pueden actuar como meros recolectores de dividendos, dejando la iniciativa a funcionarios estatales para atender a la explotación de la clase obrera. Los capitalistas luchan entre ellos por los beneficios y por el control del Estado para proteger sus intereses sectoriales, y su campo de acción se extiende más allá de los límites del Estado. Aunque durante la crisis actual tuvo lugar una fuerte concentración dentro de cada nación capitalista, todavía persisten allí los poderosos entrelazamientos internacionales (del gran capital). En la forma de una lucha entre naciones, la lucha de los capitalistas continúa, con lo cual una crisis política severa a causa de la guerra y la derrota tiene el efecto de una crisis económica.

Cuando, por consiguiente, surge la cuestión de si el capitalismo de Estado --en el sentido en que ha sido usado arriba-- es una fase intermedia necesaria, antes de que el proletariado tome el poder, de si sería la forma más elevada y última de capitalismo establecida por la burguesía, la respuesta es no. Por otro lado, si por capitalismo de Estado uno quiere decir el control y la regulación estrictas del capital privado por el Estado, la respuesta es , variando el grado de control estatal dentro de un país de acuerdo con la época y las condiciones, llevandose a cabo de diferentes modos la preservación y el incremento de los beneficios, dependiento de las condiciones históricas y políticas y de la relación entre las clases.

II

Sin embargo, es posible y bastante probable que el capitalismo de Estado sea una fase intermedia, hasta que el proletariado tenga éxito en establecer el comunismo. Esto, no obstante, no podría ocurrir por razones económicas sino políticas. El capitalismo de Estado no sería el resultado de las crisis económicas, sino de la lucha de clases. En la fase final del capitalismo, la lucha de clases es la fuerza más importante que determina las acciones de la burguesía y amolda la economía estatal.

Ha de esperarse que, como resultado de la gran tensión y conficto económicos, la lucha de clase del proletariado futuro se inflamará hasta llegar a la acción de masas. Sea esta acción de masas el resultado de conflictos salariales, guerras o crisis económicas, y tome la forma de huelgas de masas, disturbios callejeros o lucha armada, el proletariado establecerá organizaciones-de-consejos[1*] --órganos de autodeterminación y ejecución uniforme de la acción--. Esté será particularmente el caso en Alemania. Allí los viejos órganos políticos de la lucha de clases han sido destruidos; los trabajadores están codo con codo como individuos, sin ninguna otra fidelidad que a su clase. Si van a desarrollarse movimientos políticos de largo alcance en Alemania, los trabajadores sólo podrían funcionar como clase, luchar como clase, cuando opongan, al principio capitalista de la dictadura unipersonal, el principio proletario de la autodeterminación de las masas. En otros países parlamentarios, por otra parte, los trabajadores son severamente estorbados en su desarrollo como clase independiente por las actividades de los partidos políticos. Estos partidos prometen a la clase obrera métodos de lucha más seguros, imponen su dirección a los trabajadores y con la ayuda de su maquinaria de propaganda hacen de la mayoría de la población sus seguidores descerebrados. En Alemania estos impedimentos son una tradición moribunda.

Tales luchas de masas primarias son sólo el principio de un periodo de desarrollo revolucionario. Permítasenos tomar una situación favorable al proletariado, en la que esa acción proletaria es tan poderosa como para paralizar y derrocar al Estado burgués. A pesar de la acción unánime a este respeto, el grado de madurez de las masas puede variar. Una concepción clara de los objetivos, los modos y los medios sólo se adquirirá durante el proceso de la revolución, y después de la primera victoria se afirmarán las diferencias acerca de la táctica ulterior. Entonces los portavoces de los partidos socialista o comunista aparecen; no están muertos, por lo menos sus ideas están vivas entre el sector "moderado" de los trabajadores. Ahora ha llegado el momento de poner en práctica su programa de "socialismo de Estado".

Los trabajadores más progresivos, cuyo objetivo debe ser poner la dirección de la lucha bajo el control de la clase obrera, por medio de la organización-de-consejos, (debilitando así el poder enemigo de la fuerza estatal) se encontrarán con la propaganda "socialista", en la que se enfatizará la necesidad de construir aceleradamente el orden socialista por medio de un gobierno "socialista". Se lanzarán advertencias contra las demandas extremas, se harán apelaciones a la timidez de aquellos individuos para los que el pensamiento del comunismo proletario es todavía inconcebible; se aconsejarán los compromisos con los reformistas burgueses, así como la compra de la burguesía, en lugar de forzarla a una resistencia amarga por medio de la expropiación. Se harán intentos de retraer a los trabajadores de los objetivos revolucionarios, de la lucha de clase determinada. Alrededor de este tipo de propaganda se agruparán aquellos que se sientan llamados a estar a la cabeza del partido o a asumir la dirección entre los trabajadores. Entre estos líderes estará una gran porción de la intelectualidad --que fácilmente se adapta al "socialismo de Estado", pero no al comunismo de consejos-- y otras secciones de la burguesía que ven en las luchas obreras una nueva posición de clase, desde la cual pueden combatir con éxito el comunismo. "El socialismo contra la anarquía", tal será el grito de guerra de aquellos que querrán salvar del capitalismo lo que pueda salvarse.

El resultado de esta lucha depende de la madurez de la clase obrera revolucionaria. Aquéllos que ahora creen que todo lo que uno tiene que hacer es esperar la acción revolucionaria, porque entonces la necesidad económica enseñará a los trabajadores cómo actuar correctamente, son víctimas de una ilusión. Ciertamente, los trabajadores aprenderán rápidamente y actuarán enérgicamente en tiempos revolucionarios. Mientras tanto, probablemente se experimentarán duras derrotas, que resultarán en la pérdida de innumerables víctimas. Cuanto más cabal sea la obra de esclarecimiento del proletariado, más firme será el ataque de las masas contra el intento de los "líderes" de dirigir sus acciones hacia los cauces del socialismo estatal. Considerado las dificultades con que se encuentra ahora la tarea de esclarecimiento, parece improbable que quede allí abierto para los trabajadores un camino a la libertad sin retrocesos. En esta situación se encontrarán las posibilidades del capitalismo de Estado como fase intermedia antes de la llegada del comunismo.

Así, la clase capitalista no adoptará el capitalismo de Estado por el devenir de sus propias dificultades económicas. El capitalismo monopolista, particularmente cuando usa al Estado como una dictadura fascista, puede asegurarse la mayoría de las ventajas de una organización única sin abandonar su propia dominación sobre la producción. Se dará una situación distinta, sin embargo, cuando la burguesía se sienta tan presionada por la clase obrera que la forma vieja del capitalismo privado ya no pueda salvarse. Entonces el capitalismo de Estado será la salida: la preservación de la explotación en la forma de una sociedad "socialista", donde los "líderes más capaces", los "mejores cerebros", y los "grandes hombres de acción" dirigirán la producción y las masas trabajarán obedientemente bajo su mando. Si a este estado se le llama capitalismo de Estado o socialismo de Estado da lo mismo en principio. Si uno se refiere al primer término "capitalismo de Estado" como siendo una burocracia estatal dominante y explotadora, o al segundo término, "socialismo de Estado", como a un cuerpo de funcionarios necesarios que, como servidores respetuosos y obedientes de la comunidad, comparten el trabajo con los trabajadores, la diferencia en último análisis reside en la suma de los salarios y la medida cualitativa de su influencia en las conexiones de partido.

Tal forma de sociedad no puede ser estable, es una forma regresiva contra la cual la clase obrera se levantará de nuevo. Bajo ella puede producirse orden en cierta medida, pero la producción sigue restringida. El desarrollo social sigue obstaculizado. Rusia fue capaz, a través de esta forma de organización, de cambiar del semi-barbarismo a un capitalismo desarrollado, de superar incluso los logros del capitalismo privado de los países occidentales. En este proceso figura el manifiesto entusiasmo entre las clases burguesas "advenedizas", dondequiera que el capitalismo empieza su curso. Pero tal capitalismo de Estado no puede progresar. En Europa occidental y en América la misma forma de organización económica no sería progresiva, dado que impediría la llegada del comunismo. Obstruiría la revolución necesaria en la producción; es decir, sería reaccionaria en su carácter y asumiría la forma política de una dictadura.

III

Algunos marxistas mantienen que Marx y Engels previeron este desarrollo de la sociedad hacia el capitalismo de Estado. Pero nosotros no conocemos ninguna declaración de Marx acerca del capitalismo de Estado de la cual pudiésemos deducir que considerase que el Estado, cuando éste asume el papel de capitalista único, fuese la última fase de la sociedad capitalista. Él vio en el Estado el órgano de opresión que la sociedad burguesa usa contra la clase obrera. Para Engels: "El proletariado toma el poder del Estado y entonces transforma la propiedad de los medios de producción en propiedad del Estado".
Esto significa que la transformación de la propiedad en propiedad estatal no ocurrirá previamente. Cualquier esfuerzo por hacer responsable a esta sentencia de Engels de la teoría del capitalismo de Estado, lleva a Engels a contradicción consigo mismo. Tampoco hay ninguna confirmación de esto que se pueda encontrar en los acontecimientos reales. Los ferrocarriles en los países capitalistas altamente desarrollados, como Inglaterra y América, todavía son la posesión privada de corporaciones capitalistas. Sólo los servicios postales y telegráficos son poseídos por los Estados en la mayoría de los países, pero por razones distintas que su alto estado de desarrollo. Los ferrocarriles alemanes fueron apropiados por el Estado mayormente por razones militares. El único capitalismo de Estado que fue capaz de transformar los medios de producción en propiedad del Estado es el ruso, pero no a cuenta de su elevado estado de desarrollo, sino al revés, a cuenta de su bajo estado de desarrollo. No hay nada, sin embargo, que pueda encontrarse en Engels que pudiera aplicarse a las condiciones existentes en Alemania e Italia hoy, que consisten en la fuerte regulación supervisora y la limitación de la libertad del capitalismo privado mediante un Estado todopoderoso.

Esto es totalmente natural, ya que Engels no era un profeta; era sólo un científico que era bien consciente del proceso del desarrollo social. Lo que él expone son las tendencias fundamentales en este desarrollo y su significación. Las teorías del desarrollo se expresan mejor cuando se exponen en conexión con el futuro; no es, por tanto, dañino expresarlas con cautela. Cuanto menos cauta es la expresión, como es a menudo el caso de Engels, esto no disminuye en lo más mínimo el valor de los prognósticos, aunque los acontecimientos no correspondan exactamente a las predicciones. Un hombre de su calibre tiene derecho a esperar que incluso sus suposiciones sean tratadas con cuidado, cuanto que se ha llegado a ellas bajo ciertas condiciones definidas. La obra de deducir las tendencias del capitalismo y su desarrollo, y darles forma en teorías coherentes y comprehensivas, asegura a Marx y Engels una posición prominente entre los pensadores más excelentes y científicos del siglo diecinueve; pero la descripción exacta, en todos sus detalles, de la estructura social de la mitad siglo por delante, era una imposibilidad incluso para ellos.
Las dictaduras, como las de Italia y Alemania, se hicieron necesarias como medios de coerción para imponer a la masa reacia de pequeños capitalistas el nuevo orden y las limitaciones reguladoras. Por esta razón, tal dictadura es considerada a menudo la forma política futura de la sociedad en un capitalismo desarrollado a nivel mundial.

Durante cuarenta años, la prensa socialista señaló que la monarquía militar era la forma política de la sociedad perteneciente a una sociedad capitalista concentrada. Pues el burgués tiene la necesidad de un Kaiser, de los Junkers y del ejército para la defensa contra una clase obrera revolucionaria por un lado, y contra los países vecinos por el otro. Durante diez años prevaleció la creencia de que la república era la verdadera forma de gobierno en un capitalismo desarrollado, porque bajo esta forma de Estado los burgueses serían los amos. Ahora se considera que la dictadura es la forma de gobierno necesaria. Cualquiera que pueda ser la forma, siempre se encuentran las razones más adecuadas para ella. Mientras, al mismo tiempo países como Inglaterra, Francia, América y Bélgica, con un capitalismo altamente concentrado y desarrollado, retienen la misma forma de gobierno parlamentario, sea éste bajo una república o un reino. Esto prueba que el capitalismo elige muchos caminos que llevan al mismo destino, y también prueba que no se debe tener prisa en deducir conclusiones de las experiencias de un país para aplicarlas al mundo en general.

En cada país el gran capital cumple su dominación por medio de las instituciones políticas existentes, desarrolladas a través de la historia y las tradiciones, cuyas funciones son expresamente transformadas. Inglaterra ofrece un ejemplo. Allí el sistema parlamentario, junto con un alto grado de libertad y autonomía personales, tienen tanto éxito que no hay ninguna traza de socialismo, comunismo o pensamiento revolucionario entre las clases trabajadoras. Allí crece y se desarrolla también el capitalismo monopolista. Allí, también, el capitalismo domina al gobierno. Allí, también, el gobierno toma medidas para superar los resultados de la depresión; pero se las arreglan perfectamente sin la ayuda de una dictadura. Esto no hace de Inglaterra una democracia, porque ya hace medio siglo que dos camarillas aristocráticas de políticos se apropian del gobierno alternativamente, y las mismas condiciones prevalecen hoy. Pero están gobernando por medios diferentes; a la larga, estos medios pueden ser más eficaces que la dictadura brutal. Comparado con Alemania, el igual y poderoso gobierno del capitalismo inglés parece ser el más normal. En Alemania, la presión de un gobierno policial forzó a los trabajadores a movimientos radicales, como consecuencia de lo cual obtuvieron un poder político externo; no lo obtuvieron a través del empeño de una gran fuerza interior dentro de sí mismos, sino a través de la debacle militar de sus gobernantes y, finalmente, vieron ese poder destruido por una dictadura afilada, el resultado de una revolución pequeñoburguesa que fue financiada por el capital monopolista. Esto no debe interpretarse en el sentido de que la forma inglesa de gobierno sea realmente la normal, y la alemana la anormal; justamente como sería equivocado asumir lo contrario. Cada caso debe juzgarse separadamente, cada país tiene el tipo de gobierno que germinó a partir de su propio curso de desarrollo político.

Observando América, encontramos en esta tierra de la mayor concentración de capital monopolista tan poco deseo de cambio a una dictadura como lo encontramos en Inglaterra. Bajo la administración de Roosevelt se efectuaron ciertas regulaciones y acciones para paliar los resultados de la depresión, algunas de las cuales eran completas innovaciones. Entre éstas estaba también el comienzo de una política social, que hasta ahora estaba completamente ausente de la política americana. Pero el capital privado ya está rebelándose y sintiéndose lo suficientemente fuerte para seguir su propio curso en la lucha política por el poder. Vistas desde América, las dictaduras en diversos países europeos aparecen como una armadura pesada, destructiva de la libertad, que las estrechamente aprisionadas naciones de Europa deben llevar, debido a que peleas heredadas las lanzan a la destrucción mútua; pero no se presentan como lo que realmente son, resueltas formas de organización de un capitalismo altamente desarrollado.

Los argumentos en favor de un nuevo movimiento obrero, que nosotros designamos con el nombre de comunismo de consejos, no encuentran su base en la dictadura capitalista de Estado o fascista. Este movimiento representa una necesidad vital de las clases obreras y habrá de desarrollarse en todas partes. Se convierte en una necesidad debido a la colosal elevación del poder del capital, porque contra un poder de esta magnitud las viejas formas del movimiento obrero se vuelven impotentes; en consecuencia, el trabajo debe encontrar nuevos medios de combate. Por esta razón, los principios programáticos para el nuevo movimiento obrero no pueden basarse ni en el capitalismo de Estado, ni en el fascismo o en la dictadura como sus causas, sino solamente en el poder constantemente creciente del capital y en la impotencia del viejo movimiento obrero para enfrentarse a este poder.

Para las clases obreras en los países fascistas prevalecen ambas condiciones, pues allí el poder incrementado del capital es el que sostiene en el país la dictadura política al igual que la dictadura económica. Cuando allí la propaganda por nuevas formas de acción conecta con la existencia de la dictadura, es así como debe ser. Pero sería una estupidez basar un programa internacional en tales principios, olvidando que las condiciones en otros países difieren ampliamente de las de los países fascistas.

Nota de traducción:
[1*] Traducimos "council organisation" por "organización-de-consejos", debido a que éste término no sólo designa a los consejos obreros o soviets en sentido estricto, sino también a las formas de organización inspiradas en ellos o que les sirven de base, como fuera en caso de las Organizaciones de Fábrica alemanas en los años 20 y su combinación en Uniones Obreras.

*Este artículo se publicó primeramente al parecer en Räte Korrespondenz. Esta traducción fue publicada en International Council Correspondence, vol. III, nº 1, enero de 1937.
Traducido y digitalizado por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques. Formato HTML para el Marxists Internet Archive el Jonas Holmgren.

Leninismo, ideología fascista x Miguel Amorós

¡Liberar a la Humanidad del yugo bienhechor del Estado! Es extraordinario hasta qué punto los instintos criminales anidan en el hombre. Lo digo claramente: criminales. La libertad y el crimen van tan íntimamente liados, si usted prefiere, como el movimiento de un avión y su velocidad. Si la velocidad del avión es nula, permanece inmóvil, y si la libertad del hombre es nula, no comete crímenes. Está claro. El único medio de librar al hombre del crimen es librarlo de la libertad.

Evgeni Zamiatin, Nosotros, 1920.

La existencia de sectas inmovilistas más o menos virtuales que se reclaman de Lenin es hoy un asunto más relacionado con las neurosis que acechan a los individuos inmersos en las condiciones modernas del capitalismo que con la lucha por las ideas que sostienen los rebeldes contra los ideólogos de la clase dominante. El tiempo no perdona y el fracaso final del leninismo ocurrido entre 1976 y 1980 ha llevado a los creyentes que sobrevivieron a una supervivencia esquizoide. Como ya estudió Gabel, el precio a pagar por su fe es una conciencia escindida, una especie de doble personalidad. Por un lado la realidad desmiente el dogma hasta en el menor detalle, y por el otro, la interpretación militante ha de retorcerla, encorsetarla y manipularla hasta el delirio para amoldarla al dogma y fabricar un relato maniqueo sin contradicciones. Como si de una Biblia se tratase, en dicho relato están todas las respuestas. El cuento leninista suprime la angustia que en el creyente engendran las contradicciones de la práctica, lo que constituye una poderosa arma para escapar a la realidad. El resultado sería patético para el resto de los seres vivos si los debates abundaran en el seno de un proletariado combativo como el de los años setenta, pero dado el estado actual de la conciencia de clase, o lo que es lo mismo, dada la inversión espectacular de la realidad, donde “lo verdadero es sólo un momento de lo falso”, la presencia de sectarios leninistas en las escasas discusiones de base no contribuye sino a la confusión reinante.

El papel objetivo de las sectas consiste en falsificar la historia, ocultar la realidad, desviar la atención de los verdaderos problemas, sabotear la reflexión sobre las causas del triunfo capitalista, bloquear la formulación de tácticas de lucha adecuadas, impedir en fin el rearme teórico de los oprimidos. Los leninistas fosilizados de hoy ya no son (porque no pueden) la vanguardia de la contrarrevolución de hace treinta años o de hace sesenta, pero su función sigue siendo la misma: trabajar para la dominación como agentes provocadores.

Dada la descomposición actual de la ideología quizás conviniese hablar de leninismos, pero lejos de perdernos en los matices que separan las distintas sectas intentaremos agrupar las características afines, que son las que mejor las definen, a saber, la negación rotunda de que en 1936 hubiera una revolución obrera, la afirmación igual de rotunda de la existencia de una clase obrera en constante avance y la creencia en el advenimiento del partido dirigente, guía de los trabajadores en la marcha hacia la revolución. Lo primero les viene, bien de los análisis derrotistas y capituladores de la revista belga “Bilan”, bien de los dictados triunfalistas del Komintern y del PCE. Si en un caso era cuestión de una guerra imperialista, en el otro, se trataba de una guerra de la independencia; en ambos, el proletariado debía dejarse machacar.

En el universo leninista Lenin es la Virgen María; la clase obrera de la que hablan es como la cristiandad. Un chiíta del leninismo, es decir, un bordiguista, se lamentaba en la web: “¿Si nos quitan la clase obrera, qué nos queda?” En efecto, para los leninistas la clase obrera tiene una función ritual, terapéutica si se quiere, psicológica. Es un ente ideal, una abstracción, en nombre de la cual ha de tomarse el poder. No es que no exista, es que nunca ha existido. Inventada por Lenin a partir del modelo ruso de 1917, una clase obrera minoritaria en un país feudal de población eminentemente campesina asequible a una dirección exterior compuesta por intelectuales organizados como partido, no es precisamente algo que veamos todos los días. Pertenece a un pasado caduco. Es un ideal utópico, antihistórico. Sin bromas, la secta trotsquista posadista creyó haberla encontrado entre los extraterrestres de una galaxia lejana desde donde enviaban a La Tierra platillos volantes con mensajes socialistas. Los mensajes de los ovnis debieron cundir porque el proletariado leninista aparece en toda sopa planetaria; según la prensa leninista su epifanía puede suceder en cualquier acontecimiento, por ejemplo, en la guerra civil de Irak, en las movilizaciones de estudiantes franceses, o en la constitución de una “izquierda” sindical, aunque lo más frecuente sea en los conflictos laborales.

Como no hay historia para el leninismo después de la toma del Palacio de Invierno, desde la Revolución Rusa parece que no hayan habido ni derrotas ni victorias significativas, a lo sumo algún traspiés dentro de una línea evolutiva invariable que conduce a una clase obrera impoluta, esperando a los curas de la iglesia, sus líderes, miembros por derecho del “partido”. Porque el verdadero sujeto histórico para los leninistas no es la clase sino el partido. El partido es el criterio absoluto de la verdad, que no existe por sí misma sino dentro de él, en las sagradas escrituras correctamente interpretadas. Dentro de el partido, la salvación; fuera, la condenación eterna. Ese vanguardismo alucinado es el rasgo más antiproletario del leninismo puesto que la idea de partido único mesiánico es ajena a Marx; proviene de la burguesía masona y carbonaria. Marx llamaba partido al conjunto de fuerzas que luchaban por la autoorganización de la clase obrera, no a una organización autoritaria, luminada, exclusiva y jerarquizada.
Es revelador que los leninistas vean hoy los intereses económicos particulares como intereses de clase, cuando ya no lo son, y que, en los setenta, cuando lo eran, los trataban como asuntos sindicales, “tradeunionistas”. La diferencia radica en que entonces el proletariado luchaba a su modo, con sus propias armas, las asambleas. Eso es lo que transformaba la reivindicación parcial en exigencia de clase. Pero los leninistas desprecian las formas realmente proletarias de organización y de lucha: las asambleas, los comités elegidos y revocables, el mandato imperativo, la autodefensa, las coordinadoras, los consejos... Y las desprecian porque en tanto que formas de poder obrero ignoran los partidos y disuelven al Estado, incluido al Estado “proletario”. Por eso han ocultado tanto como los medios de comunicación la existencia del Movimiento Asambleario durante los setenta, porque son enemigos de una clase obrera real que no se parece en nada a la suya y odian por razones evidentes sus formas organizativas específicas. Al contrario de Marx, para los leninistas el ser no determina la conciencia, por lo que hay que inculcarla mediante el apostolado de los líderes. Los obreros no pueden alcanzar, según Lenin, más que una conciencia sindicalera y deben plegarse al papel de simples ejecutantes; los sindicatos que los encuadran y controlan son por lo tanto la correa de transmisión del partido. Eso no es óbice para que los leninistas alaben las asambleas y los consejos si ello les permite ejercer alguna influencia y reclutar adeptos. Durante los setenta llegaron a apoyarlas pero tan pronto como se sintieron fuertes las traicionaron, tal como, salvando las diferencias, hizo Lenin con los Soviets.

La revista “Living Marxism”, animada por Paul Mattick, lanzaba la consigna de que “la lucha contra el fascismo comienza por la lucha contra el bolchevismo”. Durante la década de los cincuenta el capitalismo de los ejecutivos evolucionaba hacia los modos totalitarios del capitalismo de Estado soviético. Hoy, cuando la clase burocrática comunista se ha convertido al capitalismo y el mundo es arrastrado hacia la dominación fascista por la vía tecnológica, la ideología leninista es residual, polvorienta y museográfica. No estudia al capitalismo porque éste no es su enemigo, y por supuesto no quiere luchar contra él. Simplemente hace como el ajo, se repite. La labor principal de sus sectas consiste en competir unas con otras señalando “un punto particular que las distingue del movimiento de la clase” (Marx).

La batalla teórica contra los leninistas es pues un combate menor, algo así como dar puntapiés a los muertos vivientes, pero en tanto que armazón primario de nuevas ideologías de la contrarrevolución como el hardt-negrismo no conviene descuidarla, y con este objetivo recordamos algunas banalidades de base acerca del leninismo que cualquiera podrá encontrar en las obras de Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, los consejistas (Pannekoek, Gorter, Rülhe) o los anarquistas (Rocker, Volin, Archinoff). El leninismo a través de Negri y sus acólitos, como antes a través del estalinismo, su forma extremada, efectúa un retorno completo al pensamiento y a los modos de la burguesía, concretamente en la fase globalizadora totalitaria, manifiesto en su defensa del parlamentarismo, de los compromisos políticos, de la telefonía móvil y del espectáculo movimentista. El negrismo sostiene ideológicamente las fracciones débiles, perdedoras, de la dominación, la burocracia político administrativa, el aparato sindicalista y las clases medias, interesadas en un capitalismo intervenido por el Estado. Pero el leninismo no es diferente. Siempre defendió intereses contrarios al proletariado.

En la Rusia de 1905 no existía una burguesía capaz de lanzarse a la lucha contra el zarismo y la iglesia como futura clase dominante. Esa misión correspondió a los intelectuales rusos, que buscaron el esclarecimiento de sus impulsos nacionalistas en el marxismo y hallaron sus mejores aliados en el campo obrero. El marxismo ruso tomó un aspecto completamente diferente del ortodoxo, puesto que en Rusia el trabajo histórico a cumplir era el de una burguesía demasiado débil: la abolición del absolutismo y la construcción de un capitalismo nacional. La teoría de Marx, adaptada por Kautsky y Bernstein, identificaba la revolución con el desarrollo de las fuerzas productivas y del Estado democrático correspondiente, lo que favorecía una praxis reformista que aunque podía funcionar en Alemania, no podía en Rusia.

Si bien Lenin aceptaba íntegramente el revisionismo socialdemócrata de Marx, sabía que la tarea de los socialdemócratas bolcheviques de derrocar al zarismo no podía llevarse a cabo sin una revolución, para la que se necesitaban mejores fuerzas que las de los liberales rusos. Una revolución burguesa sin burgueses, y aún en su contra. La revuelta obrera de 1905 dejó al régimen absoluto malherido y la revolución de febrero de 1917 acabó con él. Aunque fue una insurrección obrera y campesina no tenía programa revolucionario ni consignas particulares, por lo que los representantes de la burguesía ocuparon su lugar. La burguesía no supo estar a la altura, mientras el proletariado se instruía políticamente y tomaba conciencia de sus objetivos; en poco tiempo la revolución perdía su carácter burgués y adoptaba un aire decididamente proletario. Durante julio-agosto Lenin aún defendía un régimen burgués con presencia obrera pero viendo el avance de los Soviets o consejos obreros cambió de orientación y lanzó la consigna del poder a los soviets, e incluso llegó a teorizar sobre la extinción del Estado. Pero la idea de poder horizontal era ajena a Lenin, que había organizado un partido sobre el modelo militar burgués, vertical, centralizado, decidiendo siempre desde arriba, con la dirección y la base fuertemente separadas. Si estaba a favor de los soviets era para intrumentalizarlos y tomar el poder. Su principal función no fue el desarrollo de los soviets, que no tenían cabida en su sistema; fue la conversión del partido bolchevique en aparato burocrático estatal, la introducción del autoritarismo burgués en el ejercicio y la representación del poder. A los soviets, los protagonistas de la revolución de octubre, en poco tiempo les fue escamoteado su poder por un Estado “proletario” que no supieron destruir. Los bolcheviques combatieron en nombre de “la dictadura del proletariado” el control obrero y la implantación de la revolución en los talleres y las fábricas, y, en general, la manifestación soberana de la voluntad obrera en organismos de democracia directa. En 1920 habían acabado con la revolución proletaria y los soviets ya no eran más que organismos castrados, decorativos. Los últimos bastiones de la revolución, los marinos de Kronstadt y el ejército makhnovista fueron aniquilados más tarde.
Al tiempo que destruían los soviets, los emisarios bolcheviques desembarcaban en Alemania, donde el consejismo había despertado en las masas obreras y los consejos estaban a punto de convertirse en órganos efectivos de poder proletario, para asestar una puñalada por la espalda a la revolución. Por todas partes desacreditaron la consigna de Consejos Obreros y propugnaron la vuelta a los sindicatos corruptos y al partido socialdemócrata. La revolución consejista alemana cayó bajo el peso de la calumnia, la intriga y el aislamiento provocado por los bolcheviques. Sobre sus cenizas pudo reconstituirse, con la bendición de Lenin, la vieja socialdemocracia y el Estado alemán de posguerra. Lenin no dejó de combatir a los defensores del sistema de consejos cubriéndoles de improperios en el folleto preferido de todos sus seguidores, “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.” Ahí se quitó la máscara. Abrumando con falsedades a los comunistas de izquierda y a los Consejos, Lenin defendía su seudosocialismo panruso, que llevado a la práctica por Stalin se revelaría un nuevo tipo de fascismo. Ni de lejos concebía que la liberación de los oprimidos sólo pudiera efectuarse mediante la destrucción del poder, del terror, del miedo, de la amenaza, de la constricción.

Todo aquél que desee entronizar un orden burgués encontrará las mejores condiciones de hacerlo en la separación absoluta entre masas y dirigentes, vanguardia y clase, partido y sindicatos. Lenin quería una revolución burguesa en Rusia y había formado un partido perfectamente adaptado a la tarea, pero la revolución rusa adquirió carácter obrero y estropeó sus planes. Lenin tuvo que vencer con los soviets para después vencer contra ellos. El comunismo más la electrificación cedió el paso a la NEP y a los planes quinquenales de Stalin, dando lugar a una nueva forma de capitalismo donde una nueva clase, la burocracia, desempeñaba el papel de la burguesía. Era el capitalismo de Estado. En Europa, las masas obreras fueron frenadas, desanimadas y empujadas a la derrota hasta desmoralizarse y perder la confianza consigo mismas, camino que condujo a la sumisión y al nazismo. Hitler llegó fácilmente al poder porque los dirigentes socialdemócratas y estalinistas habían corrompido tanto al proletariado alemán que éste no reparó en entregarse sin queja. “Fascismo pardo, fascismo rojo” fue el título de un memorable folleto donde Otto Rülhe mostraba que el fascismo estalinista de ayer era simplemente el leninismo de anteayer. En él nos hemos inspirado para titular nuestro artículo.

Los paralelismos con la situación española de 1970-78 son obvios. Por un lado, el partido comunista oficial, estalinista, defendía una alianza con los sectores de la clase dominante que forzara una conversión democrática del régimen franquista. Su fuerza provenía principalmente de la manipulación de movimiento obrero, al que pretendía encuadrar dentro del aparato sindical fascista. Todos los procedimientos leninistas para impedir la autoorganización obrera fueron utilizados fielmente por el PCE. Los partidos izquierdistas, nacidos principalmente de la explosión del FLP, de escisiones del PCE y del Frente Obrero de ETA, no actuaron de otro modo. Todos atacaban al PCE por no ser suficientemente leninista y no perseguir, como Lenin, una revolución burguesa en nombre de la clase obrera. Le disputaban la dirección de Comisiones Obreras, trabajo inútil porque en 1970 Comisiones ya no era ningún movimiento social, sino la organización de los estalinistas y simpatizantes en las fábricas. Para conquistar posiciones hicieron concesiones a las genuinas formas obreras de lucha, las asambleas, pero nunca las fomentaron. Tras los sucesos de Vitoria del 3 de marzo de 1976 las diferencias con el PCE se desvanecieron y le siguieron en su política de compromisos. Se presentaron a elecciones, cosechando el más rotundo de los fracasos. Desaparecieron dejando un rastro de pequeñas sectas, pero su suicidio político fue también el del PCE, que a partir de 1980 se transformó en un partido testimonial, de ideología variable, sostenido sólo por algunos fragmentos proletarizados de la mediana y pequeña burguesía.

Unas cuantas verdades podemos aprender de la crítica clásica del leninismo en la que nos hemos basado. Que los fundamentos de la acción que incline la balanza social del lado contrario al capitalismo no se encontrarán con los métodos de organización del tipo sindicatos o partidos, ni en los parlamentos, ni en las instituciones estatales, ni en los centros comprometidos con cualquier aspecto de la dominación. Que las masas oprimidas se hallan aisladas y dispersas, sin amigos. Que los activistas han de poner por encima de todo la capacidad de asociación, el fortalecimiento de la voluntad de acción y el desarrollo de la conciencia crítica, incluso por encima de los intereses inmediatos. Que las masas han de escoger entre tener miedo o darlo.