domingo, 20 de diciembre de 2009

FISIOLOGIA DEL CUERPO POLÍTICO X Michel Onfray

extraido de El Único

Selección de la Introducción al libro "Política del rebelde Tratado de la resistencia y la insumisión" –PERFIL LIBROS/BÁSICOS.- 1999.


Conozco mi fibra anarquista desde la niñez, de manera confusa y turbia, sin que haya podido nombrar esa sensibilidad que surge de las vísceras y del alma. Desde el orfanato de los Salecianos adonde me enviaron mis padres a los diez años, desde la primera mano que me levantaron, desde los primeros vejámenes infligidos por los curas, y otras humillaciones sufridas en la época de mi infancia, más tarde, en la fábrica, a la que fui durante algunas semanas, después en la escuela o en el cuartel, encontré la rebelión, conocí la insumisión. La autoridad me resulta insoportable, la dependencia intolerable, la sumisión imposible. Las órdenes, incitaciones, consejos, demandas, exigencias, proposiciones, directivas, conminaciones, me crispan, se me atragantan, me retuercen el estómago. Frente a toda orden, me siento de nuevo en la piel del niño que fui, abrumado por tener que volver a tomar el camino del pensionado por las dos semanas que se habían convertido en la medida de mis encarcelamientos y liberaciones.

Casi treinta años después de mi ingreso a ese internado, siento la piel erizada, la voluntad tensa y la violencia subyacente, ante cualquier intención de acaparamiento de mi libertad. Sólo pueden soportarse y vivir cerca de mí los que aceptan mi carne lastimada, mi herida todavía fresca y mi incapacidad visceral para soportar cualquier autoridad. Sin que me lo pida, se obtiene de mí lo que sea; nada, en cambio, apenas asoma cualquier elemento que pueda parecerse a la expresión de un poder capaz de ponerme en peligro o mermar mi libertad.

Sólo tardíamente, alrededor de los diecisiete años, descubrí que existe un archipiélago de rebeldes y de irreductibles, un continente de resistentes e insumisos llamados anarquistas. Stirner me brindó sustento, Bakunin un destello que horadó mi adolescencia. Desde que llegué a esas tierras libertarias, no he dejado de preguntarme cómo, en la actualidad, se podría merecer el calificativo de anarquista. Lejos de las opciones del siglo pasado o de los restos de cristianismo que todavía resuenan en el pensamiento anarquista de los grandes antepasados, a menudo me he preguntado cómo sería, en este fin de milenio, una filosofía libertaria que tomara en consideración dos guerras mundiales, el holocausto de millones de judíos, los campos del marxismo-lenilismo, las metamorfosis del capitalismo entre el liberalismo desenfrenado de los años setenta y la globalización de los noventa y, sobre todo, el pos Mayo del ’68.

Antes de llegar a esas zonas contemporáneas, quisiera exponer la hipótesis de informaciones que carcomen, en primer lugar, las vísceras, el cuerpo, la carne. Quisiera volver a sapiencias que afectan la carne, los huesos, el sistema nervioso. Me gustaría volver a encontrar la época en que se inscriben en los pliegues del alma las experiencias generadoras de una sensibilidad que se fija para siempre, pase lo que pase después. Mi objetivo es una fisiología del cuerpo político. Para mí, el hedonismo es a la moral lo que el anarquismo es a la política: una opción vital, exigida por un cuerpo con memoria.

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