martes, 24 de noviembre de 2009

Movimiento ficticio y movimiento real x A. M. Bonnano

El movimiento anarquista

El movimiento anarquista en su estructura está compuesto por pequeños centros de poder que se desarrollan, actúan, juzgan, condenan, absuelven, deciden y se equivocan como todos los centros de poder. La función que desarrollan es semejante a la de sindicatos y partidos al servir de enlace entre las exigencias del capital y las presiones del embate de clase. Su óptica es la de sumar el mayor número posible de personas bajo una sigla o bandera. En este caso, el poder se mide en base al número de militantes, o mejor, el número de grupos federados (que la cosa impresiona más en cuanto no se sabe si un grupo está constituido por 2 o 200 militantes). Muchos compañeros están más atentos a los congresos y a las reuniones que a las propias luchas; más inclinados a redactar artículos filosóficos para las revistas que insisten en publicarles que al compromiso personal; no tan preocupados en atacar al poder como en tratar de molestarlo lo menos posible para seguir disponiendo de pequeñísimos espacios donde luchar o donde ilusionar con su lucha. La verdad es que en Italia el movimiento es, en su mayor parte, un movimiento ficticio. Quitando raros casos, está fuera de las luchas. Luchas que no pocos grupos y federaciones se atribuyen. Algún grupo va más adelante y se complace haciéndonos conocer sus experiencias dentro de algún consejo de fábrica o comité de barrio. Lo que aquí queremos subrayar es que, a menudo, detrás de toda esta tendencia o colectivo se pueden encontrar algunas personalidades más fuertes que otras, que acaban por construir un verdadero y propio centro de poder, administrándolo en perfecta armonía con las reglas universales del poder. No falta, y es evidente de modo particular en el movimiento anarquista italiano la tendencia a sobrevalorar la importancia del movimiento en sentido específico como elemento dinamizador de la revolución libertaria. Es de nuevo la manía del crecimiento cuantitativo, de la fuerza numérica, tanto más fuerte y desconcertante cuanto menos se es, y cuanto más lejos se está de las condiciones que hacen posible el crecimiento mismo. Resumiendo, tenemos pues un movimiento que se coloca como depositario de un patrimonio de ideas, análisis y experiencias bien precisas, pero que no tiene una relación directa con las luchas. Falta su presencia en las masas, que se considera como condición «única» de su mismo llamarse movimiento anarquista. Pero no todos los compañeros que se sitúan dentro de este movimiento comparten las ideas susodichas, no todos se acomodan a la espera de un crecimiento cuantitativo que debe producirse dentro del movimiento, crecimiento determinante para cualquier acción a desarrollar «en las» masas. Algunos ven el problema en sentido opuesto. En general este distinto análisis es realizado por los denominados grupos autónomos, aunque no es para nada homogéneo o universalmente aceptado.

Movimiento ficticio y movimiento real

Consideramos como movimiento anarquista ficticio el conjunto de los compañeros que administran una posición de poder dentro del movimiento, que no hacen un preciso trabajo anarquista contribuyendo al crecimiento de la conciencia revolucionaria en las masas, sino que se limitan a presidir las reuniones y congresos, tratando de dirigir a los compañeros más jóvenes o menos preparados hacia lo que ellos consideran los principios indiscutibles del anarquismo. Quedan los otros compañeros que por debilidad o por aquiescencia acaban por adecuarse a las decisiones que son tomadas siempre por las mismas personas. Esos, aunque comprometidos en las luchas concretas desnaturalizan el significado mismo de la necesidad de la delegación y no se ocupan de prepararse de modo tal que válidamente se contrapongan a la «tiranía» del compañero más competente o de más autoridad. El resto del movimiento comprende dos direcciones bien precisas: los que teorizan la necesidad de la minoría específica, constituyéndose como vanguardia destinada a tutelar los sacros principios del anarquismo (o anarco-leninismo); y los autónomos, que se debaten entre entre el estímulo originario del crecimiento y una nueva visión del movimiento en sentido real En el caso de que estos últimos grupos se autoconsideren los depositarios de la verdad y, como tales, destinados a recoger la herencia de las sacras virtudes anarquistas del pasado, su destino está señalado con anticipación. Muy prestos también ellos encontrarán a su líder (si no lo han encontrado ya) y marcharán en las filas del movimiento ficticio; en el caso de que giren la mirada fuera de la organización, hacia la realidad concreta de las luchas, entonces tal vez sean los compañeros más indicados para darnos un nuevo análisis de la esencia y las posibilidades de un movimiento anarquista real. Pero, en general, el movimiento anarquista no molesta mucho y se le deja dormitar en paz. La ilusión democrática abre espacios de acción imaginaria ante los ojos de muchos compañeros y los induce al error.


El movimiento anarquista real

La parte no desdeñable del movimiento anarquista internacional que está constituida por los grupos autónomos, como habíamos indicado, no tiene un derecho mayor que cualquier otra, a declararse parte -o constituyente- del movimiento anarquista real. También aquí se pueden verificar fenómenos de concentración elitista, de elefantismo obtuso, de atraso en los análisis en en las estrategias de lucha. Al contrario, nos parece que el lugar más seguro para buscar el movimiento anarquista real está fuera de los esquemas y de las iglesias. Se sitúa en las masas que en concreto plasman sus postulados en la confusión y en los cambios de opinión, en los errores y en los titubeos, pero con un notable esfuerzo de autoorganización de la lucha, empleando en ellos una estrategia anarquista de aproximación a la revolución social. Pero esta búsqueda en las masas no se puede hacer de modo ciego. En las masas explotadas la organización de los ataques al poder (patronos, sindicatos, partidos) es un hecho espontáneo, emergente de modo inmediato del proceso de explotación. En estas luchas se dan un mínimo de condiciones para el crecimiento de un movimiento real que no es cuantificable en términos de grupos o federaciones, sino que, indirectamente, resulta medible sobre la base del número de acciones de un cierto tipo que son realizadas sobre la base de la circulación de ciertas ideas, sobre la base de la respuesta que ciertas ideas reciben en determinados ambientes de explotación. En esta perspectiva las tesis anarquistas del pasado no pueden ser aceptadas de forma sagrada, sino que deben ser leídas en clave de actualidad, como modelos de acción y no como estereotipos momificados. Sólo de este modo se podrá tener un movimiento anarquista real que no resulte atrasado frente a los estímulos teóricos procedentes de las situaciones reales impuestas por el movimiento real de los trabajadores. Este, resistiendo a la eliminación física en las cárceles y en los manicomios, rechazando jugar el rol asignado por el poder, desarrolla una organización autónoma que puede también llegar a formas bien precisas de articulación. El movimiento anarquista real no puede ser extraño a esta germinación organizativa espontánea: obligatoriamente debe formar parte de ella tratando de garantizar la esencia libertaria que emerge del movimiento de base: la lucha contra todo tipo de poder. Pero este movimiento anarquista real no debe asumir ninguna forma de prevalencia sobre las organizaciones del movimiento de los trabajadores y no puede ser administradas por especialistas iluminados capaces de mantenerlas en vida en momentos de cansancio. El punto esencial a no olvidar es que estos famosos momentos de reflujo lo son para el movimiento ficticio de los trabajadores, no para el movimiento real, sometido en todo instante a la presión incansable de la explotación y el genocidio.

El movimiento ficticio y el dominio de lo aparente

Nosotros somos partidarios de la organización, pero la organización no puede ser un problema en sí misma, aislada de la lucha; un obstáculo para acceder al combate de clase. El conjunto organizativo despegado de la realidad cae en el dominio de lo aparente y se eleva a la categoría de catedral en el desierto. En su interior se producen todo tipo de disputas entorno a las estrategias y tácticas, que nada tienen que envidiar a las reales; sólo que todo sucede en mundo ficticio. El motivo de esta situación se deberia buscar en la existencia de pequeños centros de poder que empujan a muchos compañeros a rotar en torno a ellos, mientras los pocos que administran estos centros, en base a la ley de cualquier organización de poder, no pueden hacer otra cosa que continuar administrándolos. Nos parece que estos compañeros, aunque de buena fe, son responsables directos de esta situación si continúan sin hacer nada al respecto. Es verdaderamente extraordinario el esmero con el que son embalsamadas ciertas momias por quien debería ser por definición contrario a todo tipo de conservadurismos. En sustancia es la ilusión producida por la apariencia lo que empuja a estos compañeros a comprometerse en algo que no tiene sentido si no es considerado un fin en sí mismo. De ahí las grandes fatigas para mantener en pie organizaciones que sólo tienden a perpetuarse a sí misma esperando que llegue el día glorioso de pasar a la acción. El proyecto revolucionario anarquista parte del contexto específico de la realidad de las luchas. No es un producto de la minoría, no es elaborado por ésta y exportado al movimiento de los trabajadores, que lo adquiere en bloque o a plazos. El proyecto revolucionario no es ni siquiera una realización acabada en todas sus partes. Los anarquistas no deben imponer su conciencia de minoría revolucionaria a la clase trabajadora. Actuar en este sentido significa, involuntariamente, perpetuar la violencia leninista. Al contrario, participando en el proceso de autoorganización de la masa, trabajando dentro, no como teóricos políticos o especialistas militares, sino como masa, se puede evitar el obstáculo insuperable de la minoría separada que intenta «viajar» hacia la totalidad de la masa, pero no sabe decidirse sobre la metodología a emplear. Es necesario partir del nivel real de las luchas, del nivel concreto y material del combate de clase, construyendo pequeños organismos de base, autónomos, capaces de colocarse en el punto de coincidencia entre la visión total de la liberación y la visión estratégica parcial que la colaboración revolucionaria hace indispensable. No se trata pues de propaganda, de «hacerse conocer» por las masas, no se trata de acceder a los grandes medios de comunicación, no se trata de hablar en televisión a millones de espectadores; se trata de realizar en cada hecho de la lucha de masa la conciencia revolucionaria de la minoría, transformando en hecho-concreto la conciencia que en convento minoritario, quedaba en simple abstracción; haciendo que la necesidad del comunismo advertida por las masas se realice, poco a poco, en una concreción cotidiana, en una organización material de la vida.

¿Qué movimiento?

Pero, en definitiva ¿qué cosa debemos entender por movimiento anarquista? Pensamos que debe ser entendido en el sentido más amplio de término, como el conjunto de todas las fuerzas que luchan por la realización de una revolución social libertaria; pero pensamos también que la cristalización oficial de algunos componentes de este movimiento, el ponerse cómodo sobre temáticas escolásticas, el encerrarse en conventos que escupen sentencias de absolución o condena, haya acabado, al día de hoy, por transformar la parte más grande de este movimiento en un pesado e inútil carrozón ideológico. Sin embargo, más allá de la estructura, que está matando todo, hay compañeros, individuos que intentan luchar por su ideal, que ven con claridad como este choque continuo con la estructura acaba por oprimirlo cuando debía exaltarlo y hacerlo realizable. Estos compañeros son los destinatarios privilegiados de nuestro discurso.

La organización

La organización específica de las masas explotadas se da a través de la autoorganización. Esta puede extenderse en el curso del combate y del desarrollo de las contradicciones, pero sin perder su fundamento espontáneo de autorregulación. Esto garantizará la persistencia de una estructura horizontal, única salvaguardia para continuar la lucha. El aislamiento es la causa de la derrota revolucionaria, no sólo sobre el plano militar, sino, más todavía, sobre el político. Ello no es posible cuando el organismo actuante no es producto de un dualismo (organismo de masas-organización específica), sino que es la masa misma la que extiende su actividad estructurándose de modo autónomo. Todo está todavía por hacer en esta dirección. La masa desarrolla e incrementa diariamente su necesidad de comunismo, elabora su propia teoría, determina sus enemigos. No podemos continuar quedándonos en lo cerrado de nuestros grupos, meditando análisis y proponiendo estrategias de acción como producto de un organismo que se considera interlocutor privilegiado de la masa. Debemos poner al revés el razonamiento, dejar de contarnos y comenzar a contar a los explotados y guettizados.

De nuevo sobre el error del crecimiento cuantitativo de la minoría

La vieja ideología cuantitativa se puede transferir bajo la forma de objetivación de la minoría misma. El compromiso por la lucha viene dado por la búsqueda del crecimiento del movimiento específico, de la minoría. No debemos basarnos en las propias perspectivas y en los intereses propios, utilizando las ocasionales instancias del movimiento de los trabajadores como detonador del proceso de desarrollo y de amp!iación, sino, al contrario, el punto de partida debe ser la transformación de la realidad misma, esto es, la transformación de la relación existente entre autoorganización y delegación de las luchas. Por eso, el «terreno» sobre el que comprometerse sólo puede ser el propuesto por los estímulos de la realidad misma, tomando en cuenta, como sabemos, que estos estímulos están divididos entre el empuje hacia la autoorganización de las luchas y el impulso hacia la delegación. Si en un barrio crece el descontento por ciertas carencias del poder que causan disfunciones (aumento de la explotación), esto no significa que el barrio esté dispuesto a autoorganizar la lucha para resolver el problema inicial, hacer disminuir la explotación que lo golpea y pasar a profundizar la lucha por otros objetivos más generales y más específicamente revolucionarios. A menudo, todo lo que está dispuesto a hacer es esperar para ver qué camino es el más eficaz para obtener aquello de lo que carece.. Por este simple motivo, sindicatos y partidos pueden en todo momento obligar al poder a eliminar las contradicciones y, haciéndolo así, a apagar las luchas. Nuestra tarea no puede ser, por tanto, sólo la de llegar antes que ellos, sino la de introducir la lucha en un cuadro más amplio, en un proyecto revolucionario más complejo, que pueda desplazar la relación autoorganización-delegación! del lado de la autoorganización. Y esto no es posible encerrándose en el hecho en cuanto tal, en la acción como fin en sí misma, o peor todavía, en una perspectiva de crecimiento cuantitativo de la minoría. En estos últimos tiempos, la necesidad de comprender bien esta relación se hace más apremiante. Podemos decir que el disenso se ha institucionalizado. La contestación, el formular peticiones no ortodoxas, una cierta animosidad de la base, cosas que hasta ayer causaban un cierto pánico en los sindicatos y en los partidos, hoy pueden ser objeto de debate en las instituciones. Mediante la discusión, la apertura, las asambleas de base, el diálogo, se impone, de forma limpia y sin escorias, lo que quiere el poder. Por tanto, el obietivo de intervención no puede ser establecido a priori, sino que va delimitándose en el curso de la intervención misma y sobre la base de las modificaciones que ello causa sobre la realidad de las luchas. No puede valorarse en base a resultados objetivos inmediatos por alcanzar, porque esta también puede ser tarea de partidos y sindicatos; no puede ni siquiera valorarse en base a una ideología a priori, que acaba por hacerse afirmación maximalista y, muchas veces, inoperante frente a una realidad que se va estructurando sobre una serie de contradicciones. Si, por ejemplo, nos limitásemos a denunciar las condiciones de los encarcelados, seríamos sin duda útiles a los compañeros a los compañeros que sufren la represión; pero limitándo. nos a esto, condenaríamos nuestra intervención a quedar en manos de una minoría externa que se acerca a la realidad y la divisa, se bate por ella y, - al límite, hace algo por cambiarla a mejor. Pero este «cambiar a mejor» es útil también para el poder que, antes o después, debe también decidirse a adoptar sistemas más refinados y socialdemócratas de represión; sistemas igualmente, si no más, eficaces. La acción práctica de la minoría es la realidad de las luchas es, pues, la de impulsar el desarrollo de la autoorganización, rompiendo con el delegacionismo y el dirigismo, aunque esté camuflado de proyecto revolucionario.

La fragmentación de la realidad de las luchas

La existencia misma del poder y de la explotación es el indicio más seguro de la fragmentación de la realidad de las luchas. En caso de que éstas lograsen fundirse en una acción homogénea, es decir, hiciesen prevalecer la tendencia a la autoorganización, el poder sería barrido. Y dado que este último aprecia perfectamente el peligro, se organiza en consecuencia. Sus aliados más eficaces: los partidos y los sindicatos. Esta fragmentación no se traduce en una distinción de niveles según la presencia reformista, tecnocrática o revolucionaria. Es una fragmentación que desciende en vertical, en profundidad. Una realidad de lucha en una fábrica, barrio, guetto, escuela, manicomio, etc. no es nunca calificable como «realidad» reformista, tecnocrática, revolucionaria, etc., siempre tiene un conjunto de problemas y de estímulos que la caracterizan, un conjunto de tendencias y prejuicios, de separación y de empeño, de compromisos y de toma de conciencia. Sólo cerrando los ojos se puede admitir, por definición, que la minoría es monolítica porque ha tomado conciencia, mientras que la realidad es fragmentaria porque ha de ser conquistada por la minoría. En realidad las cosas son muy distintas, el proceso es, para ambos elementos de esta relación, una tendencia y una constante modificación.

Alfredo M. Bonanno

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