Este es un intento de derribar los muros que tratan de hacer lo que nos divierte, lo que queremos; atacar al enemigo donde más le duele. Nuestros actos son a menudo juzgados por nuestro entorno a base a prejuicios. Estos prejuicios están basados en la moral dominante que es la moral de los dominadores, de los poderosos. La moral establecida hoy exalta el diálogo, el consenso, el pacto, las peticiones, pero lo hace sobre un sistema que esclaviza y mata.
La moral no es más que un freno para quien quiere atacar al poder. Un freno construido aposta. Su objetivo es transformar la vida en una suma de ocasiones desperdiciadas. Busca ahogar nuestros deseos en prejuicios heredados. Para quien está hart@ de tragar, el mito de que esta sociedad es la sociedad de la comunicación es absurdo. Estamos explotad@s y oprimid@s y encima cuando nos decidimos a atacar al enemigo tiene que venir el/la moralista de turno a preguntarnos si lo que vamos a hacer "es un acto de autodefensa o no". Esta persona filosofa sobre si la destrucción de la propiedad es violencia o no, distingue qué acto es violento y cuál no; marca el límite a partir del cual nuestros actos rebasan la frontera de lo inaceptable. Nos juzga en base a la moral. Dialogamos demasiado, con el enemigo y con sus falsos oponentes. A veces el silencio comunica mejor. A veces hay que actuar y apartar el diálogo.
Como explotad@s no reconocemos a nadie el derecho de marcarnos el camino a seguir. Como rebeldes no reconocemos a nadie el derecho a imponernos un sistema de valores; una moral. Estamos hart@s de moralistas.
Con la renuncia a destruir el sistema empieza la obsesión por la creatividad. Las personas concienciadas basan su actividad en aportar "propuestas constructivas" con una "actitud positiva" para contribuir a "mejorar las cosas".
Esta creatividad política es sinónimo de reformas y de embellecimientos con vistas a un futuro que no existe. La única creación útil es aquella que nos da placer ahora o que sirve para extender la revuelta y el ansia por acabar con este sistema.
No queremos autogestionar la miseria; no queremos resolver los problemas del capitalismo; no queremos decorar este estercolero con propuestas constructivas. Queremos atacarlo para destruirlo.
Las revueltas no surgen de los libros, ni de las mentes de ningún iluminado. Las revueltas surgen de la explosión de desobediencia de quien ha acumulado suficiente rabia como para romper con los cauces oficiales de la protesta. Las personas progresistas ven a l@s explotad@s como alguien a quien organizar y educar con fines reivindicativos. La mitificación con la que se observa a las autoridades le impulsa a ver a la gente como una masa de seres incapaces de toda iniciativa real contra el poder. Hereda de los ilustrados del siglo XVIII una adoración mística por el racionalismo, la planificación y una fobia enfermiza por la pasión, los deseos y la revuelta desordenada.
El intelectualismo izquierdista pretende planificar desde su mesa de tertulias las protestas, las transformaciones sociales y nuestras vidas. Pretende convertirnos, a su imagen y semejanza en vegetales conscientes. Y es que la pasión y el rechazo de las convenciones a la hora de actuar es lo que ha abierto muchas veces los caminos a la rebelión incontrolable. No hay nada que canse tanto como el enorme esfuerzo que realizamos para seguir siendo, durante años, razonables. Para no ser simple y profundamente nosotr@s mism@s.
La pasión por la vida exige cólera y odio por quien quiere matarnos poco a poco; renuncia a renuncia. Los suicidios cotidianos de la obediencia, la transigencia y la resignación nos hacen convertirnos en zombis con horchata en las venas.
La reacción del planificador de protestas ante la acción rebelde es hostil. Suele condenarla escudándose a menudo en la respuesta represiva que pueda venir. Y es porque no ve al poder como enemigo a destruir. Si lo hiciese entendería que en el enfrentamiento entre explotador@s y explotad@s no hay un momento de paz; Los choques son continuos y la represión es una herramienta más del opresor.
La rendición de mantenerse dentro de los límites de la legalidad no garantiza la continuidad de ningún movimiento anti-autoritario, en realidad es su peor enemiga.
Las organizaciones izquierdistas se convierten cada día más en instituciones Oficiales de la Queja (I.O.Q). Su funcionamiento es un ciclo que empieza tratando de absorber (en plan aspiradora) focos de disidencia o descontento para que, una vez clasificados, puedan ser representados como grupos de presión que piden (como pollitos) su ración de concesiones a papá-Estado.
De ahí que l@s progresistas vean como una amenaza el acto rebelde individual o en grupo que se escape a su control. Y es que si cualquiera puede atacar al enemigo con solo tener las cosas claras y determinación, ¿quién necesita profesionales de la lucha y aparatos burocráticos?.
Así, cuando aparecen actos no controlados por las I.O.Q. estas reaccionan a la defensiva. Dirán que son acciones contraproducentes, sin sentido o incluso que las ha provocado el poder para reprimir mejor. Con ello tratan de encubrir su propio fracaso volcando la culpa en "l@s violent@s", "l@s provocador@s", "los incontrolad@s", etc.
En realidad la vida diaria continúa al margen de estas fantasías ombliguistas. Hay continua actividad ilegal contra el enemigo; robos diarios a empresas y supermercados, destrucción de maquinaria de trabajo, ataques a la policía, etc.
Si no se ha transformado este comportamiento ilegal generalizado en momentos de rebelión colectiva es por dos razones fundamentales; 1) por la falta de confianza en la propia capacidad individual y colectiva y la mitificación del poder, y; 2) por la existencia de prejuicios morales respecto a la violencia, el diálogo, etc.
La eliminación del elitismo (propio de la cultura de izquierdas) empieza por no creerse ni más ni menos conscientes que el resto de explotad@s. No es infravalorando acciones espontáneas de ataque por detalles como extenderemos la revuelta. Haciéndonos cómplices de ellas y "llevando gasolina allá donde haya fuego" romperemos los cauces controlados de oposición y extenderemos el comportamiento ilegal.
Practiquemos el vandalismo. O lo que es lo mismo, la acción que busca la diversión y el placer en el ataque a algo o alguien que nos oprime. Es una práctica sencilla y abierta a todo el mundo. Por ello está tan extendida y podría extenderse mucho más. Con el ataque desmitificamos al enemigo rompiendo la falsa apariencia de paz y control total.
Con el vandalismo también se rompe con el mito izquierdista (político o militar) de que el corazón del poder está en la cúpula lejana de representantes. El corazón del poder está a nuestro alrededor cada día, en las relaciones que establecemos con el patrón, la jefa, los agentes represores, empresas, instituciones...
Ningún acto de revuelta es ciego o inútil. La simple ostentación de poder o derroche de dinero por quien nos explota es una provocación para quienes sufrimos las consecuencias de ambas. Merecen recibir el fruto de nuestra rabia.
Este sistema no nos puede ofrecer lo que queremos y por tanto estamos enfrentad@s al día a día. No delegaremos en nadie nuestra actividad de ataque, no necesitamos profesionales de las armas. Es falso que la actividad de ataque lleve directamente a la clandestinización. También es falso que para llevar una dinámica de ataque haya que estar en la clandestinidad. L@s únic@s interesad@s en difundir estas fantasías son el poder y las organizaciones izquierdistas (armadas o no).
La cuestión no es si debemos elegir entre manifestarnos por las calles o llevar adelante acciones de grupo. Deberíamos ser flexibles y comprender que todo acto que haga avanzar la revuelta es válido; que la separación entre estos y otros tipos de actividad la ha diseñado el sistema por medio de leyes y normas morales para debilitarnos. Debemos ser flexibles para actuar a la luz del día y por la noche.
El vandalismo es una herramienta útil y divertida. Una más. Su mala prensa se debe sobre todo a su capacidad para desestabilizar la vida cotidiana y su facilidad para extenderse. Por eso nos interesa, por eso lo defendemos y practicamos.
Es muy fácil. Usted también puede hacerlo. ¡Hágalo!
Este folleto se puede usar de muchas formas. A quien lo escribe le gustaría especialmente una; se trataría de quien lo haya empezado a leer elija algo que le oprime cada día y usase este pape1 como mecha para chamuscarlo. Si este momento no es el mejor también puede un@ leérselo mientras tanto. Lo que está escrito pretende ser un ataque a los prejuicios heredados de la sociedad capitalista con respecto al vandalismo, los disturbios, los saqueos, etc.
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