martes, 24 de noviembre de 2009

Anarquía sin Anarquismo x Claudia V.

A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es la locura o un perro.

- Julio Cortázar

Al parecer hay una crisis mundial dentro del movimiento anarquista. Los simpatizantes arrojan al suelo la bandera negra con la convicción de no quedarse estancados en ideologías marginales, y se marchan al bosque a abrazar a los árboles, a hablar con los pájaros. Pero durante las últimas noches ha merodeado por mi cabeza una frase acaso perteneciente a algún ropavejero, filósofo desquiciado o vate: el anarquismo es un fracaso como sistema político, precisamente porque ni es sistema ni es político.

Entonces desperté y una revelación secuestró mis sentidos: el anarquismo es una doctrina cualquiera, con sus análisis históricos, sociológicos y coyunturales; sus barbudos teóricos decimonónicos, citados una y otra vez hasta la saciedad; y los debates, discursos y demás formas de retórica. En cambio, la anarquía (en latín a, no, y arche, principio) es un estado trascendente de la Mente Divina.

El fracaso del anarquismo estriba básicamente en que se reconoce como ideología política. Ahora bien, las ideas, al igual que la política, sólo existen para ser destruidas. Las primeras no me pertenecen hasta tanto no emerjan de mi voluntad creadora –henchida de un ánimo lúdico/destructor-; y la política es tan sólo una tesis de la Vieja Derecha Griega, el zoon politikón platónico que desesperadamente asume la condición gregaria como sinónimo de actitud política. ¿Usted ha visto un elefante –que es un animal de manada- yendo a un centro de votación, por ejemplo?

Mi Anarquía Espiritual se desnuda y corre en busca de sí misma. Sé que hablar de espíritus puede traer algunas confusiones, como asociarlo al espiritualismo mercantilista de la Nueva Era o a las religiones monolíticas del miedo. Tampoco el espíritu a que hago mención proviene de las consideraciones fenomenológicas como las de Max Scheler (o sea, que únicamente los seres humanos poseen espíritu), sino a la fantasmagórica visión de Max Stirner (o sea, que vivimos en un mundo espectral).
La propiedad es una torta cubana

Estamos rodeados de espíritus y cada uno de ellos responde a una causa egoísta, a sí mismos. Bastaría ojear la literatura anarquista para darse cuenta de que esta afirmación siempre ha existido en los planteamientos de sus teóricos, pero en un plano dialéctico y casi como asomo.

Miguel Bakunin decía en uno de sus libros que el hombre se asemejaba a la naturaleza del león, que es un animal gregario y sin embargo cualquiera envidiaría la libertad de la que goza (a menos que haya sido encarcelado en un zoológico, acoto yo). Luego llegaba a la conclusión, a través de la anterior comparación, que los regímenes totalmente socialistas o totalmente individualistas se han hundido en el fango por no reconocer este nivel intermedio inherente. Errico Malatesta sostenía que el anarquista luchaba por su libertad, no por la de los otros, pero como la libertad de los otros se extiende junto a la de él, entonces su lucha contra toda forma de opresión resultaba legítima. Lo mismo sucede con Pedro Kropotkin. Cuando uno finaliza la lectura de La moral anarquista, todo se resume en que uno debe ser egoístamente altruista.

Pero en el anarquismo todo permanece suspendido, aunque se debata una y otra vez, seguramente debido al mantenimiento de una noción paralítica del cambio. Para Pierre-Joseph Proudhon una revolución significaba simplemente cambiar del predicado un sujeto por otro, no eliminarlo. En otras palabras, se elimina a Dios, pero se mantiene la moral, o se elimina el Estado, pero se mantiene la estructura [1]. Nada sustancial cambia. La moral, que es la ley dentro de mí, permanecerá inmutable. De ahí el surgimiento de la frase: “No soy Yo quien vivo, es la Ley la que vive en mí”.

En mi Yo Superior se halla la flama que sólo puede satisfacerse en el amor y la compasión, y no en la colección de Rolls Royce. Es posible creer que satisfago mi espíritu, cuando en realidad vivo una extrapolación del yo, como un símbolo que me posee. Podrá sonar embrollado, mas si ves tu entorno te percatarás de que todo es Espíritu. Si de algo mana palabra alguna, penetra ese “algo” al nombrarlo y hazlo tuyo mediante la poesía.

Poesía y anarquía, siempre tomadas de la mano. Anarcopoesía: el reconocimiento de la digresión de mis sentidos, el dominio del símbolo o trasgresión de la palabra como Ta Yu (posesión de lo grande).

Los anarquistas creen, en cambio, tanto como los filósofos, que pueden conseguir o tener la verdad empleando el lenguaje. Es sabido que éste proviene de la reproducción de impulsos nerviosos convertidos en fonemas y de allí surge la palabra hablada. De acuerdo con Friedrich Nietzsche, a la soberbia humana esto le fue suficiente para hablar de “verdades”, cuando ni siquiera ha visto la realidad con los ojos de una mosca [2].

La verdad más profunda se halla en el corazón.

Sin embargo, yo soy una mosca. No hay verdad más allá de mí mismo, pues Yeshua me señala el camino de mi sol interior. Derribo paredes, invento filosofías y bailo con tal belleza que puedo explorar más allá de lo que podría conocer el espionaje satelital. Como Siddharta, me introduzco en el cuerpo de un chacal muerto –veo ahora desde los ojos exánimes del animal, y me río-, siento cómo los coyotes me devoran; me vuelvo esqueleto, hueso, y luego polvo llevado por el viento. Mis palabras son el viento que irrumpe los intersticios del río, haciendo que las aguas se agiten hasta el florecimiento.

Y no me hace falta argumentar, como a los anarquistas (antes que eso vivo). La diferencia es que ellos convencen; yo enamoro. De modo que deja el decoro y come un poco de torta cubana.
Ni Dios ni amo aunque amo a Dios

¿Qué hacer para vivir desde la anarquía? Algo tan sedicioso como vivir. Aunque si en el choque ultrasónico material/espiritual alguien intenta arrebatar mi alcance cósmico, tendré que atacar con todo el impulso vital de mi ánimo lúdico, como burlarme de la raquítica A ceñida en círculo que pintan en sus banderas.

Piensa en esto. Los anarquistas desdeñan el orden si es impuesto por unos pocos a las masas embrutecidas, pero adoran una estructura autogestionaria. En efecto, el problema en sí no es el número de gente que puede ordenarse por sí misma, sino el propio orden (“Cuando no hay orden, entonces no hay desorden porque hay Espontaneidad” – Osho).

Entonces no soy ni burguesa ni proletaria, ni de izquierda ni de derecha, ni blanca ni negra. Señora, no soy el ángel de la muerte, sino la hija de la vida. Es decir, no lucho por algo, sólo me divierto. De resto, que los determinismos/reduccionismos sean lanzados al basurero de la Historia. Desde luego que un sabio intentará rebatirnos estas propuestas diciendo, por ejemplo, que un no-principio como la anarquía es un principio, ¿o acaso es una verdad decir que nada es verdad?

No obstante, sólo en el plano de la lógica uno podría agachar la cabeza y encerrarse nuevamente en la alcoba, en virtud de tal razonamiento. Ahora bien, como el método y las categorías racionalizantes no se corresponden con la trascendente inmanencia del Tao, el “argumento” será reírse del sabio o hacerle el amor. Le coeur a ses raisons, que la raison ne connaît point [3] Podríamos, si queremos, suplir el no-principio por un reconocimiento mucho más seductor: la anarquía como caos, creación continuada, microorden espontáneo. O como el principio de Hesíodo: Caos/Nada, Geia/Tierra, Eros/Amor.

¿En qué se diferencia un marxista que anhela la Dictadura del Proletariado de un anarquista desesperado por conseguir la Revolución Social? Tanto uno como otro responden a causas externas, ismos, extrapolaciones del yo, cada una con un matiz diferente, pero al fin y al cabo ambos dejan de sentir para satisfacer una causa que no es propia, precisamente porque no está conectada con su ser más profundo.

Yo, como soy toda espíritu y a la vez toda corpórea, como mi anarquía es tan única como mis huellas dactilares, voy hacia lo visible y con su sombra creo invisibles formas de volar.

Quizás llegue el día en que los anarquistas se percaten de que la utopía realizable, aquí y ahora, es una federación de misterio, un estado poético de crimen y exuberancia. Pero si aún persisten en su desgracia, nuestra poesía invadirá sus espíritus con fluidos de agitaciones evanescentes triángulo locura perro.

Que nuestra causa esté basada en Nada.
Fiat lux

[1] El Único y su propiedad, de M. Stirner [disponible en web]
[2] Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, F. N. [disponible en web]
[3] Frase de Pascal. En español: “El corazón tiene razones que la razón no conoce de ningún modo”.

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