El comunismo niega al
capitalismo, y lo niega en un movimiento que es producido por el propio
desarrollo del modo de producción capitalista, desarrollo que terminará echando
abajo este sistema, dando paso a un nuevo tipo de sociedad. En lugar de un
mundo basado en el sistema salarial y las mercancías, surgirá un mundo en que
la actividad humana nunca volverá a adoptar la forma de trabajo asalariado y
donde los productos de esa actividad ya no serán objeto de comercio.
El comunismo no
suprime al capital para devolver las mercancías a su estado original. El
intercambio mercantil es un vínculo y un logro, pero es un vínculo entre partes
antagonistas. Su desaparición no supondrá un retorno al trueque, esa forma
primitiva de intercambio. La humanidad ya no estará dividida en grupos opuestos
o en empresas. Se organizará a sí misma para planificar y su usar su herencia
común y para compartir obligaciones y disfrutes. La lógica del compartir
reemplazará a la lógica del intercambio.
El dinero no es un
instrumento neutral de medida, sino la mercancía en la que se reflejan todas
las demás mercancías. El dinero va a desaparecer. El oro, la plata y los
diamantes ya no tendrán más valor que el que provenga de su propia utilidad. El
oro podrá destinarse, tal como deseaba Lenin, a la construcción de urinarios
públicos.
Marx y Engels
Marx y Engels se
impusieron la tarea de comprender el desarrollo de la sociedad capitalista. No
les preocupaba mucho describir el mundo del futuro, esfuerzo que ya habían
pretendido monopolizar los socialistas utópicos. Sin embargo, la crítica del
capitalismo es inseparable de la búsqueda del comunismo. El papel histórico del
dinero y del estado sólo se puede entender desde el punto de vista de su
abolición.
Que Marx y Engels no
se hayan referido más a menudo a la sociedad comunista se debe,
paradójicamente, a que en su tiempo dicha sociedad estaba menos al alcance que
ahora y por lo tanto era más difícil de avisorar; aunque al mismo tiempo estaba
más presente en las mentes de los revolucionarios. Cuando en el Manifiesto
Comunista hablaban de abolir el sistema salarial, sus palabras eran
comprendidas por aquellos a quienes iban dirigidas. Hoy es mucho más difícil
prever un mundo liberado del estado y de las mercancías porque éstos se han
vuelto omnipresentes. Pero asimismo, al hacerse omnipresentes, han perdido su
justificación histórica.
Marx y Engels quizás
no llegaron a comprender tan bien como un Fourier la naturaleza del comunismo
como liberación y armonización de las pasiones. Fourier, sin embargo, nunca fue
más allá del sistema salarial, ya que entre otras cosas seguía deseando que los
doctores sean bien pagados, aún cuando esa paga corresponda más a la salud de
la comunidad que a las enfermedades de sus pacientes.
Marx y Engels, no
obstante, fueron lo bastante precisos para que los liberemos de responsabilidad
por el sistema burocrático y financiero de los países llamados “comunistas”,
que suele atribuírseles. Según Marx, en el comunismo el dinero simplemente
desaparece y los productores dejan de intercambiar sus productos, mientras que
Engels por su parte hace coincidir la instauración del socialismo con el fin de
la producción de mercancías. Que nadie nos venga a hablar de “errores de
juventud”, como suelen hacer los marxólogos: estamos hablando de la Crítica del
Programa de Gotha y del Anti-Duhring.
El Fin De La Propiedad
¿Qué es la propiedad?
No es una pregunta tan fácil de responder. Fijémonos en la controversia entre
Marx y Proudhon. Éste último había propuesto que “la propiedad es un robo”, asumiendo
con buena razón que la propiedad no tiene su origen en la naturaleza, sino que
es producida por una sociedad regida por relaciones de poder, de violencia y de
apropiación privada del trabajo de otros. Decir que la propiedad es un robo,
mientras que el robo sólo se puede definir en relación a la propiedad, no es
más que dar vueltas en círculos.
Las cosas se
complican más cuando pasamos del problema de la propiedad al de la abolición de
la propiedad. ¿Hay que abolir toda propiedad, tanto la de medios de producción
como la de posesiones personales? ¿Hay que hacerlo selectivamente? ¿Debiera
ocurrir una ruptura radical con toda forma de propiedad y cualquier cosa que se
le parezca?
El comunismo apuesta
por la última alternativa. No se trata de transferir títulos de propiedad sino
de hacer desaparecer la propiedad. En la sociedad revolucionaria nadie podrá
“usar y abusar” de un bien por ser su dueño. No habrá excepciones a la regla.
Edificios, alfileres, lotes de tierra… ya no pertenecerán a nadie, o si se
prefiere, pertenecerán a todos. En poco tiempo la idea misma de propiedad será
considerada absurda.
¿Entonces todo pertenecerá a todos por igual? ¿Significa esto que el
primero que llegue podrá sacarme de mi casa, arrebatarme mis ropas o quitarme
el pan de la boca sólo porque ya no seré dueño de mi casa, mis ropas y mi
comida? Por supuesto que no; al contrario, la seguridad material y emocional de
todas las personas se verá fortalecida. Es simplemente que al reclamar
protección, las personas no invocarán ningún derecho de propiedad, sino
directamente su interés en el asunto. Todos podrán saciar su hambre, disponer
de una vivienda y de abrigo de acuerdo a su conveniencia. Todos podrán vivir en
paz.
De la Escasez a la Abundancia
En la sociedad
comunista el derecho y el sentimiento de la propiedad se extinguirán porque se
habrá puesto fin a la escasez. La gente ya no tendrá que aferrarse a un objeto
por miedo a no perderlo si se descuidan por un instante.
¿Mediante qué
artilugio mágico pretendemos instaurar una tal era de abundancia?, preguntan
con ironía los burgueses. No hay nada mágico en ello. Haremos aparecer la
abundancia porque ya está aquí bajo nuestros pies. El problema no es crearla
sino simplemente liberarla. Es justamente el capital el que ha abierto la
posibilidad de la abundancia, mediante la subyugación de la gente y de la
naturaleza a lo largo de siglos. No es que el comunismo súbitamente vaya a
producir abundancia: es que el capitalismo mantiene artificialmente la escasez.
En las sociedades
comunistas los bienes estarán disponibles libremente y sin cobro alguno. Toda
la organización de la sociedad, hasta sus cimientos, tendrá lugar sin mediación
del dinero.
¿Cómo evitar que la
riqueza sea apropiada por unos pocos a costa de los demás? ¿No sucederá que
nuestra sociedad, tras un momento de euforia en que la gente se contente con
los recursos disponibles, caerá en el caos y la desigualdad para finalmente
hundirse en el desorden y el terror?
En la sociedad
comunista desarrollada las fuerzas productivas serán suficientes para
satisfacer las necesidades existentes. El ansia desenfrenada y neurótica por
consumir y acumular desaparecerá. Resultará absurdo querer acumular cosas: ya
no habrá dinero que ahorrar ni asalariados que emplear. ¿Para qué va uno a
acumular latas de conservas o artefactos eléctricos que no usará?
En este mundo nuevo
la gente no tendrá que estar siempre pagando y ajustando cuentas para
alimentarse, viajar o divertirse. Rápidamente perderán el hábito de hacerlo. De
ello nacerá un sentimiento de ser realmente libres. La gente se sentirá en casa
en todas partes. Al no estar constantemente bajo vigilancia, no sentirán la
tentación de engañar. ¿Para qué mentir o acumular en secreto si uno tiene la
seguridad de obtener lo que necesita?
Poco a poco el
sentimiento de la propiedad irá desapareciendo, y nos parecerá en retrospectiva
algo mezquino y vergonzoso. ¿Por qué aferrarte a un objeto o a una persona
cuando el mundo entero es tuyo?
Esta nueva gente se
parecerá a sus ancestros cazadores y recolectores que confiaban en una
naturaleza que les daba gratuitamente y a menudo en abundancia todo lo que
necesitaban para vivir, y que no conocían la preocupación por el mañana, sobre
el que de todos modos no tenían ningún control. Para la gente del futuro la
naturaleza será el mundo que ellos mismos habrán forjado, y la abundancia la
crearán con sus propias manos. Se sentirán seguros de sí mismos porque
confiarán en su propia fuerza y conocerán sus limitaciones. No estarán
preocupados porque sabrán que el mañana les pertenece. ¿La muerte? Existe. Pero
no tiene sentido llorar por lo que es inevitable. La cuestión es estar en
posición de poder disfrutar del momento presente.
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