domingo, 8 de julio de 2012

Comunización: una "llamada" y una "invitación" x Troploin (2004)

Introducción

Un azar objetivo hizo coincidir en la primavera del 2004 dos tentativas de afirmación de una corriente “comunizadora”. Por un lado, hubo una reunión preparatoria de la revista Meeting[1], reunión en la que se darían cita varias personas que se reclaman de esta corriente -aunque en este caso se trataba sobre todo de gente cercana a Theorie Communiste[2]. Paralelamente, y sin ningún vínculo visible con dicho proyecto de revista, apareció un pequeño libro, Appel (”Llamada”), sin indicación de autor ni lugar de publicación, como aporte a las actividades que tienden a la comunización.

Hablar de comunización es afirmar que la futura revolución no tendrá ningún sentido emancipador ni posibilidad de éxito a menos que despliegue desde sus comienzos una transformación comunista en todos los planos, desde la producción de alimentos hasta el modo de comerlos, pasando por la forma en que nos desplazamos, dónde vivimos, cómo aprendemos, viajamos, leemos, el modo en que nos entregamos al ocio, amamos y odiamos, discutimos y decidimos nuestro futuro, etc. Este proceso no sustituye, sino que acompaña y refuerza la destrucción (necesariamente violenta) del Estado y de las instituciones políticas que sostienen la mercancía y la explotación salarial. Esta transformación, que se dará a escala planetaria, se extenderá sin duda a lo largo de generaciones, pero no dependerá de que se hayan creado previamente las bases de una sociedad futura, destinada a realizarse únicamente después de una fase más o menos larga de “transición”. Esta transformación no sería una mera consecuencia de la conquista (o la demolición) del poder político, que posteriormente daría paso a un trastorno social. Ella sería lo contrario de lo que resume la fórmula de Victor Serge (entonces bolchevique), que escribió en 1921: “Toda revolución es un sacrificio del presente en nombre del futuro”[1]. Para decirlo positivamente: no se trata solamente de hacer, sino de ser la revolución.

Si lo que se llama “corriente comunizadora” designa al conjunto de los que se sitúan en esta perspectiva, formamos parte de ella y consideramos saludable todo esfuerzo colectivo que apunte en este sentido. Sin embargo, rechazamos la invitación a la reunión preparatoria de la revista proyectada.

Encuentro

El acuerdo sobre la comunización es una condición sine qua non para un reagrupamiento, pero no basta por sí solo para ello. Los textos escogidos para la reunión incluían un extenso artículo de Karl Nesic en el que se exponía nuestra divergencia con Theorie Communiste en particular, divergencia lo bastante profunda como para hacer más o menos imposible la colaboración teórica.

Sí tal como piensa Theorie Communiste nosotros caemos en el humanismo idealista, o si tal como pensamos nosotros ellos caen en el estructuralismo determinista, esto prohíbe todo esfuerzo teórico en común, e incluso hace difícil la discusión. No sabríamos cómo discutir acerca de lo esencial, si partimos de un acuerdo sobre las preguntas que hay que hacer pero de un desacuerdo sobre las respuestas que hay que dar.

En nuestra opinión, el hecho de que la revolución haya sido lógicamente imposible en el pasado, no implica que se haya vuelto más posible (ni mucho menos ineluctable) desde hace unos años. Es sólo una posibilidad, que evidentemente se relaciona con el grado y las formas del desarrollo capitalista en este momento histórico, pero que no depende de ese grado de desarrollo. Ningún umbral la hace imposible, ni tampoco posible, ni siquiera indispensable. La revolución era tan posible a mediados del siglo XIX como lo es a principios del XXI. Si tiene lugar, será ante todo el resultado de la actividad de los proletarios. Será ruptura y auto-emancipación. Las razones del fracaso de los intentos pasados no hay que buscarlas en el grado de desarrollo del capital, sino en la actividad misma del proletariado. Lo esencial no es lo que la sociedad hace con nosotros, sino lo que nosotros hacemos con lo que ella nos hace.

El capital no es ninguna entidad regida por leyes que terminan provocando un inevitable levantamiento proletario, sino que es una contradicción social en proceso. No existe ninguna crisis del capital, solamente hay crisis de sus actores. Nos cuesta comprender que los mismos que tanto insisten -y con razón – en la “implicación recíproca” entre capital y trabajo, puedan al mismo tiempo analizar la historia como una relación de causa-efecto, con el proletariado desempeñando el papel de efecto y todo llevando a un fin ya programado: el comunismo. ¿Cuántas veces en el pasado no pronosticamos la crisis final y su resultado obligatorio: la revolución…? Todo lo que podemos proponer son hipótesis sobre cómo evolucionará la contradicción capital/proletariado, y el hecho de que tales hipótesis sean eventualmente desmentidas por los hechos no compromete nuestra perspectiva de conjunto, porque ésta no descansa en un ninguna anticipación. La lucha de clases sigue siendo ampliamente imprevisible. Si el capital es contradicción social en proceso, esto implica en efecto una relación dialéctica entre los seres y los grupos sociales: los individuos, las fracciones de clase, las clases mismas evidentemente no están determinadas por un libre albedrío, sino que cada encrucijada histórica les obliga a escoger dentro de un cierto abanico de posibilidades. La historia no es un Gran Libro escrito por anticipado.

La teoría revolucionaria y sus “análisis concretos de la situación concreta” se basan por supuesto en premisas teóricas, pero no pretenden abarcar todo el pasado y el presente de este mundo. Aunque se sienta en el deber de ser lo más rigurosa posible, la teoría comunista no es científica: no pretende construir un objeto de estudio independiente del que la estudia, a partir de esa posición privilegiada en la cual el científico cree poder controlar la totalidad del fenómeno y alcanzar sus leyes. La teoría comunista tampoco es profética. Toda profecía es irrefutable e inmune al desmentido de los hechos, ya que al estar situada a un nivel suprahistórico, es por su propia naturaleza inaccesible a la vulgar materialidad. El recurrente debate en el movimiento comunista acerca de la inevitabilidad de la revolución no tiene fin ni propósito. Somos refutables…

… especialmente cuando afirmamos que la realidad social actual impide que el comunismo esté a la orden del día; que la revolución, en el sentido en que la concibe la corriente comunizadora, hoy en día no es más que un tema de debate para un puñado de individuos y grupos, y que allí no hay nada significativamente distinto de la situación que prevalecía hace diez o quince años. La iniciativa sigue perteneciendo a la burguesía, y la única crítica “real” de este mundo es la del reformismo radical, que por lo demás hasta ahora no ha tenido ningún verdadero contenido ni repercusión social. Nuestra época está marcada por la impotencia de los proletarios en general, y de los comunistas en particular.

Hoy día, aun más que ayer, no tiene sentido creer que la teoría por sí misma pueda regular el desacuerdo que mantiene consigo misma y con la sociedad, que pueda dejar ahora de ser parcial y fragmentaria. Cuando no disponemos casi de nada más que las “armas de la crítica”, estamos muy lejos de la crítica por las armas. La rapidez de los intercambios de información y el acceso inmediato a millares de textos en internet coinciden con una confrontación de ideas relativamente pobre. Suponiendo que la era de lo virtual no haya venido a agravar esta debilidad, tampoco es que le ponga remedio. La velocidad de rotación de las ideas parece contrariamente proporcional a la intensidad de los debates que suscitan. Jamás la posesión de una extensa biblioteca ha garantizado la calidad de una reflexión. Ahórrense las sonrisas ante nuestra “tecnofobia”. Aunque consideramos útil mantener un sitio en internet, nos damos cuenta de que muchos revolucionarios comparten las ilusiones de la revolución informática. La crítica de la ingestión de carne es más extendida que la del uso de computadoras, y la crítica de las autopistas para automóviles más frecuente que la de la “autopista de la información”. Aún habiendo una extrema escasez, o incluso ausencia pura y simple de textos de Bakunin, Pannekoek o el mismo Marx en 1967, ello no impidió que una oleada contestataria les hiciera eco. Pocos años antes, la revista Potlatch difundía entre 50 y 500 ejemplares. Treinta años después la disponibilidad instantánea de todo no impide que la crítica social se desarrolle a un nivel claramente inferior. Esto no va a mejorar multiplicando por diez las reuniones, ni por mil los vínculos virtuales. El movimiento revolucionario no es un asunto de circulación ni de rebasamiento de nuestras limitaciones; es un problema de relaciones. Sólo la evolución de la realidad social, a la cual apenas contribuirán las minorías comunistas más que los otros proletarios, es y será determinante, confirmando o invalidando total o parcialmente nuestras hipótesis, y contribuyendo a una totalización.

En las condiciones actuales, a menos que se asemeje a una versión ampliada de Theorie Communiste, el reagrupamiento previsto en torno a la revista Meeting producirá en el mejor de los casos un boletín interno de los comunizadores. Pero la yuxtaposición no es lo mismo que el diálogo, y no todo diálogo es necesariamente clarificador. Los documentos preparatorios de la reunión evidenciaban enfoques muy divergentes, a veces difícilmente conciliables. Lo decisivo es el contenido que se le atribuye a las palabras comunización, clase, lucha de clases y abolición de las clases. Muchos camaradas, y no solamente los “comunizadores”, asumen la idea de una clase que al existir y al luchar como clase terminará aboliendo todas las clases, pero esta fórmula la interpretan en sentidos muy distintos, y a menudo contradictorios. En cuanto a unas actividades prácticas cualitativamente superiores a las que se han realizado hasta ahora, no queda nada claro cómo serían favorecidas por tal iniciativa. Después de 1945, según criterios muy distintos a los de la comunización, Bordiga y Pannekoek mantenían acuerdo en aspectos fundamentales que los distinguían claramente de los trotskistas, de los anarquistas, etc. No obstante, nadie hubiera pensado en hacerlos cohabitar en una misma organización.

La teoría comunista se basa en una premisa aún no demostrada, lo que implica inevitablemente una fragmentación, que necesariamente se incrementa en todo período de baja intensidad de la lucha de clases. Marx y Engels, aunque estaban menos aislados que nosotros, admitían que en general no contaban más que con ellos mismos, y no con un amplio movimiento que debiera haber reconocido su “mandato” de teóricos revolucionarios. Ciento cincuenta años más tarde, después de haber sido mostrado diez veces sobre su lecho de muerte, el capitalismo sigue vivo, y la comprobación efectiva de la teoría de una revolución comunista sigue pendiente. Se puede teorizar todo y también lo contrario: la revolución puede parecer muy evidente debido a la persistencia de un movimiento proletario, o imposible debido a la práctica persistentemente no comunista de los mismos proletarios. Un mismo rigor concluyente sabría basar estas dos opiniones contrarias en hechos históricos probados y conceptos similares, defendiéndose sin abusar demasiado de nuestros clásicos. Aunque diametralmente opuestas, estas dos posiciones tienen en común algo fundamental: ambas juzgan la coherencia y la pertinencia de un concepto según lo que éste dice de sí mismo. Ahora bien, la lucha de clases es y será el único juez en la materia. Sólo las irrupciones proletarias sobre la escena histórica “prueban” la validez de la teoría del proletariado, teoría que solamente una revolución comunista podrá probar de manera definitiva. Entre cada gran oleada de agitación social, y hasta que ocurra la última, que sería “la verdadera”, la suspensión de toda reflexión y actividad revolucionaria produce un sentimiento de vacío. En tales casos se desarrolla una tendencia natural a colmar este vacío como se pueda. Pero transformar las derrotas en victorias sólo es posible sobre el papel; es mejor reconocerse temporalmente derrotado si lo que se ambiciona es no seguir estándolo.

La tarea del momento no es organizar la expresión común de unas argumentaciones que se cruzan sin encontrarse, sino profundizar en nuestras preconcepciones particulares admitiendo e integrando su carácter inconcluso, y también el de los hechos que analizan. Dado eso, hay que asumir que por indispensable que sea esta actividad, no conducirá a una síntesis crítica, inaccesible actualmente. Para parafrasear a la IS, lo importante hoy no es la unidad sino la división asumida: se supera una situación dada, sobre todo una situación de debilidad y aislamiento, asumiéndola, no actuando como si no existiera, o como si dependiera sobre todo de la buena voluntad de los comunizadores…… o de polémicas “sin concesiones”. Polemizar es personalizar, considerar al otro como propietario de ideas de las que sólo es depositario, y así inmediatamente comprometerse en un camino falso. La polémica tiene por objeto destruir al adversario, tratándolo en el peor de los casos como enemigo, y en el mejor como trofeo. Preferimos criticar aquello que presenta interés y merece ser deconstruido para reubicarlo en otro conjunto donde pueda tomar un nuevo sentido. Criticamos no lo que juzgamos absurdo o estúpido (y mucho menos “peligroso”), sino lo que leemos y queremos que se lea[2].
Por esta razón, generalmente citamos poco lo que nos parece criticable. El polemista en búsqueda de un blanco fácil elige en el adversario la frase que le parece más débil. Preferimos exponer nuestra posición y dejar al lector la tarea de contrastarla con la lógica de la posición divergente ¿Para qué citar treinta frases que prueban el determinismo de Theorie Communiste? Un contrincante podría encontrar treinta frases que prueben lo contrario. Es el movimiento global de un planteamiento lo que sigue o no una línea determinista. Un lector que se conformara con citas para declararse de acuerdo con nosotros no habría comprendido en absoluto nuestro método.

Algo de polémica hay, ciertamente, en pos de una refundación. Esto quizá sea lo que tienen en común las personas interesadas en Meeting, y sin duda es el corazón de lo que nos aleja de tal proyecto. A pesar de las divergencias entre Theorie Communiste y los demás participantes (por ejemplo la revista y sitio web Le Matérielle[3]), todos ellos consideran necesaria una reconstrucción teórica, desde luego que sobre la base de los conceptos fundamentales (clases, relaciones de producción, capital, Estado, comunismo…), pero poniéndolos al servicio de la producción de una teoría revolucionaria para nuestro tiempo; teoría que explicaría la imposibilidad del comunismo antes (es decir, en el período que incluye la fase 1960-80) y su posibilidad-necesidad a partir de ahora. Por lo tanto, una teoría que explique los últimos fracasos y el posible-probable éxito futuro.

En nuestra opinión, y sin caer en la invarianza, consideramos que tal refundación doctrinal no tiene objeto. A riesgo de que algunos nos vean como bordiguistas, diremos que la parte fundamental de la teoría revolucionaria fue formulada en la década de 1840 (y a riesgo de asombrar a otros, añadiremos que la IS no estaba muy lejos de reconocer este hecho). ¿Cuál es esa parte fundamental? La definición del proletariado como nueva fuerza histórica en relación con los esclavos, los siervos, los pobres, explotados y desposeídos de épocas anteriores al capitalismo (antes del Renacimiento, antes sobre todo de la industrialización). Y ello, no por amor a la industria o a las fuerzas productivas (aunque la ambigüedad de Marx y otros en torno a este punto sea innegable, aquí nos concentramos en los puntos fuertes de su perspectiva, y no en sus debilidades), sino porque el capitalismo es el primer sistema de explotación universal, y se basa en un proletariado potencialmente revolucionario debido a su existencia en el capital, a su interrelación con el capital, a la “implicación recíproca” precisamente, que le da la capacidad de actuar como sujeto de un cambio social radical, la capacidad de crear una comunidad humana. A partir de la mitad del siglo XIX empezó a estar claro el contenido del comunismo: abolición de la propiedad privada, del capital, del dinero, del trabajo, del Estado.

Según esta perspectiva, no hay ninguna diferencia fundamental que separe al minero inglés o al artesano proletarizado parisiense de 1850, del asalariado de un call-center en la India o del camionero californiano del 2004. Si analizamos los factores que en 1850 impedían al minero y al artesano proletarizado emprender una acción comunista, esos “límites objetivos” (es decir, que no dependían de ellos sino que les eran impuestos por la situación) también los encontraremos en el asalariado del call center y en el camionero del 2004. Lo que ambos tienen en común (en términos de posibilidad histórica y de impotencia e inercia social) tiene infinitamente más peso que aquello que los diferencia. Esa es la parte fundamental.

Puede que esta teorización sea falsa, pero básicamente, no tenemos otra. Ninguna nueva teoría está en condiciones de probarla o desmentirla. Sólo la historia (no ocurrida, por lo tanto el futuro) podrá hacerlo. No hay nada hoy día que garantice o pueda demostrar que los proletarios de 2015 o 2030 actuarán mejor o serán más revolucionarios que los de 1848, 1919 o 1969.

Esta parte fundamental no es la totalidad. Destrucción del Estado, crítica del movimiento obrero, crítica de todas las mediaciones, crítica de la nación, crítica de la vida diaria, comprensión de la revolución como comunización… todas estas contribuciones indispensables surgieron y podían surgir antes de 1848. Es más, al abordar estos distintos puntos, los comunistas de 1920 o de 1970 a menudo fueron contra las posiciones de Marx y Engels. Sin embargo estas contribuciones sólo adquieren sentido si están integradas a la definición esencial, de lo contrario se suprime toda la perspectiva comunista.

No hay una teoría post-obrera de la revolución, porque la que tenemos, la de Marx, Pannekoek, Bordiga o Debord no era ninguna teoría “obrera”. Que el comunismo cedió al obrerismo, es innegable. Pero en su sentido más profundo y ofensivo, a quien se buscaba en el obrero no era al productor y manipulador de herramientas y máquinas supuestamente liberadoras., sino al proletario. El obrerismo no fue el programa del proletariado, sino el de la contrarrevolución. No contamos aquí con espacio para demostrar que esto es cierto incluso en la más “obrera” de las corrientes comunistas, la izquierda alemana: el verdadero partido del obrero no era el KAPD, sino el USPD.

A menos que signifique embarcarse en una deriva, voluntaria o no, controlada o no -lo que por supuesto no es el caso de Meeting - refundar la teoría no puede significar la búsqueda de un punto de observación privilegiado desde el cual el conjunto de la historia de la humanidad se revelará a los que poseen la clave correcta. Ahí encontramos un nuevo ejemplo de la creencia (comprensible pero ilusoria) en la omnipotencia del espíritu humano.

Al fin y al cabo, todo indica que los miembros del proyecto Meeting dan a la comunización un contenido distinto del que resumimos al principio de este texto. Para ellos esta noción no designa el proceso concreto de transformación comunista de las relaciones sociales, sino que define un tiempo completamente nuevo, el de la revolución al fin posible y necesaria. Es difícil no ver allí una regresión respecto a lo que intentaban hacer, por ejemplo y cada uno a su manera, Un monde sans argent, La Banquise, o incluso más recientemente, Hic Salta[4].


Llamada

Responder a Appel sacando a relucir nuestra balanza teórica para pesar los pros y los contras no tendría ningún sentido, o daría prueba de una triste indiferencia hacia la subversión social que nace, actúa, se busca y se formaliza. Cualesquiera que sean las aprehensiones que pueda suscitar, este libro expresa una existencia, una experiencia, en particular en las acciones antiglobalización de los últimos años, y a su manera pone el dedo sobre esta época. Expresado en un lenguaje que busca ser poético, su acervo teórico incluye elementos de comprensión esenciales tomados en préstamo de Marx, de la izquierda comunista, de la IS, de la anarquía, sin reivindicar ninguna filiación, sin citar directamente ningún clásico: integradas al texto, las citas a menudo se atribuyen “a un amigo” o a “un viejo amigo”.

“Es a fuerza de ver al enemigo como un sujeto que se nos enfrenta -en vez de experimentarlo como una relación que nos tiene- que uno se enferma mientras lucha contra la enfermedad” (p.8).

“La práctica del comunismo, tal como la vivimos, la llamamos el Partido. Cuando alcanzamos un nivel superior de comunización decimos que construimos el Partido. Sin duda otros, que todavía no conocemos, están también construyendo el Partido, en otra parte. Esta llamada va dirigida a ellos” (p.63).

“La construcción del Partido, en su aspecto más visible, consiste para nosotros en la puesta en común, la comunización de aquello de lo que disponemos. Comunizar un bien quiere decir: liberar el uso y sobre la base de esta liberación, experimentar relaciones de afinidad intensas, complejas” (p.66).

“Hay circunstancias, como en un motín, donde el hecho de relacionarnos entre camaradas aumenta considerablemente nuestra capacidad de ataque. ¿Quién puede decir que el problema del suministro de armas no es parte de la constitución material de una comunidad?” (p.67).

La comunización se define aquí como antagónica a este mundo, en conflicto irreconciliable y violento (hasta la ilegalidad) con él. Difiere pues de la alternativa que pretende (y consigue a menudo) hacerse aceptar al margen, y coexistir duraderamente con el Estado y el trabajo asalariado, esperando que algún día la relación de fuerzas se invierta por sí sola y que las zonas y actividades “liberadas” se vuelvan mayoritarias hasta que terminen manejándolo todo, sin revolución, gracias a la superioridad natural de las relaciones humanas y fraternales sobre las relaciones mercantiles y de dominación No sólo no compartimos esa visión, sino que la combatimos.

Sin embargo, ¿cómo “hacer habitable la situación de emergencia”? (p.78). Por ejemplo, ¿cómo vivir sin trabajar, en ausencia de un movimiento de gran amplitud que rompa con el orden establecido?

Appel supuestamente va dirigido a un medio ya organizado (o en vías de estarlo) y relativamente numeroso. Nos permitimos dudar que sea así. El libro reconoce que la experiencia del Bloque Negro mostró los límites de la resistencia social: si defenderse es difícil, ¿cómo pasar a la ofensiva?

Al no hacerse esta pregunta, se corre el riesgo de teorizar una comunización limitada a un sólo aspecto, sin duda necesario para una revolución, pero insuficiente. Comunizar es experimentar otras relaciones, otras maneras de vivir, en todos los planos. Pero es también, obligatoriamente, algo más y algo distinto que extender al máximo los márgenes de autonomía que esta sociedad permite. Hacemos nuestra la definición del comunismo como puesta en común, como ser y hacer juntos, como proceso y como conflicto. Pero ¿cómo poner en práctica ahora, en la realidad social que prevalece en el 2004, unos vínculos, unos espacios, unas rupturas, que no sean una alternativa más radical que la de otros, sin duda alguna más violenta y más reprimida porque a menudo está fuera de la ley, pero también integrada al funcionamiento del capitalismo moderno?

En adelante cada ciudad de Europa y Norteamérica (y pronto cada vez más de Asia) tendrá su grupo verde radical, su comunidad anarquista, su okupa. Vivir fuera del trabajo asalariado es posible (u obligatorio) para millones de europeos. El hedonismo contemporáneo invierte la fórmula de Victor Serge que citamos al principio de este artículo: nos invita a no sacrificar el presente en nombre del futuro, sino a que construyamos situaciones intensamente, que vivamos ahora de un modo diferente las mismas relaciones sociales. Este hedonismo comparte con el movimiento alter-mundista la misma negación de la totalidad, y de toda destrucción del poder político central: desde su punto de vista, lo que se puede hacer es tomar el poder sobre uno mismo y localmente, sustituyendo la revolución social futura por millones de revoluciones personales y microcolectivas.

Appel describe un movimiento anti-globalización inicialmente subversivo, pero luego reabsorbido por distintas burocracias, sin preguntarse lo suficiente sobre la realidad de ese movimiento, sobre el hecho de que nació quince años después de llos últimos ecos de las sacudidas revolucionarias de los años 60-70, cuya comprensión es indispensable para entender dónde están.

Si, como lo afirma el libro, los antigolbalizadores radicales hubieran vencido a la izquierda mundial en la calle, obligándola a replegarse sobre sus foros sociales, nosotros (los autores de Appel, nosotros mismos, y muchos otros) tendríamos una existencia, una acción regular en la calle, lo que no es el caso, admitámoslo. A Appel le falta un análisis del movimiento social presente, de las luchas, de los retrocesos y resistencias en el mundo del trabajo, de las huelgas, de su aparición, de su derrota a menudo, de su ausencia a veces; en una palabra: de todo lo que cubre el alter-mundialismo y cuyos límites expresa.

A pesar de la “desertización” de las relaciones humanas, el viejo mundo no está agonizando, y se sostiene también sobre las crisis, en las que todo se agota para durar, tanto burgueses como proletarios.

Una “llamada” no se refuta. Se la entiende, o no se la tiene en cuenta en absoluto. El lector habrá comprendido nuestra elección. Appel refleja los dilemas de nuestra época, y sus aspiraciones. Si hay ambigüedad, ésta sólo se resolverá por la práctica de los que hicieron tal llamamiento, pero sobre todo por todos aquéllos a quienes éste se refiere. Por ejemplo, una señal de evolución positiva hacia un principio de maduración social sería un vínculo entre los participantes de Meeting y los autores de Appel, con capacidad para asumir lo que tienen en común y lo que les diferencia; teniendo la libertad de, quizás, llegar a la conclusión de que son incompatibles. Si la situación es como la que describen los artífices de Meeting y los autores de Appel, la simple coincidencia de ambos proyectos debería suscitar como mínimo un interés recíproco en sus respectivos animadores. Hasta donde sabemos, no es el caso.

[1] Les anarchistes et l’expérience de la Révolution russe, 1921, reproducido en Mémoires d’un révolutionnaire Ed. R. Laffont, Hay una traducción al castellano: Memorias de un revolucionario. Editorial Caballito. 1973. México.

[2] Se nos objetará quizás con el ejemplo de Marx contra Proudhon (Miseria de la filosofía, 1847), donde la teoría comunista se precisa y se afirma en oposición. Sin duda. Pero dos años antes, la polémica de Marx contra El Único y su propiedad, precisamente porque sólo intenta refutar falsedades, por no decir absurdidades, pasó por alto lo que hay de importante en Stirner, a pesar de Stirner, para la perspectiva del propio Marx. (Véase. Daniel Joubert, Marx versus Stirner, L’ Insomniaque. No hay traducción al castellano). En cuanto al ataque de Marx contra Bakunin, hasta un historiador tan poco anarquista como F. Mehring reconoció hace mucho tiempo la mala fe y la deformación de los hechos introducida por Marx. La demolición de escritos y prácticas efectivamente muy criticables de Bakunin sirvió a Marx para no ver el alcance de las críticas justificadas que el anarquismo dirigía a los sindicatos y a los partidos socialistas nacientes (Véase Bakunin, M.Grawitz. Ed. Calmann-Lévy, 2000. Paris. No hay traducción al castellano). Buenos contra-ejemplos de los méritos de la polémica.

[3] [http://lamaterielle.chez-alice.fr]

[4] Un monde sans argent: folleto en tres volúmenes publicado por el OJTR a mediados de los años setenta. Fue publicado en castellano por la revista Étcetera. Correspondencia de la guerra social. Hic Salta: revista publicada por ex-miembros de Theorie Communiste (uno de los cuales publicó La Materielle y participa en el proyecto de Meeting), 1998: véase el artículo La question du communisme.

[5] Este texto reúne algunos fragmentos del libro Un Monde Sans Argent, publicado en tres entregas por el grupo Les Amis de 4 Millions de Jeunes Travailleur, durante 1975 y 1976.



 

 

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