Una gran revolución es el río de la evolución
súbitamente cambiado en torrente, derramándose por cataratas y fuera del
control de sus navegantes que se extraviaron y perecen casi todos y
cuya obra es vuelta a emprender más lejos en nuevas condiciones por sus
continuadores.
Max Nettlau
Arranco de dos premisas:
1) el siglo XX nos deja un cúmulo de ruinas y 2) el socialismo se tiene que reinventar.
Abierto en Venezuela, el debate sobre el Socialismo del
Siglo XXI está muy vivo en América Latina. Pero: ¿de qué socialismo
hablamos? ¿Del sistema o del ideal de los socialistas?”[1] La pregunta
es pertinente porque en el continente sigue habiendo tendencias
identificadas con el llamado modelo soviético (y sus variantes china,
campucheana, coreana, vietnamita, albanesa, etc.), que pregonan un
“socialismo científico”, fundado en el desarrollo de las fuerzas
productivas, en la aplicación de la ciencia y la tecnología sin
discusión y en la perpetuación de la división social del trabajo.
Las respuestas pueden ser muchas y los enfoques muy
distintos pero no es repitiendo mantras ideológicos como se forja un
mundo nuevo, ni tampoco agregando el calificativo “socialista” a una
constitución. Puede ser útil, en cambio, reconsiderar las aportaciones
de las corrientes críticas del movimiento obrero: desde los anarquistas a
los comunistas disidentes; desde los magonistas –que soldaron la lucha
de las comunidades indias con la de los norteamericanos Industrial
Workers of the World [Trabajadores Industriales Internacionalistas] [2]-
a los cooperativistas, sin olvidar a José Carlos Mariategui quien
defendió “el resurgimiento del pueblo indígena y la manifestación
creadora de sus fuerzas y espíritu nativo”.[3]
En el caso de Venezuela se podría citar a Duglas Bravo y a
sus compañeros del Partido Revolucionario Venezolano quienes, en los
años sesenta, enarbolaron la “herejía–utopía” que incluía revalorizar a
Bolivar, al cimarronaje y a la resistencia indígena. [4]
En un intento de volver a formular la cuestión del
socialismo después del derrumbe del sistema (mal llamado) comunista,
otro autor venezolano, Moisés Moleiro, insinuó la posibilidad de mirar a
la tradición anterior a Marx.[5] El reto queda pendiente y, para abonar
el debate, me propongo explorar algunos planteamientos de dos autores
olvidados - cuando no calumniados-: Charles Fourier y Pierre Joseph
Proudhon.
Ambos fueron pensadores mal comprendidos no sólo por sus
adversarios –lo cuales raramente se tomaron el trabajo de leerlos- sino,
en ocasiones, también por sus propios discípulos quienes concibieron
sus proposiciones como recetas aplicables en cualquier lugar y en
cualquier momento.
No es mi objetivo evocar la historia de las profundas
influencias que ambos ejercieron en los albores del movimiento obrero
latinoamericano. Mucho menos, pretendo descubrir el secreto de un
socialismo idealmente auténtico frente a sus fracasos reales. La
utilidad de la obra de Fourier y de Proudhon radica en que emprendieron
un viaje al mundo de las ideas que nos ayuda a entender lo que el
socialismo del Siglo XXI no es, ni puede ser.
1. Charles Fourier
Voy a empezar con una afirmación polémica. Es en gran parte
artificial y obsoleta, la separación que Marx y Engels establecieron
entre los socialistas que llamaron “utópicos” -cuyas propuestas tacharon
de “irrealizables” o “pequeño-burguesas”- y los que nombraron
“científicos”, es decir ellos mismos.[6]
Repetidas hasta el cansancio por los epígonos, estas
descalificaciones borraron la contribución de pensadores que –de manera
independiente, pero no necesariamente antagónica al marxismo- formularon
severos diagnósticos sobre los males de la sociedad capitalista
buscando, al mismo tiempo, ensanchar el campo de las posibilidades
abiertas a los seres humanos.
A 170 años de su muerte, uno de los más fascinantes es, sin duda,
Charles
Fourier (1772-1837). Implacable acusador de la civilización occidental,
economista, psicólogo, sociólogo, cosmólogo, arquitecto, inventor e,
incluso, gastrónomo, Fourier plasmó un análisis sagaz de la vida
social en los países sometidos a lo que llamaba el sistema de la
“división del trabajo”, es decir el capitalismo.
Nacido en Besanzón, en el centro de la región del Franco
Contado, hijo de un acomodado comerciante de tejidos, la vida de Fourier
transcurrió de manera más bien trivial. Sin embargo su pensamiento era
anticonformista hasta la extravagancia; aborrecía la civilización urbana
y privilegiaba la libertad del individuo por encima de la
centralización económica y política que se estaba imponiendo por
doquier.
Precursor de la cooperación, Fourier denunció la infamias
del comercio y del colonialismo; condenó el trabajo asalariado por ser
una “servidumbre indirecta”, la religión, la familia y la subordinación
de las mujeres. Fue uno de lo primeros socialistas que entendieron la
importancia de estudiar la economía política y desde su primer libro,
Teoría de los cuatro movimientos (1808), denunció las mentiras del
liberalismo, mostrando con claridad meridiana que las personas dedicadas
a perseguir intereses propios no logran el bienestar de la sociedad,
sino el daño colectivo.[7]
Con la clarividencia que lo distinguía, Walter Benjamin
destacó que la utopía de Fourier no estaba determinada por una bucólica
nostalgia del pasado, sino que debía su impulso más íntimo a la
aparición de las máquinas.[8] El propio Marx subrayó la grandiosa
concepción del hombre que implicaban las reflexiones del profeta de
Besanzón.
Mientras los economistas veían en el trabajo únicamente una
fuente de valor, Fourier entendió que, en determinadas condiciones,
puede ser también una actividad creativa y placentera. El trabajo es
odioso por la insuficiencia del salario, el desempleo, la injusticia de
los patrones, la tristeza de los talleres, la larga duración de la
jornada laboral y la uniformidad de las funciones, pero será atractivo
en Armonía, el orden que remplazará a la incoherencia civilizada y que
muy bien podríamos llamar “socialismo”, “comunismo” o “anarquía”.[9]
Aun cuando no era un “revolucionario” –aborrecía la
violencia por haber padecido en carne propia los excesos del régimen
jacobino-, Fourier quería acabar con la Civilización (que a veces
denomina Industrialismo y emplea como sinónimo de capitalismo) por medio
de la educación y la experimentación.
Gran psicólogo –hoy se le considera un precursor de Freud,
más que de Proudhon o de Marx- el profeta de Besanzón enfatizó las
motivaciones profundas que traban el alma. Si se encuentran mal
dirigidas, las pasiones desembocan en rivalidades malévolas, violencia y
fraude, sin embargo, esto no se debe a la naturaleza humana, sino a la
represión. Las pasiones no hay que comprimirlas, sino armonizarlas: cada
persona lleva adentro los impulsos necesarios para realizar una
actividad creativa y sería suficiente combinarlos libre y
convenientemente para dar pie a la “verdadera asociación”.
En Armonía, las asociaciones se articularían a partir de
las diferentes ramas de una misma industria o de una misma pasión.
Destacado inventor de palabras y conceptos, Fourier proyectó edificios
que llamó Falansterios y que reemplazarían a las casas-habitación y a la
institución básica de los civilizados, la familia. Habitado por unas
mil quinientas a dos mil personas, cada Falansterio articularía las
vocaciones y aptitudes de sus integrantes en las series progresivas o
series pasionales, grupos con una graduación variables de edades, así
como de fortunas y caracteres.
Contrario a lo que muchos piensan, Fourier no se limitó a
trazar los lineamientos un futuro posible. Anticipando las revueltas
juveniles de nuestro tiempo, mostró que es necesario realizar al
instante la emancipación individual: “no sacrifiquen la felicidad de hoy
a la felicidad futura. Disfruten del momento, eviten toda unión de
matrimonio o de interés que no satisfaga vuestras pasiones desde el
mismo instante. ¿Por qué van a luchar por la felicidad futura, si ella
sobrepasará vuestros deseos, y no tendrán en el orden combinado más que
un solo displacer, el de no poder doblar la longitud de los días, a fin
de dar abasto al inmenso círculo de goces que deberán recorrer”.[10]
Puesto que el placer y el deseo son la fuerza motriz de la
historia humana, “el nuevo mundo amoroso” no sólo debe ser superior al
actual materialmente y moralmente, sino también más atractivo para el
individuo y la colectividad. Comprendió así que el problema de la
felicidad es más complejo que el de la justicia, insistiendo en un
aspecto crucial de la teoría de la emancipación: la vida cotidiana. La
solución implicaba la liberación del amor, el sexo y las pasiones de las
camisas de fuerza impuestas por la religión, la moral y los gobiernos.
Es verdad que de cara a su desmesurada ambición de
transformar radicalmente la sociedad y el individuo, los logros Fourier
fueron más bien modestos, sin embargo sus discípulos sembraron en todas
partes –y particularmente en México, gracias a la incansable labor de
uno de sus discípulos, Plotino Rhodakanaty- la idea de asociación que
está en el origen del moderno movimiento obrero. Hoy, su lección es
clara: si el socialismo no nos permite realizarnos como seres humanos,
si no ensancha nuestras posibilidades creativas, no nos interesa.
En fin, para rendir un homenaje merecido al autor del Aviso
a los civilizados, nada mejor que citar un fragmento de la Oda a
Charles Fourier que André Breton compuso en 1945 mientras visitaba a una
comunidad indígena del sureste de los Estados Unidos. Considerado uno
de los mejores poemas surrealistas, el texto confronta el sueño
fourieriano de una sociedad armónica con el fascismo y el estalinismo,
las pesadillas totalitarias del siglo XX: “la indigencia, la falsedad,
la opresión, las matazones siguen siendo los mismo males por los que
marcaste a fuego el mundo de los civilizados. Se burlaron de ti Fourier.
Y sin embargo, algún día tendrán que probar tu remedio”.[11]
2. Pierre-Joseph Proudhon
Proudhon (1809-1865) es uno de los pocos teóricos del movimiento obrero que puede ostentar orígenes auténticamente proletarios.
Originario de Besanzón, hijo de un tonelero y una doméstica, estudió un
tiempo gracias a una beca, pero tuvo que abandonar la escuela para
emprender la profesión de tipógrafo. Al parecer, se convirtió al
socialismo después de conocer a Fourier, una de cuyas obras, El nuevo
mundo industrial y societario, imprimió personalmente.
En su primer escrito importante, ¿Qué es la propiedad?
Investigaciones sobre el principio del derecho y del gobierno (1840),
Proudhon aseveró que “la propiedad privada es el robo”, afirmación que
se convirtió rápidamente en el principal grito de guerra de las clases
obreras decimonónicas.[12]
El autor establecía una distinción fecunda entre la
propiedad como monopolio y el derecho que consideraba legítimo de todo
hombre al producto de su trabajo. Acto seguido, mostraba que el capital
no tiene más origen que la expropiación de un valor producido
exclusivamente por los obreros. Eran los capitalistas quienes convertían
la propiedad en monopolio, robando a los seres humanos sus capacidades
creativas y reduciéndolos a la condición de parias.
Esta situación desembocaba en un virulento antagonismo
económico que era causa de un desorden social permanente. La solución no
radicaba en fortalecer al Estado -que era, es y siempre será cómplice
de la injusticia-, sino en estimular la asociación libre y autónoma que
garantizaba la igualdad en el acceso a los medios de producción y la
equivalencia en los intercambios.
En las últimas páginas, Proudhon exponía sus ideas
anarquistas: el gobierno del hombre por el hombre, cualquiera que sea el
nombre con que se disfrace, es tiranía; el más alto grado de perfección
está en la unión del orden y de la anarquía. Esta era por lo tanto, “la
única forma posible de sociedad, la única justa, la única
verdadera.”[13]
El libro marcó un hito en la historia de la literatura
socialista y ejerció una influencia profunda sobre Marx quien retomó de
Proudhon la categoría de “antagonismo”. En 1844 cuando, siendo todavía
un desconocido se hallaba exiliado en París, el futuro fundador del
comunismo (llamado) científico entró en contacto con el creador del
anarquismo quien a la sazón ya era un escritor popular en los medios
obreros.
No es por demás recordar que, antes de atacarlo mordazmente
en La miseria de la filosofía (1847), Marx le rindió tributo en La
sagrada familia (1845) trabajo escrito en colaboración con Engels para
criticar el idealismo especulativo de los hermanos Bruno y Edgar
Bauer.[14] Ahí los dos amigos contraponían el espíritu concreto e
iconoclasta del socialista francés a las abstracciones de los filósofos
alemanes.
Amén de algunas objeciones acertadas que se pueden resumir
en la afirmación de que Proudhon se quedaba en el terreno de la economía
política, sin adentrarse en su crítica, Marx y Engels lo señalaban como
el primer autor que sometía la propiedad privada a una crítica
“implacable, y al mismo tiempo, científica”.
“Proudhon –apuntaban- no solamente escribe en interés de
los proletarios; él mismo es proletario, ouvrier (en francés en el
texto). (…) ¿Qué es la propiedad? –seguían- tiene para la moderna
economía política la misma importancia que la obra de Siéyes” y es “un
verdadero manifiesto científico del proletariado francés.”[15] Un año
después, aquel mismo Proudhon se había convertido en “pequeño burgués”
(Miseria de la filosofía) y dos años después en “burgués” a secas
(Manifiesto del Partido Comunista).
Al estallar la revolución de 1848, Proudhon fue elegido
diputado. Como era de su poner, sus principales propuestas –crear un
Banco de crédito popular gratuito e imponer un impuesto del 30 por
ciento sobre el ingreso de los ricos- fueron sistemáticamente rechazadas
por los representantes del gran capital.[16]
Agudo polemista, dotado de una afilada elocuencia plebeya,
intensificó entonces sus críticas a la burguesía, a los reaccionarios y a
los falsos demócratas, insistiendo en la noción de “exterminio del
poder político” como condición de una liberación de las fuerzas sociales
y sobre la necesidad de una organización espontánea de las fuerzas
económicas.[17]
Al mismo tiempo, exploraba otros caminos. A principios de
1849, fundó el Banco del Pueblo una caja de ahorro que, al ofrecer
crédito a tasas de interés tendiente a cero (cobraba únicamente el uno
por ciento para cubrir los gastos de administración), pondría a los
productores en la condición de franquear la barrera del capital
financiero. En seis semanas el Banco del Pueblo logró la adhesión
entusiasta de más de 20,000 suscritores pero el proyecto fracasó cuando
su creador fue condenado a tres años de prisión por sus críticas a Luís
Bonaparte (el futuro Napoleón III).
Después de recobrar la libertad (1852), Proudhon se
desterró a Bélgica donde siguió escribiendo y no regresó a Francia sino
hasta 1859. Consagraría, en adelante, una parte importante de su
reflexión al estudio de los mecanismos de la opresión. La
correspondencia que detectó entre política, economía y religión remite a
los tres obstáculos principales en el camino que conduce a la libertad:
“el capital cuyo análogo en el orden político es el gobierno, tiene por
sinónimo en el orden de la religión al catolicismo. Lo que el capital
le hace al trabajo, el Estado lo hace a la libertad y la iglesia a la
inteligencia.”[18]
En 1863, cuando -en pleno bonapartismo- el autoritarismo
estatal estaba en su apogeo y parecía haber vencido a las fuerzas
sociales que se le oponían, Proudhon publicó El principio federativo,
una de sus obras más actuales. Agotado por el exceso de trabajo, murió
el 22 de enero de 1865, sin ver impreso su último libro, La capacidad
política de la clase obrera, en donde, una vez más, advertía sobre el
peligro que representan la democracia representativa, los partidos
políticos y el comunismo autoritario para la causa de la emancipación
humana.
¿Qué nos dice el fundador del anarquismo a nosotros, los
moradores del siglo XXI? Es innegable que muchos de sus escritos carecen
de claridad y que emitió juicios profundamente equivocados sobre una
cantidad de temas: era un idealista obstinado, se burlaba de la
“emancipación de la mujer” y menospreciaba el valor de las huelgas.[19]
Sin en algo le atinó Marx, es cuando afirmó que Proudhon era “la
contradicción viva”.[20]
Aun así, el autor de ¿Qué es la propiedad? nos es
indispensable porque defiende un socialismo que implica la democracia.
No la democracia representativa de los liberales, no la delegación del
poder, sino la democracia directa o, para emplear un término que le
gustaba, la “democracia obrera”. Contrario a lo que exigían Rousseau y
los filósofos contratualistas, en esta democracia el ciudadano no tiene
por qué abdicar parte alguna de su libertad.
La idea de federación indica un convenio por el cual una o
más familias, uno o muchos municipios, uno o muchos grupos de pueblos
acuerdan interactuar y establecen derechos y obligaciones mutuas.
Federándose con los demás, cada actor individual y colectivo puede
conservar su “soberanía” adquiriendo más derechos, más libertad, más
autoridad y más propiedad de los que cede. “El sistema federativo es el
opuesto al de jerarquía o centralización administrativa y gubernamental,
por el que se distinguen ex aequo las democracias imperiales, las
monarquías constitucionales y las repúblicas unitarias”. [21]
Además de ser una propuesta para la sociedad futura, el
federalismo es el mecanismo que puede articular las múltiples fuerzas
emancipadoras que duermen en la sociedad actual. Recordemos que en
tiempos recientes, esto ha recibido el nombre de red y es una
alternativa a la muy desprestigiada “forma partido”. Por último, el
federalismo es también una teoría de las relaciones humanas: relaciones
entre individuos, relaciones del individuo con el grupo y relaciones de
los grupos entre sí.
El mutualismo se puede ver como el equivalente del
federalismo en el campo de la economía. De manera algo ingenua, Proudhon
pensaba que, gracias a la organización de los trabajadores en
cooperativas, el eje rector de la producción, circulación y consumo se
desplazaría de la explotación a la reciprocidad, mientras que el Capital
y el Estado se eclipsarían ante el crecimiento del trabajo asociado.
Es sabido que esto no sucedió, pero es innegable que los
experimentos cooperativistas contribuyeron a sembrar la idea de que otro
mundo es posible. Ciento cincuenta años después, aquellos experimentos
se siguen reproduciendo como forma de resistencia a la globalización
capitalista y búsqueda de vivir una cotidianidad alternativa. La banca
ética, los sistemas de intercambio local no monetario, al comercio justo
y, por lo mismo, las cooperativas zapatistas de la Selva lacandona o
las que ahora mismo se están organizando en Venezuela, se pueden
considerar intentos “mutualistas” de hacer a un lado la lógica del
mercado. Limitados, sin duda, pero rescatables. Si bien, hoy como
entonces, están expuestos al riesgo de la corrupción, pueden ofrecer
respiro a sus integrantes y desempeñar la función de escuelas de
conciencia socialista.[22]
En todo caso, es grotesco que los epígonos de Marx se
deleiten leyendo la Miseria de la filosofía y la usen como arma contra
todo planteamiento libertario mientras, al mismo tiempo, se emocionan
con el cooperativismo si tiene la bendición de algún “poder popular”.
3. Conclusiones
El debate sobre el futuro del socialismo apenas
comienza. Evocar a Fourier y a Proudhon tiene sentido siempre y cuando
no se trate de una lucubración sobre los máximos sistemas del mundo.
Además de llamar la atención sobre la felicidad y la
libertad individual, Fourier nos ayuda a formular aquella misma crítica
del progreso que un siglo más tarde precisaría Walter Benjamin: las
revoluciones contemporáneas ya no son ni pueden ser las locomotoras de
la historia de que hablaba Marx, sino el freno que los seres humanos
jalamos ante la loca carrera del capital.
Despojados de sus ilusiones decimonónicas, el federalismo y
el mutualismo pueden fundamentar esa nueva práctica política que buscan
afanosamente los movimientos altermundistas. Ambos conceptos se
relacionan con la idea de red. Ambos implican la acción directa,
democrática y anti-jerárquica que suplanta al partido, la vanguardia, el
intelectual orgánico, la hegemonía y toda la herencia aciaga del
comunismo soviético.
¿Hay que repetirlo? La historia del siglo XX muestra que el
partido que pregonaba Lenin –aquel señor que pretendía inyectarle
conciencia revolucionaria al proletariado- sirve para tomar el poder,
aunque no para conservarlo y mucho menos para hacer una revolución
social.
A pesar de su sabiduría comunista, la vanguardia
bolchevique reprimió al proletariado ruso, no supo oponerse al ascenso
de la burocracia y acabó entregando la revolución a un dictador
sanguinario. Asimismo, el intelectual de que hablaba Gramsci resultó ser
orgánico no a la causa de los obreros, sino a la de los partidos
totalitarios que pretendían actuar en su nombre. En cuanto al análisis
hegemónico, me parece eficaz para razonar sobre las contradicciones en
el campo enemigo, pero no para fundamentar una política alternativa.
El socialismo del siglo XXI -si es que todavía podemos
emplear esa palabra tan desprestigiada- hay buscarlo en las luchas de
los trabajadores mismos, en sus reivindicaciones y en sus sueños, más
que en las políticas de los Estados. Respetamos los logros de la
revolución cubana –su sistema de salud, educación y vivienda, su gran
capacidad de recuperación económica, así como su lucha heroica contra el
bloqueo económico-, pero no encontramos ahí un modelo a imitar.
Respetamos, también, los esfuerzos del comandante Chavez, su valiosa
batalla contra las políticas neoliberales, pero creemos más en los
experimentos autogestivos de los trabajadores venezolanos que en la
retórica oficialista sobre el pretendido “tránsito al socialismo”.[23]
El coordinador de Unión Nacional de Trabajadores, Orlando
Chirino, denuncia que consorcios internacionales de China, Rusia, Irán y
también de la muy sudamericana Argentina súper explotan como nunca la
mano de obra venezolana y pregunta: “¿no es este el inicio de la
hipoteca a la revolución? ¿Acaso hay unas multinacionales buenas (las de
los gobiernos amigos de Chavez) y otras malas”?[24]
En México –un país devastado por el neoliberalismo, la
corrupción y el abrazo asesino del imperialismo norteamericano- los
movimientos sociales se encuentran en la defensiva, después de la
embriaguez revolucionaria de 2006. Aun así, atisbos de una política
alternativa reticular y federalista se perciben en la rebelión zapatista
y en la que encabeza la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca
(APPO). El énfasis de sus corrientes libertarias en la comunalidad y el
colectivismo indio hereda las intuiciones de Ricardo Flores Magón y
también la gran tradición del socialismo antiautoritario mundial.[25]
Nuevos aires agitan el continente. Nuevos pesadillas quitan
el sueño de los gobernantes. La disyuntiva no es entre revolucionarios y
reformistas, tampoco entre movimientos sociales “verdaderos” y
“falsos”, sino entre quienes pretenden reproducir hasta el infinito la
tragedia del comunismo y quienes buscamos nuevos caminos.
Ya es tiempo de abandonar las camisas de fuerza ideológicas
del siglo XX. Es claro que las descripciones de los falansterios que
nos proporciona Fourier -detalladas hasta lo absurdo- o el moralismo de
Proudhon no nos conciernen demasiado. Sin embargo, su obra presenta
aspectos éticos y políticos que son plenamente actuales. Aun cuando no
ofrecen soluciones inmediatas, su proyecto, sustituir al gobierno de los
hombres la administración de las cosas, no es una quimera, ni es ajeno a
los problemas del mundo actual. Y sobre todo nos recuerda que el
socialismo no se proclama por decreto, sino que es el producto de la
acción autónoma de los trabajadores.
[1] Es la pregunta que plantea Guillermo Almeyra, “¿Socialismo del siglo XXI?” La Jornada 14 de enero de 2007.
[2] Véase en particular: Ricardo Flores Magón, “El pueblo
mexicano es apto para el comunismo”, Regeneración, 2 de septiembre de
1911, http://www.laneta.apc.org/magon/aptopara.htm
[3] José Carlos Mariategui, “Programa del Partido Socialista Peruano”,
http://www.marxists.org/espanol/mariateg/prog-psp.htm
[4] Carlos Lanz Rodríguez, “Venezuela ¿Cuál Socialismo?”,
http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=38807
[5] Moisés Moleiro, El ocaso de una esperanza. La tragedia
de los bolcheviques rusos, Vadell Hermanos Editores, Caracas, Venezuela,
1999, pág. 12.
[6] Véase, en El Manifiesto del Partido Comunista, la sección sobre la literatura socialista y comunista.
[7] Charles Fourier, Teoría de los cuatro movimientos y de
los destinos generales, Editorial Barral, Barcelona 1974.
[8] Walter Benjamin, París capital del siglo XIX, Opere
complete, tomo IX, Giulio Einaudi Editore, Turín, 2000, pág. 7.
[9] C. Fourier, El falansterio, http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/falansterio/indice.html
[10] C. Fourier, “Aviso a los civilizados respecto a la próxima metamorfosis social”,
http://classiques.uqac.ca/classiques//fourier_charles/ordre_subversif/texte_3_avis/fourier_avis_aux_civilises.pdf
[11] A. Breton, “Ode à Fourier”, incluida en: Roberto Massari, Fourier, Erre Emme Editore, Roma, pp. 109-115.
[12] Pedro José Proudhon, ¿Qué es la propiedad?
Investigaciones sobre el principio del derecho y del gobierno, Editorial
Proyección, Buenos Aires, 1970 (primera edición en francés, 1840), pág.
19. Hay edición electrónica: http://www.eumed.net/cursecon/textos/proudhon/index.html
[13] Op. cit., pág. 248.
[14] Para un análisis de la deuda intelectual de Marx con
Proudhon, véase: Pierre Ansart, Marx y el anarquismo, Barral Editores,
Barcelona, 1972.
[15] Carlos Marx y Friederich Engels, La sagrada familia,
Juan Grijalbo Editor, México, 1967, pp. 96, 97 y 106. En un trabajo de
1865, escrito en ocasión de la muerte de Proudhon, Marx seguía
definiendo ¿Qué es la propiedad? un trabajo “de importancia epocal”.
Véase: http://www.marxists.org/archive/marx/works/1865/letters/65_01_24.htm
[16] Para un análisis de la participación de Proudhon en la
revolución de 1848, véase: Daniel Guerin, Ni Dieu ni maitre, Anthologie
de l’anarchisme, tomo I, pp. 59-84; también D. Guerin, Proudhon Oui
& non, Éditions Gallimard, París, 1978, pp. 165-193.
[17] P. Ansart, op. cit., pág. 227.
[18] Citado en: Daniel Colson, “Proudhon et le syndicalisme revolutionnaire”, http://raforum.apinc.org/article.php3?id_article=3475
[19] P. J. Proudhon, La capacidad política de la clase obrera, op. cit.
[20] C. Marx, carta a J. B. Schweitzer, 15 de enero de 1865. En: Miseria de la filosofía, op. cit., pag. 193.
[21] P. J. Proudhon, El principio Federativo,
http://www.geocities.com/labrecha3/principiofederativo.html
[22] Para un recuento de estos experimentos y su
importancia en el mundo actual, véase: Paolo Coluccia, Il tempo…non è
denaro! Riflessioni sui sistema di scambio locale e sulle banche del
tempo, Biblioteca Franco Serantini, Pisa, 2003. Con respecto a América
Latina, se puede consultar: Euclides André Mance, Redes de colaboración
solidaria. Aspectos económico-filosóficos: complejidad y liberación,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2006.
[23] Argenpress, “Comenzó el tránsito hacia el socialismo, afirmó el presidente Chavez”, http://usuaris.tinet.org/medicuba/med042.htm
[24] "Los que luchamos por la autonomía sindical no somos
contrarrevolucionarios", entrevista a Orlando Chirino, coordinador de la
UNT, http://www.espacioalternativo.org/node/2044
[25] Sobre el concepto de comunalidad en el movimiento
indígena oaxaqueño, véase: Benjamín Maldonado, La comunalidad indígena,
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/comunalidad/comunalidad.html
*Ponencia presentada en el Seminario Internacional de
Pensamiento Crítico. Teoría y praxis política latinoamericana. La
estrategia de la izquierda en el Siglo XXI, auditorio Alfonso Caso, Universidad Nacional Autónoma de México, 24 de octubre de 2007. Extraido de http://www.selvas.eu/DossXXISec2.html
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