Identificar mero ateísmo con librepensamiento nos conduce a no pocas
objeciones y problemas. Hay que distinguir entre la figura de un
librepensador, propia de los siglos XVIII y XIX y lo que hoy podemos
considerar que eso significa. Creo sinceramente, y lo digo también con
bastante intención autocrítica, que desde posiciones ateas, lo que
entendemos por un movimiento ateo combativo con la religión y más o
menos organizado, se produce con cierta asiduidad esa ambivalencia de
pretender ser progresista y librepensador y hacerlo únicamente desde
posiciones, quizá no superadas, pero sí necesitadas de ser puestas al
día conforme a nuevos discursos que resultan de lo más cuestionables.
Hoy, así hay que considerarlo de manera permanente y muy crítica, no es
lo mismo ser un librepensador que en la época que nace esa condición, en
torno a lo que llamamos la Ilustración. Lo que quiero expresar es que
me da la impresión de que existe quien se refugia en ese
librepensamiento de los orígenes, de una época en que los paradigmas
eran obviamente muy distintos, y sin embargo adopta una actitud bien
poco librepensadora en la actualidad; de hecho, es posible que los
auténticos librepensadores les parezcan personas equivocas, a veces
subversivas y peligrosas, adoptando con ello una condición en realidad
tristemente conservadora. Dicho de modo elemental, el librepensamiento
en origen consistía en escapar de un mundo de creencias aceptadas y de
una serie de pautas establecidas (una serie de dogmas y prejuicios, así
como la aceptación de una autoridad espiritual y, por extensión, también
terrenal), lo cual tampoco elimina de un plumazo todo el pensamiento de
aquellos autores que no podemos considerar librepensadores conforme a
lo que será tal cosa a partir de la Ilustración. La actitud
librepensadora, de modo general, pudo ser en un principio dejar atrás la
tradición y empezar a fiarse del criterio propio (no de lo que se
repiten, de lo que está establecido o aceptado); para que nos hagamos
una idea, en la Edad Media, no solo existía la autoridad eclesiástica
supuestamente legitimada por la divinidad, también se amparaban en la
tradición filosófica establecida por Aristóteles (bien es verdad que un
filósofo absolutamente mediatizado por el cristianismo). Identificamos
entonces el librepensamiento con un escepticismo que abre las
posibilidades a un conocimiento más sólido. Para hacerse una idea de lo
que supone el librepensamiento a partir de la Ilustración, nada mejor
que la máxima de Kant aparecida en su texto ¿Qué es la Ilustración?:
"Atrévete a saber". Ese "atrévete" supone dejar a un lado la tradición y
la autoridad, atreviéndose a entrar en el mundo de conocimiento por uno
mismo. Por lo tanto, la Ilustración puede definirse como la etapa en la
que la humanidad empieza a salir de su minoría de edad tutelada y lo
hace por sí misma.
Sin embargo, hay que situar cada cosa en su
momento histórico. Hoy, es fácil aceptar y aplaudir a las personas que
pusieron en cuestión, por ejemplo, las supersticiones medievales; si
miramos con esa misma severidad crítica nuestra propia actitud, nos
daremos cuenta que tantas veces aceptamos con poca o ninguna crítica un
montón de discursos establecidos (incluso, alguna amparada en lo que
etiquetan como científico). En la actualidad, un librepensador solo
puede ser aquel que pone en cuestión cualquier discurso, guiado solo por
unos parámetros escépticos, críticos y tratando de establecer una base
sólida para acceder al conocimiento. Quiero insistir en esa actitud
crítica y librepensadora hacia lo establecido, pero también aplicar eso
mismo hacia todo discurso, considerado alternativo, pero igual de
cuestionable; por poner un ejemplo sencillo, tan denunciable es la
tradición monoteísta como las paparruchas propias de la new age (que,
tantas veces, critica lo reaccionario del cristianismo y presume de no
sé muy bien qué modernidad). El librepensador debe ser, a mi modo de ver
las cosas, constantemente irreverente; un respeto excesivo, y estoy
hablando obviamente solo de a las ideas y a los discursos (no a las
personas), ya denota una falta notable de libertad de pensamiento. Por
otra parte, y aquí puede que entremos en un terreno más delicado, creo
que el librepensamiento también está relacionado con una actitud
militante; es decir, creer que uno piensa para algo, y no solo de un
modo meramente contemplativo. A pesar de que el librepensamiento es
forzosamente progresista (con todo lo que puede tener esa condición de
relativa, dado el progreso tecnológico que se nos impone, pero aludiendo
a mejora y a avance en todos los ámbitos humanos), tal vez su condición
más aceptable sea una mezcla, tanto de optimismo, para pensar que vamos
a llegar a alguna parte, como de cierto pesimismo, con el objeto de no
caer en una actitud de que todo es posible (una suerte de omnipotencia
que acabe en frustración). Para que se entienda lo que quiero decir,
nada mejor que considerar a aquellas personas conservadoras, es decir,
que aceptan la realidad tal y como se la ponen ante sus ojos, como
totalmente ajenas al librepensamiento. Aparentemente, los que consideran
que el mundo es francamente mejorable y no adoptan una actitud
superficialmente optimista ante lo que les rodea (actitud, por otra
parte, bastante humana, pero no pocas veces muy papanatas), suele
acusárseles de optimistas; en realidad, no hay nada más triste y
pesimista que aceptar el mundo tal y como es (y las evidencias dicen que
es muy mejorable, que el pensamiento, y consecuentemente los paradigmas
de actuación, deben avanzar).
El librepensamiento fue en origen una ruptura con el esquema de
pensamiento de tradición religiosa; por eso, hoy se sigue identificando
habitualmente al librepensador con una persona no creyente. En la
actualidad, es necesario también romper con otros paradigmas de
pensamiento establecidos; no es posible considerar solo un librepensador
al que se muestre crítico con las teorías religiosas o, en nombre de
cierto cientifismo, con todo lo sobrenatural. Incluso, denota una
notable falta de librepensamiento la aceptación de ciertos discursos
solo porque se denominen científicos, sin tratar de comprender los
numerosos factores e intereses que influyen a la hora de establecer y de
aceptar un discurso. Incluso, si en su momento el librepensador solía
poseer una confianza enorme en el progreso, hoy también tenemos que ser
críticos con la perversión a la que se ha sometido dicho término; una
actitud encomiablemente librepensadora hoy en día es liberarse también
de ese progreso artificial, impuesto también por lo establecido, y
apelar a propuestas auténticamente propias. No estoy hablando de una
condición posmoderna, por mucho que haya criticado cierta concepción del
progreso y considere cuestionables según qué discursos científicos;
aunque tengamos en cuenta el fracaso de la modernidad en demasiados
aspectos, hay que considerar el proyecto moderno emancipador como
pendiente y muy reivindicable. El librepensamiento, permanentemene
renovado, parece esencial para llevar a cabo ese proyecto, siendo
críticos con esa objetivación técnico-científica propia de la modernidad
y tantas veces asociada al poder establecido (los posmodernos suelen
asociar la modernidad con el autoritarismo o absolutismo); no es posible
la independencia del pensamiento sin una consciencia de la propia
individualidad, liberándose del lastre de todo lo establecido por una
época concreta, así como por toda la tradición correspondiente. Me quedo
con una actitud librepensadora iniciada en un escepticismo crítico,
caracterizada por la irreverencia hacia lo establecido, o con la
aspiración de imponerse, y con el compromiso permanente con la mejora de
la realidad.
*tomado del blog http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com/2012/11/librepensadores-ayer-y-hoy.html
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