jueves, 9 de diciembre de 2010

Las clases en la sociedad capitalista x Grupo Ruptura*


Introducción

Desde que empezamos a editar el Ruptura siempre lo hemos planteado más como una pregunta que como una respuesta. Una invitación a la reflexión y al análisis más que un intento de sentar cátedra, aunque no todos lo hayan tomado así. Por eso nunca hemos tenido reparos en plantear nuestras dudas ni tampoco en defender nuestras convicciones. En el número 2 intentábamos dejar claro que nuestra reivindicación de una postura de clase partía de la intuición de que es una realidad fundamental que determina nuestras vidas y el mundo el que se desarrollan, y no de la subscripción a una ideología determinada. Sin embargo, como algunos nos han criticado, no habíamos entrado en ningún número a explicar con detalle qué son para nosotros las clases, qué entendemos por proletariado y burguesía, qué significa la lucha de clases y, sobre todo, qué importancia le damos a todas estas realidades. En este artículo trataremos de hacer una primera aproximación al análisis de las clases en la sociedad capitalista

Antes de empezar nos gustaría hacer una serie de matizaciones. Nosotros no estamos interesados en un análisis de tipo académico, lo que no significa que tengamos que limitarnos a decir cuatro simplezas, así que como no basamos nuestro “prestigio” ni nuestro trabajo en la validez de nuestra teoría, no tenemos ninguna necesidad de defenderla con uñas y dientes si alguien nos demuestra que nos equivocamos. Igualmente, entendemos que hay cuestiones importantes y otras que no lo son tanto, o que no merece la pena detenerse en ellas, por reales que sean. Tampoco estamos suscritos a ninguna ideología (marxista, anarquista, situacionista, insurreccionalista etc.), así que no necesitamos repartir unas cuantas citas de este o aquel autor para respaldar nuestros argumentos, aun cuando hayamos utilizado sistemáticamente a dichos autores, y si lo que decimos no cuadra con ortodoxias, invariancias o principios, tácticas y finalidades, peor para ellas.

Lo que nos interesa entender de qué es el proletariado y qué es lo que implica ser proletario, o burgués, es comprender mejor cómo funciona el capitalismo pero, sobre todo, comprender mejor cómo funciona su destrucción: los conflictos, contradicciones y crisis que se producen en su seno. Para ello consideramos necesario entender cómo el capitalismo se fundamenta en la explotación y la dominación de una clase por otra, y los modos característicos en los que éstas se presentan. Esto no significa que el capitalismo y sus conflictos puedan reducirse a las luchas laborales. De hecho, como trataremos de explicar, el aspecto laboral o económico, por importante que sea, es simplemente uno de los aspectos de la lucha de clases. Por estos motivos nos centraremos fundamentalmente en los aspectos de nuestra realidad más cercana como proletarios y no dedicaremos mucho tiempo a relaciones que, aunque importantes para comprender la sociedad, nos quedan bastante lejanas a la hora de la práctica, como por ejemplo las relaciones entre diferentes tipos de capitalistas, etc.

Las clases sociales en el capitalismo

El capitalismo es una sociedad basada en la producción e intercambio de mercancías. Esto significa en última instancia que para adquirir cualquier servicio u objeto necesario para vivir hay que tener el dinero para comprarlo. En principio se podría pensar que lo que caracteriza a las diferentes clases es la forma en la que obtienen el dinero: los trabajadores reciben un salario y los capitalistas una parte de la plusvalía que aquellos generan, un beneficio. Sin embargo, esto es más bien una consecuencia de pertenecer a diferentes clases que lo que las define: los trabajadores reciben un salario por el hecho de ser trabajadores, y no a la inversa. Lo que define a las clases es su relación con los medios de producción y, a través de estos, con el resto de la sociedad, con el resto de clases. El proletariado se define en primer lugar en negativo, como aquel que está desposeído de todo medio de producción que no sea su propia capacidad para trabajar. Obviamente, esto es así porque existe otra clase social, la burguesía, que es propietaria de los medios de producción necesarios para reproducir esta sociedad. Lo importante aquí es lo que esta desposesión nos impone en el día a día: los proletarios no contamos con los medios y mecanismos para llevar la vida que queremos, para producir la sociedad en la que queremos vivir, por lo que para sobrevivir en la sociedad capitalista necesitamos dinero para comprar las mercancías que aquella produce. Para conseguir el dinero o las mercancías necesarias, los proletarios sólo tenemos tres formas de conseguirlo: trabajando, robando o mendigando. El que haga una cosa u otra es decisión “libre” de cada proletario, ya que, a diferencia de otros tiempos y lugares, como los esclavos o los siervos, los proletarios, al ser jurídicamente iguales a los burgueses, no estamos obligados a trabajar para ellos, pudiendo “elegir” entre venderles nuestra fuerza de trabajo… o morirnos de hambre. Evidentemente esta “libertad” y esta “elección” son puramente formales y esconden tras de sí la necesidad de trabajar para algún capitalista[1], pero aún así tienen una importancia crucial para el funcionamiento del sistema capitalista y, como veremos más adelante, para sus mecanismos de dominación.

Sin embargo, como decíamos, el trabajo asalariado no es la única opción que tienen los proletarios para sobrevivir. Pedir o tomar son las otras formas que le quedan a aquellos que no puedan o no quieran encontrar un trabajo asalariado. Hoy en día esto puede parecer meterse en pajas mentales, ya que la mayoría de la gente “normal” dedica la mayor parte de su tiempo a trabajar. Pero si vamos un poco más allá de las apariencias, vemos que generalmente nadie deja escapar la oportunidad para agenciarse algo en el curro, descargarse unas pelis, engañar a la báscula en el hiper, etc, etc.[2]

El que la gran mayoría de los proletarios tenga como fuente casi exclusiva o mayoritaria de dinero el trabajo asalariado no es motivo para hacer de éste lo que define al proletariado, ya que es la existencia del proletariado lo que, tanto histórica como lógicamente, determina la existencia del trabajo asalariado, aunque posteriormente la relación capital-trabajo reproduzca y refuerce la división entre proletariado y burgués[3]. Es muy importante recalcar esto por varias razones. De esta forma evitaremos caer en el obrerismo que reduce el proletariado al asalariado, o peor aún, al obrero fabril, pero también en el “antiobrerismo” (y su mitificación de la delincuencia y el “buscarse la vidilla”) o en distinciones entre ‘incluidos’ y ‘excluidos’. Con la crisis que estamos sufriendo y los pocos síntomas de recuperación económica que se vislumbran en el horizonte, el número de gente en el paro y/o que se va a ver abocada a formas más o menos ilegales o trapicheras para obtener dinero aumentará, y con ello, tanto la represión como los intentos por enfrentarnos los unos a los otros. Asalariado, parado, ama de casa, estudiante, ladrón… son diferentes formas que el proletariado puede asumir en la sociedad capitalista, pero, en su fluir, constituyen al mismo tiempo otros tantos momentos de una unidad orgánica en la que lejos de contradecirse son todos igualmente necesarios, y esta igual necesidad es la que constituye la vida del todo. Entender que todos somos parte de la misma clase, con unos intereses comunes a largo plazo será crucial para desarrollar formas y prácticas de resistencia contra la crisis.

Clase y determinación


Llegados a este punto es importante preguntarse qué es lo que implica ser proletario o burgués. Las corrientes más deterministas, tanto del marxismo como del anarquismo, han querido ver (o más bien nos han querido hacer ver) en el proletariado poco menos que a un nuevo mesías al que el desarrollo de las fuerzas productivas, o algún otro factor como la educación libertaria, organizarse en un sindicato, etc., llevaría a enfrentarse cada vez más directamente contra la burguesía y acabar implantando el comunismo (libertario si es el caso)… A estas alturas de la película es evidente que esto no es así.

Las relaciones sociales capitalistas se caracterizan porque en ellas las relaciones entre personas son mediadas por cosas (mercancías, medios de producción, billetes, monedas), de forma que dichas cosas adquieren unas propiedades que realmente pertenecen a las relaciones que median. Por ejemplo, las cosas tienen un precio, un valor, por ser producidas en una sociedad en la que una serie de productores y consumidores privados socializan la producción a través del mercado. Igualmente, un dinero en el banco produce un interés, pero lo hace porque el banco se encarga de convertirlo en capital (lo que implica invertirlo en alguna empresa para obtener una cuota determinada de la plusvalía arrancada a sus trabajadores), no porque sea dinero. Esto es lo que tradicionalmente se ha llamado ‘fetichismo’ de la mercancía, y por extensión, del dinero, del capital, etc.

La otra cara de la moneda es que las personas actúan como personificación de estas “cosas” en las que han cristalizado ciertas relaciones sociales. Cuando entramos en una tienda, para el vendedor no somos nosotros, sino el dinero que hay en nuestro bolsillo o en nuestra cuenta corriente. Igualmente, tras el vendedor lo único que vemos es aquello que hayamos venido a comprar. De la misma forma, para el capitalista sólo somos fuerza de trabajo que explotar, cómo para nosotros éste sólo es la nómina que nos tiene que ingresar[4].

Como dijimos, pertenecer a una clase u otra va a determinar los problemas a los que tendremos que enfrentarnos en la sociedad. Si eres proletario, el conjunto de relaciones sociales capitalistas te obliga a elegir entre trabajar, robar o mendigar para conseguir el dinero necesario para vivir. El que decida robar, tendrá que decidir a quién, a los “ricos” o a los “pobres”, y se estará enfrentando directamente con la ley y los medios materiales que la defienden, etc. El que decide trabajar para un empresario, tarde o temprano acabará chocando con él, y no necesariamente porque los proletarios estén siempre dispuestos porque sí al conflicto de clase, sino porque el antagonismo de clase es algo inherente y necesario a la relación entre capitalista y trabajador. Para conseguir un mayor beneficio, el empresario tratará de bajar el sueldo, o de no subirlo, de aplicar mayores medidas de control para asegurarse de que el trabajador no se escaquea, tratará de forzar los ritmos de trabajo, etc., igual que nosotros trataremos de escaquearnos en el curro, trabajar lo menos posible y todas esas pequeñas cosas… No somos nosotros quienes elegimos a la lucha de clases, es la lucha de clases quien nos elige a nosotros.

Ahora bien, lo que la condición de proletario no determina de por sí es qué opción se tomará en cada caso. Las decisiones que cada uno tome serán el resultado de la intersección de diferentes factores: culturales, tradicionales, la educación recibida, la situación personal de ese momento, experiencias anteriores, cómo responda el resto de compañeros, la competencia con otros proletarios, etc. La “suma”, por así decirlo, de todos estos factores es lo que determinará en último término si alguien decide okupar una casa, comprarla o alquilarla, si se roba un banco, en el hiper de la esquina o a la salida de un cajero del barrio, si se planta cara a la humillación por parte del jefe o se agacha la cabeza, si se decide luchar por un aumento de salario o buscarse otro curro… Nuestros actos no son, ni mucho menos, actos reflejos frente a nuestra posición de clase, los proletarios no somos perros de Pavlov, viajamos con nuestra propia historia a cuestas y en última instancia, la síntesis de todas nuestras experiencias pasadas y presentes es lo que decide nuestro comportamiento frente a una campanilla. Por resumirlo de una forma sencilla: la posición de clase nos plantea las preguntas, pero somos nosotros los que elegimos las respuestas.

No hay nada que asegure que un día el proletariado se levante glorioso y luche por instaurar el comunismo. Lo único seguro es que esa es la única forma de librarse colectivamente del capitalismo y sus alienaciones, a través de la revolución social. Qué los proletarios decidamos liberarnos “destruyendo el orden social actual” o seguir soportando la explotación y la alienación capitalista es una cuestión diferente, relacionada, pero diferente en la que entraremos más adelante.

Lo mismo puede decirse de la otra gran clase de la sociedad capitalista. Aunque a veces pinten a los capitalistas como unos malvados señores con chistera y látigo, la realidad es bastante diferente. De hecho, seguramente habrá algunos que sean bellísimas personas, pero si quiere sacar beneficio, si quiere que su capital fructifique, tarde o temprano tendrá que apretarles cada vez más las tuercas a sus trabajadores. Esto es así no por algún tipo de maldad congénita del capitalista, sino porque la competencia del resto de empresarios le obligará a ello: quiera o no quiera. Si quiere, bien, y si no, algún otro estará dispuesto a hacerlo por él. Aunque sólo sea por aclarar, diremos que los medios de producción no son inmediatamente capital, ni su posesión le hace uno inmediatamente capitalista, para ello es necesario que se usen para obtener plusvalía mediante la explotación de los trabajadores. Así, un carpintero o un traductor freelance que trabajan como autónomos en su pequeño local o en su casa, y con sus pocas herramientas, no son, evidentemente, capitalistas por el hecho de poseer sus propios medios de producción, pero sí lo sería si, por ejemplo, contratase a algún ayudante, que trabajara en el mismo pequeño local y utilizando esas mismas herramientas. Si alguien tiene alguna duda de esto, que piense cómo respondería nuestro carpintero si el ayudante le pide que le doble el sueldo. El capital no es un conjunto de cosas, si no una relación social entre personas mediada por cosas.

La clase como relación social

Es importante remarcar que todas estas relaciones que se derivan de la propiedad o no de los medios de producción, son abstracciones de la vida real y por tanto no son necesariamente excluyentes entre sí. Si confundimos las abstracciones que construimos para comprender la realidad con la realidad misma llegamos a conclusiones erróneas, la más común de ellas es intentar encajar a cada persona en una clase cómo si éstas fuesen casilleros sociológicos.

Si bajamos a la realidad nos encontramos con una complejidad mucho mayor, que se escapa a estos intentos de catalogación unilateral típicos de la sociología positivista. Para evitar esto hay que remarcar que como toda categoría social, las clases son abstracciones de una relación social, de un conjunto de relaciones sociales. La esencia del proletariado es el conjunto de relaciones sociales que se ve obligado a establecer por su desposesión de los medios de producción. Lo mismo podría decirse del capitalista. Pertenecer a una clase es una forma de estar en la sociedad, de relacionarse con ella.

Por ejemplo, antes hemos dicho que ama de casa, asalariado, parado, ladrón, estudiante, etc. eran diferentes formas concretas en las que podía expresarse el proletariado en la sociedad capitalista. En realidad, todas estas categorías no expresan sino formas de relacionarse con el resto de la sociedad. No se pueden considerar cada una en abstracto, aisladas de la totalidad de relaciones sociales. Entre otras cosas esto implica que no se puede tratar de encasillar a cada persona en alguna de estas formas, como si fuesen excluyentes. Lo normal es que como proletarios pasemos de una a otra a lo largo de nuestra vida (universidad-paro-trabajo precario-paro-módulo formativo-trabajo-….), y que combinemos varias a la vez (cuántas amas de casa se machacan antes ocho horas al día en el trabajo, cuántos tratan de sacarse un módulo/carrera a la vez que trabajan, cuántos cobran subsidio mientras trabajan en negro).

Tampoco tiene sentido oponer trabajadores a “delincuentes”, como si fuesen entidades puras excluyentes. Venga de donde venga esta idealización, desde el obrerismo o desde la mitificación de la delincuencia, es simplemente falsa. Dejando de lado los casos más extremos, la mayoría de las veces el proletario se gana la vida recurriendo fundamentalmente al trabajo, sin despreciar el robo siempre que sea posible (y sobre todo poco probable que le pillen): robos en el tajo, pequeños hurtos en la compra, descargas en internet, okupación de casas abandonadas, etc. Últimamente, la precariedad ha hecho que muchos padres actúen de colchón monetario de sus hijos, manteniéndoles mientras trabajan antes de independizarse e incluso después, algo que, formalmente al menos, no se diferencia mucho de la mendicidad (dar dinero a alguien a cambio de nada).

Una vez que pasamos de la lógica de los casilleros (cada persona clasificada en una categoría abstracta pura) a la lógica de las relaciones sociales (cada persona “atravesada” por relaciones que conforman y determinan los problemas, contradicciones y conflictos a los que se enfrenta) vemos que la realidad concreta es la síntesis de múltiples determinaciones y, por lo tanto, unidad de lo múltiple.

Esto es lo que ocurre cuando una misma persona se ve atravesada simultáneamente por dos posiciones de clase contradictorias, relacionándose a través de ellas con personas distintas. Por ejemplo, nada impide que alguien sea socio de una empresa “a media jornada”, siendo personificación por tanto del capital, y trabaje en una oficina “la otra media”, siendo por tanto personificación del trabajo, aunque esto no sea lo más normal. Simplemente se enfrentará a diferentes problemas en las diferentes facetas de su vida, y probablemente les haga a sus empleados lo que sus jefes le hacen a él. Podríamos decir que se encuentra en una posición contradictoria. En este caso concreto no encontramos ningún tipo de relación diferente de las ya tratadas. Frente a un grupo de personas se relaciona como un asalariado, frente a otros como un capitalista. Sólo si nos centramos en el individuo y tratamos de clasificarle, parece que es capitalista Y trabajador (¿sería entonces clase media?). Si cambiamos la perspectiva hacia las relaciones que mantiene, lo que vemos es que, o bien es capitalista, o bien es asalariado.

Este último ejemplo nos permite cambiar la perspectiva desde una concepción de la clase como un conjunto definido de individuos, a la concepción de la clase como, por así decirlo, un conjunto de relaciones sociales que atraviesan a los individuos, posicionándolos y enfrentándolos de manera antagónica. En principio puede parecer extraño concebir las clases sociales en términos de relaciones sociales y no de grupos de personas. Sin embargo, al igual que el capital no es un conjunto de cosas sino una relación social entre personas mediada por cosas, la clase no es un conjunto de personas sino como un conjunto de relaciones entre personas mediadas por cosas: dinero, mercancías, medios de producción.

¿Cuáles son estas relaciones? Aunque como dijimos anteriormente el proletariado no puede ser reducido a los trabajadores asalariados, las relaciones que establecen los proletarios entre sí y con el resto de la sociedad dependen esencialmente de la relación entre asalariado y capitalista, ya que, lo queramos o no, la burguesía obtiene sus beneficios de la explotación basada en esta relación. En cuanto proletarios, las relaciones que establecemos entre nosotros están mediadas por las relaciones que nos enfrentan a los capitalistas. Los trabajadores de una misma empresa se enfrentan entre sí por los favores del jefe, por el puesto de encargado, etc. Los parados compiten con los trabajadores por un puesto de trabajo. Los estudiantes no son más que mercancía fuerza de trabajo en proceso de formación para el mercado laboral, esa es la esencia de la educación capitalista. Las amas de casa son las encargadas de la reproducción privada de la fuerza de trabajo, su dependencia respecto del marido es la expresión familiar de una determinada relación de clase. El robo, el trapicheo, etc. son formas de evitar el trabajo cuando no se quiere trabajar, o de sustituirlo cuando por mucho que se busque no se encuentra curro.

Evidentemente, la gran mayoría de nosotros nos situamos exclusiva o fundamentalmente en uno de los polos de dichas relaciones, lo que permite que el concepto de clase como un grupo de personas tenga una apariencia real, es decir, si cogemos a aquellos individuos que únicamente personifican al trabajo, podemos construir con ellos un proletariado “puro y duro”. El problema es que cuando nos dirigimos hacia los límites de esa concepción, las cosas empiezan a no cuajar y aparecen los típicos problemas de las concepciones sociológicas: estratos intermedios, subdivisiones, tener que introducir nuevos criterios clasificatorios, etc. En los siguientes apartados nos ocuparemos de dichos límites.

¿“Clases medias”?

Siempre que se plantea el tema de las clases sociales aparece la cuestión de las llamadas “clases medias”, concepto engañoso donde los haya. La idea de que “todos somos clase media” ha sido una de las principales bombas ideológicas que la burguesía ha utilizado contra el proletariado. Como el término en sí no hace referencia nada más que a una posición intermedia entre dos extremos indefinidos, dependiendo de la experiencia de cada uno es fácil convencerse de que uno es “clase media”.

Si un trabajador que lleva 20 años currando en una oficina con un buen sueldo se compara con el trabajador precario de la subcontrata de limpieza que está a su lado y con el arquitecto dueño del estudio del piso de arriba, evidentemente él es clase media. Si el precario se compara con el inmigrante ilegal que le vende los cedés y con el oficinista o el arquitecto, él es clase media. Y si el arquitecto se compara con el oficinista, el precario y el inmigrante por un lado, y con el banquero al que pedirá el préstamo para la próxima obra, es él la clase media. Y así, gracias a la infinita gradación de salarios y posiciones sociales dentro de o entre varias clases sociales, todos podemos vivir entre el alivio y la envidia de los que están en medio.

Las clases medias son una especie de cajón de sastre sociológico en el que meter a los que aparentemente no cuadran o encajan con cualquiera de los criterios clasificatorios manejados. En general suele englobar básicamente por un lado, a todos aquellos auto-empleados que no tienen asalariados y a las llamadas “profesiones liberales” (abogados, médicos, etc.), es decir, la llamada pequeña burguesía. Por otro lado, a todos aquellos que ocupan posiciones “intermedias” en la jerarquía laboral: desde el encargado hasta los directivos contratados por las empresa. El primer grupo a veces recibe el nombre de “vieja clase media” y el segundo el de “nueva clase media”. En esta sección veremos que en realidad se trata de relaciones sociales diferentes.

La “Pequeña burguesía”


Un término que de tanto lo han sobado los marxistas con sus acusaciones de “pequeño-burgués”, casi da grima utilizarlo. Clásicamente se refiere a aquellos que poseen sus propios medios de producción pero que no tienen asalariados a su cargo (por ejemplo los pequeños comercios o talleres artesanales, en los que como mucho hay trabajo familiar no asalariado) y por tanto no explotan a nadie. Lo de “clase media” viene porque comparten características aparentemente asociadas a la burguesía (poseer sus medios de producción, una pequeña tienda o taller, algunas herramientas, etc.) y al proletariado (son ellos mismos los que trabajan). Sin embargo, la realidad es otra. El capital es una relación social, por lo que no basta con poseer medios de producción, hay que utilizarlos para explotar al trabajo asalariado, que no es simplemente trabajo, sino trabajo que se realiza a cambio de un salario. Un pequeño carpintero autónomo, el dueño de un todo a cien o un fotógrafo profesional, no son por tanto capitalistas salvo que contraten a un ayudante asalariado. Tampoco son proletarios ni “trabajadores” salvo en un sentido puramente físico y no social del término.

En realidad cuando hablamos de pequeña-burguesía estamos considerando una relación completamente diferente de las relaciones capital-trabajo, ya que son pequeños productores independientes de mercancías, considerados restos de un “modo de producción anterior” al capitalismo, de ahí el nombre de “vieja clase media”. Las relaciones pequeñoburguesas son relaciones confinadas a la esfera de la compra-venta de mercancías diferentes de la fuerza de trabajo, relaciones mercantiles entre sujetos formalmente iguales. En tanto que relación social distinta, la pequeña-burguesía se enfrenta a problemas diferente de los del proletariado. Aunque como relaciones mercantiles son también relaciones fetichistas (ya que se establecen a través de mercancías) y alienadas (ya que son sometidos por el producto de su propia actividad enajenada, en este caso el mercado) esta alienación es completamente distinta de la del proletariado. El asalariado experimenta la alienación como una imposición directa por parte del capital, que sentimos bajo la forma de su autoridad personificada en nuestros jefes o como el agobio de estar sometidos a nuestros medios de trabajo. Sin embargo, el pequeño-burgués experimenta la alienación como el sometimiento indirecto a las leyes impersonales del mercado, la competencia de las grandes multinacionales, las caídas de precios, los intereses que tiene que pagar al banco para mantener el negocio, etc.

¿Soluciones?: Cooperativas, autoempleo…

Las cooperativas merecen una mención aparte, sobre todo por la importancia que le dan muchos como medios para cambiar la sociedad capitalista. Dejamos claro que nos referimos a las empresas cooperativas orientadas al mercado y no a otros posibles esquemas de producción-consumo, cuya crítica va por otro lado. Personalmente, no tenemos nada en contra de los que se buscan la vida montando una cooperativa, nos parece una forma más de buscarse la vida en la sociedad capitalista. Una forma que tiene sus peculiaridades propias. La mayoría de los que optan por el autoempleo, solos o en grupo, tienen en mente, sobre todo, no tener un jefe, gestionar su propio tiempo, ganar en independencia y autonomía, etc. El problema es que en una sociedad capitalista compiten de igual a igual con el resto de empresas por lo que sienten la presión de la competencia como los que más, de forma que la búsqueda de autonomía y no tener jefes acaba convirtiéndose en responsabilidades, curros interminables, agobios varios y lo que muchos que lo han sufrido definen como “autoexplotación”. Formalmente, las cooperativas sufren en colectivo, lo que los pequeños comerciantes sufren en individual, lo que puede traducirse en problemas colectivos internos cuando la presión del mercado aprieta, o cuando hay que hacer frente a las malas rachas. Las buenas rachas no son mejores ya que, en general, no es fácil meter a gente nueva en cooperativas ya establecidas.[5]

Por los problemas mencionados, no consideramos que el establecimiento de este tipo de proyectos autogestionados de tipo cooperativo sea una vía útil para el cambio social, menos aún cuando se mezclan con proyectos de tipo político (lo que los más pedantes del lugar han llamado “empresarialidad biopolítica”), en los que los éstos últimos pueden tener que llegar a sacrificarse a las necesidades económicas de la cooperativa.

Un caso distinto es el de las fábricas recuperadas, abandonadas por sus dueños y puestas en marcha de nuevo por sus trabajadores. Aunque creamos que a medio, largo plazo presentan los mismos problemas que las cooperativas, las fábricas recuperadas surgen de una situación extrema en la que los trabajadores tienen que salir adelante, y no ganamos nada yendo de puros criticando por criticar, pero tampoco vendiéndoles la moto de la autogestión o de que son el germen de la sociedad nueva. En realidad, habrá que posicionarse en cada caso concreto, ya que, por sí sólo, el que unos trabajadores tomen las riendas de su fábrica puede significar mucho o nada.[6]

Atravesados por la contradicción

El segundo grupo que se suele incluir en la clase media es el que formarían todos los “mandos intermedios” de la jerarquía laboral. Dependiendo de los criterios o los autores esto incluiría desde un encargado a un alto directivo. No hace falta haber ido a la universidad para ver que un alto ejecutivo del Santander no es lo mismo que el encargado de un McDonalds o el supervisor de un call-center. Pero tampoco hay que ser muy listo para ver que, en el fondo, un jefe es un jefe. Esta aparente contradicción tiene una solución relativamente sencilla: representa una realidad que es en sí misma contradictoria. Nos explicamos.

En el fondo el capitalista no es más que la personificación de una relación social, es decir representa uno de los polos de dicha relación (igual que el asalariado representa el otro polo). En tanto que propietario de los medios de producción, ser personificación del capital básicamente implica dos cosas: la organización y supervisión del proceso de trabajo, y la propiedad de los productos del mismo, en última instancia el derecho a una parte de la plusvalía. El desarrollo del capitalismo ha permitido que estas funciones se disocien parcial o totalmente: gracias a las acciones, bonos, etc. se puede obtener beneficio sin mancharse las manos supervisando un negocio (los llamados “rentistas”) y se puede supervisar un negocio sin ser el dueño del mismo. Esta última es, sin duda, la figura más controvertida: del encargado a los ejecutivos. Dejaremos de lado a éstos últimos[7] para centrarnos en aquellos proletarios que ocupan posiciones de supervisión en los trabajos. Nada impide que se pueda contratar a un proletario para que actúe como representante del capitalista y, por tanto, como personificación del capital. Esto no hace que deje de ser proletario, tampoco deja de ser asalariado, simplemente se convierte en una especie de “representación asalariada del capital” y, como tal, es atravesado por relaciones contradictorias, ya que frente a sus subordinados es representación del capital, mientras que frente a sus superiores en la jerarquía laboral es representación del trabajo. Podríamos decir que la explotación del trabajador por el capital se realiza aquí a través de la explotación del trabajador por el trabajador. ¿Qué implica esto en la práctica? Que se enfrentará simultáneamente a los problemas que confronta el capital (cómo conseguir una mayor eficacia, mayores beneficios) y los que confronta el trabajador (tener un superior que le organiza el trabajo, sentir la presión del desempleo o la competencia de otros proletarios, sus subordinados, dispuestos a ocupar su puesto, etc.) teniendo que elegir en cada caso de que parte se pone.[8]

Otro caso particular de relaciones de clase contradictorias es el que se da con la llamada “financiarización de las economías domésticas”. Esta se presenta mayoritariamente bajo dos formas: cuando los ahorros son activos financieros, como acciones, bonos, etc. o cuando los fondos de pensiones son privados (algo que en muchos países no es una opción, sino una necesidad). Cuando esto ocurre, los ahorros del individuo se convierten (o han sido convertidos) en capital, por lo que él mismo de alguna forma se convierte en una minúscula personificación del capital, que si bien casi nunca ve beneficios (en realidad lo poco que le toca simplemente compensa la depreciación de sus ahorros con el tiempo) siempre corre el riesgo de perderlo todo en algún caída bursátil. Sin duda esto puede parecerle a muchos un simple matiz, pero cuando tus pensiones dependen de un fondo organizado por un banco ¿estarás a favor o en contra de qué el estado le rescate cuando esté al borde de la quiebra?

Esto no significa que unos u otros sean clase media, ni que pertenezcan a una clase distinta, sino que se encuentran atravesados por relaciones de clase contradictorias, relaciones que son las mismas que hemos visto antes en “forma pura” entre asalariado y capitalista. Si tratamos de encuadrar a un encargado en una clase, o tratamos de entender las manifestaciones de los que lo perdieron todo tras la quiebra de Lehman Brothers, nos encontraríamos con los problemas comentados anteriormente, pero sí miramos más allá de las personas, a sus relaciones sociales, lo que aparentemente parece una contradicción se demuestra que realmente es una contradicción.

Autónomos

Los llamados ‘trabajadores autónomos’ merecen una consideración a parte ya que constituyen una etiqueta jurídica que es un verdadero cajón de sastre de condiciones y relaciones sociales[9]. Es obvio que hablar de “trabajadores autónomos” como una realidad supuestamente homogénea es dejarse confundir por categorías legales que esconden lo que ocurre en realidad. No entraremos en los casos que ya hemos tratado: pequeños empresarios o dueños de pequeños comercios (tiendas, talleres, peluquerías, etc.). Nuestro interés está en las formas de trabajo asalariado que se esconden bajo el nombre de “trabajo autónomo”, y las diferentes confusiones que pueden causar.

El caso más obvio y evidente son los llamados “falsos autónomos”, asalariados a los que su jefe da de alta en autónomos para convertir una relación laboral empresario-asalariado en una relación mercantil entre empresas, con las consiguientes ventajas económicas que esto le reporta. No hay mucho que decir sobre este caso ya que incluso se considera ilegal, sin embargo, existen otras formas de “trabajo autónomo” legales que en esencia son formas de trabajo asalariado y, por tanto, formas encubiertas de relaciones de clase.

La primera y más evidente es la que recientemente ha sido regulada bajo la denominación de “trabajo autónomo dependiente”. Sus características principales es que el 75% de sus ingresos debe proceder un único cliente, no tener asalariados a su cargo y debe poseer “infraestructura productiva y material propios” que sean “relevantes económicamente”, es decir, debe aportar parte de los medios de producción. A cambio se les reconocen parcialmente ciertos “derechos” reservados a los asalariados como vacaciones, indemnización en caso de ruptura de contrato injustificada, estar bajo la jurisdicción social y no la mercantil, etc. Es decir, de alguna forma las propias leyes reconocen que se encuentra en una situación “intermedia” entre el trabajo asalariado y el contrato entre empresas. Sin embargo, la realidad pasa por encima de las leyes ya que el trabajador autónomo que está en una situación de “dependencia” no tiene la capacidad de conseguir que se le reconozca como tal, y el empresario del que depende no tiene ningún interés en que así sea. Esta relación de clase encubierta se manifiesta en que entre la aparición de esta figura jurídica en julio de 2007 y junio de 2008 sólo 1.069 trabajadores se habían acogido a este régimen, mientras que un estudio de la Asociación de Trabajadores Autónomos de 2005 cifraba en casi 400.000 el número de trabajadores autónomos dependientes en España[10].

Por último nos encontramos a lo que la mayoría tenemos en mente cuando hablamos de trabajadores autónomos. Alguien, dueño de unos pocos medios de producción, que “presta servicios” a una empresa mayor o a un cliente particular, por lo que aparentemente podría considerarse una “empresa individual”. Como hemos repetido a lo largo del artículo, al hablar de clases debemos centrarnos en las relaciones que establecen las personas. Aunque sea el mismo trabajador, las relaciones de clase que establece son distintas dependiendo de si vende directamente su trabajo en el mercado o de si es subcontratado por otra empresa, que es lo que realmente significa “prestar servicios”. En el primer caso es la misma relación que tratábamos en el apartado de la pequeña burguesía, una relación puramente mercantil de compra-venta, da igual que se vendad un producto o un servicio. En el segundo caso, aunque también pueda establecerse la misma relación, son más interesantes los casos en los que bajo un supuesto contrato entre empresas se mezcla una relación asalariada encubierta en la que el trabajador es propietario, real o formal[11], de parte de los medios de producción. Es decir, es cómo si el contratista por un lado alquilara una parte de los medios de producción y por otro, comprara fuerza de trabajo, a cambio de un salario a destajo, bajo la forma de una prestación de servicios. De esta forma se ahorra los gastos de mantenimiento de parte de los medios de producción, que corren a cuenta del autónomo, y además hace que parte de la supervisión del trabajo la realice el propio trabajador. Este tipo de relación es muy útil en trabajos que se realizan de forma dispersa, donde parte de los medios de producción no es excesivamente costosa, y por tanto asumible por el trabajador en forma de leasing, préstamo, etc., y donde la productividad del trabajo depende más de la mano de obra que de la maquinaria. El sector del transporte, la construcción y nuevos sectores como diseñadores, traductores-editores, programadores, operadores de cámara freelance, etc. son algunos que mejor se acoplan a estas “nuevas” formas de trabajo asalariado.[12]

La cuestión fundamental es que, al ser poseedor de sus propios medios de producción, el “autónomo” se ve inmerso en ambos tipos de relaciones. Por un lado puede actuar como productor independiente, por ejemplo si un cámara decide grabar un documental marginal que luego intenta vender a Callejeros, o si un historiador decide preparar una enciclopedia sobre el arte austrohúngaro que luego intenta colocar en alguna editorial. Pero tanto uno como otro pueden ser contratados por la productora del programa o una editorial universitaria para rodar el programa o preparar la colección. Aunque el trabajo es el mismo, y seguramente lo hagan con sus mismos medios (cámaras, micros, ordenadores), el control sobre el proceso de producción y la propiedad del producto final son totalmente distintos. Esto no está limitado a trabajos “creativos” o “inmateriales”, ya que lo mismo se puede decir de unos electricistas contratados para hacer unas chapuzas en casa de unos particulares o subcontratados por una constructora para hacer la instalación de la obra. El mal llamado “trabajo autónomo postfordista”, denominación confusa bajo las que se han agrupado generalmente actividades pomposamente denominadas “cognitivas”, que suelen incluir tareas de “diseño”, traducción, informáticas (programación, maquetación…), investigación, etc., o “afectivas”, cuidado de personas mayores, niños, discapacitados, etc. puede presentar las mimas relaciones de clase que albañiles, fontaneros o transportistas. El que los primeros puedan tener una serie de problemáticas concretas relativamente novedosas como la “dominación de los saberes”, la “mercantilización de las capacidades afectivas”, la alienación de las capacidades comunicativas, el consumo excesivo de cocaína o el arribismo fiestero, no implica nada ya que el albañil o el electricista también tienen las suyas propias, que por viejas no dejan de ser importantes, como trabajar bajo la lluvia, a -10 grados en invierno, morir electrocutado, aplastado o alcoholizado.

Algunas bases materiales de la dominación capitalista


En este apartado no vamos a tratar los mecanismos represivos y de control de los que tanto nos gusta hablar a los anticapitalistas. Aunque es evidente que el capitalismo no podría sobrevivir sin ellos, también es evidente que no sobrevive sólo gracias a ellos. Lo que aquí vamos a tratar es algunas bases materiales de la llamada “servidumbre voluntaria”, realmente imprescindible para el mantenimiento del orden y la paz capitalista. A menudo se considera que esta servidumbre es la consecuencia de la ideología dominante que nos inyectan a través de la TV, los medios, la escuela, etc. Básicamente, “la gente no se rebela porque está engañada, atontada, etc.”. Aunque en parte esto es cierto, toda ideología es una representación parcial, superficial de la realidad, por lo que entender la base real sobre la que asienta la ideología es crucial para combatirla.

El capitalismo no es sólo el centro de trabajo, es también el centro comercial. Ambas esferas, producción y circulación, conforman el todo orgánico que constituye el capital. La relación de clase tiene sus bases en la producción, y de hecho es en el trabajo donde se manifiesta más claramente, pero, como veremos en la próxima sección, impregna todas las relaciones sociales. Sin embargo, en la esfera de la circulación las cosas son diferentes. En el mercado aparentemente no hay clases sociales, formalmente todos somos compradores y vendedores libres. Ciudadanos atomizados jurídicamente iguales, con los mismos derechos. Aunque en el capitalismo la igualdad formal de los ciudadanos independientes esconde la desigualdad material de las clases, separación e igualdad jurídica constituyen las bases materiales de dos de los grandes pilares ideológicos del capitalismo: el individualismo y el “arribismo”.

No es del todo cierto que la gente “no se entere” o “esté engañada”… Muchos saben que son unos curritos que se mataran a trabajar toda su vida, y que su jefe vive mucho mejor que ellos. Conclusión: muchos quieren convertirse en jefes. ¿Les hace esto menos proletarios? No. El que uno quiera montarse su propia empresa no le hace a uno estar menos alienado o menos explotado, ni hace que el jefe te vaya a controlar menos o a subirte el sueldo. La cuestión de clase sigue ahí, lo que sí cambia es la manera que tiene de enfrentarse a ella. Las mismas preguntas, distintas respuestas. El capitalismo no ha eliminado ni al proletariado, ni la contradicción entre capital y trabajo. Lo que ha hecho en los últimos años es cambiar radicalmente la manera de afrontarlas. Por un lado que busquemos fundamentalmente soluciones individuales en vez de colectivas, que busquemos salvar nuestro culo en vez de arrimar el hombro con los demás o que vivamos con la esperanza de que lo-que-sea (un despido, un desahucio, un plan de reforma integral…) no nos va a tocar a nosotros: de alguna forma, el capitalismo nos condena al individualismo. Por otro lado, ha conseguido que la única opción concebible para dejar de ser proletario sea la de ser capitalista. ¿Cómo ha conseguido que nos traguemos esta ilusión? Pues porque no es una ilusión, no totalmente al menos. A diferencia del esclavismo o el feudalismo, en el capitalismo realmente es posible dejar de ser trabajador para llegar a ser un empresario y, a priori, realmente está al alcance de cualquiera de nosotros, por lo que el capitalismo nos condena al “arribismo”.

La otra cara de esta ideología es que si bien cualquiera puede dejar de ser un proletario, no todos podemos dejar de serlo a la vez. Que si cualquiera puede convertirse en un empresario, también hay que estar dispuesto a explotar y pisar a los demás. O que la mayoría de los “emprendedores” acaban siendo, al cabo de cierto tiempo, proletarios aún más endeudados que antes, o que han endeudado a los familiares y amigos que les avalaron, reforzando la explotación capitalista.

Otro pilar del que se ha hablado mucho es el consumismo. Con el desarrollo del capitalismo, algunos sectores del proletariado de los países occidentales (que no todos, por no hablar de los países no occidentales) ha podido acceder a toda una serie de mercancías: iPods, televisiones, lavadoras, internet, coches… que si bien no eliminan la miseria vital que se sufre en el capitalismo, al menos la hacen más llevadera. Nadie teorizó mejor esto que la Internacional Situacionista. En realidad el caso del consumismo es muy parecido a los anteriores. No se deja de ser proletario por tener una tele, un walkman o youtube en casa, pero es un factor más que influirá en cómo nos enfrentaremos al mundo, incluidas las contradicciones de clase. Y puede influir para ambos lados: amortiguando el conflicto de clase gracias a una vida más cómoda y un mayor ocio, o sacando a la luz la miseria y la alienación capitalista que ningún tipo de abundancia mercantil puede eliminar.

En nuestra opinión la revolución no trata de “iluminar” a un proletariado que vive engañado. Se trata de establecer lazos de comunicación con los que descubrir colectivamente la otra cara de la moneda de cualquier ideología capitalista, y sobre todo, de poner en práctica alternativas colectivas y solidarias de enfrentamiento con el sistema que sean asumibles por cualquiera. No tiene mucho sentido que nos limitemos a criticar a los sindicatos y a decirle a la gente lo vendidos y burocráticos que son (a la mayoría no les descubrimos nada nuevo) si no somos capaces de construir alternativas de lucha a través de las cuales la gente pueda solucionar sus problemas al margen de, e incluso contra, los sindicatos. No tiene sentido que nos limitemos a desmontar las falacias de la izquierda progre y oenegera sino somos capaces de apoyarlas con una práctica real colectiva, por minoritaria que pueda ser en un principio.

La importancia de las clases sociales

Retomando el tema de las clases, muchos se preguntarán cuál es la importancia real de las relaciones de clase en la sociedad actual y, por tanto, en el “movimiento” anticapitalista. Dejando a un lado a los que directamente niegan la existencia de las clases sociales, muchos, aún reconociendo la existencia de las relaciones de clase, afirman que actualmente no tienen importancia en los conflictos sociales, por lo que nuestra intervención en los mismos debería basarse en otros criterios (que sean contra la “dominación”, contra el “desarrollismo” o “la tecnología”, casi siempre en términos así de genéricos). En el lado opuesto están los que o bien consideran que la lucha de clases es prácticamente lo único que tiene realmente importancia, y que cualquier otro tipo de conflicto es casi “humanismo pequeño-burgués”, o bien los que creen que todo es directamente lucha de clases y ven, por ejemplo, en las intervenciones militares “imperialistas” la necesidad de aplastar a un mitificado proletariado local. Finalmente, es evidente que la sociedad capitalista no se divide exclusivamente en clases: existen diferencias de género, de raza, de orientación sexual, culturales, de edad, de color de pelo, etc. Muchas de ellas dan lugar a relaciones específicas de dominación, opresión o discriminación, y por tanto a luchas y resistencias: la lucha de género, contra la opresión racial, las luchas LGTB, de liberación nacional, etc. Muchos colocan estas luchas, incluyendo la de clases, unas al lado de las otras, en ocasiones incluso unas por encima de otras, dando lugar a las llamadas “políticas de la identidad” o los “nuevos movimientos sociales”.

Para evitar caer en cualquiera de estas simplificaciones es necesario profundizar un poco más en la esencia de las relaciones de clase. Sólo de ese modo podremos determinar su importancia real así como su relación con el resto de luchas mencionadas.

Los seres humanos somos seres sociales, existimos en y a través de nuestras relaciones con el resto de seres humanos y con la naturaleza. Estas relaciones son el principal producto de nuestra actividad teórico-práctica, de nuestra capacidad de transformar y comprender el mundo que nos rodea. El principal producto de la praxis humana no son solo sus resultados materiales (cosas) o mentales (ideas, categorías, conceptos), sino las relaciones humanas y con la naturaleza que conforman nuestra existencia. Sin embargo, estas relaciones no existen de manera abstracta o genérica más que en nuestra mente. En la realidad siempre se presentan bajo formas históricas concretas y transitorias que dependen de las condiciones materiales de la praxis humana[13]. Las relaciones de clase son, de hecho, las formas históricas que adoptan las relaciones humanas en función de la distribución real y formal de los medios a través de los cuales los seres humanos reproducimos las condiciones materiales de la sociabilidad. Concretamente, debido a la distribución y el tipo de propiedad de los medios de producción y subsistencia en la sociedad capitalista, las relaciones humanas se presentan en la forma de relaciones sociales capitalistas, es decir: fetichistas (mediadas por cosas), impersonales, alienadas y, sobre todo, de clase.

Esta pequeña excursión ‘filosófica’ era necesaria para mostrar que las relaciones de clase no son unas relaciones impuestas externamente a la realidad social, sino que la realidad se constituye, se reproduce a través de ellas. Los coches, las casas, lo que comemos, la así llamada “cultura”, las actividades tipificadas como ocio, se producen en su inmensa mayoría a través de relaciones de clase capitalista, es decir, mediante la explotación de unos para beneficio de otros sobre la base de la compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo. Los conflictos que se plantean contra la ‘mercantilización’ de la sanidad, de la educación, de la sexualidad, etc. captan esto, pero sólo superficialmente. La mercantilización de lo existente no es la causa, sino la consecuencia de tratar de someterlo a la lógica del capital, y ésta sólo puede ser la lógica de la explotación y la lucha de clases.

A partir de esto es fácil entender cómo se relaciona la lucha de clases con el resto de luchas (de género, contra la dominación racial, etc.). Las relaciones sexuales, las relaciones entre individuos genéticamente diferentes[14], entre hombres y mujeres, entre jóvenes y viejos, entre culturas y lenguajes distintos, son el contenido de las relaciones humanas. Todas estas diferencias son diferencias biológicas y etnográficas naturales de las que hacemos abstracción cuando hablamos de relaciones humanas. Cuando las relaciones humanas se presentan bajo la forma de las relaciones de clase, forma y contenido se atraviesan: las relaciones de clase pervierten, subsumen y canibalizan el contenido de las relaciones humanas, y éste tiende a confundirse con la forma histórica que adoptan. Por ejemplo, el capitalismo no ha inventado la dominación de la mujer ya que apareció en el seno de una sociedad que ya era patriarcal. Sin embargo la aparición del capitalismo supuso una transformación brutal de las formas en las que se presenta la dominación de la mujer: la Gran Caza de Brujas, su reducción exclusiva al papel de madre reproductora de fuerza de trabajo, la destrucción física y psicológica de su sexualidad, han sido fenómenos relacionados con la llamada ‘acumulación originaria’.[15] Igualmente las relaciones “raciales” han cambiado a lo largo de la historia en función de los intereses y la lucha de clases.[16] Por supuesto, las relaciones de clase pueden verse alteradas por prejuicios raciales, machismo, etc.

Lo fundamental aquí es que el capitalismo no es inherentemente blanco, heterosexual y masculino (o racista, homófobo y machista), sino que es así porque surgió en una sociedad que ya lo era. Las relaciones sociales capitalistas surgieron sobre estos prejuicios, pero los transforman durante su desarrollo: los cambian y, a veces, en respuesta a la lucha de los dominados, tratan de superarlos. Muchas veces se dice que el capitalismo puede acomodar estas reivindicaciones (igualdad de género, “racial”, entre diferentes orientaciones sexuales, etc.) en su seno, lo cual sólo es cierto a medias. Por un lado, el que potencialmente pueda hacerlo no significa que pueda hacerlo en cada situación concreta. Sin embargo, lo más importante es que el capitalismo incorpora estas reivindicaciones a su manera, a la manera capitalista. La llamada “igualdad de sexos” se ha conseguido en muchos casos dejando que la mujer pueda asumir comportamientos asquerosos tradicionalmente reservados a los hombres. La igualdad no es, no puede ser, que ahora en la tele salgan musculitos ciclados en tanga al lado de las tradicionales chicas neumáticas en bikini, ni que una mujer pueda tocarle el culo a un hombre en una discoteca, ni que la mujer tenga que trabajar ocho horas fuera de casa y otras tantas más dentro. La “asimilación” y visibilización de la homosexualidad se ha hecho de una forma totalmente comercial, basada en la mercantilización y venta de ciertos clichés y comportamientos estereotipados, dando lugar al llamado ‘capitalismo rosa’, y así sucesivamente… No hay verdadera liberación ni verdadera igualdad dentro del capitalismo, la división de clases hace que lo único a lo que puede aspirarse es a la “igualdad” y la “libertad” capitalista, que en el fondo esconde la desigualdad de clase y el sometimiento al trabajo asalariado. Igual que una verdadera política de clase sólo puede ser feminista, un verdadero feminismo sólo puede ser “de clase”.

Para acabar haremos un último apunte. Frente a las diferencias anteriores (genéticas, entre “razas”, géneros, edades, preferencias sexuales, etc.) que son diferencias biológicas dadas, las relaciones de clase son un producto alienado de nuestra actividad social como seres humanos bajo determinadas condiciones materiales. Esto implica que podemos destruir las relaciones de clase, podemos abolirlas mediante la transformación de nuestras relaciones sociales y la destrucción de las condiciones materiales de las que son causa y consecuencia. Nosotros las creamos, nosotros las destruimos. Por el contrario, no podemos (¡ni queremos!) acabar con las diferencias entre hombres y mujeres, entre colores de piel o grupos sanguíneos, entre homosexuales, bisexuales o heterosexuales, etc. Tampoco se trata de igualarnos abstractamente “en derechos” o lo que sea, se trata de aprender a vivir aceptando la rica diversidad biológica, etnográfica y cultural como una virtud y no como un castigo, vivir gracias a ella y no a pesar de ella. Y no podemos ni queremos esperar a destruir el capitalismo para empezar a hacerlo.

Conclusión

En este artículo hemos intentado empezar a exponer la estructura de clases del capitalismo. Hemos tratado las relaciones de clase en términos “objetivos”, como formas alienadas que adoptan las relaciones humanas debido a una determinada distribución real y formal de los medios de producción. Nuestro principal objetivo era tratar de entender las bases materiales de los conflictos en el seno del capitalismo, la lucha de clases, y como éstos se relacionan con el resto de luchas y opresiones que conviven en su seno: de género, raciales, etc.

Por motivos de espacio y de salud mental, nos hemos limitado a la experiencia individual de las relaciones de clase dejando para más adelante su expresión colectiva, tampoco hemos tratado los aspectos “subjetivos” que se derivan de estas relaciones. Cómo a partir de estas relaciones necesariamente antagonistas y contradictorias pueden surgir movimientos y proyectos que trasciendan los límites del capitalismo… o que se queden en él, así como ideologías que tratan de sublimar el conflicto de clase y la separación en la que se basa el capitalismo. Todo esto y mucho más en algún próximo aburrido artículo del Ruptura.

[1] La otra cara de la moneda es que el capitalista es igualmente libre de contratar o despedir a este o aquel proletario, y no tiene, como sí tenían amos y señores, ninguna obligación con sus trabajadores, pero tampoco ningún poder directo sobre ellos, más allá de la jornada laboral. Que la explotación se lleve a cabo bajo la forma la compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo entre sujetos jurídicamente iguales es lo que caracteriza al capital.

[2] En los inicios del capitalismo, en la llamada acumulación originaria (que bien podría llamarse desposesión originaria) despojo a gran parte de la población campesina de sus medios de vida y destruyó todos los lazos comunitarios. En muchos casos estos desposeídos no tenían ninguna forma de ganarse la vida, en otros muchos s se negaban a someterse a la disciplina del trabajo asalariado. En ambos casos por elección u obligación acababan dedicándose a la mendicidad, otros muchos al robo, y la mayoría alternaba entre éstos y el trabajo, vagando de aquí a allá. En Inglaterra y otros países de Europa, fue necesario el establecimiento de leyes de pobres para encarcelar a los vagabundos en asilos o las llamadas Work Houses. En Inglaterra, por ejemplo, se endurecieron las leyes contra los delitos contra la propiedad (entre 1660 y 1820 el número de crímenes castigados con pena de muerte aumentó en 190, la mayoría de ellos delitos contra la propiedad, en 1785, por ejemplo, la pena de muerte fue aplicada casi exclusivamente por delitos económicos) o el desarrollo de nuevas formas de moralidad específicamente dirigidas a combatir el vagabundeo, el abandono de los familiares, a exaltar el trabajo manual, etc. Es decir, para que los proletarios se dedicasen a trabajar fue necesario un proceso largo, costoso y tremendamente violento que combinó el uso de la fuerza, la modificación de las leyes, la evolución de las formas ideológicas, etc.

[3] El principal producto de la relación capital-trabajo es el mantenimiento de dicha relación, reproduciendo la división de clase a nivel individual y colectivo.

[4] Obviamente la realidad es más complicada, ya que sobre estas relaciones se superponen relaciones y sensaciones de amistad, de odio, de complicidad, de desconfianza… es decir, relaciones humanas.

Los mejores textos para profundizar en la naturaleza fetichista de las relaciones sociales en el capitalismo son el capítulo sobre ‘El fetichismo de la mercancía y su secreto’, de libro primero de El Capital, y la primera parte de los ‘Ensayos sobre la teoría marxista del valor’ de Isaak Ilich Rubin.

[5] “(…)debido a la competencia, la completa dominación del proceso de producción por los intereses del capital –es decir, la explotación más despiadada– se convierte en una condición imprescindible para la supervivencia de una empresa.

Esto se manifiesta en la necesidad de, en razón de las exigencias del mercado, intensificar todo lo posible los ritmos de trabajo, alargar o acortar la jornada laboral, necesitar más mano de obra o ponerla en la calle…, en una palabra, practicar todos los métodos ya conocidos que hacen competitiva a una empresa capitalista. Y al desempeñar el papel de empresario, los trabajadores de la cooperativa se ven en la contradicción de tener que regirse con toda la severidad propia de una empresa incluso contra sí mismos, contradicción que acaba hundiendo la cooperativa de producción, que o bien se convierte en una empresa capitalista normal o bien, si los intereses de los obreros predominan, se disuelve.” Reforma y Revolución. Rosa Luxemburgo. No citamos este texto como argumento de autoridad, sino porque fue escrito en ¡1899!. Como se ve, no somos muy originales en nuestra crítica, claro que tampoco hacía falta serlo.

[6] Por ejemplo, el Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas (Argentina) dijo, a propósito de la película La Toma de Naomi Klein, “Lamentamos que se quiera utilizar la recuperación de fábricas para una acción política internacionalista dentro de la lucha de clases antiglobalizadora con un claro matiz ideológico marxista y, desde esta mirada de materialismo dialéctico, es visto todo este proceso. Desde este Movimiento no estamos de acuerdo ni con el Título LA TOMA, ni con la consigna OCUPAR, RESISTIR Y PRODUCIR, ni con el guión de la película.” Se puede ver el texto completo en: www.fabricasrecuperadas.org.ar/spip.php?article49

[7] Los ejecutivos nos interesan bien poco, ya que apenas nos afecta en nuestra práctica cotidiana, si la mencionamos es para aclarar todas esas críticas que los utilizan como ejemplo de “trabajador, etc. Sin embargo hay que matizar que en la mayoría de los casos, su “salario” es una forma encubierta de participación en el beneficio. Por no hablar que gran parte de sus rentas se les ofrecen en forma de participaciones en la empresa, “stock options”, etc. Es decir, participaciones en el capital.

[8] Cuando en las fábricas se empezaron a introducir los métodos “toyotistas”, en los que se pedía la cooperación de los trabajadores en grupos para hacer más eficaz la producción, los delegados que representaban al grupo frente a los jefes empezaron a ser dejados de lado y tratados como jefes, a pesar de haber sido elegidos democráticamente por los trabajadores… John Holloway, La rosa roja de Nissan. Puede encontrarse en Keynesianismo: peligrosa ilusión. Ed. Herramienta.

[9] Según los datos del ministerio de trabajo, en diciembre de 2008 de los aproximadamente 2.150.000 autónomos “propiamente dichos”, el 80% no tiene asalariados. El otro 20% tienen entre 1 y 5, de los cuales la mitad tienen un único asalariado. Otros 800.000 son “socios de sociedades” que son socios de diferentes tipos de pequeñas y medianas empresas. 200.000 más son “familiares colaboradores” de trabajadores autónomos. Por último unos 150.000 son consejeros y administradores de empresas con al menos un tercera parte del capital social de la empresa. La mayoría de estos casos ya han sido tratados de una u otra forma

[10] Fuentes: http://noticiasemprendedores.blogspot.com/2008/07/qu-es-el-trabajador-autnomo.html,

http://www.autonomos-ata.com/informes/INFORMEDELTRABAJADORAUTDEPENDIENTE.pdf

[11] Decimos real o formal, porque muchos supuestos dueños de los medios de producción, no lo son más que en términos nominales, ya que en realidad “sus” medios de producción “pertenecen” al banco que les ha dado el préstamo para que los compre, y apoderarse de parte de su trabajo a través de los intereses.

[12] Entrecomillamos lo de “nuevo” porque el sistema es sospechosamente parecido a la llamada industria doméstica, generalmente textil, de los inicios del capitalismo (siglos XV-XVI) llamada también “putting out system” o “verlagsystem” en la que un comerciante daba materias primas a unos artesanos o campesinos para que las trabajaran en sus propias casas, y luego las recogía para venderlas.

[13] Por ‘condiciones materiales de la práctica humana’ no nos referimos a las “condiciones económicas”, ni menos aún a las “condiciones tecnológicas”, sino simplemente a los medios a través de los cuales transformamos el mundo y sobrevivimos en él.

[14] En el fondo las llamadas “razas” no son más que una de las muchas manifestaciones de la diversidad genética humana. Ver nota 16.

[15] Caliban and the Witch: Women, The Body, and Primitive Accumulation (Calibán y la bruja: Las mujeres, el cuerpo y la acumulación primitiva). Silvia Federici. Autonomedia.

[16] Entrecomillamos el término ‘raza’, porque consideramos que en gran parte es una construcción social basada en que nuestra percepción de la realidad es fundamentalmente visual. Es decir, diferencias biológicas en el color de piel o en caracteres morfológicos (labios, ojos, pelo), que son diferencias reales producto de nuestra evolución, son agrupadas en categorías que llamamos razas, mientras que otras diferencias biológicas como el grupo sanguíneo o las diferentes isoformas de la enzima Alcohol Deshidrogenasa (por ejemplo), que no son perceptibles a primera vista, no dan lugar a tanta controversia..

Hay ejemplos muy interesantes de cómo el capital interfiere con la categoría “raza”. El genocidio de Ruanda de 1994 se debió a un enfrentamiento entre la “etnia” hutu y la tutsi, sin embargo estas “etnias” comparten idioma, religión y color de piel, diferenciándose sólo en su estatura media y, de hecho, ellos mismos se reconocen incapaces de diferenciarse a simple vista. Según distintos autores, aunque es posible que existiesen algunas diferencias, fue la colonización belga y alemana la que alentó y exacerbó la separación entre hutus y tutsis (para algunos fueron incluso los que la crearon) como un medio de controlar a la población autóctona, al dar a los tutsis un papel principal en la administración colonial.

El caso contrario es el de la inmigración irlandesa en Estados Unidos durante el siglo XIX. Por aquel entonces Irlanda era una colonia británica donde los irlandeses estaban tan discriminados como los negros en Estados Unidos (con la diferencia de que aquellos no eran esclavos). Al llegar a Estados Unidos eran tratados de la peor forma, a veces incluso peor que a los esclavos afroamericanos (que eran más caros), llegando a ser considerados “negros blancos” o a los negros “irlandeses ahumados”. Frente a algunos irlandeses que proclamaban la unión con los esclavos negros para luchar por el abolicionismo, la mayoría de los inmigrantes irlandeses decidieron hacer valer su “blancura”, dejando de lado su catolicismo y su ascendencia irlandesa, para acceder a los privilegios raciales de los blancos, anglosajones y protestantes. Ese proceso supuso principalmente enfrentarse y asumir su “superioridad” a los “negros” (esclavos o libres), colocándose junto a los “blancos”. Un ejemplo de este cambio es que el Ku Klux Klan, el representante del racismo anterior a la Guerra Civil Americana, inicialmente odiaba por igual a negros y a católicos. Además de ser un buen ejemplo del carácter social de las “razas” es un caso obvio de cómo los explotados son divididos, en este caso en base a prejuicios raciales. (Más info: “An interview with Noel Ignatiev – How the irish become White” – Una entrevista con Noel Ignatiev. Cómo los irlandeses se convirtieron en blancos. www.).

Otros ejemplos históricos de cómo las relaciones entre “razas” han sido utilizadas por el capital en su beneficio pueden encontrarse en La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn.

*tomado de http://gruporuptura.wordpress.com/2010/04/02/las-clases-en-la-sociedad-capitalista/

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