martes, 28 de diciembre de 2010
La Destrucción y el Lenguaje* x Alfredo M. Bonanno
La estructura de la dominación, las condiciones del conflicto y la composición de la clase explotada, han cambiado hasta tal punto que se ha vuelto totalmente inconcebible un movimiento al estilo de la “toma del Palacio de Invierno” marxista o la liberación “desde abajo”, según la lógica anarquista. Estos dos intentos se contradicen, pero comparten la idea de expropiar los medios de producción y dejarlos en manos de los representantes de la clase explotada, la cual organizará la sociedad liberada. ¿Qué queda, pues?
Lo que queda es el ataque destructivo y este es el último punto con el cual les voy a aburrir ésta noche. El más delicado, porque no hay manera de hablar sobre la destrucción sin caer en malentendidos. Me preguntan, por ejemplo, ¿pero qué quieres decir con destruir? ¿qué significado tiene echar abajo un poste de alta tensión, cuando cientos de miles, quizás millones de ellos, siguen en pie? ¿Qué significa?
Creo que deberíamos hacer un mínimo de reflexión, dar un paso atrás. Cada uno de nosotros se ha hecho una visión negativa y una positiva, en su interior, de la realidad. Vivimos en un contexto que asumimos como real (a menos que aceptemos el concepto de "la mariposa y el sueño"), que pensamos es real y positivo, o sea, correspondiente a una dimensión constructiva provista con características que evolucionan en el tiempo, y a esa evolución la definimos como historia. Desde la neblina de una hipotética Edad Media negativa, hemos llegado a la civilización moderna. Ahora está la penicilina, y la gente no sigue muriendo de peste y ni siquiera de malaria, por lo menos hasta ciertos límites, a pesar de que aun hay lugares del planeta donde la gente muere de esas cosas.
Dentro de nosotros damos un valor positivo a lo constructivo, porque somos una organización (incluso desde el punto de vista biológico) y tememos a la muerte como concepto extremo de “destrucción”. Pensamos que nuestras vidas son acumulación de lo positivo. Crecemos, somos niños, adquirimos mayor fuerza, nos volvemos adultos, luego ancianos, y en fin, llega la muerte. Esto último esta siempre relegada al futuro, pero en el transcurso de nuestras vidas, solamente queremos adquirir por lo menos reconocimiento, en vez de propiedades inmobiliarias, pues siendo nosotros anarquistas y revolucionarios, no poseemos nada. Pero esto no es todo lo que queremos hacer. Desde el momento en que pensamos que el crecimiento y la adquisición son positivos, consideramos lo cuantitativo positivo. En otras palabras, si conocemos tres idiomas, nos creemos mejores que alguien que conoce solo uno o dos. No nos damos cuenta que hay una hipótesis funcionalista, una hipótesis utilitaria, en todo esto. Hay residuos de aquel viejo proceso del siglo XVIII, en el cual se pensaba que persiguiendo lo que para una persona era útil, se conseguía incrementar lo que era útil para toda la humanidad. Concepto muy dañino que trajo muchas consecuencias negativas. ¿Qué pasó con esta consideración por parte de nosotros, de la cantidad, la cantidad de cada día, como la calidad de nuestra vida?
Perdimos nosotros, en el agonizante deseo de tener algo que poseer, la cualidad de ser alguien, para ser algo, y no somos capaces de caracterizar esta realidad de nosotros, por la cual vale la pena vivir.
He aquí porque tememos a la destrucción: primero, porque nos recuerda a la muerte. Segundo, porque nos recuerda el rechazo a la funcionalidad. Aquel que destruye no es funcional a nada.
No es, de hecho, verdad- al menos no completamente- que echando abajo un poste de alta tensión se provoque daño real a los intereses de ENEL2 No existe ecuación en la cual “un poste menos” sea equivalente a “un daño más” a ENEL. Una relación absoluta en este caso no existe, y cualquiera que esté tratando de probar esta ecuación está hablando tonterías. Entonces, ¿por qué le tememos a la destrucción? Le tenemos miedo a algo en nuestro interior, no algo fuera nuestro. Logramos entender la cantidad, el crecimiento y la adquisición a través de la razón. Conseguimos comprender la crítica a todo esto por medio de la razón, llevando al débil pensamiento que mencioné antes, a la incertidumbre, a la duda, etc. No logramos entender por medio de la razón a la destrucción, porque para entender el concepto de la destrucción en su sentido más radical, cada uno de nosotros debería sentir la sensación de repulsión hacia nuestra dignidad ofendida: en lugar de entender el significado de la destrucción, cada uno de nosotros debería tener que estar involucrado personalmente.
No podemos destruir algo si no estamos dispuestos a destruirnos a nosotros mismos en el momento en que destruimos esa cosa... En mi opinión, este es el concepto de participación en el acto destructivo. Podemos separar lo adquisitivo, el acto constructivo, de nosotros, y decir: “mira, tengo una casa con una biblioteca de 10.000 volúmenes”, pero no podemos separarnos de la idea de la destrucción adentro de nosotros mismos. En otras palabras, podemos usar el lenguaje para ilustrar el concepto adquisitivo, la casa, los libros, la cultura, el crecimiento, los tres idiomas que dominamos, pero no podemos usar el lenguaje para ilustrar el problema de la destrucción, no podemos hacerlo. Mis palabras no tienen sentido, he aquí porqué llueven en vuestras cabezas, como privadas de significado, porque hablar de la destrucción no tiene sentido a no ser que sea en otro tipo de lenguaje, el cual no esta formado solamente por palabras, sino por un extraordinaria y compleja combinación llevada a cabo entre la teoría y la practica. La totalidad de cada uno de nosotros, de nuestros seres humanos, la profundidad existente de nuestros cuerpos y nuestros pensamientos, es la simbiosis de la teoría y la practica, no solo el riesgo, sino también el deseo, el placer, la lujuria de vivir nuestras vidas completamente. Este es un lenguaje diferente. Y ese no es un lenguaje que pueda ser clasificado en palabras, en discusiones como la que estamos haciendo ahora, en esta aula universitaria...
… La destrucción no es una idea metafísica. La destrucción consiste en ir a un lugar y arruinar algo, pero el proceso que puede permitirnos realizar esta acción es un proceso que debe involucrarnos en nuestra totalidad, como seres humanos completos, como hombres y mujeres capaces de expresarnos completamente, no en la separación que quiere distinguirnos de lo que hemos conseguido con lo que sabemos, con lo que tenemos, no en esta separación, porque el lenguaje de las palabras es el que domina en esta separación.
Y este es un lenguaje ordenado por la racionalidad de cientos de años de opresión, en fin, el lenguaje cartesiano de aquellos que construyeron prisiones, cámaras de tortura, inquisición; el lenguaje de los sacerdotes, franciscanos, dominicanos, quienes enviaron a Giordano Bruno a la hoguera en el Campo dei Fiori. En la destrucción es otro el lenguaje que prevalece, para la destrucción otro lenguaje es necesario.
En la destrucción emerge el lenguaje de la gratuidad, del desmantelamiento, el lenguaje del mito, este es el lenguaje de Dioniso. Dioniso es el dios de lo extraño, el que viene como un ladrón en la noche, penetrando dentro de nosotros. Dioniso es el dios de las mujeres, no de los hombres. He aquí porque el concepto de la destrucción es a veces mas comprensible para las mujeres que para los hombres, quienes son mucho más miedosos que ellas.
¿Por qué está el concepto de la destrucción ligado a Dioniso, el dios que viene en la noche como un ladrón, el que no tenía lugares de culto, que fue un extranjero en cualquier parte y que en cualquier parte penetraba en los cultos de otros dioses? Porque el culto de Dioniso estaba especialmente basado en la destrucción, es más, en el desgarramiento de las partes (sparagmós) del enemigo. La víctima es despedazada, destrozada, deshecha, y esta es la noción efectiva de la destrucción, en la cual vemos la participación dionisíaca en el primordial acto de destrucción del enemigo, desde su raíz mas profunda. Esto no tiene nada que ver con el ataque cuantitativo.
Por primera vez entramos a un orden de problemas diferentes, que no tiene nada que ver con la tradicional critica del partido, del sindicato, etc. Por supuesto, cuando hablamos de destrucción, esto se vuelve un peligroso campo minado en el cual hay muchísimas objeciones, la discusión podría no tener fin, es por esto que quiero concluir diciendo que el concepto de destrucción es expresable a través de la totalidad de la persona que la lleva a los hechos, y al momento que aquella la lleva a la acción, esta es teorizada, con la posibilidad de ser entendida por el otro. A diferencia del concepto constructivo, el cual puede ser separado de quien lo lleva, quien entonces puede estar hablando muy bien sobre los problemas relacionados con la construcción, y así...
… Quiero que se entienda bien que no existe solamente el lenguaje de las palabras, el que todos experimentamos, sino también hay otras posibilidades para comunicarse. Podría decirse que cada uno de nosotros posee su propio lenguaje. Esto es porque, cuando entendemos lo que es la destrucción, cuando comprendemos que esto no se trata de solo destrozar computadores, cuando tomamos conciencia de que esto es solo el aspecto lúdico del problema, y que hay algo más que debemos considerar, algo que nos involucra personalmente, hasta nuestras más profundas raíces, y este es el impulso inicial en la parte de nosotros que se relaciona a la dignidad herida de la cual estamos sin duda conscientes, porque de otra manera no estaríamos aquí, no seriamos ni por si acaso compañeros, es entonces en el momento en que estamos en posesión del lenguaje destructivo, que podemos comenzar con el accionar destructivo.
¿Te has preguntado alguna vez a ti mismo por qué te molestas cuando ves a un fascista? Él es un ser humano, como tu, como yo, es más, a veces los fascistas son hermosos jóvenes, hermosas mujeres ¿por qué ellos te fastidian? ¿por qué el policía te causa repulsión? ¿por qué son peligrosos? ¿por lo que ellos dicen? No. Esto es algo que no es fácil de entender. Cuando estoy en la cárcel, la peor cosa que aparece ante mis ojos son los hombres uniformados. Es por esto que cierro mi puerta para eludir verlos, para evitar escucharles hablar. Ellos hasta pueden decir cosas inteligentes (un hecho difícil en si mismo), pero hay algo ahi que no puede ser expresado, algo que me desagrada.
Cuando hablo del problema de la destrucción, hay también una objeción que tiene que ver con que no es posible hacer una distinción entre el vándalo que destruye todo y el revolucionario que ataca después de un preciso proceso de razonamiento. El problema permanece y no es fácil identificarlo. Una diferencia “objetiva” entre el acto revolucionario destructivo y el acto vandálico no puede ser echada abajo sin correr grandes dificultades. No podemos buscar una diferencia “objetiva” que nos deje satisfechos de una vez por todas. No podemos decir que atacar una camioneta de la policía y tirar abajo un poste de alta tensión sean actos revolucionarios por si mismos y que pelear en los estadios sea “hooliganismo”. La gratuidad no es un factor decisivo en como uno determina la diferencia entre el hooliganismo y el acto revolucionario. Si así fuera, una vez mas estaría ahí la hipótesis funcionalista, la meta a alcanzar ocuparía el lugar del proceso de razonamiento. Si pensamos que derribando un poste de ENEL, bloqueamos el corazón del Estado, entonces estamos verdaderamente afuera de la realidad, incluso si se tratara de cientos de postes. No es la lógica matemática lo que cuenta.
Es importante comprender que la diferencia está y tiene que ser buscada en la madurez individual de las personas que llevan a cabo estos acciones, en lo que ellos sienten, lo que ellos desean e incluso en lo que ellos sean capaces de proyectar en la practica, transformando el sueño en realidad concreta.
No hay duda que uno encuentra en el hincha de fútbol una rara acumulación de sentimientos que se oponen. Está la gratuidad del acto, la ignorancia, la incapacidad del vándalo para asociar los elementos que determinan la realidad que lo rodea. Pero también hay una sensación de rebelión. Esto no sugiere que la rebelión tenga lugar, ya que a menudo en el hooligan es el instinto de manada el que prevalece. De hecho no es verdad que quien pelea en los estadios se rebele individualmente. Ellos están casi siempre regidos a través de procesos de alistamiento, financiados por variados clubs, trayendo consigo estructuras de equipos, símbolos, eslogans, trozos de vieja ideologías, etc.
El compañero que actúa atacando una estructura del enemigo, incluso queriendo acudir a la posible identificación de un planeamiento meramente "objetivo", recurre a diferentes motivaciones, desde una maduración social mas articulada. Si, en la esfera individual, el hooligan no sabe como pasar el domingo en manera entretenida, el compañero involucra todo su ser en el ataque a un objetivo. Entrando en la dimensión destructiva, él hace un quiebre con la persistente tradición de lo cuantitativo, del crecimiento y de institucionalización de la vida regulada por otros; he aquí la diferencia.
En mi opinión, la clave de la explicación hay que buscarla en comportamientos que tienen una importancia subjetiva, sin que aquellos comportamientos se abandonen a si mismos, por esta razón, a la atomización, a la condición elemental de componentes aislados sin cohesión entre ellos. Y es obvio que tenemos miedo de empezar de este sencillo elemento, tenemos miedo de reconocer que es posible que la motivación individual sea un punto de inflexión. Y tenemos miedo porque por ciento cincuenta años nos han señalado que es necesario partir no desde el individuo, sino desde la clase, del análisis objetivo, desde la historia, desde los mecanismos intrínsecos adentro de la historia, desde aquello que se llamaba “materialismo dialéctico”. Aún no nos hemos liberado totalmente de esa herencia.
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