jueves, 20 de mayo de 2010

Anarquismo y lucha de liberación nacional x Alfredo Maria Bonanno


El anarquismo es internacionalista, su lucha no se confina a sí misma a una región o un área del mundo, sino que se extiende a todos los lugares donde el proletariado lucha por su propia liberación. Esto requiere una declaración de principios que no sean ni vagos ni abstractos, sino concretos y bien definidos. No estamos interesados en un humanismo universal que encuentra su origen y justificación en la Revolución Francesa de la burguesía en 1789. La Declaración de los Derechos del Hombre, bandera ondeada por todos los gobiernos democráticos actualmente en el poder, se refiere a un hombre abstracto identificado con el ideal burgués.

Muchas veces hemos argumentado contra un cierto anarquismo idealista que habla de revolución universal, actos de fe, iluminismo, y que en definitiva rechaza la lucha proletaria y está en contra de lo popular. Este anarquismo deviene en un humanitarismo individual y mitológico sin un contenido económico o social concreto. El planeta entero acaba siendo visto como una unidad biológica y las dicusiones terminan en un estéril desplazamiento hacia el determinante poder de la superioridad del anarquismo sobre el resto de ideales.

Nosotros, por el contrario, opinamos que el ser humano es un ser histórico, que nace y vive en una situación histórica precisa. Esto le sitúa en unas ciertas relaciones con estructuras económicas, sociales, ligüísticas, étnicas, etc., con importantes consecuencias en el campo de la ciencia, de la reflexión filosófica y de la acción concreta. El problema de la nacionalidad surge en esta situación histórica y no puede ser eliminado de ella sin confundir totalmente los primeros pasos del anarquismo federalista. Como Bakunin escribió: “Cada pueblo, por pequeño que sea, posee su propio carácter, su propia forma de vivir, de hablar, de sentir, de pensar y de trabajar, y este carácter, su específica forma de existencia, es precisamente la base de su nacionalidad. Es el resultado de la totalidad de una historia común y de todas las condiciones del entorno de ese pueblo, un fenómeno puro, natural y espontáneo.”

La base del federalismo anarquista es la organización de la producción y de la distribución de bienes, opuesto de esta forma a la administración política de los pueblos. De hecho, una vez la revolución es llevada a cabo y la producción y distribución se llevan de forma comunista o colectivista (o de diversas formas en función de las necesidades y posibilidades), la estructura federal con sus límites naturales dejará inutilizadas las estructuras políticas precedentes. Sería igualmente absurdo imaginar un límite tan amplio que acaparase al planeta en su totalidad. Si finalmente hay una revolución será incompleta, y esto debe materializarse en el espacio. Los límites territoriales entonces no coincidirán necesariamente con los confines del Estado precedente, que habrá sido destruido por la revolución. En este caso la división étnica sustituirá a la división política deformadora. Los elementos cohesivos de la dimensión étnica son precisamente aquellos que ayudan a identificar la nacionalidad y que tan claramente han sido expresados por Bakunin en el pasaje anteriormente citado.

Los anarquistas rechazan el principio de la dictadura del proletariado o de la gestión del proletariado por una minoría revolucionaria que utiliza al Estado anteriormente burgués. Implícitamente rechazan la dimensión política del Estado burgués existente desde el preciso momento en que comienza la revolución. No podemos aceptar el uso del aparato del Estado en un sentido revolucionario, por lo tanto, el límite provisional que se le ha de dar a las estructuras libremente asociadas será el étnico. En este sentido Kropotkin vio la federación de pueblos libres, basándose en el aproximado e incompleto ejemplo de las comunas medievales, como una solución al problema social.

Pero este argumento, tiene que quedar claro, no debe confundirse con el separatismo. El punto esencial del argumento que estamos manteniendo aquí es que no existen diferencias entre explotadores, que el hecho de nacer en un sitio determinado no tiene influencia sobre las divisiones de clase. El enemigo es aquel que explota, organizando la producción y la distribución de forma capitalista, aunque nos llame compatriota, camarada, o cualquier otro epíteto simpático. La división de clase sigue estando basada en la explotación efectuada por el capital con todos los medios económicos, sociales, culturales, religiosos, etc. a su disposición, y las bases étnicas que hemos identificado como límites de la federación revolucionaria no tienen nada que ver con esto. La unidad con los explotadores es imposible, porque ninguna unidad es posible entre la clase trabajadora y la clase explotadora.

En este sentido Rocker escribe: “Somos anacionales. Demandamos el derecho a la libre decisión de cada comuna, cada región, cada pueblo; precisamente por esta razón rechazamos la absurda idea de un Estado nacional unitario. Somos federalistas, esto es, partidarios de una federación de grupos humanos libres, que no se separan unos de los otros, pero que, por el contrario, se asocian con el mejor de los lazos de confianza, a través de las relaciones naturales, morales y económicas. La unidad a la que aspiramos es una unidad cultural, una unidad que vaya por delante en las más variadas fundaciones, basada en la libertad y susceptible de repeler todos los mecanismos deterministas en las relaciones recíprocas. Por esta razón rechazamos todo particularismo y separatismo bajo el cual se puedan esconder intereses individuales”.

Hoy en día aún quedan, incluso entre anarquistas al enfrentar el problema de la nacionalidad, residuos de razonamiento idealista. No sin razón, el anarquista Nido escribió en 1925: “El desmembramiento de un país no es considerado un ideal deseable para muchos revolucionarios. ¿Cuántos camaradas españoles aprobarían la histórica desaparición de España y su reorganización entorno a una base regional constituida por grupos étnicos castellanos, vascos, gallegos y catalanes? ¿Se resignarían los revolucionarios alemanes a un desmembramiento parecido al tipo de organización libertaria que estuviese basada en los grupos históricos de Baviera, Baden, Westfalia, Hannover, etc.? Por otro lado, a estos camaradas con completa seguridad les gustaría ver el desmembramiento del actual Imperio Británico, y una libre e independiente reorganización de sus colonias en Gran Bretaña (Escocia, Irlanda, Gales) y en el extranjero, ¡lo que no sería agradable para los revolucionarios ingleses! Así son los hombres, y en este sentido, en el curso de esta última guerra (la 1ª Guerra Mundial), vimos la coexistencia del concepto de nacionalidad en su sentido histórico, al lado de las reivindicaciones de los anarquistas.” (Obviamente se refiere a Kropotkin y al Manifiesto de los Dieciséis).

Nido hace referencia a un estado mental que no ha cambiado demasiado. Incluso hoy en día, ya sea por la persistencia de ideales iluministas o masónicos en una cierta parte del movimiento anarquista, ya sea por la pereza mental que saca a muchos compañeros de los problemas más candentes y los lleva a aguas menos turbulentas, las reacciones respecto al problema de la nacionalidad no son muy diferentes de aquellas descritas por Nido.

En sí mismo el problema no nos concerniría demasiado, si no fuera porque tiene una salida histórica precisa, y porque la falta de claridad tiene efectos extremadamente negativos en muchas de las luchas reales que se desarrollan. En definitiva, el problema de la nacionalidad se mantiene a un nivel esencialmente teórico, mientras que la lucha por la liberación nacional está tomando, y cada vez más, una relevancia en la práctica considerable.

Los anarquistas y la lucha de liberación nacional

El proceso de descolonización se ha visto intensificado dentro de muchas estructuras imperialistas desde la última guerra, resurgiendo con urgencia el problema de una interpretación socialista e internacionalista de la lucha de liberación nacional. El drama del pueblo palestino, las luchas en Irlanda, el País Vasco, África y Latinoamérica, están continuamente planteando el problema con una violencia hasta ahora desconocida.

Diferentes firmas económicas dentro del mismo país determinan una situación de colonización, garantizando el proceso de centralización. En otras palabras, la persistencia de la producción capitalista requiere de la desigualdad en la tasa de desarrollo para poder continuar. Mandel escribe acerca del tema: “La desigualdad en la tasa de desarrollo entre diferentes sectores y diferentes empresas es la causa de la expansión capitalista. Esto explica como la reproducción puede continuar ampliándose hasta alcanzar la exclusión de todos los medios que no sean capitalistas. La plusvalía se realiza mediante un incremento en la concentración de capital.” Mandel también trata el tema del desarrollo desigual entre las diferentes áreas en un mismo Estado político. El principio básico del capitalismo es que aunque pueda asegurar equilibrios parciales, nunca puede asegurar el equilibrio total, es decir, es incapaz de industrializar sistemática y armónicamente la totalidad de un territorio amplio. En otras palabras, la colonización regional no es una consecuencia de la centralización, pero, por el contrario, es una de las precondiciones del desarrollo capitalista. Naturalmente, la centralización económica implica centralización política, y cualquier alusión al centralismo democrático es simplemente una fórmula demagógica, utilizada en ciertos momentos históricos. Examinando, incluso superficialmente, los datos de la producción industrial y agrícola desde la unificación de Italia hasta finales de los 60’, se puede observar claramente las tareas que el Estado ha asignado al Sur: suministrar capital (especialmente remesas de los inmigrantes, impuestos, etc.), suministrar una fuerza de trabajo barata (emigración al Norte) y suministrar productos agrícolas para cambiarlos por los industriales bajo unas bases de intercambio colonial.

A esto se le puede objetar que el Estado discrimina, en este sentido, entre dos burguesías: la industrialista del Norte y la terrateniente del Sur, pero para entender esto debemos tener en mente las diferentes posibilidades de explotación entre un área altamente desarrollada y otra subdesarrollada. Mientras en el Sur una jornada laboral de doce a catorce horas era lo normal, en el Norte se habían conseguido las ocho horas. Por ello, gracias a las ventajas de una concepción aún medieval de la sociedad, los terratenientes del Sur continuaron extrayendo plusvalía sin necesidad de grandes reinversiones.

De este modo, el desarrollo del Norte estaba garantizado por la explotación y la esclavitud del Sur. Las reglas políticas del Norte eran las que dictaban en esta dirección, que entonces tomaba el curso de la producción capitalista en general. La integración de Sicilia en el sistema capitalista italiano produjo una desintegración de su economía, que en muchos casos era de tipo pre-capitalista. La ley del mercado obligó a las regiones más atrasadas a integrarse al sistema capitalista: este es el fenómeno de colonización, que se lleva a cabo tanto en regiones o naciones extrangeras, así como en las regiones internas de un Estado capitalista.

La siguiente etapa en el desarrollo capitalista es saltar sobre las fronteras nacionales que se han visto debilitadas por la polarización de las economías emergentes en los picos de la monopolización del intercambio capitalista. La colonización abre paso al imperialismo.

Esto es lo que los camaradas del Front Libertaire escribieron sobre la cuestión: “Los movimientos de liberación nacional tienen que mantenerse en la realidad y no parar en un análisis pre-imperialista que llevaría a un tercermundismo regional. Eso significaría que su lucha revolucionaria se mantendría dentro de la dialéctica colonizador-colonizado, mientras los fines a lograr serían los de la independencia política, soberanía nacional, autonomía regional, etc. Esto sería un análisis simplista que no tiene en cuenta la realidad global. El enemigo a ser derrotado por los irlandeses, bretones y provenzales, por ejemplo, no son Inglaterra y Francia, sino la totalidad de la burguesía, sea inglesa, bretona, provenzal o americana. En este sentido, los lazos que atan a la burguesía regional con la nacional o la mundial pueden ser comprendidos.”

Por tanto, la liberación nacional va más allá de la simple descolonización interna y ataca la situación real del imperialismo del desarrollo capitalista, poniendo el objetivo de la destrucción del Estado político en una dimensión revolucionaria.

Los límites étnicos también devienen fácilmente reconocibles. El límite étnico en el proceso revolucionario de federaciones libres de asociaciones de producción y distribución tiene su contrario en la fase pre-revolucionaria dentro de una dimensión de clase. La base étnica de hoy en día consiste en la totalidad del pueblo explotado que vive en un territorio dado de una nación dada, sin haber una base étnica común entre explotador y explotado. Es lógico que estas relaciones de clase se destruirán junto con la destrucción del Estado político, donde el límite étnico no coincidirá más con los explotados que viven en un territorio dado, sino con la totalidad de mujeres y hombres que vivan en dicho territorio y que han decidido vivir su vida libremente.

Sobre este asunto, los camaradas del Front Libertaire continúan: “La cultura étnica no es aquella que pertenece a todas las personas que han nacido, o viven, en un territorio común o que hablan una misma lengua. Es la cultura de aquellos que, en un grupo dado, sufren la misma explotación. La cultura étnica es una cultura de clase, y por esta razón una cultura revolucionaria. Incluso si la conciencia de los trabajadores corresponde a una clase trabajadora en una situación de dependencia nacional, será, no obstante, la conciencia de clase la que lleve la lucha a su conclusión final: la destrucción del Capitalismo en su forma actual. La lucha decisiva a llevar a cabo debe ser una lucha de clases mundial de los explotados contra los explotadores, empezando por una lucha sin fronteras, con tácticas precisas contra la burguesía más cercana, especialmente si se proclama a sí misma “nacionalista”. Esta lucha de clases es además la única forma de mantener y estimular la “dimensión étnica” sobre la cual será posible construir el socialismo sin Estado.”

El programa anarquista en lo que respecta a la lucha de liberación nacional es, por tanto, claro: no debe dirigirse hacia la constitución de un “estadio intermedio” en la revolución social a través de la creación de nuevos estados nacionales. Los anarquistas rechazan participar en frentes de liberación nacional; participan en frentes de clase que no deben involucrarse en luchas de liberación nacional. La lucha debe dirigirse a establecer estructuras económicas, políticas y sociales en los territorios liberados, basado en la organización federalista o libertaria.

Los marxistas revolucionarios, a quienes por ciertas razones no podemos analizar aquí, monopolizando las diferentes situaciones donde se llevan a cabo luchas de liberación nacional, no siempre pueden responder con claridad ante la perspectiva de una contestación radical a la centralización del Estado. Su mito del agotamiento del Estado burgués y su pretensión de utilizarlo crea un insuperable problema.

Marxistas y lucha de liberación nacional

Si bien podemos compartir los análisis de clase realizados por ciertos grupos marxistas, tales como los elaborados por una parte de ETA que publicamos en el nº 3 de Anarchismo, lo que no podemos aceptar es la hipótesis fundamental de la creación de un Estado obrero basado en la dictadura del proletariado, más o menos a lo largo de las líneas sobre el precedente Estado político de acuerdo con la capacidad organizacional de las diferentes organizaciones nacionales. Por ejemplo, los camaradas de ETA están luchando por un País Vasco libre, pero no están muy interesados en una Cataluña o una Andalucía libres. Aquí retomamos las dudas bien expresadas por Nido que citamos más arriba. En la base de muchos análisis marxistas se esconde un nacionalismo irracional que nunca está muy claro.

Volviendo a los clásicos marxistas y su polémica con Bakunin, somos capaces de reconstruir una especie de diálogo entre los dos, hechando un vistazo a una parte del trabajo realizado por el camarada búlgaro Balkanski.

En 1848, inmediatamente después del congreso eslavo en donde, sin éxito, se desarrolló la idea de una federación eslava para volver a unir una Rusia libre y a los pueblos eslavos que sirviese como núcleo sobre el que se construiría una futura federación europea y más tarde una federación universal de pueblos, Bakunin participó en la insurrección de Praga. Después de los hechos de Praga, buscado por la policía, Bakunin se refugió en Berlín y tomó contacto con unos cuantos estudiantes checos con el objetivo de desatar una insurrección en Bohemia. Por esta época (principios de 1849), publicó Llamamiento a los eslavos que fue injustamente acusado de paneslavista. Marx y Engels contestaron con un criticismo amargo en su periódico Neue Rheinischer Zeitung. Permítasenos ahora ver este hipotético diálogo tal y como fue sugerido por Balkanski.

Bakunin: Los pueblos eslavos, esclavizados por Austria, Hungría y Turquía, deben reconquistar su libertad y unirse con Rusia, libre del zarismo, en una federación eslava.

Marx-Engels: Todas esas naciones pequeñas, sin poder, mal desarrolladas, básicamente deben reconocimiento a aquellos que, de acuerdo a la necesidad histórica, las unen a grandes imperios, permitiéndoles de ese modo participar en un desarrollo histórico que si se hubiese dejado desarrollar por si mismo les habría resultado extraño. Claramente, tal resultado no se puede alcanzar sin pisar ciertas áreas sensibles. Sin violencia nada se consigue en la Historia.

Bakunin: Debemos abogar, en particular, por la liberación de los checos, eslovacos y moravios, y su reunificación en una entidad única.

Marx-Engels: Los checos, entre los cuales tenemos que incluir a los eslovacos y moravios, nunca han tenido una historia. Después de Carlomagno, Bohemia fue amalgamada a Alemania. Por un tiempo la nación checa se emancipó a si misma para formar el gran Imperio Moravio. Más tarde, Bohemia y Moravia se unieron definitivamente a Alemania y el territorio eslovaco se quedó en Hungría. ¿Y esta “nación” inexistente, desde un punto de vista histórico, reclama la independencia? Es inadmisible conceder la independencia a los checos porque el Este de Alemania parecería una loncha de queso roída por ratas.

Bakunin: Los polacos, esclavizados por tres estados, deben pertenecer a una comunidad sobre bases iguales a las de sus actuales dominadores: alemanes, austríacos, húngaros y rusos.

Marx-Engels: La conquista alemana de las regiones eslavas entre el Elba y el Warthe fue una necesidad estratégica y geográfica resultado de las divisiones en el Imperio Carolingo. La razón está clara. El resultado no se puede cuestionar. Esta conquista fue en interés de la civilización; no puede haber dudas sobre ella.

Bakunin: Los eslavos del Sur, esclavizados por una minoría extrangera, deben ser liberados.

Marx-Engels: Es de vital importancia para los alemanes y los húngaros dejar el Adriático. Las consideraciones geográficas y comerciales deben ir por delante de todo. Quizás sea una lástima que la gran California haya sido arrebatada a los ineptos de los mexicanos que no sabían que hacer con ella. Posiblemente la “independencia” de unos pocos españoles en California y Tejas sufra. La “Justicia” y otros principios morales seguramente hayan sido igorados en todo esto. Pero ¿qué se puede hacer ante tantos otros sucesos de este tipo en la Historia universal?

Bakunin: Mientras una sola nación oprimida exista, el completo y definitivo triunfo de la democracia no sera posible en ningún lugar. La opresión de un pueblo o de un individuo es la opresión e todos, y es imposible violar la libertad de uno sin violar la libertad de todos.

Marx-Engels: En el manifiesto paneslavo no hemos encontrado nada excepto estas categorías más o menos morales: justicia, humanidad, libertad, igualdad, fraternidad, independencia, que suenan bien, pero no pueden hacer nada en el campo histórico y político. Lo repetimos, ningún pueblo eslavo –aparte de los polacos, los rusos y quizás los turcos- tiene un futuro por la simple razón de que el resto de eslavos carecen de las bases históricas, geográficas, políticas e industriales más elementales. La independencia y la vitalidad les fallan. Los conquistadores de los diferentes pueblos eslavos tienen la ventaja de la energía y la vitalidad.

Bakunin: La liberación y la federación de los eslavos es solo el preludio de la Unión de Repúblicas Europeas.

Marx-Engels: Es imposible unificar a todos los pueblos bajo una bandera republicana con amor y fraternidad universal. La unificación será forjada mediante la lucha sangrienta de una guerra revolucionaria.

Bakunin: Ciertamente, en la revolución social, el Oeste, y especialmente los pueblos latinos, precederán a los rusos; pero serán en cualquier caso las masas eslavas las que realicen el primer movimiento revolucionario y garanticen los resultados.

Marx-Engels: Respondemos que el odio de los rusos y la pasión revolucionaria de los alemanes, y ahora el odio de los checos y croatas, está empezando a entrelazarse. La revolución solo podrá salvarse haciendo efectivo un terror decisivo sobre los pueblos eslavos, quienes, desde su perspectiva de su miserable “independencia nacional”, han vendido la democracia y la revolución. Algún día tendremos que llevar a cabo una sangrienta venganza contra los eslavos por esta vil y escandalosa traición.

No puede haber duda acerca de estas posiciones radicalmente opuestas. Marx y Engels siguen atados a una visión determinista de la Historia que trata de ser materialista, pero que no está libre de ciertas premisas hegelianas, reduciendo la posibilidad de un método analítico. Más aun, ellos, especialmente Marx, utilizan evaluaciones estratégicas que revelan un énfasis en el patriotismo liberal, que si bien era justificable en 1849, no lo era tanto en 1855. Sin embargo, en esta época, durante la Guerra de Crimera, escribe: “La gran península, al sur del Sava y el Danubio, este maravilloso país, tiene la desventaja de estar habitado por un conglomerado de razas y nacionalidades que son muy diferentes, y uno no sabría decir cual será la mas adecuada para el progreso y la civilización. Eslavos, griegos, rumanos, albanos, aproximadamente doce millones en total, están dominados por un millón de turcos. Cabe preguntarse si hasta ahora los turcos no han sido los más cualificados para mantener la hegemonía, que puede ser evidentemente empleada sobre esta población mixta por una nación.”

Una vez más en 1879, en el curso de la Guerra Ruso-Turca, que hoy en día los comunistas llaman “La guerra de liberación de los patriotas búlgaros”, Marx escribió: “Definitivamente apoyamos a los turcos, y esto por dos razones. La primera es que hemos estudiado a los campesinos turcos, esto es, las masas populares turcas, y estamos convencidos de que son los más representativos, trabajadores, y moralmente sanos de los campesinos europeos. La segunda es que la derrota de los rusos accelerará considerablemente la revolución social que esta llegando a un periodo de transformación radical en toda Europa.”

De hecho, los movimientos marxistas de liberación nacional, cuando han sido guiados por una minoría que finalmente se transforma en partido (una situación generalizada actualmente), acaban utilizando distinciones estratégicas, dejando los problemas esenciales –que también influencian a las estrategias- en un segundo plano.

Los marxistas, por ejemplo, no distinguen entre el imperialismo de los grandes Estados del nacionalismo de los pequeños, utilizando frecuentemente el término nacionalismo en los dos casos. Esto causa gran confusión. El nacionalismo de los pequeños Estados normalmente se ve como algo que contiene un nucleo positivo, una revuelta interna de carácter social, pero la detallada distinción de clases se suele limitar a lo estrictamente necesario, de acuerdo a las perspectivas estratégicas. Frecuentemente se mantiene, inconscientemente siguiendo al gran maestro Trotsky, que si por un lado el arrebato de los pueblos y las minorías oprimidas es inmutable, la vanguardia de la clase trabajadora nunca debe intentar accelerar este empuje, sino limitarse a seguir los impulsos permaneciendo fuera.

Esto es lo que Trotsky escribió en enero de 1931: “Las tendencias separatistas en la Revolución Española traen el problema democrático del derecho de la nacionalidad a la autodeterminación. Estas tendencias, vistas superficialmente, han empeorado durante la dictadura. Pero mientras el separatismo de la burguesía catalana no es sino un medio de jugar con el gobierno de Madrid contra el pueblo catalán y español, el separatismo de los trabajadores y campesinos esconde precisamente una revuelta más profunda de natualeza social. Debemos hacer una fuerte distinción entre estos dos tipos de separatismo. No obstante, es precisamente para distinguir a los trabajadores y campesinos oprimidos en su sentimiento nacional de la burguesía, que la vanguardia del proletariado debe abordar esta cuestión del derecho de la nación a la autonomía, que es la posición más valiente y sincera. Los trabajadores defenderán totalmente y sin reservas el derecho de catalanes y vascos a vivir como estados independientes en el caso de que la mayoría opte por una completa separación, lo que no es en absoluto lo mismo que decir que la élite trabajadora deba empujar a los catalanes y vascos al camino del separatismo. Por el contrario, la unidad económica del país, con una gran autonomía para las nacionalidades, ofrecería a los trabajadores y campesinos grandes ventajas desde un punto de vista económico y desde el de la cultura en general.”

Se ve claramente que las posiciones son radicalmente contrarias. Marxistas y Trotskistas siguen sistemas de razonamiento que para nosotros no tienen nada que ver con la libre decisión de las minorías explotadas a determinar las condiciones de su propia libertad. No es el momento de abordar las diferencias teóricas fundamentales, pero es suficiente con releer el pasaje de Trotsky para darse cuenta de las ambigüedades teóricas que contiene, la cantidad de espacio que da a una estrategia política favorable al establecimiento de una dictadura de una minoría iluminada, y que poca cantidad se le daría a la libertad “real” de los explotados. El uso ambiguo del término separatismo debe ser subrayado, y la insistencia entorno a argumentos irracionales como los relativos al “sentimiento nacional”.

Conclusión

Muchos problemas han sido tratados en este trabajo, con la conciencia de que lo han sido solo en parte, debido a su amplia complejidad. Empezamos por una situación real: la de Sicilia, y un proceso de desmembramiento capaz de causar un incalculable daño en un futuro próximo. Hemos dicho como en este proceso se ve, en nuestra opinión, una unión de los fascistas con la mafia, y como los intereses que esta gente quiere proteger son básicamente los de los americanos. La circulación de cierta fórmula separatista viciada nos ha obligado a tomar, tan claramente como sea posible, una posición, y buscar para simplificar los puntos esenciales del internacionalismo anarquista en vista del problema de la lucha de liberación nacional. También hemos dado una breve panorámica de unos pocos defectos interpretativos latentes en el punto de vista marxista del problema, y unas pocas oscuridades estratégicas que en la práctica determinan las no pocas dificultades que los movimientos de liberación nacional de inspiración marxista encuentran. Trataremos ahora de concluir nuestra búsqueda con unas pocas indicaciones de interés teórico.

Debemos reexaminar minuciosamente el problema de la relación entre estructura y superestructura. Muchos camaradas se mantienen en el modelo marxista y no lo hacen, tanto ha penetrado en nuestra forma “normal” de ver las cosas. El poder que los marxistas tienen ahora en nuestras universidades les permite proponer cierto modelo analítico a las minorías intelectuales, vendiéndolo como realidad con su habitual y excesiva autocomplacencia. En particular, es la concepción de “medios de producción” la que debe ponerse bajo un cuidadoso análisis, mostrando las limitaciones y consecuencias del uso determinista del factor económico. Actualmente la realidad económica ha cambiado y no encaja en la tipología marxista; sin embargo, hacen lo imposible para complicar los problemas intentando de esta manera explicar sucesos que de otra forma hubiesen sido fácilmente explicables. Utilizando más modelos abiertos de razonamiento deberíamos ser capaces de identificar los factores relevantes, tales como, precisamente, las particularidades étnicas y culturales. Estas entran dentro de un proceso más amplio de explotación y determinan cambios cuantitativos dándose la posible explotación en si misma y, en un último análisis, causa el surgimiento de otros cambios, esta vez de naturaleza cualitativa. Pueblos y clases, formaciones políticas y culturales, movimientos ideológicos y luchas concretas, todos sufren cambios interpretativos en relación al modelo básico. Si un determinismo mecanicista es aceptado, las consecuencias son la inevitable dictadura del proletariado, y el paso a través de una difícilmente comprensible, e históricamente no documentada, progresiva elminación del Estado; por otro lado, si el modelo interpretativo es abierto e indeterminista, si el deseo individual se incluye en un proceso de influencia recíproca con la conciencia de clase, si las diferentes entidades socio-culturales son analizadas no solo económicamente sino más ampliamente (socialmente), las consecuencias serían muy diferentes: ideas estatistas preconcebidas traicionarán el camino a la posibilidad de una construcción horizontal y libertaria, a un proyecto federalista de producción y distribución.

Ciertamente todo esto requiere no solo la negación de un materialismo mecanicista que, en nuestra opinión, es el resultado del marxismo, sino también de un cierto idealismo que, todavía en nuestra opinón, ha infectado una parte del anarquismo. En este sentido, el universalismo entendido como un valor absoluto es ahistórico e idealista, debido a que es un postulado iluminista, no es otra cosa que el ideal invertido del Cristianismo reformado. No es posible ver claramente detrás de la hegemonía occidental, cuanto de un ambiguo humanitarismo de base cosmopolita fue desarrollado por la ideología de la falsa libertad. El mito de la dominación del hombre blanco se representa de varias formas como el mito de civilización y ciencia, y, por tanto, como la fundación de la hegemonía política de unos pocos estados sobre otros. La ideología masónica e iluminista puede haber reforzado el jacobinismo latente en la versión leninista del marxismo, pero no tiene nada que ver con el anarquismo, excepto en el hecho de que muchos camaradas continúan distrayéndose con esquemas abstractos y teorías desfasadas.

Los anarquistas deben proporcionar todo su apoyo, concretamente en la participación, teóricamente en los análisis y estudios, a las luchas de liberación nacional. Esto debe empezar desde las organizaciones autónomas de los trabajadores, con una visión clara de las posiciones enfrentadas de clase, que ponga a la burguesía local en su correcta dimensión de clase, y prepare la construcción federalista de la sociedad futura que vendrá tras la revolución social. Bajo estas premisas, que no dejan lugar a determinismos ni idealismos de especies varias, cualquier instrumentalización fascista de las aspiraciones de los pueblos oprimidos puede ser fácilmente combatida. Es necesario, en primer lugar, aclararnos entre nosotros mirando adelante y construyendo un análisis correcto para una estrategia revolucionaria anarquista.

1976

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