jueves, 30 de agosto de 2012

Los jacobinos surrealistas* x Alain Jouffroy

NOTA DE EL ANTICRISTO: Di con Alain Jouffroy mientras leía el tratado político de Michel Onfray Politica del Rebelde. Allí Onfray elogia el texto de Jouffroy De l'individualisme révolutionnaire´(Sobre el individualismo revolucionario). Alain
Jouffroy es un tardio miembro del grupos surrealista de paris liderado por Andre Breton. Jouffroy fue un activo participante dentro de las revueltas del mayo del 68 ademas de poeta y escritor. Para una biografía sobre su vida y obra ir aqui a el artículo sobre el en wikipedia en idioma francés

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“Durante el intervalo que separa a esta guerra de la anterior, el concepto de libertad que había destellado con un brillo y un prestigio extraordinario en los días de la revolución Francesa, en la misma Francia estaba ahora en proceso de desconocerse y de perderse”.
André Breton, Arcane 17 , p.113.

¿La revolución surrealista no es acaso la gran revolución jacobina del siglo XX? Hace diez años la comparé con la revolución de 1917. Esta comparación que era provocante, por no decir fuera de lugar, se ha considerado exagerada: es al observar el rol de los jacobinos durante la revolución francesa que las intenciones y acciones surrealistas pueden medirse con mayor precisión. En el mismo sentido que Louis Aragon nombró en 1925 al “proletariado del espíritu” (1), el surrealismo, que se ha autodenominado “el comunismo del genio”, al introducir de manera sistemática los métodos y el lenguaje revolucionario en el ejercicio de todas las facultades intelectuales, en todo caso ha creado un movimiento irreversible. Todavía hoy en día esta mezcla explosiva escandaliza: nunca se le perdonará a Breton el haberla posibilitado. Pues en verdad se admite que los surrealistas hayan sido “grandes escritores”, poetas, provocadores o aún víctimas del orden social, suicidas o enfermos mentales, pero nadie se atreve todavía a defenderlos hasta el final por aquello que querían ser: verdaderos revolucionarios, o más exactamente: – individualistas revolucionarios – como lo fueron los jacobinos.
La descendencia jacobina se evidencia desde la aparición, el 1º de diciembre de 1924, del primer ejemplar de La Revolución Surrealista , en que la célebre frase de Aragon en Une vague de rêves , se produce en la cubierta: se trata de llegar a una nueva declaración de los derechos del hombre y algunos meses después, el 15 de julio de 1925, en que al tomar la dirección de la revista André Breton, a la altura del 4º número escribe sin temblar en el artículo editorial: “… estamos decididos a acabar de una vez por todas con el antiguo régimen del espíritu…” de este modo vemos cómo desde el comienzo mismo del surrealismo, aparece la revolución francesa en el trasfondo. Y no dejará de hacerse presente como el telón de fondo privilegiado de las declaraciones y textos más importantes de Breton hasta los últimos años de su vida; como punto de referencia y última medida de toda su acción, de todo su resplandor .

La “Pasión de tener razón” 

Desde el primer manifiesto colectivo que firmaron en octubre de 1925 con los marxistas de la revista Clarté , los surrealistas declaraban: “Nosotros somos la rebeldía del espíritu, consideramos la revolución sangrienta como la venganza del espíritu humillado por vuestras obras. Nosotros no somos utopistas; no concebimos esta revolución más que en su forma social”. Victor Crastre es quien relata el primer encuentro de los comunistas del grupo “Clarté” con los surrealistas: “al caer la noche en la tienda de la calle Jacques Callot, lugar convenido de la cita, Aragon pidió desde un comienzo que se cerraran las cortinas de hierro: “el barrio infestado de comerciantes de telas no es seguro (2)”. El objeto de estas reuniones en las que el orden del día se fijaba con anticipación y en que los socios se comprometían a guardar total secreto, era una revista común que nunca apareció, denominada La guerre civile .
Los encuentros que tuvieron lugar mucho más tarde (1935-1936) en el café de la alcaldía de la plaza Saint Sulpice, entre el “grupo Sade” dirigido por Breton y el “grupo Marat” encabezado por Bataille, estuvieron marcados también por la misma voluntad intransigente y por discusiones todavía más violentas. En todo caso, para los surrealistas de 1925 está claro que la “idea de la revolución es la mejor y más eficaz salvaguardia del individuo”: la misma conclusión del manifiesto La révolution d'abord et toujours que Artaud firmó con Breton, Aragon, Crevel, Leiris, Desnos, Ernst, Eluard, Masson, Péret y Soupault. Yo no se si en ese momento las decisiones se tomaban por mayoría o por unanimidad, pero se sabe que en estas reuniones de la calle Fontaine, así como en aquellas del Café Cyrano, Plaza Blanche, reinaba una atmósfera muy eléctrica en la medida en que la pasión de tener razón animaba a todos sus protagonistas.
Esta pasión, por sí sola, purificaba todo. En la Declaración del 27 de enero de 1925 los surrealistas afirman: “Nosotros hemos unido la palabra surrealismo a la palabra revolución únicamente para mostrar el carácter desinteresado, desapegado y aún del todo desesperado de esta revolución”. No se trata de salud pública, pero el desinterés revolucionario preconizado por los Jacobinos como la virtud más necesaria para la victoria se pone muy concientemente de manifiesto en la declaración. La violencia subversiva está asociada a ésta, como la espada a la balanza de la justicia: “Nosotros somos especialistas de la rebelión. No existe un medio de acción que no seamos capaces de utilizar cuando sea necesario”.
Los surrealistas no se refieren en este caso a la ley sino a la propia libertad confundida con la ley suprema, suspendida como la guillotina que cortará ante sus ojos todo lo que se eleve contra ella. Por otro lado los surrealistas retomarán en sus manifiestos: Abran las prisiones, licencien al ejército, no hay crimen de derecho común (3) la célebre frase: “No hay libertad para los enemigos de la libertad”, como si se les atribuyera pura y simplemente a ellos mismos. Citarán de nuevo esta frase en 1936, con el fin de denunciar a Gil Robles, “el hombre del fascismo español”, de quien exigen que sea arrestado en Francia.
En estas frases la ideología jacobina no funciona como un modelo para los surrealistas, sino que permanece por encima de su propio pensamiento, como un doble inconsciente y muy escondido de sus propias exigencias.

La calle de París, los Estados generales 

Lo que los surrealistas quieren de verdad es que estalle la revolución en Francia: harán todo lo que esté en su poder por ello, pues están “bien decididos” “a hacer una revolución” que como lo hemos visto, no es solamente del “espíritu” sino desde 1925 “social”.
“Hasta 1925 –escribirá Breton en 1952– es asombroso que la palabra revolución, en lo que tiene de exaltante para nosotros, no evoque en el pasado más que la Convención y la Comuna. Uno se da cuenta por la manera en que la utilizamos, que somos más sensibles a los acentos que ha tomado en la boca de Saint-Just, de Robespierre, que a su contenido doctrinal. Esto no quiere decir que la causa de los revolucionarios del 93 o del 71 no la volvamos íntegramente nuestra (4)”.
Pues nunca, en ningún momento , Breton y sus amigos han querido limitar su acción a la literatura, a la poesía ni tampoco al mundo de las ideas solamente. Pero la desgracia histórica ha querido que nunca se apoyaran en ninguna forma política real y que el partido comunista se comportara con ellos de la manera más limitada y sectaria.
Los Jacobinos conversaban todas las tardes entre las 5 y las 10 de la noche en el Club del Faubourg Saint-Honoré, pero Le Journal de la montagne no era el único que les hacía eco; toda Francia los escuchó y la propia Convención acabó por responder a su voluntad, pues hablando en nombre de todos, agitaban una mayoría revolucionaria que transformó todo el país, por no decir a toda Europa. Por lo tanto no existe ninguna medida común entre éstos y los surrealistas, que también se reunían todas las tardes en el mismo sitio, El Cyrano y que fuera de esto abrieron una Oficina de investigaciones en la calle Grenelle, que junto con el club estuvo abierto al público durante un poco más de tres meses, desde el 11 de octubre de 1924 al 30 de enero de 1925, día en que decidieron cerrarlo. Sin embargo no puede dejar de descubrirles similitudes secretas; desde esa confianza común que tenían en las discusiones y en las reuniones cotidianas, hasta en ese deseo constante de captar la voluntad de los desconocidos y de convencerlos a unirse a la acción inmediata.
Del mismo modo que la palabra de Robespierre era escuchada más a menudo entre los Jacobinos que en la Convención, aún en los días del 94 que tramaron su caída antes del 9 thermidor, y así como la palabra de Saint-Just fue muchas veces determinante en las decisiones del Comité de Salud Pública, la palabra de Breton y sus amigos, más que la escritura y los textos , ha creado el campo magnético permanente del surrealismo: ese mismo campo en que se ha desplegado la acción cultural más subversiva que se haya ejercido en Francia a partir de exigencias aparentemente “literarias”. En ambos casos el desbordamiento que ha transformado la “palabra” en acontecimiento tuvo lugar; por lo tanto desde un punto de vista histórico y aunque los resultados no son inmediatamente comparables, se debe reconocer que a pesar de su permanente voluntad de restauración y de la complicidad que encuentra todavía hoy en las casas editoriales, periódocos y revistas, el “antiguo régimen del espíritu” ha sido puesto en peligro irreversiblemente por la revolución inaugurada en 1924. En realidad no es (contrariamente a lo que dicen los pequeños termidorianos del surrealismo) una “historia terminada”, puesto que esta revolución no deja de descubrir cada año nuevos enemigos tanto en el nivel teórico como en el práctico que define la ligazón poesía/revolución (que repite cambiando de términos la ligazón clásica filosofía/revolución). Breton y los surrealistas se han “apropiado integralmente ” de la causa de los revolucionarios del 93 porque una asombrosa similitud en el comportamiento individual con respecto a la sociedad futura los empujaba, del mismo modo que a sus antecesores, a provocar la aceleración de los acontecimientos mediante la palabra y los escritos. Por lo tanto existe una identificación semiconsciente de los surrealistas con los Jacobinos, y si ésta ha reforzado a Breton en sus exigencias y clarificado su táctica personal con relación a otros grupos de intelectuales revolucionarios, no le han evitado ciertos errores de tolerancia ni la soledad de la incorruptibilidad: su grandeza, que no deja de perpetuar la luz única de Robespierre y de Saint-Just, reside en esa temeridad para afontar todos los escollos y en esa tranquilidad ostentosa con respecto a la posteridad.
Cuando en el año 2016 se publique la correspondencia de Breton, del mismo modo que hoy se publican los archivos de la revolución del 89 y de la Comuna, nos asombrará el rol múltiple y tal vez desmesurado pero siempre digno, que jugó Breton en sus relaciones con todos aquellos que lo han abordado, criticado, insultado, amado y aplaudido. El que Breton haya pedido un término de 50 años para publicar sus cartas, correspondía a una medida de prudencia destinada a proteger a todos aquellos que han verificado su inmensa capacidad de comprensión, la cual estaba en relación directa con su capacidad de rechazo. Las contradicciones de tipo político o sentimental que lo han podido dirigir y también a veces extraviar se inscriben en una misma trayectoria: la de un hombre que ha desesperado de todo y que a pesar de ello ha esperado lo imposible. Por ejemplo nunca ha dejado de creer que una revolución era susceptible de cambiar por fin a Francia y como muestra de esto tenemos lo que dijo en su última entrevista publicada: “sea lo que sea yo pienso que si aquí –en este país en particular– la situación empeorara considerablemente, la izquierda sería llamada a renacer de sus cenizas. Confirmé esto al asistir hace algunas semanas a dos emisiones televisadas muy bellas, parte del programa titulado La Terreur et la Vertu . Yo creo que ni una película como El Acorazado Potemkin deje a los espectadores más temblorosos. Calculé el número de espíritus jóvenes que guardarían la huella de estas películas y me persuadí de que nada estaba perdido. Los nombres de Robespierre y de Saint-Just, así como el de Fourier, Flora Tristan, Delescluze y Rigault, no han dejado de sonar bajo las calles de París, aunque por ahora estén cubiertos por un rumor de rebaños (5)”.
Para Breton no hay duda de que la corriente que pasa de los revolucionarios del 93 a aquellos del 71, sigue pasando en Francia por medio de los surrealistas, y que no es la misma corriente que hizo posible 1905 y 1917 en San Petersburgo. El surrealismo, tal como él lo escribió, sigue siendo esa pasarela por encima del abismo (6) que permite transmitir la corriente hacia las generaciones futuras (los “espíritus jóvenes” que “guardan la huella” y que hacen que “nada esté perdido”).
En 1931 los surrealistas querían que uno leyera: “La Mettrie, Young, Rousseau, Diderot, Hobach, Kant, Sade, Laclos, Marat, Bobeuf”, dejando de leer: “Schiller, Mirabeau, Bernardin de Saint-Pierre, Chénier y Madame de Staël”.
En 1943 cuando Breton escribía Arcane 17 en el Canadá, coloca en el mismo nivel de los aventureros del espíritu a aquellos que han considerado al hombre sin contemplaciones, exigiéndole conocerse profundamente o lo han puesto en mora de justificar sus “pretendidos ideales”: Paracelso, Rousseau, Sade, Lautréamont, Freud”, pero también… “Marat, Saint-Just” y refiriéndose a estos dos últimos nombres, añade: “la lista de este lado sería larga” (7).
Breton denuncia en Arcane 17 la enseñanza de la historia de Francia, tal como se ha practicado en las escuelas de la tercera República, tomando en primer lugar la falsificación del rol histórico de Robespierre. “Abajo Robespierre, además Louis XVI era un buen rey, aunque un poco débil (sic), pero el verdadero héroe nacional seguirá siendo venerado en la persona de Napoleón: esas eran las ideas generalmente imborrables, que la República Francesa dejaba que se le inculcaran a los niños, que en su inmensa mayoría no pasarían de la Primaria” (8). Por el contrario, tal como lo corroborará 10 años más tarde en Entretiens , por primera vez plantea aquí con mucha claridad que su acuerdo con el espíritu de la revolución de Robespierre y Saint-Just es completo y sin reserva: “Afirmo que hay un espíritu dentro de la grande y verdadera tradición Francesa que jamás hemos dejado de reivindicar, de hacer nuestro: el que se hace presente en los cuadrenos de los estados generales y que anima los decretos del 93; aquel que inspira, a través de las fluctuaciones de intereses en un problema y otro, tanto al movimiento de Port-Royal como a la Enciclopedia, que suscita a Benjamin Constant y a Stendhal, y que imprimió su marca característica al movimiento obrero a lo largo del siglo XIX”.
El rigor excesivo
Uno de sus principales poemas será titulado por Breton precisamente Los Estados Generales , escrito el mismo año que Arcane 17 . Aunque en este poema nunca hace alusión directa a la revolución Francesa, con el fin de marcar la continuidad perfecta de una revolución a la otra, evoca por segunda vez al viejo Delescluze de la Comuna yendo hacia las barricadas de Château d'eau y haciéndose matar el 25 de mayo de 1871 (9). Además, Sade, cuyo testamento recuerda Breton, hace parte del linaje: “Rousseau, Diderot, Holbach, Kant, Sade, Laclos, Marat, Babeuf”; linaje que prefigura al que precede a la comuna y que va a conducir desde el mismo pensamiento corrosivo y agitador de Lautréamont y de Rimbaud hasta el propio surrealismo. En el Second Manifeste de 1930, ¿acaso no se preguntaba como asegurando de antemeno la respuesta?: “¿Sade, en plena Convención, no se comportó como un contrarrevolucionario?” Entonces precisaba: “demasiados bribones (palabras que Robespierre utilizaba para señalar a los mismos que conspiraron su caída), están interesados en esta empresa de asalto espiritual para que yo los siga en ese terreno. En el campo de la rebelión ninguno de nosotros debe tener ancestros”. Para Breton este es el momento –1930– de revocación general de todos los valores y el momento de máxima duda con respecto a los hombres. Por ejemplo considera absurdo y lamentable que Robert Desnos se tome por lo que no es: “De todos modos qué idea más infantil: ¡ser Robespierre o Hugo!, todos los que lo conocen saben que esto es lo que le impide a Desnos ser Desnos”. Es cierto que Breton no se toma por Robespierre, pero se pregunta toda la vida quién puede llegar a ser, a quién puede frecuentar. El que Desnos responda al instante en términos del Comité de Salud Pública: “Con las primeras revueltas partirá hacia Coblence”, está dentro de la misma lógica de la acusación hecha por Breton. El hombre que escribió en ese mismo momento esta frase inolvidable: Yo persigo ser considerado un fanático y que después nos repite a su muerte que él busca el oro del tiempo ; el mismo que había decidido acabar con el antiguo régimen del espíritu y buscaba junto con Aragon lograr una nueva declaración de los derechos del hombre , evidentemente no podía ceder a la presión de los argumentos de la debilidad o la facilidad; que él haya provocado la exclusión de un cierto número de sus mejores amigos no es más incomprensible que los procedimientos de los Jacobinos al tachar a los amigos de su propio Club.
Un rigor excesivo crea un clima excepcional sin el cual, a falta de urgencia, todas las decisiones tomadas en común darían pie a cualquier impugnación, aún a la más fútil. Se ha compadecido a Danton, convirtiéndolo –antes de Mathiez– en una víctima de la “hipocresía” y “dictadura” de Robespierre del mismo modo que se ha compadecido a Desnos y Artaud; sin embargo habría bastado luchar y no ceder frente a las injusticias que podía cometer Breton, para que él mismo terminara aceptando su equivocación; ha aceptado su error con Desnos y Artaud, del mismo modo que con Victor Brauner y Matta. Guardando las debidas proporciones Robespierre también debió percibir ciertos errores suyos, especialmente en lo que concierne a la credulidad que demostró frente a las acusaciones de Fabre d'Eglantine contra los Herbertistas. Breton no estaba exento de esas debilidades y la carta de denuncia de una comparsa lo podía impresionar más que la impertinencia espontánea de algunos amigos suyos.
Breton se equivocaba con relación al carácter de unos y otros (por ejemplo Politzer) y si la “violencia expresiva” le parece a posteriori , tal como a los otros, “fuera de proporción con la desviación, error o falta que pretenden corregir”, incrimina no solamente el “malestar del tiempo”, sino también “la influencia formal de una buena parte de la literatura revolucionaria” (y cita en una nota: Miseria de la filosofía , Anti Dühring , Materialismo y Empirocriticismo , etc. (10), olvidando extrañamente, por esta vez, la violencia en la expresión de los revolucionarios del 93, la de Robespierre y Marat).
Tal vez existe una excepción al jacobinismo intransigente de Breton: su desconocida admiración por Benjamin Constant. En el primer Manifiesto escribe que “Constant es surrealista en política”, y si se recuerda que el famoso adversario de Napoleón que se sentía jacobino en 1792 escribió a comienzos del Directorio (1796) un folleto titulado De la force du gouvernement actuel de la France et de la necessité de s'y railler que se daría a conocer por entregas en el Moniteur de París un poco antes del arresto de Babeuf, veremos claramente su oportunismo. Más espectacular aún es su oportunismo en 1815, que comenzó con dos artículos violentos contra Napoleón el 11 y el 19 de marzo, cuando este último acaba de desembarcar de la isla de Elba. Su fuga consecutiva hacia Nantes donde quería embarcarse y después su regreso a París donde aceptó una invitación del Emperador, que lo encargó de la redacción del acta adicional a las constituciones del imperio y lo nombró consejero de estado. Esta oscilación entre el rechazo y la aceptación, este replanteamiento perpetuo de las decisiones y opciones ideológicas, ¿acaso no era, secretamente, para Breton, la actitud política ideal? El excesivo rigor del fundador del surrealismo, que lo llevó a privarse de algunos de sus amigos cuya estrella brillaba con más fuerza, estaba compensado a menudo por la ternura y la indulgencia extremada con todos aquellos que amaba. Al analizar cuidadosamente estos cambios frecuentes de actitud y la cantidad de reconciliaciones con aquellos que combatió más violentamente (Bataille en particular), podría concluírse sin duda alguna en el jacobinismo Constantiano de Breton. En cuanto a mí se refiere, estoy íntimamente convencido de que su muerte en 1966 –antes de mayo del 68 y la invasión de Praga– nos privó de algunas de las sorpresas más grandes que nos tenía reservadas en todos los planos. “Prestarse a los cambios insensibles que se dan en la naturaleza moral como en la naturaleza física” era para Breton, como para Constant, la única ley de gobierno que reconocieron. Pero él no quería más que un “derecho”: “el derecho exigente, el único, aquel que presidía los actos de la convención de 1793 (11)”, y del cual esperó hasta el final que surgiera una justicia nueva. 

De la imposible “Guerra Civil” a la imposible “Coblenza”

“Hay que poner el terror en el orden del día” decían los jacobinos. Breton y los surrealistas soñaron en enero de 1926, con una revista que se llamaría La Guerre civile . Victor Crastre, su secretario de redacción, no recibió más que cuatro textos (un ensayo de Breton, un artículo de Aragon, algunas páginas de Péret y de Leiris), que no fueron suficientes para editar el primer número. Crastre cuenta cómo con el fin de editar la revista hubo una reunión en casa de Breton, que estuvo precedida por muchas reuniones en el Cyrano , donde tomaban “whisky, ginebra, alcoholes nacionales y el aperitivo “mandarín” entre muchachas y celestinos, traficantes de coca y gentes de teatro, músicos de establecimientos nocturnos, bailarinas del “Moulin Rouge”, auténtico público popular , único aceptable para los “enemigos de la cultura burguesa”, en tanto mezclados con el “lumpen””. Los surrealistas leían, discutían, redactaban comunicados, –en esa atmósfera ruidosa por donde pasaban a menudo bellas mujeres– del mismo modo que los jacobinos tomaban decisiones levantando las manos en presencia de un público que concurría todas las noches a sus reuniones, en las cuales, dicen, el alcohol jugaba un papel nada despreciable. En 1790, en estado de agitación eléctrica, David, “pálido de entusiasmo” aceptó en el club de los jacobinos realizar el proyecto de un cuadro monumental destinado a celebrar el juramento del Jeu de Paume . Los surrealistas han renovado esta fiebre. Durante los meses que precedieron a la serie de discusiones sobre La Guerre civile , Marcel Fourrier, director de Clarté , había logrado controlar con su amigo Camille Fégy, la página literaria de la “Humanité”, a pesar de Barbusse. En esta página se editaron textos –únicos en la prensa de ese tiempo– defendiendo por ejemplo la provocación organizada por Breton y sus amigos en la Closerie des Lilas en el banquete de Saint-Pol-Roux. Sin embargo las columnas del diario del P.C. no apoyaron durante mucho tiempo a los surrealistas, aunque todo tiende a confirmar que Breton hizo lo posible por establecer una mayor unidad de acción entre los surrealistas y los comunistas: el paso de Boris Souvarine de miembro del buró político a la oposición del partido, así como el rol marginal y de oposición a medias de la revista Clarté , no favorecieron en ninguna medida la realización concreta de esta unidad.   No obstante se podía concebir aquella unidad en forma distinta al puro y simple abandono de la posición surrealista por los mismos surrealistas (12). El dogmatismo del partido impedía que la acción revolucionaria surrealista “se hiciera oír por el gran público”; caso contrario al de los jacobinos de las organizaciones políticas sobre las cuales pretendieron ejercer su influencia: la Comuna, la Convención y los diecinueve Comités. Considerando las obvias diferencias sociales, históricas y políticas, no deja de ser cierto que la actitud de los surrealistas con relación a las organizaciones políticas revolucionarias de la época, fue también la de un club independiente , que entusiasmado por la pasión de la justicia y de la libertad, buscaba realizar o en su defecto, estimular las decisiones concretas más favorables a la revolución. El que no hayan encontrado un interlocutor a la medida de sus exigencias no puede imputárseles, a pesar de todo lo que dijo Pierre Naville en el momento y de todo lo que se ha dicho después. Aunque desde un principio mantuvieron una posición idealista y subjetiva, concientemente y con arrogancia, era con el fin de marcar el carácter “desinteresado y aún totalmente desesperado” de su revolución, tal como lo dijeron en la Declaración del 27 de enero de 1925 . El brusco cambio que ocurrió en menos de un año, del idealismo absoluto al materialismo dialéctico, según propia confesión de Breton, se llevó a cabo “con demasiada precipitación”. Pero era justo que los surrealistas no cedieran todo el terreno conquistado a un control burocrático: el individualismo revolucionario era la única actitud coherente que podían oponer a la voluntad general de reducción y subestimación que afrontaban. Breton no lo formuló en estos términos; pero ¿cómo dejar de ver que es este mismo jacobinismo, fuente histórica del individualismo revolucionario el que le permitió no soltar la presa en ese momento a cambio de la sombra que Stalin echaría sobre la revolución rusa?

En A la bonne heure , texto escrito en 1953, Breton adopta las conclusiones del Comunismo de Dionys Mascolo citando: “No hay intelectual comunista posible, pero tampoco hay intelectual anticomunista posible, cada cual debe resolver esta contradicción por sus propios medios” (13). Además por errores de impresión de la edición hecha por Marguerite Bonnet, la segunda frase se saltó, lo cual llevó a la impresión por separado de la errata, lo que refuerza especialmente el impacto de estas “conclusiones”. En efecto, siguiendo la lógica más elemental del “sentido común” no se puede ser a la vez “individualista y social”, aunque así fueran, después de los Jacobinos, todos los intelectuales revolucionarios que no han confundido sus exigencias políticas con la fe ciega en un partido, o en el secretario general de un partido. Esta contradicción que Breton tuvo presente hasta su muerte, es la que impide la “normalización” de toda práctica política revolucionaria del individuo. Los jacobinos, exceptuando a Buonarotti, finalmente han sido víctimas de su intransigencia, y los mismos bribones conocidos que concurrieron al asesinato de Robespierre y de Saint-Just; todo el pequeño mundo que se remueve desde Tallien hasta Barras, pasando por Fréron, su acólito ruín, jamás supieron hacer otra cosa que tratar de ensuciar (como los autores de Cadáver ) a su propio creador. ¡Qué espléndidos hombres cayeron bajo sus golpes! Evidentemente es imposible comparar a Desnos, Limbour o Vitrac con los termidorianos de derecha: se habrían situado con gusto del lado de Billaud –Varenne y de Collot d'Herbois, y tal como lo sugiere el mismo Desnos en su artículo sobre el Second Manifeste , ellos acusaban a Robespierre-Breton de doble juego más que de crueldad revolucionaria: “Más burgués que ninguno, él tiene la palabra revolución en la boca, no porque le salga del corazón sino porque es un trozo demasiado difícil de tragar para el débil gaznate que su frágil estómago vomita. Breton es el tipo de personaje que vive de la idea revolucionaria y no de la acción”. “Con los primeros levantamientos partirá a Coblenza” es una afirmación, que como hemos visto sumerge a Desnos en la atmósfera de 1793 y 1794, más que en 1930. Pero en la actualidad son los neo-termidorianos de derecha los que tratan de desacreditar toda la aventura surrealista, en la cual no participaron más que pálidamente y claro está con todo el apoyo necesario de los numerosos enemigos comunes del surrealismo y el comunismo. Vivimos en 1973 una especie de Directorio sin guerra de Italia y sin Bonaparte, en que los raros sobrevivientes de la revolución surrealista no aspiran más que a vender sus memorias o editar sus obras completas, cuando contrariamente a Prévert, Mandiargues y Gracq, no encuentran una distancia individual en la meditación lírica y la fidelidad más clarividente. 

La amistad de las “Leyes Infames” 

“…no hay más moralidad que la moralidad del terror, ni más libertad que la implacable libertad dominadora”.
Louis Aragon, La Revolución Surrealista . Nº 2, 15, Enero 1925. 

La voluntad que manifesté de no censurar la antigua amistad Breton-Aragon me ha convertido en blanco de bajos insultos por parte de ciertas publicaciones reaccionarias, aunque de su bien conocida amistad sean testigos no solamente sus obras sino también las acciones conjuntas que llevaron a cabo: uno tiene derecho a evocar la ruptura Breton-Aragon y a tomar partido entre las dos, pero el tabú que sigue en pie y que se quiere expulsar de la historia cueste lo que cueste, es la complicidad y el pacto que hubo entre los dos. Al referirme a obras de hace medio siglo ( Le mouvement perpetuel , publicada en 1925, fue escrita entre 1919 y 1924), pareciera que se cometía sacrilegio al subrayar el carácter ejemplar de esta amistad, que únicamente las maniobras y diversos chantajes de los dirigentes del P.C. lograron romper.Esta amistad no se transformó en declarada hostilidad, sino después del comunicado de L'Humanité del 10 de marzo de 1932, en que Aragon denunciaba como “objetivamente contrarrevolucionarios” los ataques de Breton en el folleto Miseria de la poesía . En este folleto que Breton nunca volvió un libro y que merece por sí solo un estudio particular, aunque la crítica poética de fondo iba dirigida contra Frente Rojo , Breton tomaba la defensa pública de su amigo contra las leyes infames que se le aplicaban a Aragon en ese entonces, para lograr su exculpación en un proceso que lo exponía a cinco años de prisión (14).
El rompimiento parece haber tenido su origen en una nota de pie de página en que Breton traía a cuento las afirmaciones de un miembro del Comité Central (Y.F. posteriormente excluído del P.C.) que sólo podía conocer con esa exactitud de boca del mismo Aragon. Estamos alejados de las guillotinas y del tribunal revolucionario, pero tembién en 1794 una nota al pie de página podía romper dramáticamente las amistades: ¿cuánto tiempo después del 9º thermidor podía sobrevivir la amistad que unía a Robespierre y a Saint-Just? A veces los detalles más pequeños pueden conformar riesgos inmensos, en que los jugadores no juegan concientes del todo los roles que se les atribuyen.
En este caso la afirmación que Breton sacó a relucir se relacionaba con el amor y revelaba la estupidez y la mala fe de una “idiota” lo cual molestaba a Aragon por su rol de agente de enlace que los surrealistas le habían confiado con relación al P.C. Esto explica que en el momento que Breton le leyera las pruebas del texto Miseria de la poesía Aragon le haya pedido la supresión de la nota de pie de página. En cuanto a sus relaciones de entonces con Aragon, Breton dice: “entre aquellos que se comprendían mejor, una brecha infranqueable iba a abrirse”. Ahora bien, si él hace caer la responsabilidad del rompimiento sobre Elsa Troilet, quien tomó la iniciativa de viajar con Aragon y Sadoul a la U.R.S.S. y también sobre Sadoul que escapaba por este medio a investigaciones policiales en Francia, Breton precisa: “tal como lo conocía entonces, Aragon jamás habría intentado hacer algo que pudiera separarlo de nosotros”. Por el contrario hizo todo lo posible después de retornar de la U.R.S.S. para continuar siendo su amigo inclusive “retractándose públicamente” tal como Breton se lo pidió. Pero después de tantos días de discusiones y tensión contínua, esa nota de pie de página no “podía pasar” y: “Aragon se opuso formalmente; esa era una afirmación hecha al interior del partido que por lo tanto no podía hacerse pública. Como yo insistí en mi intención de no tener compromiso alguno en ese sentido, Aragon me hizo saber que la inserción de esa frase en Miseria de la poesía haría inevitable nuestra ruptura” (15). Exactamente en este punto las dos versiones divergen: Aragon cuenta que frente a su exigencia Breton había contestado: “Que ésto no valga” y tachó con un lápiz azul y rojo la frase incriminada. Después Aragon caminó desde la calle Fontaine hasta el inmueble en que vivía en la calle Campagne-Première y la portera le entregó un paquete al comenzar la escalera –una vez roto el sobre, el interior del paquete contenía un ejemplar del folleto editado (y por lo tanto imposible de corregir).
Este litigio no se tranza sin disponer de pruebas y no veo la forma de conseguirlas, a menos que se hiciera una investigación sobre el día y la hora del encuentro de Aragon en casa de Breton, junto con otra investigación acerca del día y la hora en que salió Miseria de la poesía . Pero estos dos hombres estuvieron demasiado cercanos y su pacto fue demasiado sincero y demasiado profundo para que el pretexto de la ruptura que los separó definitivamente, algún día no se analice históricamente con precisión e imparcialidad.
Por el momento todo lo que se puede observar es que una errata sin corregir se encuentra en el texto en cuestión y que este único lapsus implica un cierto nerviosismo o precipitación en un hombre tan escrupuloso y atento a cualquier error, como era Breton; lo cual no me impide estar de acuerdo con él, contra Aragon: en un país como Francia las afirmaciones imbéciles, aún si han sido dichas por un miembro del Comité Central por quien no se tendrá más que un interés relativo en considerarlo, deben publicarse por lo menos para favorecer o acelerar su exclusión. Nadie ha estado jamás interesado en esconder la criminalidad latente de la tontería: el indigno período staliniano que por entonces comenzaba, no hizo más que confirmar los pensamientos de Breton, y si a fin de cuentas Aragon reconsideró todo este caso de manera favorable para su gran amigo de la juventud, tal vez no sería pertinente comparar su actitud con la de Babeuf que después de aprobar a los thermidorianos, pronunció su “autocrítica” desde diciembre de 1794, en el Tribuno del pueblo . Después de 200 años en Francia no deja de asistirse a una crisis general de confianza con respecto a las actitudes políticas que caracterizan la vida de los intelectuales: la mayoría de las veces depende de una capacidad de ver, de mirar de frente los propios juicios erróneos. Nada es comparable en momentos históricos tan alejados y en circunstancias sociales tan diferentes: que la U.R.S.S. no es Francia en 1972 ni en 1932 es cierto, pero la historia se ha convertido en algo tan pesado y asfixiante que ha tocado esperar más de 30 años para que Aragon vuelva a hablar en sus textos amistosamente de Breton. Sin duda alguna existen abismos históricos en los cuales se buscará siempre en vano el fondo.
En cuanto a mí se refiere, siempre recordaré a Breton confiándome que había soñado cada noche con Aragon, durante varias semanas después de su ruptura del 32. La primera vez que visité a Aragon en 1967 recuerdo que me mostró la primera nota que le había mandado Breton, pegada en la pared y frente a la cual se sentaba a escribir en su apartamento de la calle Varenne. Hágase lo que se haga y cualquiera que sean los errores de unos, siempre incomparables a los de otros; aunque la verdadera amistad entre dos hombres se rompa, siempre guarda esa transparencia que exaltaba hasta tal punto a Saint-Just, que la querría consagrar en un templo. Las disensiones más violentas que desgarraron a los revolucionarios del 93 y del 94 los conducían a la muerte, mientras que las de los surrealistas no llegaban más que a silencios cortados por insultos: yo considero que esos silencios jugaron el papel de guillotinas mentales, puesto que más de una vez han interrumpido la mayor aventura revolucionaria que puede vivir un hombre: la que consiste en provocar las más bellas tempestades de la historia con algunos amigos. Los verdaderos amigos, que según me escribía Breton en 1966 se cuentan con los dedos de las dos o de una mano, pienso que nos han dado el ejemplo más puro y más arriesgado: los Jacobinos perseguidos hasta 1800, condenados a muerte como Topino Lebrun en 1801, mediante complots fomentados por la policía del primer Cónsul, esos jacobinos que habían sido jurados del Tribunal revolucionario o miembros de los Comités. Que algunos de ellos hayan cometido faltas imperdonables –tal vez era inevitable enviar inocentes y revolucionarios a la muerte. Pero el silencio que guardó Saint-Just desde la interrupción del grotesco Tallien el 9 thermidor y su perfecta dignidad hasta en el patíbulo, dominan desde muy arriba el desenfreno de los “bribones” que lo hostigaron junto a su amigo Le Bas, que lo siguió voluntariamente a la muerte, lo mismo que Agustin Robespierre que se suicidó por su hermano.
Las dos “horneadas” de 21 y 71 guillotinados que ensangrentaron los días 10 y 11 thermidor no hicieron más que interrumpir después de dos siglos, una revolución que falta completar integralmente en Francia. Es imposible, tanto aquí como allá, que la belleza de ciertas actitudes excepcionales no eclipse todo lo que ha podido comprometerlas o contradecirlas. 

El terror gris 

Dicen que los Jacobinos “fracasaron”… y que los surrealistas también. Entonces, qué decir del constante fracaso de sus enemigos, del cretinismo o de la triste debilidad de los petimetres, de los realistas, qué decir de la ceguera y de la pedantería de los falsos historiadores, de los cientificistas de todo tipo que se atreven a juzgar desde la altura de su ignorancia imperdonable –la de aquellos que publican un pastiche de Rimbaud por uno ciento (16) – ¿decir que es una empresa que tendía, nada menos que a eliminar completamente toda clase de porquería intelectual de la superficie de nuestro planeta? ¿Con qué derecho se atreven a decidir, el día y la hora en que según su corta perspectiva y sus pequeños intereses el surrealismo se habría frenado? Temiendo la persistente rivalidad de su poder oculto, prefieren verlo morir el día que rompieron con él y, por ejemplo, no dudan hacerlo morir 20 años antes que su fundador. Ciega mezquindad: tú no podrás cretinizar por mucho tiempo aquellos que oyen, aquellos que ven, todos los otros que verán. Breton ha denunciado algunos de esos tramposos, como “asociaciones de malhechores”, así como Robespierre –acusado de dictadura por esos mismos que jugarían a los tapetes rojos para aprobar la coronación de un emperador–. Los distinguía entre todos como aquellos que si él hubiese sido el tirano que ellos denunciaban, se habrían arrastrado sedientos de oro hasta sus pies : traidores y oportunistas. Breton declaraba que la imprudencia con que los más insignes charlatanes y falsarios se apropiaron de los principios de Robespierre y de Saint-Just (17), testimonia la alteración que sufre toda toda gran idea “desde el mismo instante en que entra en contacto con la masa humana, pues deberá adaptarse a toda clase de espíritus diferentes al que la originó”. Hoy en día vivimos la época de esta degradación, de esta alteración general . Los “eminentes practicantes” que como “la Corday, Tallien, Napoleón Bonaparte y el Señor Thiers” limitan la libertad “a tiempo”, como si fuera una “enfermedad del crecimiento” (18), se multiplican de nuevo por todos lados como ratas o más bien como gallinazos. En el campo de la crítica, como en el de la historia y la política, sus émulos del presente quieren legislar en el territorio de los más grandes aventureros del pensamiento: “aquellos que han tomado al hombre sin contemplaciones”, y allí se rompen las alas. Breton profetizó en 1942 “el retorno del padre Duchesne” en un texto en que imita perfectamente la escritura hablada de Hébert. Una profecía de este tipo tomará el tiempo que quiera para realizarse, pero no ha sido pronunciada en vano: mayo de 1968 ya la mostró desacreditando de una vez por todas el mito de cualquier autoridad (aún “marxista”) que quisiera por ejemplo impedirnos seguir hasta el final el movimiento de esta frase : “¡pero joder! mira la calle, es suficientemente curiosa, equívoca, suficientemente protegida y sin embargo ella va a ser tuya, ella es magnífica! (19)” –la calle en donde lo imposible puede ocurrir: por ejemplo, el hecho de morir y vivir al mismo tiempo: sí, como Delescluze. 

El gran terror
“Yo considero de suma importancia continuar los actos de terror que los surrealistas han ocasionado”.
Max Ernst (20) 

El individualismo revolucionario que se opone tanto a cualquier centralización como a toda dictadura –vencerá un día a la policía de las ideas fijas y de los conceptos, o la libertad morirá con él… En vísperas de la última guerra, en 1939, los surrealistas firmaban un comunicado de la F.I.A.R.I. titulado: ¡ABAJO LOS DECRETOS LEYES, ABAJO EL TERROR GRIS! En 1972 las Bastillas no solamente siguen de pie sino que se construyen otras: “modelos” del género. Hoy en día, tal como en 1925, “la idea de revolución es la mejor y más eficaz salvaguarda del individuo”.
En su conferencia en la residencia estudiantil de Madrid del 18 de abril de 1925, Aragon declaraba: “Ustedes van a reír y considerar una burla que gente sin poder alguno, que no son nada, sin plata, sin hipocresía, hablen de repente sobre la revolución y adopten desde un comienzo el tono y todo el aparato mental del Gran terror . Sin embargo, este hecho sin precedentes en la historia humana es el que acaba de unir a aquellos que no se creían más que en ese solo vínculo, la poesía, y en cierto gusto por lo insensato (21)”.
Debe comprenderse que sin esta referencia explícita, provocante, subrayada e insistente, a la Revolución Francesa y al terror, el surrealismo no habría podido dominar con todo el largo de sus alas, una época de mediocridad, de prudencia pequeño burguesa y de estupidez. Ya es tiempo de medir la actualidad y la pertinencia del surrealismo. Censurar la voluntad revolucionaria de los Jacobinos surrealistas será en vano, pues ellos han llenado para siempre la poesía de una misión subversiva, y los individuos están interesados en realizarla hasta el final, a menos que quieran ser desposeídos de todos sus derechos conquistados desde hace ya casi 200 años.     

Traducción: Roberto Franco. 

(*) “Les jacobins surréalistes”. Texto extraído de De l'individualisme révolutionnaire , Ed. 10/18, París y publicado en su traducción castellana en la revista «ECO» nº 228, Bogotá, oct. 1980. Extraido del internet de http://www.archivosurrealista.com.ar/Paris44.htm

(1)  En “Clarté”, 1925.
(2) En Le drame du surréalisme , por V.Crastre, Editions du temps, 1963.
(3)  En La révolution surréaliste , nº 2, 15-I-1925.
(4)  Entretiens , p. 119-120, Editions Gallimard.
(5)  En Perspective Cavalière , entrevista de Dic. 10, 1964. Ediciones Gallimard, 1970. (Debe notarse con respecto a Delescluze, que en el Concejo de la Comuna hizo parte de los que llamaban precisamente los Jacobinos ). Las emisiones de televisión antes citadas son de Stella Lorenzi y de Alain Decaux.
(6)  En el Segundo manifiesto del Surrealismo .
(7)  Arcane 17 , Coll. 10/18, 39
(8)  Idem, p. 42.
(9)  En Signe Ascendant , Coll. Poésie, Gallimard p. 66 Cf. “Dictionnaire de la Commune” por Bernard Noël, p. 118-119, Hazan edit. 1971.
(10)  Cf. Advertissement pour la réédition du Second Manifeste (1946).
(11)  En Martinique charmeuse de serpents en colaboración con André Masson, Editions Sagittaire, París, p. 77.
(12)  En relación al escrito de Victor Crastre, El drama del surrealismo , André Breton escribe que él “supo mejor que cualquier otro despejar la atmósfera de esta época” (Cf. Entretiens , p. 121).
(13)  Perspective cavalière , p. 28.
(14)  Miseria de la poesía , “El caso Aragon frente a la opinión pública”. Ediciones Surrealistas, 1932.
(15)  La afirmacion –con la errata– era la siguiente: “ustedes no persiguen más que complicar las relaciones tan simples y tan sanas del hombre y de la mujer”. Apuntaba a un texto de Dalí titulado “Rêverie”, publicado en La Revolución Surrealista nº 4. (sic) [En este punto, el autor se confunde de publicación: se trata, no de La Revolución Surrealista , sino de El Surrealismo al Servicio de la Revolución ; y el texto de Dalí mencionado, apareció en el nº 4 de esta última (diciembre de 1931, págs. 31-36) –Archivo Surrealista ].
Cf. Entretiens , p. 161-168.
(16)  Cf. Flagrant délit , Coll. Libertés. J.-J. Pauvert, 1964.
(17)  En Prolégomènes á un troiséme manifeste, ou non.
(18)  Arcane 17 , p. 114.
(19)  En Prolégomènes á un troiséme manifeste, ou non.
(20)  En Varietés , p. XV, junio 1929.
(21)  Texto de la conferencia de Aragon, en el tomo II de L'œuvre poétique , Livre club Diderot, 1974.

martes, 14 de agosto de 2012

Documental "La Educación Prohibida"

La escuela ha cumplido ya más de 200 años de existencia y es aun
considerada la principal forma de acceso a la educación. Hoy en día, la
escuela y la educación son conceptos ampliamente discutidos en foros
académicos, políticas públicas, instituciones educativas, medios de
comunicación y espacios de la sociedad civil.

Desde su origen, la institución escolar ha estado caracterizada por
estructuras y prácticas que hoy se consideran mayormente obsoletas y
anacrónicas. Decimos que no acompañan las necesidades del Siglo XXI. Su
principal falencia se encuentra en un diseño que no considera la
naturaleza del aprendizaje, la libertad de elección o la importancia que
tienen el amor y los vínculos humanos en el desarrollo individual y
colectivo.

A partir de estas reflexiones críticas han surgido, a lo largo de los
años, propuestas y prácticas que pensaron y piensan la educación de una
forma diferente. "La Educación Prohibida" es una película documental que
propone recuperar muchas de ellas, explorar sus ideas y visibilizar
aquellas experiencias que se han atrevido a cambiar las estructuras del
modelo educativo de la escuela tradicional.

Más de 90 entrevistas a educadores, académicos, profesionales, autores,
madres y padres; un recorrido por 8 países de Iberoamérica pasando por
45 experiencias educativas no convencionales; más de 25.000 seguidores
en las redes sociales antes de su estreno y un total de 704
coproductores que participaron en su financiación colectiva,
convirtieron a "La Educación Prohibida" en un fenómeno único. Un
proyecto totalmente independiente de una magnitud inédita, que da cuenta
de la necesidad latente del crecimiento y surgimiento de nuevas formas
de educación.

 Sitio Web Oficial: http://www.educacionprohibida.com 
(ALLI LA PELICULA ESTA DISPONIBLE PARA DEScARGAR)

trAILER OFICIAL


pELICULA cOMPLETA

lunes, 13 de agosto de 2012

La anarquía x Sebastien Faure

La palabra ANARQUÍA viene del griego y está compuesta de la partícula privativa a y de arquía, mando, poder, autoridad. Etimológicamente, pues, lapalabra ANARQUÍA, que debería escribirse an-arquía, significa estado de un pueblo, o dicho con más exactitud, de un medio social sin gobierno.

Como ideal social y como realización efectiva, ANARQUÍA quiere decir una manera de vivir en la cual el individuo, desembarazado de toda coacción legal y colectiva que tenga a su servicio una fuerza pública no tendrá otras obligaciones que las que le imponga su propia conciencia. Poseerá, por tanto, la facultad de entregarse a las inspiraciones reflexivas de su iniciativa personal; gozará del derecho de intentar todas las experiencias que le parezcan deseables o fecundas; aceptará libremente todos los contratos que le liguen a sus semejantes, siempre de carácter temporal y revocable; y no queriendo hacer sufrir la autoridad de otro, sea quien sea. Así, dueño soberano de sí mismo, de la dirección que dé a su vida, de la utilización que haga de sus facultades, de sus conocimientos, de su actividad productora, de sus relaciones de simpatía, de amistad y de amor, el individuo organizará su existencia como mejor le parezca: desenvolviéndose en todos los sentidos a su manera, gozando, en todo, de su plena y entera libertad, sin más límites que los señalados por la libertad, plena y entera también, de los demás individuos.

Esta manera de vivir implica un régimen social del que está desterrada, de hecho y de derecho, toda idea de salario y asalariado, de capitalista y proletario, de amo y servidor, de gobernante y gobernado.
Se explica que, definida así la palabra ANARQUÍA, haya sido, con el tiempo, insidiosamente desviada de su significación exacta; que haya sido tomada en el sentido de “desorden”, y que en la mayoría de los diccionarios y enciclopedias sólo se mencione esa acepción: desorden, y sus sinónimos: caos, trastorno, confusión, etcétera.

Exceptuando a los anarquistas, todos los filósofos, moralistas y sociólogos, incluso los teóricos de la democracia y los doctrinarios del socialismo, afirman que sin gobierno, sin legislación, sin una fuerza represiva que asegure el respeto a la ley y castigue toda infracción de ésta, no hay, no puede haber más que desorden y criminalidad.

Ahora bien; ¿es que no se dan cuenta, moralistas y filósofos, estadistas y sociólogos, del espantoso desorden que, a pesar de la autoridad que gobierna y de la ley que reprime, reina en todas partes? ¿Tan ayunos están de sentido crítico y de espíritu de observación que no advierten que, cuanto más aumenta la reglamentación, y más se estrechan las mallas de la legislación, y más se extiende el campo de la represión, en mayor grado se multiplican la inmoralidad, la abyección, los delitos y los crímenes?

Es imposible que esos teóricos del “Orden” y esos profesores de “Moral” confundan seria y honradamente lo que ellos llaman “Orden” con las atrocidades, los horrores y las monstruosidades cuyo indignante espectáculo pone ante nuestros ojos la observación diaria.
Y, si hay grados en lo imposible, mayor es aún la imposibilidad de que esos sabios doctores acudan a la virtud de la Autoridad y a la fuerza de la Ley para atenuar y hacer desaparecer a fortiori todas aquellas infamias.

Semejante pretensión sería pura demencia.

La ley tiene un solo objetivo: justificar primero y sancionar después todas las usurpaciones e iniquidades sobre las cuales se asienta lo que los beneficiarios de esas iniquidades y usurpaciones llaman “orden social”. Los detentadores de la riqueza han cristalizado en la ley la legitimidad original de su forma; los detentadores del Poder han elevado a la categoría de principio inmutable y sagrado el respeto debido por las muchedumbres a los privilegiados, al Poder y a la majestad con que se aureolan. Se puede examinar hasta el fondo el conjunto de esos monumentos de hipocresía y de violencia que son los Códigos, todos los Códigos: no se hallará una disposición que no esté en favor de estos dos hechos de orden histórico y circunstancial que se pretende convertir en hechos de orden natural y fatal: la Propiedad y la Autoridad. Cedo a los hipócritas oficiales y a los profesionales del charlatanismo burgués todo lo que en la legislación se refiere a la “Moral”, ya que ésta no es, ni puede ser, en un estado social basado en la Autoridad y en la Propiedad, más que la humilde servidora y la desvergonzada cómplice de aquélla y de ésta.

A propósito de la palabra ANARQUÍA, tomada en el sentido de desorden, nos parece conveniente transcribir estas magníficas palabras de Kropotkin:

«“¿De qué orden se trata? ¿Es de la armonía con que soñamos los anarquistas? ¿De la armonía que se establecerá libremente en las relaciones humanas cuando la humanidad deje de estar dividida en dos clases, una de las cuales es sacrificada en provecho de la otra? ¿De la armonía que surgirá espontáneamente de la solidaridad de intereses, cuando todos los hombres formen una sola familia, cuando cada uno trabaje para el bienestar de todos y todos para el bienestar de cada uno? ¡Claro que no! Los que tachan a laANARQUÍA de ser la negación del Orden, no hablan de esta armonía de porvenir; hablan del orden tal como se le concibe en nuestra sociedad actual.

Veamos, pues, lo que es ese “Orden” que la ANARQUÍA quiere destruir.

“El Orden de ahora, lo que se entiende por “Orden”, es que las nueve décimas partes de la humanidad trabajen para procurar el lujo, los goces y la satisfacción de las pasiones más execrables a un puñado de haraganes. El Orden de la privación, para esas nueve décimas partes, de todo lo que es condición necesaria para una vida higiénica, para un desenvolvimiento racional de las cualidades intelectuales. Reducir a nueve décimas partes de la humanidad a vivir al día, como bestias de carga, sin poder atreverse a pensar jamás en los goces suministrados al hombre por el estudio de las ciencias, por la creación artística: ¡he ahí “el Orden”!”

“El Orden es la miseria, el hambre convertida en estado normal de la sociedad. Es el campesino irlandés muriendo de hambre; es el pueblo de Italia reducido a tener que abandonar su campiña lujuriante para vagar a través de Europa en busca de un túnel cualquiera que perforar, en donde correrá el peligro de morir aplastado, tras haber subsistido unos meses más; es la tierra arrebatada al campesino para dedicarla a la cría de ganado o de caza, que servirá de alimento a los ricos; es la tierra dejada sin cultivar antes de restituirla al que no pide otra cosa que cultivarla”.

“El Orden es la mujer que se vende para sustentar a sus hijos; es el niño reducido a estar encerrado en una fábrica o a morir de inanición; es el fantasma del obrero rebelde ante las puertas del rico, el fantasma del pueblo sublevado ante las puertas de los gobernantes”.

“El Orden es una minoría ínfima elevada a los sitiales gubernamentales, que se impone, por esta razón, a la mayoría, y que adiestra a sus hijos para ejercer más tarde las mismas funciones, a fin de mantener los mismos privilegios por la astucia, la corrupción, la fuerza y la matanza”.

“El Orden es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación; es el cañón que no cesa de retumbar; es la devastación de las campiñas, el sacrificio de generaciones enteras sobre los campos de batalla, la destrucción en una año de las riquezas acumuladas durante siglos de rudo trabajo”.

“El Orden es la servidumbre, el encadenamiento del pensamiento, el envilecimiento de la raza humana, sometida por el hierro y por el látigo; es la muerte repentina por el grisú, la muerte lenta por el hundimiento, que hace perecer todos los años, enterrados y destrozados, a millares de mineros, víctimas de la avaricia de los patronos; es la persecución, bayoneta en ristre, de los que se atreven a quejarse. ¡He ahí el Orden!”».

Y para dar mayor fuerza a su pensamiento, Kropotkin continúa en estos términos:

«”Y el desorden, lo que suelen llamar desorden, es el levantamiento del pueblo contra ese orden innoble, rompiendo sus cadenas, destruyendo sus trabas y yendo hacia un porvenir mejor; es lo más glorioso que la humanidad tiene en su historia; es la rebelión del pensamiento en la víspera de las revoluciones; es el derrocamiento de las hipótesis sancionadas por la inmovilidad de los siglos precedentes; es la aparición de todo un raudal de ideas nuevas, de invenciones audaces; es la solución de los problemas de la ciencia”.

“El desorden es la abolición de la esclavitud antigua; es la insurrección de los municipios, la abolición de la servidumbre feudal, las tentativas de abolición de la servidumbre económica”.

“El desorden es la insurrección de los campesinos sublevados contra los curas y los señores, quemando los castillos para dejar sitio a las cabañas, saliendo de sus guaridas para ocupar un sitio al sol”.

“El desorden, lo que llaman el desorden, son las épocas durante las cuales generaciones enteras soportan una lucha incesante y se sacrifican para preparar a la humanidad una existencia mejor, librándola de las servidumbres del pasado. Son las épocas durante las cuales el genio popular cobra su libre desarrollo y da, en pocos años, pasos gigantescos, sin los cuales el hombre permanecería en el estado de esclavo antiguo, de ser rastrero, de animal envilecido en la miseria”.

“El desorden es el nacimiento de las más bellas pasiones y de las mayores abnegaciones; es la epopeya del supremo amor a la humanidad”».

ORDEN Y ORDEN

Juan Guillermo Colins, el fundador del socialismo racional, ha expuesto, en sus múltiples producciones, que el Orden es indiscutiblemente necesario a la vida de los hombres agrupados en sociedad. Ahora bien, dice (resumo aquí lo esencial de su doctrina), el Orden no puede basarse más que en la fuerza o la razón. Si se basa en la fuerza, sólo puede mantenerse por la violencia sistemática y gubernamentalmente organizada. Si se basa en la razón, halla su punto de apoyo en la aquiescencia voluntaria y reflexiva de todos. En el primer caso, el Orden, sinónimo de injusticia y de desigualdad, es inestable, frágil, efímero; está constantemente expuesto a ser perturbado por el descontento y la insurrección de la muchedumbre a la que pretende imponerse; y entonces el Orden no se concibe sino bajo la forma del policía y del verdugo. Mas si se basa sobre el granito de la razón, madre de la justicia y de la igualdad, el Orden llega a ser de una sorprendente estabilidad: los cambios, las transformaciones traídas del régimen social no hacen más que fortalecer su poder, puesto que esos progresos y mejoras son el resultado de un esfuerzo nuevo hacia un resplandecimiento más fecundo de la razón misma.

Los anarquistas se expresan de un modo casi idéntico. Dicen que el orden social no puede apoyarse más que en la violencia o en la armonía. Si se apoya en la violencia, es evidente que dimana -sea cual sea en sus detalles-del principio de autoridad, y que encarna en la institución gubernamental proclamada necesaria. Si, por el contrario, se apoya en la armonía, excusado es decir que procede -sea cual sea en sus detalles- del principio de libertad, y que la organización del orden social así concebido y realizado rechaza implacablemente todo organismo central: Poder, Gobierno, Estado, que engendra e implica fatalmente la violencia.

JUSTIFICACIÓN DEL ANARQUISMO

En ciencia, cuando después de haber recorrido con perseverancia el ciclo de las experiencias, hechas sobre la aplicación de un mismo principio, se ha demostrado y reconocido que esas experiencias no han llevado a los resultados que se esperaban; cuando por la acumulación de estos reiterados fracasos se ha establecido que principio, método y resultados se excluyen; en ciencia, digo, es usual y corriente condenar, en tales condiciones, el método aplicado y el principio del cual aquél no es más que la realización práctica. Ahora bien; he aquí que hace siglos y siglos que, para organizar y asegurar la armonía social, los pensadores, teóricos y doctrinarios fieles al principio de autoridad aplican, en el dominio social, todos los métodos de gobierno posibles e imaginables. Puede decirse que no han olvidado ninguno: aristocracia, democracia, oligarquía, plutocracia, poder absoluto, poder constitucional, monarquía, república, dictadura, cesarismo; la historia atestigua que se han experimentado todas las formas gubernamentales. El resultado constante de esos experimentos ha sido constante el embrollo, el desorden, los antagonismos, las guerras, los crímenes de toda clase, en todos los tiempos y en todos los lugares.

Pues buen; lejos de condenar el principio de autoridad y de renunciar a los métodos de aplicación que de él se derivan, nuestros amos -es bien fácil comprender por qué- se obstinan en afirmar que es necesario aquel principio y que son excelentes estos métodos.

Esto es sencillamente una aberración. Sólo los anarquistas se alzan contra esa incurable locura. Sólo ellos afirman que, no habiendo engendrado el Gobierno, el Estado, la Autoridad, desde que existen, en todos los países del mundo, a pesar de los cambios de forma y de nombre, de la transformación de las constituciones y de los regímenes, más que confusión, sufrimiento, miseria, guerras y desórdenes, la más elemental cordura exige que se renuncie a esperar de ellos lo que no pueden producir, y que se intente lealmente el ensayo de una organización social sin Gobierno, sin Estado y sin Autoridad; es decir, el ensayo de una sociedad anarquista.

INUTILIDAD DE TODA OPOSICIÓN AL ANARQUISMO

Como puede verse, el concepto anarquista no es fruto de generación espontánea. No ha nacido súbitamente y como por parte del birlibirloque de una hipótesis que surge sin que nada la haya suscitado, de una inspiración repentina, pueril o genial. Este concepto hunde sus raíces en el suelo profundo de la Historia, de la experiencia y de la razón. Y estas raíces son ya indestructibles. Todavía les es posible a los amos cortarlas a medida que rasgan la corteza de los prejuicios que las cubren y les impiden mostrarse a los ojos de todos; pero no por eso dejan de persistir en desarrollarse, robusteciéndose y extendiéndose en las entrañas del viejo mundo de opresión, de ignorancia, de miseria, de odio y de fealdad.

LA DOCTRINA ANARQUISTA SE RESUME EN UNA PALABRA: LIBERTAD
La ANARQUÍA no es una religión; no tiene por punto de partida ninguna revelación; no conoce afirmación dogmática alguna; repudia el apriorismo; no admite la idea sin prueba.
Es a la vez una doctrina y una vida: doctrina que se inspira en la evolución constante de los acuerdos individuales y colectivos que constituyen la vida misma de las personas y de las colectividades; vida que tiene en cuenta esa transformación incesante y se refleja en la doctrina.
Es una doctrina porque la historia, la experiencia y la razón nos han demostrado ciertas verdades cuya exactitud, confirmada por la observación y el examen escrupulosamente imparcial de los hechos, no es ya discutible. Esas mismas verdades son concordantes; no sólo no se combaten, sino que incluso se unen, se apoyan mutuamente, se encadenan. Ya fuertes y resistentes por sí mismas, cada una de esas verdades toma a las demás -próximas o distantes-un aumento de fuerza y de resistencia. Este conjunto de certidumbres es lo que forma y cimenta la doctrina, sobre cuyo fondo mismo todas las tendencias anarquistas, aunque numerosas, son unánimes e inseparables.
De esta doctrina se desprenden cierto número de principios directores que, aplicados a la vida, determinan el medio social que quieren instaurar los anarquistas.
Así, pues, por una parte es el estudio, la observación de la vida individual y social, lo que nos aporta las verdades y certidumbres sobre las cuales se edifica nuestra doctrina anarquista; por otra parte, son los principios directores los que, procediendo de esta doctrina, deben presidir a la organización de la vida individual y social que nosotros llamamos “la ANARQUÍA”.
La doctrina parte del individuo que vide en sociedad: he ahí el aspecto teóricode la ANARQUÍA. Después, como regla de vida, la ANARQUÍA parte de la doctrina y determina el medio social y sus innumerables convenios: he ahí el aspecto práctico de la ANARQUÍA.
Desde el punto de vista social, la ANARQUÍA se resume en dos palabras: Libre acuerdo. Si esta fórmula parece demasiado breve, si se quiere que sea más explícita, diré, para que gane en claridad y precisión: Libertad por el acuerdo, o mejor aún: Libertad de cada uno por el acuerdo entre todos. La libertad es el alfa y omega, es decir, el punto inicial y el punto final de la teoría: el libre acuerdo es el principio y el fin de la práctica. Dicho de otro modo: La libertad es la doctrina; el acuerdo es la vida.
Pero esto requiere más explicaciones. He aquí la demostración que se impone:
Todos los filósofos y sociólogos que han estudiado seria e imparcialmente la naturaleza humana, han comprobado que todas las aspiraciones, todos los deseos, todos los anhelos, todos los movimientos, todas las actividades del individuo tienen por objeto la satisfacción de una o varias necesidades. No hace falta, por lo demás, haberse entregado a profundos estudios filosóficos, biológicos o sociológicos para llegar a esta comprobación. Cualquiera de nosotros puede hacerla si se lo propone.
A esa primera comprobación hay que añadir la siguiente: que la satisfacción de una necesidad proporciona al que la siente una sensación de placer, mientras que la no satisfacción de esa necesidad le causa una sensación de pena.

Esta segunda comprobación es también una de las muchas que cualquiera de nosotros puede hacer y que no deja lugar a dudas.

De estas dos comprobaciones, de las que la segunda no es más que la consecuencia lógica de la primera, sacamos por conclusión que el individuo, al buscar la satisfacción de sus necesidades, tiene por mira el placer que encuentra, y en consecuencia afirmamos que el hombre busca la dicha.
La persecución de la dicha se convierte, pues, en el objetivo preciso al cual tiende el ser viviente.
Henos aquí llegados a un punto importante, que consideramos como fundamental de la ANARQUÍA.
El ser humano no vive en el aislamiento, sino que se agrupa con los seres de su especie: vive en sociedad. Esto nos conduce a pasar de lo individual a lo social. Si el individuo se agrupa, lo hace, en primer lugar, porque ello está dentro de su naturaleza y porque experimenta esta necesidad; en segundo lugar, porque instintivamente trata de aumentar su felicidad mediante el apoyo y la protección que espera encontrar en sus semejantes.

De ahí esta conclusión: la agrupación en sociedad tiene por objeto aumentar la felicidad de los que la constituyen. En otros términos: lo social debe contribuir a que el individuo se acerque al logro de su objetivo: la felicidad. Por consiguiente, la razón de ser de lo que ese llama sociedad no es otra que la de asegurar la felicidad de sus miembros.

Henos ya en posesión de un segundo puesto importante, fundamental de laANARQUÍA.
Dirijamos ahora una rápida mirada hacia atrás, tanto para ver el camino recorrido por nuestro razonamiento como para soldar fuertemente las dos comprobaciones que llevamos hechas.
Primera comprobación: el individuo busca la felicidad por la satisfacción de sus necesidades. Segunda comprobación: la sociedad tiene por objeto asegurar y aumentar la felicidad de todos sus miembros. Luego la felicidad del individuo es la finalidad de la vida individual, y la felicidad de todos los individuos es la finalidad de la vida social.

Así llego a la tercera de las comprobaciones que, ligadas entre sí, conducen a la primera de las certidumbres sobre las cuales descansa la doctrina anarquista.

De todas las formas de sociedad, la peor es forzosamente la que más se aleja del objetivo por alcanzar: la felicidad de los individuos que la componen. De todas las formas de sociedad, la mejor es forzosamente la que más se aproxima a aquel objetivo. La sociedad más criminal es aquella en que la proporción de los desgraciados es más elevada, y la sociedad ideal es aquella en que serán dichosos cuantos la compongan. El progreso social, el progreso verdadero, positivo, indiscutible, no es, no puede ser otra cosa que la ascensión gradual hasta esta sociedad ideal. Tal es nuestra tercera comprobación.

Como hace un momento, volvamos sobre nuestros pasos, o, mejor dicho, detengámonos y formemos un haz con las tres comprobaciones adquiridas:

Primera: El individuo busca la felicidad.

Segunda: La sociedad tiene por objeto procurársela.

Tercera: La mejor sociedad es la que más se acerca a este objeto.
Tenemos ya, aquí, la primera de nuestras certidumbres.

Busquemos la segunda, planteándonos esta cuestión: las múltiples formas de sociedad que se han sucedido hasta hoy, ¿han respondido al fin que debe asignarse la agrupación social: la felicidad de todos sus miembros?

Aquí entra la Historia en escena: la Historia, que nos ofrece las enseñanzas del pasado. Nos es preciso, pues, consultar la Historia. Esta nos suministra, apoyándola en la más abundante y auténtica documentación, la prueba de que la inmensa mayoría de los individuos ha sido, y es, desgraciada.
Me parece que, sobre este punto, no tengo que insistir. Así, pues, prosigo y planteo dos por qués ligados entre sí.

a) ¿Por qué han sido desgraciados los individuos? Porque casi todos ellos estaban privados de la facultad de satisfacer sus necesidades.

b) ¿Por qué estaban privados de esta facultad? Porque desde hacía siglos y siglos unos cuantos hombres se habían apoderado de todas las riquezas y de todas las fuentes de éstas, en detrimento de los demás hombres. Porque esos poseedores dictaron leyes destinadas a legitimar, a consolidar sus expoliaciones. Porque organizaron un Poder y unas fuerzas cuya misión era someter a los despojados, impedir que se sublevaran y, en caso de rebelión, castigarles. Porque los poseedores y amos inventaron unas religiones cuyo fin era imponer a los desposeídos y sojuzgados la sumisión a las leyes, el respeto a los amos y la resignación a su propio infortunio. Porque ese acaparamiento de la riqueza, esa legislación, ese Poder y esa religión se coligaron poderosamente contra la multitud de los explotados y de los oprimidos, privados así de la facultad de comer según su apetito, de hablar, de escribir, de agruparse a su capricho, de pensar y de obrar libremente. Porque la Propiedad era la autoridad de una clase sobre las cosas; el Estado, la autoridad sobre los cuerpos; la Ley, la autoridad sobre las conciencias, y la Religión, la autoridad sobre los espíritus y los corazones. Porque todos aquellos que no pertenecían a la clase dominante, en cuyas manos estaban reunidos el Capital, el Estado, la Ley y la Religión, formaban una clase innumerable de pobres, de súbditos, de sometidos a jurisdicción y de resignados. Porque, física, intelectual y moralmente, esa multitud estaba reducida a la esclavitud. Porque, en una palabra, esa multitud no era libre.

Esta clase no poseía ayer, ni posee hoy, la libertad de satisfacer las necesidades de su cuerpo, de su espíritu y de su corazón; por eso ha sido y sigue siendo desgraciada.

He ahí lo que, consultadas leal, atenta e imparcialmente, responden la Historia y la Experiencia. Ambas atestiguan que, en el seno de las sociedades pasadas, la clase más numerosa era desgraciada porque no era libre; y que lo mismo acontece en nuestros días.

La causa de todo el mal ha sido, pues, y lo sigue siendo, la autoridad bajo todas las formas, formas que ya he enumerado. El remedio consiste, por tanto, en romper todos los resortes de esa autoridad: Capital, Estado, Ley, Religión, y en fundar una sociedad enteramente nueva basada en la Libertad.
He ahí nuestra segunda certidumbre. Enlazándola a la primera, vamos a ver toda la doctrina.

Primera certidumbre: El hombre busca la felicidad; la sociedad tiene por objeto asegurársela: la mejor forma de sociedad es aquella que más se acerca a este objeto.

Segunda certidumbre: El hombre es feliz en la medida que es libre de satisfacer sus necesidades; la peor de las sociedades es aquella en que el hombre tiene menos libertad; la mejor es, en consecuencia, aquella en la cual tiene más libertad. La sociedad ideal será aquella en que el hombre sea completamente libre.

En conclusión: la doctrina anarquista se resume en una sola palabra: Libertad.

CÓMO SE REALIZARÁ LA ANARQUÍA

Pero he dicho que la ANARQUÍA es: primero, una Doctrina; segundo, una Vida. Vamos a pasar ahora de la primera a la segunda, de la teoría a la práctica, del principio a la realización, de la Doctrina que inspira e impulsa a la Vida que realiza.

De cuando llevamos dicho se desprende que el nacimiento de la ANARQUÍA (estado social sin Gobierno, sin Estado, sin Autoridad, sin violencia) no puede ser sino consecutivo a la muerte del estado social actual.

Aquí comienza la segunda parte de mi demostración.

La Historia, la Experiencia y el Razonamiento, esas tres abundantes fuentes de las que el hombre extrae todas las verdades útiles, nos han llevado a la condenación inapelable de todas las sociedades que practican el régimen de la autoridad y a la necesidad de instituir sobre la Libertad el medio social.
Me imagino, pues, hecha la revolución: la autoridad ha sido reducida a cenizas; se trata, ya, de vivir en libertad. Hemos destruido, nos es preciso reconstruir. ¿Qué haremos?

Los semilocos (no puedo, si son sinceros, calificarnos de otro modo) piensan todavía en un acoplamiento singular de los dos principios contradictorios de Libertad y Autoridad. Sueñan aún con asentar la libertad de todos sobre la autoridad de unos pocos, icono si la Autoridad pudiera dar origen a la Libertad y favorecer su desarrollo. Los anarquistas combaten este absurdo con una lógica implacable y una energía indómita. Se yerguen contra toda tentativa de restauración autoritaria; se oponen a todo ensayo de resurrección del Poder, sea en la forma que sea. Acaban por triunfar sobre sus adversarios y rompen sus últimas resistencias. Es el período, más o menos largo, durante el cual el deber más apremiante y la necesidad más imperiosa son defender la revolución libertaria victoriosa contra las reacciones ofensivas de los mantenedores de la autoridad, incluso de la que los anarquistas consideran como la más intolerable, más absurda y más peligrosa: la dictadura del proletariado.
Los defensores de la revolución estiman, en fin, que dos cosas contradictorias no pueden engendrarse mutuamente, puesto que se excluyen, y que, por consiguiente, así como la autoridad social no puede conducir a la libertad individual, del mismo modo de la libertad individual no puede salir autoridad social.

La quiebra y la abolición del principio de autoridad no se hallan bien definidamente establecidas. No se trata ya sino de dar al principio de libertad una realidad viva y fecunda.

Sigamos con ahínco el problema y no perdamos de vista que suponemos la autoridad gubernamental destrozada por la revolución triunfante: he ahí al individuo desembarazado de sus cadenas; se ha convertido en un ser libre, es decir, está en posesión de la facultad de satisfacer sus necesidades y, por consiguiente, de ser feliz.

Pero como es un ser sociable que vive entre sus semejantes y participa de la vida común, hay que precisar lo que habrá de dar a sus iguales y lo que deberá recibir de ellos; en qué condiciones y en qué medida colaborará a la satisfacción de las necesidades experimentadas por todos y obtendrá, en cambio, la satisfacción de las suyas.

El problema se impone, imperioso y urgente. ¿Cómo resolverlo? No hay que pensar en recurrir a la fuerza, a la violencia, a la sujeción, formas diversas de la autoridad, sino a la dulzura, a la persuasión, a la razón, formas múltiples de la Libertad.

Fijémonos en la razón. Ante todo, es preciso que ésta se imponga por sí misma, en virtud de su propia fuerza; por el único ascendiente de su prestigio, y no por amenazas o sanciones.

Entonces se indaga, se experimentan, se compulsan, se examinan los resultados de los diversos métodos de aplicación. Aparece el acuerdo, se muestra, se recomienda por sus resultados y conquista los sufragios.

Ahí está, elocuente y demostrativo, el ejemplo de la Naturaleza. Todo en ella es armonía por acuerdo libre y espontáneo, por afinidades y caracteres comunes entre individuos o unidades de la misma especie; las infinitamente pequeñas, como partículas de polvo, se buscan, se atraen, se aglomeran y forman organismos; estos organismos se buscan, se atraen, se aglomeran y forman organismos cada vez más vastos.

Se hace la prueba de este método tomado del origen natural, una prueba leal y realmente condicionada. Se repite el ensayo: los resultados, aplicados al orden social, son satisfactorios. Se extiende el ensayo, se aplica a masas crecientes: sale vencedor de esta prueba, triunfa, queda finalmente adoptado.

Este es el método del acuerdo libre y espontáneo. La unidad más pequeña: el individuo, busca, atrae a las demás, se aglomera con ellas y así se forman los municipios. Los municipios, a su vez, se buscan, se atraen, se aglomeran y forman un organismo más vasto aún y más complejo: la nación.

Acuerdo entre los individuos y las familias que constituyen el organismo municipal; acuerdo entre los municipios que constituyen el organismo regional; acuerdo entre las regiones que constituyen el organismo nacional; acuerdo de abajo arriba, acuerdo en todos los grados, acuerdo en todas las partes.

Los pueblos que viven en comunismo libertario se buscan, se atraen, se aglomeran y forman un organismo más vasto aún que la nación. El día en que todas las naciones vivan en comunismo libertario, se buscarán necesariamente, se atraerán fatalmente, se aglutinarán y formarán un inmenso organismo internacional que las englobe a todas. Ésta será la realización mundial de la libertad de cada uno por el acuerdo entre todos.

Porque, lo que no hay que perder de vista, es que la organización central no es ya, como antes, el organismo más vasto, que por vía de absorción o de anexión, de violencia o de guerra, acarrea la comprensión de los organismos intermediarios y de los núcleos para llegar al aplastamiento de las moléculas individuales. Todo lo contrario: la molécula individual es la que, por vía de acuerdo y de extensión o desarrollo, se une a las moléculas más próximas y forman núcleo con ellas; luego, pasando por organismos cada vez mayores y ensanchándose continuamente, el círculo de acuerdo reúne, en una vida cada vez más intensa, fecunda y feliz, la totalidad de las moléculas individuales.

He ahí la imagen de la vida comunista libertaria, de la ANARQUÍA, de la libertad de cada uno por el acuerdo entre todos.

SÓLO EN ANARQUÍA ES LIBRE EL INDIVIDUO

La ANARQUÍA es de base individualista. Los gobiernos, las religiones, las patrias, las morales, tienen este rasgo común: que en su nombre e interés ­llamado “superior”- se han olvidado, violentado e inmolado los verdaderos intereses del individuo. Los gobiernos comprimen, oprimen y estrujan al individuo; las religiones le privan de la facultad de pensar libremente y de razonar cuerdamente; las patrias le precipitan, de grado o por fuerza, en las matanzas guerreras; las morales hacen pesar sobre él las más necios obligaciones y los deberes más opuestos a su expansión natural y a la vida normal. Por la ignorancia y la cobardía, mediante la violencia y la represión, todas estas instituciones autoritarias crean en la muchedumbre las mentalidades de esclavos y los hábitos gregarios de que las clases dominantes tienen necesidad para perpetuar el régimen del cual son ellas las exclusivas e insolentes beneficiarias. La ANARQUÍA se propone sustraer a todos los seres humanos a esa multitud de violencias físicas, intelectuales y morales de que son víctimas. Niega a la sociedad el derecho de disponer soberanamente de aquellos que la componen. Declara que este término vago: “la sociedad”, no responde a nada fuera de los individuos, que son los únicos que le dan una realidad viva y concreta. Certifica que sin el individuo, unidad tangible, palpable, la sociedad sería un total inexistente y una expresión desprovista de toda significación positiva. Estas aserciones son de una exactitud tan palmaria, que se siente cierta vergüenza al formularlas, con la aprensión de verse acusado de querer empujar puertas abiertas.

Pero hay que guardarse bien de creer que, si la ANARQUÍA es de base individualista, se ha de deducir de ahí que condena al individuo al aislamiento y rompe los lazos de todo género que le unen a sus semejantes.

Lo cierto es precisamente lo contrario, y no es posible concebir un medio social en el cual sean más sólidas y más numerosas que en ANARQUÍA las relaciones que unen entre sí a todos los representantes de la especie. En tanto que -y esta oposición es fundamental-, aprisionado el individuo en la red de obligaciones y constreñimientos que en nombre del Estado, de la propiedad, de la religión, de la moral, de la familia, de la patria y demás... mojigangas hacen de él un esclavo, que se ve obligado a pasar promiscuidades, asociaciones, complicidades y contratos respecto a los cuales, no habiendo sido consultado, no le ha sido, por tanto, hacedero pronunciarse, ese mismo individuo, convertido en un ser libre, tendrá en una sociedad anarquista la facultad de disponer de sí mismo en todo y para todo, sin otra obligación que la que libre y conscientemente haya contraído. Bajo un régimen autoritario. Los lazos que encadenan a los individuos entre sí son rígidos, artificiales y obligatorios; enANARQUÍA sólo serán válidos los contratos libremente contraídos que los unan, y estos contratos serán siempre simples, naturales, libremente aceptados y libremente anulados.

OBJETIVO DE LA ANARQUÍA

En El Dolor Universal preciso en estos términos el fin a que tiende la ANARQUÍA: “Instaurar un medio social que asegure a cada individuo la mayor felicidad posible adecuada a cada época, según el progresivo desenvolvimiento de la Humanidad”.

A más de treinta y cinco años de distancia, no veo la necesidad de modificar esta proposición. Pero requiere algunas ampliaciones, y voy a examinar uno por uno sus términos.

a) Instaurar. – No digo “crear”, sino “instaurar”. He aquí por qué: Todo, en la Naturaleza, evoluciona sin cesar. Nada es fijo, nada está inmóvil. El individuo, como todo lo demás, se transforma continuamente; no permanece nunca idéntico a sí mismo; su hoy está hecho necesariamente de todos sus ayer y contiene, en estado potencial, todos sus mañana. El agregado humano no es, pues, más que una forma pasajera de la materia, y este mismo agregado sufre incesantemente las más diversas modificaciones.

Ahora bien; Spencer dice (El Individuo contra el Estado) que “la naturaleza de los agregados está necesariamente determinada por la naturaleza de las unidades componentes”, de donde se deduce que, no por menos visibles, los perpetuos cambios del agregado colectivo o social son menos reales que las modificaciones del agregado individual. Compuesto de unidades en estado constante de modificación, el cuerpo social se transforma sin descanso. Su presente está hecho de todos los materiales de su pasado y contiene, en germen, todos los materiales de su porvenir.

Augusto Comte, en su Introducción a la Metafísica, escribe: “Cada individuo, cada pueblo, cada ciencia, y la misma Humanidad, pasan por todas las fases. Las ideas que caracterizan un período nacen de las ideas de períodos precedentes, se desarrollan y crecen a expensas de estas ideas, y luego, a su vez, menguan insensiblemente, después de haber dado origen a las ideas del período siguiente”.

“La vida social -dice Guillermo de Greef, en Introducción a la Sociología, tomo I­, es decir, la correspondencia siempre completa y perfecta de sus órganos y de sus funciones en condiciones cada vez más numerosas y particulares, es una eterna metamorfosis; en esto no hace más que ajustarse a las leyes universales de la materia y de la fuerza”­

Y más adelante añade: “La sociedad es un organismo cuyo equilibrio, siempre inestable, contiene órganos y funciones que le unen al pasado, y otros que le ligan al porvenir”.

¡Notable rareza de la óptica humana! Dos fenómenos que reunidos producen ante todo el intelecto una especie de contradicción por su apariencia antitética, ocultan a nuestros ojos el indisoluble encadenamiento de los hechos, que une todas las páginas de la historia humana: es la inmensidad del camino recorrido comparada con la lentitud de la evolución social.

Es tan breve nuestra vida y tan débil nuestra vista, que no divisamos los innumerables elementos que se mueven a nuestro alrededor matando esto y dando movimiento a aquello. Creemos tener ante los ojos el espectáculo de la inmovilidad. Es esta sensación superficial de estancamiento social, o al menos de la lentitud evolutiva, lo que por un efecto, en cierto modo reflejo, contribuye a esa misma lentitud.

“Esto no cambiará nunca; en todo caso, si cambia, nosotros no lo veremos”. He ahí lo que dicen muchas gentes. Y los desheredados se resignan, conllevan su mal con paciencia, aceptan lo que miran como una especie de fatalidad. “¡No hay remedio!”, exclaman, y los privilegiados se tranquilizan, se ciegan y se acorazan en indiferencia. “¡Después de nosotros, el diluvio!”, se dicen.
No obstante, ¡qué incalculable serie de transformaciones, desde los toscos esbozos de las primeras aglomeraciones humanas hasta la organización tan compleja, tan metódicamente dispuesta de las sociedades modernas! El espíritu se queda estupefacto y los ojos deslumbrados ante el espectáculo grandioso de un desarrollo tan extraordinario.

Uno de los hombres que más han contribuido, en nuestra época, a la vulgarización de la idea materialista, L. Büchner, se expresa así:

“Llegará un tiempo en que la distancia entre el punto de partida y el punto de llegada se ensanchará de tal modo, que los mismos sabios del porvenir se negarán a admitir la posibilidad de un nexo entre ellos, si los escritos y los vestigios del pasado no les ofrecen los materiales necesarios para guiarles en sus juicios”. (Luz y Vida, página 326).

Me ha parecido conveniente insistir en las consideraciones que me han llevado a servirme de la expresión “instaurar” con preferencia a la de “crear”, por ejemplo, y esto no sólo porque la palabra es infinitamente más exacta, sino también y sobre todo porque nos proponemos indicar, en el transcurso de este estudio, los fenómenos que empujan triunfalmente a las presentes generaciones hacia la dicha instauración y los medios que conviene emplearpara apresurarla. Se verá así también la distancia que separa a la ANARQUÍA de las “utopías”, construidas las más de las veces por hombres de buena fe que presentían de un modo notable el porvenir, pero que prescindían en absoluto, en sus concepciones respetables, de los materiales que la época ponía a su disposición.

b) Un medio social. – Estas palabras son tan claras por sí mismas, que apenas exigen explicación.
El medio social es como la síntesis de las innumerables relaciones de los individuos, de los sexos, de los grupos entre sí. Es la resultante de todas las organizaciones, instituciones y costumbres. Es una especie de ser impersonal, como la sociedad misma, constituido por las relaciones de toda índole -físicas, intelectuales, morales- que entraña la práctica de la sociabilidad.

Si existe hoy una teoría fuera de todo debate y espléndidamente esclarecida por los naturalistas, seguramente es la de “la adaptación del ser al medio”.

No cabe duda de que, en el mundo físico, el medio ejerce una influencia decisiva sobre todo y sobre todos; ¿quién se atrevería a afirmar que en el mundo psíquico no acontece lo propio?

Algunos afirman que si el medio social actúa sobre el individuo, éste es capaz de reaccionar. Esta opinión es justa hasta cierto punto. Sostener lo contrario sería reconocer a la vez, de una manera implícita, que el medio social es en cierto modo independiente de las personalidades que lo componen, lo que sería un absurdo, y que al individuo, por no poder nada sobre el medio, por ser inútil todo esfuerzo, no le queda más que cruzarse de brazos.

Ninguna doctrina sería tan peligrosa, y conviene combatirla con la mayor energía, no tanto porque sea peligrosa como porque es contraria a la verdad, a la observación.

Pero no es menos cierto que, así como la fauna y la flora toman del ambiente cósmico los elementos de su vida, y un observador atento y clarividente podría, examinando un animal o una planta, determinar las condiciones de época, de clima, de atmósfera y de topografía, del mismo modo el individuo toma de la estructura social sus ideas, sus sentimientos, sus aspiraciones y sus costumbres.
Se comprenderá, pues, toda la importancia de ese medio social de cuyo establecimiento se trata, puesto que deberá, por decirlo así, poner su garra en todas las manifestaciones de la vida social y privada; puesto que lo que vele el medio vale el hombre; puesto que el uno es el árbol y el otro el fruto; puesto que, en fin, tan ilógico sería pensar en transformar al individuo sin tocar al medio, como racional es prever, sin que sea necesario para ello ser profeta, que modificado el medio modificados serán también los hombres que lo componen.

c) Que asegure a cada individuo. – Las formas sociales que se han sucedido hasta hoy, al jerarquizar las funciones y los seres, han tenido como consecuencia invariable asegurar todas las ventajas a un número más o menos restringido de éstos, en detrimento de los demás.

Ahora bien; ¿conviene tratar de invertir el orden de los factores en el sentido de favorecer al mayor número? La cuestión social, ¿se aplica a unos pocos, a la mayoría, o a la universalidad de los seres humanos?

Basta con hacer la pregunta: cada cual responda.

Yo hubiera podido escribir, en lugar de estas tres palabras: “a cada individuo”, estas otras: “al pueblo”; o éstas: “a la humanidad”; o éstas: “al proletariado”; o éstas, en fin: “a todos”. Pero desconfío de las expresiones demasiado generales. La experiencia me ha ensañado que ocultan casi siempre una trampa, o que al menos pueden ocultarla.

¡Pobre “pueblo”, pobre “humanidad”, pobre “todo el mundo”! ¡Se ha usado y abusado tanto de ustedes para mejor disimular las vergonzosas combinaciones de los gobiernos y de las clases!

Hay multitud de ficciones que, por un medio de espejos sabiamente dispuestos, dan la ilusión de la realidad; tal, por ejemplo, la igualdad de todos ante la ley. Basta pasar por detrás de los espejos para descubrir el “truco”.

La expresión “cada individuo” tiene la ventaja de cortar de raíz toda interpretación ambigua y de dejar bien sentado que el problema social no tiene por objeto esta fórmula un tanto vaga: “la felicidad común”, sino esta otra, bastante más significativa y exacta: “la felicidad de cada individuo”.

Sí; que ni un solo niño, ni un solo adulto, ni un solo anciano, ni un solo hombre, ni una sola mujer, ni un solo ser humano, en fin, pueda ser privado de la más mínima parte del goce que implica el derecho a la existencia en su integridad. Tal es el problema que estudia y debe resolver el pensador atormentado por la cuestión social.

Ni uno solo, digo, porque bastaría desconocer el derecho de uno solo para que el derecho de los demás se viera amenazado; porque, a pesar de las apariencias, para que se realicen y mantengan en el cuerpo social el equilibrio y la buena salud, es necesario que entre todas sus partes exista una solidaridad tan extremada que, si un órgano, uno solo, no recibe su parte de vida, el mal se apodera gradualmente del organismo entero, haciéndole resentirse, debilitarse y languidecer.

Resuelto para todos, excepto para uno solo, el problema social se refugiaría en este último, el cual, protesta viviente, se alzaría contra los demás y su voz, que no tardaría en ser oída, se elevaría, discordante, en el seno del armonioso concierto que debe formar una sociedad compuesta de seres dichosos, libres y fraternales.

d) La mayor felicidad posible. – El espectáculo de los infortunios más o menos inmerecidos, de las miserias más o menos injustificadas, ha incitado siempre a los filósofos, a los pensadores y a los moralistas a indagar las causas de tales sufrimientos para combatir sus efectos.

Disminuir la cuantía de los dolores humanos, atenuar las desigualdades demasiado ostensibles, mejorar las condiciones de la vida; en otros términos: buscar la felicidad universal, ha sido en todo tiempo el objeto de todos los planes, de todos los sistemas de renovación social.

Con respecto a este punto, todos los que se han ocupado de la cuestión se muestran unánimes. Podría citar a centenares, pero me limitaré a unos pocos.

Prescindo de todos los autores antiguos, para dejar a los modernos un sitio más amplio en estas citas, que no quiero multiplicar a fin de no cansar al lector:

“El objeto de la sociedad es el bien en sus miembros” (Grocio). “La sociedad está obligada a hacer cómoda la vida de todos” (Bossuet). “El verdadero fin de la sociedad es la felicidad duradera de todos sus miembros” (Mably). “¿Cuál es el objeto de la ciencia de la moral? No puede ser otro que la felicidad general. Si se exigen virtudes a los particulares, es porque las virtudes de los miembros hacen la felicidad del todo” (Helvicio. Del hombre. Su educación). “Buscar la dicha haciendo el bien, ejercitándose en el conocimiento de la verdad, no perdiendo nunca de vista que no hay más que una sola virtud: la Justicia, y un solo deber: hacerse feliz” (Diderot). “El objeto de la sociedad es la felicidad común” (Declaración de los Derechos del Hombre, art. 1º). “El fin de la Revolución es acabar con la desigualdad y establecer la felicidad común” (Conspiración bobuvista. Base de la República de los Iguales, art. 10). “¡Que la infinita variedad de deseos, de sentimientos y de inclinaciones se reúna en una sola virtud; que no mueve a los hombres sino hacia un objetivo único: la felicidad común!” (Morrelly. La Basilea). “El placer sin igual será el de fundar la felicidad pública. No sé si me engaño en mis anhelos; pero pienso que algún día se podrá extraer de todos los cuerpos un principio nutritivo; entonces le será tan fácil al hombre alimentarse como saciar la sed en el agua de un río. ¿Qué será entonces de los combates del orgullo, la ambición y la avaricia? ¿Qué de todas las crueles instituciones de los grandes imperios? Un alimento fácil, abundante, a disposición del hombre, será la prenda de su tranquilidad y de su virtud” (Mercier. El cuadro de París). “Si la primera voz de la Naturaleza nos dice que debemos desear nuestra propia felicidad, las voces unidas de la prudencia y de la benevolencia se hacen oír y nos dicen: “Busquen su felicidad en la felicidad ajena”. Si cada hombre, obrando con conocimiento de causa en su interés individual, obtuviera la mayor suma de dicha posible, entonces la humanidad llegaría a la suprema felicidad y el objetivo de toda moral, la dicha universal, sería alcanzado” (Bentham). “El principio general con el cual deberían estar de acuerdo todas las reglas de la práctica no es otro que la felicidad del género humano y de todos los seres sensibles” (L. S. Mill). “La sociedad debe estar organizada de tal modo (y este caso, desgraciadamente, no es frecuente hoy) que la felicidad de unos no tenga su origen en la ruina de los demás, sino que cada individuo halle su bien en el de la colectividad, siendo el bien de la colectividad la resultante del bien del individuo” (L. Büchner. Fuerza y Materia). “El problema de la felicidad universal, por efecto de la solidaridad cada vez mayor, está dominado hoy más que nunca por el problema de la felicidad social. Ya no son sólo nuestros dolores presentes y personales, sino los de la humanidad venidera de los que convierten para nosotros en motivo de inquietudes” (Guyau. La irreligión del porvenir). “El ideal puro sería que la totalidad universal de los seres fuera una sociedad consciente, unida, dichosa” (Alfredo Fouillée. Crítica de los sistemas de moral contemporánea). “La máxima felicidad del mayor número por medio de la ciencia, de la justicia, de la bondad, del perfeccionamiento moral; no podría hallarse más amplio ni más humano motivo de ética” (Benito Malón. Socialismo integral).

Basta de citas. Podría añadir la autorizada opinión de todos los sociólogos contemporáneos, incluso los burgueses; mas, ¿para qué? La causa está clara: todos, absolutamente todos, proclaman, de acuerdo con la Declaración de los

Derechos del Hombre, que “el fin” de la sociedad es la “felicidad común”.

Es, quizás, el único punto sobre el que existe unanimidad; pero se reconocerá que es de importancia, y yo quiero sacar inmediatamente dos conclusiones, sobre las cuales llamo particularmente la atención. La primera es la condenación implícita de la organización social que nos rige: puesto que esta organización acumula en manos de una minoría privilegiada poder, riquezas, saber, goces, y condena a la inmensa mayoría a la servidumbre, a las privaciones, a la ignorancia y al dolor, es evidente que vuelve la espalda al fin hacia el cual tiene por misión tender toda sociedad equitativa y racional, y que, por consiguiente, debe sucumbir. La segunda conclusión es que, de todas las doctrinas sociales que se disputan la sucesión de lo que ha de desaparecer, la única que se dirige resueltamente y sin rodeos hacia aquel fin, es la que preconizan las teorías anarquistas, porque siendo la única que hace cesar las desigualdades, las guerras y las violencias, la única que asegura a cada individuo toda la suma de libertad y de bienestar que lleva consigo el desarrollo progresivo de la humanidad, es la única que realiza ele deseo clara y unánimemente expresado: la felicidad común.

e) Adecuada a cada época, según el desarrollo progresivo de la Humanidad. – Una sola barrera hay ahí, limitando las satisfacciones que los individuos se hallan en estado de disfrutar. Esta barrera es la de las posibilidades, es decir, la que separa los bienes adquiridos de los que están aún por adquirir, los goces “posibles” para las generaciones actuales de los goces a los cuales aspiran nuestros descendientes y que no dejarán de realizar, tarde o temprano.

Pero esta barrera no sirve para contener o refrenar los apetitos; sirve, al contrario, para excitarlos. Bajo el poderoso aleteo del deseo insaciable que nos eleva sin cesar y sin cesar nos empujan más allá, se aleja y se empequeñece insensiblemente, descubriéndonos perspectivas cada vez más deslumbradoras.

Este límite es el que marca el punto al cual han llegado en una época determinada las falanges humanas en marcha hacia las regiones cada vez más fértiles y más vastas de la felicidad.
Tal es el sentido preciso de las palabras “adecuada a cada época, según el desarrollo progresivo de la humanidad”.

Está en la naturaleza de los individuos y de las sociedades, salidos hace millones de años de los organismos más rudimentarios, encaminarse hacia formas cada vez más perfeccionadas. Sumidos en tinieblas durante mucho, muchísimo tiempo, hombres y sociedades se dibujan sobre un fondo cuya tonalidad pasa poco a poco de los sombrío a lo claro, de los oscuro a lo luminoso. La oscuridad es el pasado: la ignorancia, el odio, la miseria; la luz es el porvenir: el saber, la fraternidad, la abundancia. No se vuelve al pasado; se va, irresistiblemente, hacia el porvenir. Loco sería quien pretendiera asignar un límite a este provenir de espacios inconmensurables. La edad de oro no está detrás de nosotros; está delante, radiante y accesible.

La ANARQUÍA es el hombre rompiendo las puertas del calabozo en que la autoridad le tiene encerrado; es la vía libre; es la marcha hacia la alegría de vivir, apartado todo obstáculo, rotas todas las cadenas; es el infierno cerrado y el paraíso abierto; es la especie humana cesando de destrozarse mutuamente y ayudándose recíprocamente en la batalla milenaria que sostiene con la Naturaleza y con la ignorancia para librarse de los peligros y de los males que la agobian aún.

SOCIALISMO Y ANARQUÍA

Durante mucho tiempo, si no confundido, se han aproximado las tendencias ylas aspiraciones del socialismo colectivista o comunista y las de la ANARQUÍA. Esta aproximación ha tenido diversas causas. He aquí.

1º Socialismo y ANARQUÍA se alzaban contra la sociedad burguesa. En uno y en otra, la consigna era que había, ante todo, que librarse de ésta; después, ya se vería lo que debería hacerse. Y durante muchos años, socialistas y anarquistas atacaron con igual ardimiento e igual porfía las instituciones: gobierno, propiedad, patria, religión, moral burguesa, de que unos y otros perseguían.

2º Los privilegiados, a quienes interesaba suscitar y mantener esta confusión entre el Socialismo y la ANARQUÍA, no desperdiciaban ocasión de desnaturalizar sin escrúpulo las teorías, de calumniar sin recato a los teóricos y de perseguir indistintamente a los agitadores socialistas y anarquistas. Si se revolvían contra los privilegiados, éstos les acusaban de querer establecer una sociedad en la cual, al no estar retenidos ni por un freno moral ni por una autoridad material, los apetitos desencadenados se desbordarían en el robo, el pillaje, el desenfreno, las violaciones y el asesinato. Si se dirigían a los desheredados, afirmaban que anarquistas y socialistas, aquéllos abiertamente y éstos por vías indirectas, no trabajaban en pro de la revolución social sino para desposeer a los gobernantes y a los ricos, apoderarse del Poder y del dinero y disfrutar a su vez.

3º Los propios socialistas, aun resistiéndose a ser asimilados a los anarquistas, dejaban entender de buena gana -sobre todo en período electoral, cuando mendigaban los sufragios obreros-que, en resumidas cuentas, entre el Socialismo y la ANARQUÍA no había oposición irreductible, sino, al contrario, numerosos puntos de contacto y serias afinidades; que las divergencias residían especialmente (algunos llegaban a decir únicamente) en los problemas de la táctica que se debía emplear, pero que, a pesar de todo, y aun cuando los caminos fueran muy diferentes, el fin era el mismo: la supresión de las clases antagónicas; la sustitución del Estado político por un organismo de empadronamiento, destinado a asumir la administración de las cosas; el bienestar asegurado a cada uno; la libertad garantizada a todos. Incalculable fue la masa de trabajadores que así adoctrinados, cayeron en el lazo y se dejaron alistar como electores y como afiliados a los partidos colectivista y comunista.

4º Para decirlo todo y conformarme a la regla de imparcialidad que nos imponemos aquí, debe añadir que buen número de socialistas, al expresarse así, hablaban con sinceridad. Pero eran, y continuaron siéndolo durante mucho tiempo, poco numerosos. Los favores del sufragio “llamado” universal iban a los partidos -monárquicos o republicanos- de conservadurismo social, y los militantes socialistas, con excepción de algunos jefes más clarividentes y más ambiciosos, no consideraban la lucha electoral y parlamentaria sino como un medio de propaganda y de agitación. Después… ¡Ah, después…!
Estas diversas circunstancias explican con suficiente claridad la confusión que señalo. Poco a poco, los hechos mismos se han encargado de disiparla, y hoy se ha producido la ruptura, estrepitosa y profunda, entre la ANARQUÍA o Comunismo Libertario y el Socialismo autoritario.

Estas doctrinas han salido, unas y otras, del período de titubeos por que atraviesan fatalmente todas las ideas sociales a que sucesivamente dan origen las condiciones históricas. Actualmente, Socialismo y ANARQUÍA forman dos movimientos completamente distintos y hasta opuestos en base, método, acción y finalidad.

Un abismo los separa: los socialistas y comunistas quieren conquistar el Estado y hacerlo servir para sus fines, en tanto que los anarquistas quieren aniquilarlo.

Entremos en algunos detalles: el Socialismo se apoya en el principio de autoridad, y en la práctica conduce lógicamente a su fortalecimiento, puesto que el Estado en poder de los socialistas tiene por misión centralizar y monopolizar el Poder político y económico.

Los partidos socialistas y comunistas de todos los países afirman, ante todo, que una sociedad no puede vivir sin el principio de autoridad, principio que declaran indispensable para la organización y el acuerdo. La libertad de cada uno, dicen, debe detenerse donde empieza la libertad de los demás. Pero en ausencia de leyes, de reglas que fijen este límite entre la libertad de cada uno y la de los demás, cada cual se sentirá naturalmente inclinado a extender su propia libertad a expensas de los otros. Esas usurpaciones representarán tantos abusos, injusticias y desigualdades, que provocarán conflictos incesantes, y a falta de una autoridad con facultad para resolverlos, sólo la fuerza, sólo la violencia los resolverá. Los más fuertes abusarán de los más débiles, y los más astutos, los más pícaros, abusarán de su astucia contra los más sinceros y los más leales.

Sentado esto, los socialistas autoritarios añaden que es insensato concebir una organización social sin leyes, sin reglamentos.

Se apoyan, sobre todo, en las necesidades de la vida económica. Si cada cual es libre de escoger su género de trabajo y trabajar o no hacer nada, unos trabajarán mucho, otros menos y otros absolutamente nada; los perezosos, por consiguiente, se verán favorecidos en detrimento de los laboriosos. Si cada cual es libre de consumir a su capricho, sin inspección, habrá quien se instale en las habitaciones más hermosas, coja los muebles más bellos, los mejores trajes y los mejores bocados, y los demás tendrán que contentarse con lo que ellos dejen. Esto no será, no puede ser. Hacen falta leyes, reglamentos que fijen la producción que cada uno debe llevar a cabo; en todo caso, el número de horas que debe trabajar y la parte de productos que ha de recibir. De lo contrario, vendrá el desbarajuste, la discordia, la penuria.

Los socialistas autoritarios añaden: “Si cada cual es libre de hacer lo que le plazca, todo lo que quiera y sólo lo que le convenga, vendrá el desbordamiento de las pasiones sin freno, el triunfo de todos los vicios y la impunidad de todos los crímenes”. Y deducen que la autoridad es necesaria, que es indispensable un gobierno, que son imprescindibles leyes y reglamentos, y en consecuencia una fuerza pública (soldados y policías) para reprimir los disturbios y detener a los culpables, tribunales para juzgarlos y sanciones para castigarlos.

Sin embargo, socialistas y comunistas, incluso los más enamorados de la noción del Estado, declaran que, sin duda alguna, llegará un día en que, habiéndose transformado gradualmente, los hombres serán conscientes, tendrán claro sentido de la responsabilidad, se harán razonables y fraternales, yentonces desaparecerá la autoridad para dejar sitio a la ANARQUÍA, que es -lo confiesan- el ideal más elevado, más justo, y lo consideran como el término de la evolución social.

Para acabar dicen: “Empecemos por derribar el régimen capitalista. Expropiemos primero a la burguesía y socialicemos los medios de producción, de transporte y de cambio. Organicemos el trabajo con arreglo a datos nuevos. Después, ya veremos”.

Los anarquistas replican: “La sociedad capitalista descansa sobre la Propiedad individual y el Estado. La propiedad carecería de fuerza y de valor si el Estado no estuviera para defenderla. Es un grave error creer que el capital es el único agente de discordia entre los hombres que viven en sociedad: el Poder los divide de igual modo. El Capital los separa en dos clases: los poseedores y los no poseedores. El Estado los separa asimismo en dos clases: los gobernantes y los gobernados. Los detentadores del capital abusan de su riqueza para explotar a los proletarios; los detentadores del Poder abusan de su autoridad para esclavizar al pueblo.

«“Suprimir el régimen capitalista y mantener el Estado es hacer la revolución a medias e incluso no hacerla. Porque el Comunismo autoritario necesitará un ejército formidable de funcionarios en el orden legislativo, judicial y ejecutivo. La organización que preconiza el Comunismo autoritario acarreará gastos incalculables. No abolirá ni las clases ni los privilegios”.

“La Revolución francesa creyó suprimir los privilegios de la nobleza, y no hizo más que transmitirlos a la burguesía. Es lo que haría el Comunismo autoritario: arrancaría a los burgueses sus privilegios y los transmitiría a los dirigentes del nuevo régimen. Estos formarían una nueva clase de privilegiados. Encargada de hacer las leyes, de elaborar los reglamentos, la multitud de funcionarios cuya ocupación fuera ésta formaría una casta aparte; no produciría nada y viviría a expensas de los que aseguraran la producción. Esto sería un enjambre de apetitos insaciables y de codicia disputándose el Poder, los mejores puestos y las más pingües sinecuras”.

“algunos años después de la revolución se repetirían las mismas discordias, las mismas desigualdades, las mismas pugnas y, finalmente, so pretexto de orden, el mismo desorden y el mismo desbarajuste que presenciamos. No se habría hecho nada; todo volvería a estar por hacer, con la diferencia de que el régimen capitalista está descalificado, podrido y en vísperas de la bancarrota, lo que hace que se le pueda derribar sin gran esfuerzo, y el Comunismo autoritario que lo reemplazara tendría a su favor la juventud y ante sí el provenir”.

“Toda la Historia está ahí para pronunciar la condena del principio de autoridad. Bajo formas, denominaciones y rótulos diferentes, la autoridad ha sido siempre sinónimo de tiranía y de persecución. No sólo no ha protegido ni garantizado jamás la libertad, sino que siempre la ha violado, despreciado y ultrajado”.

“Confiar a la autoridad el cuidado de asegurar la libertad de cada uno y de contenerla dentro de los límites de la justicia, es una pura locura”».

Y para terminar, los anarquistas dicen a los socialistas y comunistas:

«”Ustedes quieren imponerlo todo por la fuerza; nosotros queremos asentarlo todo en la razón. Ustedes no creen más que en la violencia, nosotros no tenemos confianza sino en la persuasión. Ustedes conciben el orden desde arriba, nosotros los concebimos desde abajo. Ustedes pretenden que todo sea centralizado; nosotros prentendemos que todo sea federalizado. Ustedes van de lo compuesto a la simple; de la general a lo particular, de la cantidad a la unidad, es decir, de la sociedad al individuo; nosotros, al contrario, vamos de lo simple a lo compuesto, de lo particular a lo general, de la unidad al número, es decir, del individuo, única realidad tangible, viviente, palpable, a la sociedad, total de individuos. Ustedes fundan la libertad común en el sometimiento de cada uno; nosotros fundamos la libertad de todos en la independencia de cada uno”.

“Cuando nos encontremos en condiciones de derribar la sociedad burguesa, destruiremos al mismo tiempo el Capital y el Estado. No será tarea más difícil que la de derribar al uno y no al otro, puesto que ambos se sostienen mutuamente y no forman en la actualidad más que un solo y mismo todo”.

“Y puesto que reconocen que la libertad es deseable, que el Comunismo
libertario es el ideal más justo, el mejor y más seguro medio de realizar este ideal es combatir y no consolidar el principio de autoridad, que es su negación”.

El Estado es el conjunto de instituciones políticas, legislativas, judiciales, militares, financieras, etcétera, mediante la cual se sustrae al pueblo la gestión de sus propios asuntos, la dirección de su propia conducta, el cuidado de su propia seguridad, para confiarlos a unos cuantos que, por usurpación o delegación, se encuentran investidos del derecho de hacer leyes sobre todo y para todos y de obligar al pueblo a acomodarse a ella, sirviéndose a este efecto de la fuerza de todos. (Malatesta)”.

“¿Y en esta pesada máquina, ese aparato compresor, esa inmensa mole destinada a triturar todas las resistencias y a reducir a polvo todas las indisciplinas lo que tienen la pretensión de transformar en instrumento de emancipación y en aparato de liberación?”

“¿Tienen la ingenuidad de creer que bastará cambiar el mecanismo y modificar algunas ruedas para que funcione de distinto modo que en el pasado…?

Reflexionen, socialistas y comunistas. Dejen de escuchar a sus jefes, interesados en engañarlos, y sepan que si quieren preparar una revolución, que no sea un aborto ni una mixtificación, es preciso hacerlo todo, y sin más esperar, para que esa revolución no mate solamente al régimen capitalista, sino también al Estado”».

REFUTACIÓN DE LAS OBJECIONES QUE SE HACEN A LA ANARQUÍA

La ANARQUÍA ha sido discutida y combatida más violenta y más pérfidamente que cualquiera otra concepción social. Ha sufrido el asalto concertado de socialistas y burgueses. Todos los intentos de refutación que han hecho sus adversarios pueden reducirse -prescindiendo de los detalles- a dos objeciones que sus autores califican presuntuosamente de fundamentales. Es tan más útil examinarlas cuanto que acontecimientos recientes, especialmente la guerra de 1914-1918, la Revolución rusa, la implantación de la dictadura en Italia y otros países, parecen haberles conferido mayor fuerza.
Examinemos, pues, rápidamente esas dos objeciones.

Primera objeción. – “La ANARQUÍA es, con toda evidencia, un ideal magnífico; pero es y será siempre un ideal quimérico, porque su realización presupone y necesita un ser humano sano, cultivado, activo, digno, fraternal; en una palabra: inexistente, y porque, biológicamente, la estructura física, intelectual y moral del hombre no podría adaptarse a un medio social libertario”.

Respondo, ante todo, que no está permitido anticipar que la ANARQUÍA exige un ser inexistente. Que haya en nuestra época muy pocos individuos en estado de adaptarse a las condiciones de vida que implica la realización del ideal anarquista, lo concedo de buen grado a nuestros adversarios. Pero basta con que haya uno solo para que se hunda su aserción. Ahora bien; es indudable que si todos los anarquistas, que se calculan actualmente en varios centenares de miles, diseminados por todas partes, no han llegado aún a ese grado de cultura y de perfeccionamiento físico, intelectual y moral que entraña la vida inherente a un medio social libertario, se puede, al menos, afirmar que buen número de ellos los han alcanzado cumplidamente. Por mi parte, conozco a muchos que, desafiando los obstáculos, las dificultades, los peligros, las persecuciones de que está sembrado su camino, viven ya una existencia lo más conforme posible con su ideal anarquista, y no aspiran ni trabajan más que por la instauración de un medio social que les permita llegar a la consecución integral de su objetivo. Es cierto que los anarquistas no constituyen hoy más que una ínfima minoría. Para dar mayor fuerza a mi razonamiento, admito que, en el seno de esa minoría, raros son los que viven ya, en la medida de lo posible, como anarquistas. Pero no por ello es menos cierto que basta ese pequeño número para demostrar que la especie de que se trata no es inexistente. Basta con que exista para que, por vía de reproducción y de selección, consiga mantenerse y desarrollarse. Los números más altos han comenzado por “uno”, y precisamente adicionándose es como las unidades forman totales considerables. Así, pues, es falso decir que la ANARQUÍA presupone y exige un ser inexistente.
No menos erróneo es sostener que la estructura física, intelectual y moral del ser humano no podría adaptarse a un medio social libertario.

A fin de no rebasar el marco que quiero asignar a esta respuesta a los detractores poco enredados o mal informados de la ANARQUÍA, me limitaré a decir que todos los medios sociales que se pueden concebir, el medio anarquista es, sin duda alguna, el que se adapta mejor y más fácilmente a las necesidades y las aspiraciones del hombre que vive en sociedad.

En la práctica, toda la solidez del edificio anarquista está condicionada por estas cuatro necesidades, indisolublemente ligadas a la existencia humana, y que se encuentran en toda época y en todo lugar: libertad, sociabilidad, actividad, adaptación al medio. El buen funcionamiento de un medio anarquista, tal como ha sido definido al principio de este estudio, ¿qué es lo que exige? Exige un individuo libre, sociable, activo, capaz de adaptarse más o menos rápidamente a este medio.

a) Libre. – Al individuo le impulsa hacia la libertad un instinto tan profundo como tenaz. Es extraordinario -así es, sin embargo- que este instinto haya resistido a siglos de servidumbre, y su persistencia es la prueba más concluyente de su irresistible poder. Esclavos en la antigüedad, siervos en la Edad Media, asalariados en nuestros días, miles de millones de hombres y mujeres han sufrido desde la cuna a la tumba la servidumbre que inexorablemente hacían pesar sobre ellos la pobreza y la humillación en que, sirviéndose de las leyes, de las religiones, de la fortuna y de la fuerza, les tenían sumidos los amos del momento. Si hubiera podido matarse la necesidad de libertad, ya hace tiempo que estaría muerta. Sin embargo, no sólo ha sobrevivido, sino que es más viva y más imperiosa que nunca. Existe dentro de todos, en grados variables y bajo formas y manifestaciones muy diversas; no hay un ser, ni uno solo, que no la posea, y en todos está presta a afirmarse en cuanto le sea posible, es decir, tan pronto como, una vez la revolución social haya puesto fin a su esclavitud secular, sean llamados a vivir como seres libres.

b) Sociable. – El hombre es un animal sociable. Huye, por instinto, del aislamiento; sufre si se halla solo; busca a sus semejantes. Forma parte de las especies más numerosas que viven agrupadas y solidarias. El hombre insociable es una rarísima excepción; es, en cierto modo, una especie de enfermo a quien le faltara un sentido. Esa tendencia a la sociabilidad que conduce al hombre a agrupamiento, a la asociación, y que se dilata en solidaridad, se ve contrariada y hasta cierto punto paralizada en un medio social como el nuestro, que sin consultar al individuo, sin tener en cuenta su temperamento, sus gustos, sus simpatías, sus aspiraciones, le obliga a efectuar contactos, agrupaciones y aglomeraciones que casi siempre repugnan a sus afinidades. Pero bastará colocar al individuo en un medio social libertario para que, guiado por su instinto de sociabilidad, debidamente fortalecido por la satisfacción de sus múltiples necesidades, se asocie libremente con sus semejantes para la producción y el consumo, para el placer y el deporte, para el cultivo de las ciencias y de las artes, para los goces sexuales y afectivos.

c) Activo. – La jauría capitalista descarga su mayor golpe sobre el problema económico y sobre la organización del trabajo “en ANARQUÍA”. Todos los lacayos de la pluma que viven a expensas del patronazgo agrícola e industrial se esfuerzan en demostrar que, si en la vida política de la humanidad sería posible en rigor otorgar confianza al principio de libertad, esto es completamente imposible cuando se trata de necesidades económicas, en las cuales mandan las exigencias de consumo. He aquí, resumida lo más fielmente posible, su argumentación: “La producción exige un esfuerzo penoso al que el trabajador no se aviene sino en la medida en que se ve obligado a ello. El hombre es naturalmente perezoso, y si no se ve, por disposición del medio social en que vive, en la obligación de trabajar, se deja llevar por una predisposición instintiva a la ociosidad o al esfuerzo recreativo e improductivo. Trátese de producción agrícola o industrial, no trabaja sino cuando no tiene otro remedio, so pena de morir de hambre, de no hacer nada. En consecuencia, un medio social en el que los individuos sean libres de trabajar o de holgazanear, de elegir su género de trabajo o de cambiarlo a su antojo, conducirá al hambre, a la miseria colectiva y a las abominaciones que acarrea la indigencia general”.

He aquí mi respuesta:

«”El hombre es un ser activo, natural, instintiva, esencialmente activo. Forma parte del universo; vive en él; su existencia participa de la vida universal, y la vida universal condiciona su existencia humana. Todo en la Naturaleza se mueve, se agita, funciona, está animado. Sea cual sea el estado de la materia, sólido, líquido o gaseoso, la materia está constantemente en movimiento; no se le ha observado jamás en estado de reposo; la inercia no ha sido nunca comprobada; la inmovilidad no existe. Cuando más nos acercamos al reino animal, más activa y animada se muestra la vida; la planta se agita más que el mineral; el animal es más activo que la planta”.

“Todos los animales -y gran número de especies con sorprendente rapidez-nacen, se desarrollan y mueren. En cada una de estas fases despliegan una actividad más o menos viva; pero en ningún momento, en ninguna de esas tres fases reposan. Los animales que nosotros somos no son excepción en esa regla constante y universal. No insisto más en esto”.

“Pensar que el mineral, la planta y el animal se mueven, se agitan, funcionan sin objeto y por pura casualidad, sería un burdo error. Todos sus movimientos tienen por finalidad conservar, desarrollar, fortalecer, enriquecer la vida. Todos los naturalistas han comprobado este hecho y lo han demostrado con gran lujo de detalles, apoyándose en miles y miles de observaciones”.

“Decir que la especie humana se mueve, se agita, se traslada, se esfuerza, es una palabra, es activa sin objeto; decir que esta actividad se emplea de una manera desordenada, incoherente, y que es fruto de la mera casualidad, sería una estupidez. Lo cierto es que la actividad de la especie humana, como la de todos los organismos vivientes, tiene un objeto, y que este objeto es la vida”.

“Ahora bien; vivir es consumir; consumir es producir; producir es trabajar. En consecuencia, el trabajo está en la naturaleza humana. Los filósofos que han afirmado lo contrario no han visto más que las apariencias y se han equivocado; y los ignorantes que les escuchan han sido inducidos al error”.

“En sí, el trabajo no es una pena; como todos los movimientos, como todos los ejercicios a que el hombre se entrega con el fin de gastar las energías de su cuerpo que es un acumulador, el trabajo es más bien un placer, o, dicho con más exactitud, una necesidad”.

“Pero si el hombre siente la necesidad de trabajar y de experimentar y si experimenta placer en satisfacer esa necesidad, no es menos cierto que se le hace penoso rebasar los límites de la necesidad sentida”.

“Si a cualquiera de nosotros se le privara de la alimentación, experimentaría un gran sufrimiento; pero si habiendo satisfecho su apetito se le obligara a continuar comiendo, sentiría con comer demasiado tanto disgusto como con no comer lo suficiente. Lo mismo acontece con la necesidad de trabajar; cuando, una vez agotadas sus reservas de fuerza, el hombre se ve condenado a prolongar su esfuerzo, sufre. Trabajar unas horas al día no es un castigo; pero sí lo es trabajar diez, doce o catorce horas. Las jornadas cortas de trabajo son agradables; las largas son dolorosas. En ello intervienen además las condiciones en que el trabajo se realiza, cosa que conviene tener en cuanta”.

“En los países donde impera el régimen capitalista, el trabajo es una verdadera maldición, debido a que la condición del trabajador es lamentable. Cuando el trabajo es impuesto, sucio, peligroso, excesivo, humillante y mal retribuido, es desagradable y no hay por qué sorprenderse de que se le tome tan poco apego. Pero cuando es libre; cuando está dignificado, respetado, considerado; cuando no es excesivo; cuando asegura al obrero una vida holgada y confortable, cesa de ser una pena y se convierte en una alegría”.

“Que los talleres sean amplios, aireados, luminosos y sanos; que la jornada de
trabajo corresponda a las fuerzas que el obrero puede, sin cansancio, gastar cada día; que cada cual trabaje en el oficio que conozca y que lo escoja libremente; que el trabajador tenga la seguridad de que tanto él como su familia no carecerán de nada; que se sienta libre en la fábrica y no bajo la férula de un patrono o de un encargado; que sea llamado a fijar él mismo, con sus compañeros, el reglamento del taller y las condiciones generales del trabajo, y es seguro que nadie refunfuñará en el trabajo. Voy más lejos. Digo que, si en una sociedad anarquista se pudiera concebir un castigo, el peor de todos consistiría en condenar a un hombre sano, vigoroso, apto para producir, a cruzarse de brazos en medio de la actividad universal”.

“Esta verdad no es comprendida por los pseudorevolucionarios, dictadores de mañana, que, a pesar de denunciar en el régimen capitalista que combaten la opulencia ociosa de unos y la productividad miserable de otros rechazan la idea de recurrir al trabajo no impuesto, y basan todo su sistema económico en el trabajo obligatorio. ¿Son sólo gente corta de vista? ¿No serán más bien ambiciosos sin escrúpulos, deseosos de gobernar a su vez? Poco importa. Habrían de estar animados de las mejores intenciones, y aun así habría lugar a considerar las consecuencias y repercusiones del régimen económico de que son campeones. En efecto, supongamos que cometemos la equivocación de decretar el trabajo obligatorio para todos. Ya está. ¿Y ahora?”

“Lo primero que habrá que hacer será redactar la lista de las derogaciones que traerá consigo fatalmente la aplicación de este decreto, señalar la edad en que los adolescentes estarán en la obligación de trabajar y la edad en que las personas mayores cesarán de estar sujetas al trabajo”.
“Esta cuestión de la edad provoca mil problemas a cual más delicado respecto al sexo de las personas, el oficio que hayan de ejercer, el aprendizaje a que deberán entregarse, el período de prueba que tendrán que sufrir, ¿qué sé yo qué más?”

“Ni que decir tiene que los enfermos e inválidos quedarán libres del trabajo obligatorio. Pero con todo, será preciso someter a un examen médico a los enfermos e inválidos”.

“Probablemente nos veremos obligados a redactar una lista de trabajos -los artísticos y de inspiración, por ejemplo- cuya duración cotidiana no es posible determinar”.

“Y ya estoy viendo un reglamento administrativo muy preciso, muy minucioso,
sacado de una especie de legislación quisquillosa y sutil, fuente de inagotables discusiones, de embrollos, de litigios y de procesos sin fin”.

“Pero no bastará con redactar el Código del trabajo; habrá que cuidar de que nadie pueda sustraerse a sus prescripciones. Será necesario que los delincuentes sean castigados; será menester, pues, por una parte, precisar las sanciones en que los delincuentes hayan incurrido, y por otra, asegurar la aplicación de las penas pronunciadas”.

“Y henos aquí llegados al restablecimiento de todo el fárrago de legislación, de tribunales, de policía y de represión que queremos abolir”.

“El fénix renacerá de sus cenizas, ¡y qué fénix!”

“Habrá que rodear de una estrecha vigilancia a los malhechores, a los prófugos, a los desertores de nuevo tipo: los perezosos; habrá que velar para que no se introduzcan en los domicilios a las horas en que, llenos los talleres, aquéllos estén vacíos; habrá que proveer a todo el mundo de un carnet de trabajo, llevar una contabilidad regular de las horas efectivamente devengadas, abrir en cada taller un registro de asistencia, proporcionar la parte de cada uno en el reparto de los productos a la exacta medida del trabajo que haya efectuado en realidad; habrá que ir al acoso de los refractarios, instruir y juzgar sus casos respectivos; habrá que…; pero ¿qué no habrá que hacer?”

“Salta a la vista que, para desempeñar esas múltiples funciones de legisladores, de inspectores, de escribanos, etc., será necesario extraer una parte de la población llamada, por la edad y la aptitud, a contribuir al trabajo productivo. Destinada a esas funciones especiales, esta parte de la población será sustraída a la población útil. Y el más claro resultado de todas esas medidas destinadas a perseguir a los vagos será añadir a éstos un número apreciable de funcionarios improductivos. ¡El triunfo del chupatintas!”».

d) Capaz de adaptarse. – La adaptación domina todas las teorías evolucionistas. Cuando se piensa en la incalculable influencia que el medio ejerce sobre los seres vivientes que le están sometidos; cuando se observa la prodigiosa facilidad con que éstos se adaptan a las condiciones mismas del medio; cuando se comprueba que el medio es como un baño en el cual se templa el individuo y que poco a poco le va penetrando; cuando se sabe, en fin, que la presión ejercida por el medio social sobre el individuo equivale a una saturación constante y casi irresistible, ya que los que la resisten son seres excepcionalmente dotados, no se vacila en admirar que le hombre de mañana, transplantado a un medio libertario, se adaptará a éste tan bien, o mejor, tan pronto o más pronto aún que el hombre de hoy se adapta al medio actual. Por eso mismo la adaptación al medio posee actualmente el valor de una tesis científica cuya exactitud nadie se atreve a negar.

Resumo esta larga réplica a la primera objeción: La ANARQUÍA no presupone, no exige de ningún modo un ser inexistente: ese ser existe. El medio social que los anarquistas quieren instaurar es opuesto a la estructura física, intelectual y moral del hombre; le es, al contrario, estrictamente conforme, puesto que responde escrupulosamente a las cuatro necesidades que caracterizan a la especie humana: la libertad, la sociabilidad, la actividad y la adaptación al medio.

Segunda objeción. – Esta ha sido tomada de prestado a la marcha de los acontecimientos. Se inspira en el refuerzo del principio de autoridad que se observa en diversos países y en la ola de dictadura que, en los últimos años, ha ahogado, particularmente en Italia y en Rusia, las recientes conquistas del principio de libertad. Los defensores de la autoridad, adversarios decididos dela ANARQUÍA, sacan partido de estos hechos contemporáneos para erigir en certera histórica el desarrollo progresivo de las fuerzas autoritarias y el debilitamiento gradual de las aspiraciones libertarias. Dicen: “En los planes y sistemas de transformación social no hay de consistente sino lo que está acorde con el desenvolvimiento histórico de las civilizaciones. Todos los grandes cambios registrados por la Historia han sido anunciados por signos precursores de un carácter tan preciso que el observador concienzudo, clarividente e imparcial no podía por menos de prever su advenimiento. Si el principio de autoridad, que hasta nuestra época ha regido la organización de las sociedades humanas, hubiera llegado a la hora en que debiera ser derribado por el principio de libertad y cederle su sitio, este derrumbamiento del mundo autoritario estaría anunciado por signos precursores inequívocos. La marcha de los acontecimientos pondría en evidencia el debilitamiento de las instituciones que se inspiran en la libertad. Ahora bien; no hay nada de eso. Notablemente extenuado por los movimientos revolucionarios que han señalado la marcha ascendente de los regímenes parlamentarios de base democrática, la autoridad a reconquistado recientemente el terreno que había perdido en el transcurso de los siglos XVIII y XIX; ha recuperado toda su fuerza; en grandes países, como España, Italia y Rusia, para no citar más que éstos, es más fuerte que nunca, y es de prever que, ya profundamente removidos por el ejemplo de esas grandes naciones, y a favor del malestar y del desequilibrio consecutivos a la gran guerra, otros países, y no los más pequeños, consolidarán su aparato de autoridad, fortalecerán la armazón de resistencia de ésta y levantarán diques cada vez más altos y resistentes destinados a contener la ola de libertarismo que amenaza. Así, pues, la evolución no se produce en un sentido favorable, sino contrario al advenimiento de un mundo libertario”.
Esta objeción no puede tomarse en serio; se basa en observaciones superficiales y toma por una evolución histórica regular y de largo alcance lo que no son más que accidentes y circunstancias efímeras. La maldita guerra que, durante más de cuatro años, ensangrentó el mundo, ha producido un sacudimiento fantástico; ha acumulado ruinas prodigiosas; ha matado millones de hombres en la plenitud de su fuerza; ha destruido la labor de varias generaciones; ha hipotecado espantosamente y por mucho tiempo el porvenir; ha dislocado vastos imperios y retocado el mapa del mundo; ha traído el hundimiento de varias monarquías y el nacimiento de varias repúblicas; ha favorecido y enriquecido desmesuradamente determinadas industrias y ha perturbado y empobrecido otras; ha trastornado todos los valores monetarios, en los que se basan las transacciones; ha conducido al triunfo del régimen bancario, del que todas las fuerzas de producción, de transporte y de cambio han venido a ser humildes tributarias; ha colocado a los mismos Estados bajo la estrecha dependencia de la Banca Internacional; ha, en una palabra, volcado la mesa de los valores. Esta catástrofe sin precedentes data de ayer; la humanidad entera está aún trastornada por sus efectos. ¿Se pretenderá asimilar cinco o diez años de ruina tan indescriptible a una evolución que refleja fielmente todo un proceso histórico? Esto sería tomar la inundación por el curso regular de un río, el huracán por el soplo habitual de los vientos, la tempestad por el régimen ordinario de los océanos. Aprisionar la evolución en algunos años, y para deducir el sentido evolutivo de ese minuto histórico, elegir los años más excepcionalmente confusos y la época de las sacudidas más violentas: ¡he ahí a qué incalificables procedimientos recurren nuestros adversarios para formular contra la ANARQUÍA una objeción que juzgan decisiva!
Todos esos regímenes dictatoriales que se nos lanzan al rostro como bofetadas son esencialmente transitorios. Los mismos dictadores lo proclaman:

“La dictadura no puede ser considerada como un régimen de larga duración. Ha sido instaurada a consecuencia de circunstancias excepcionales y con un fin preciso y limitado. Se ha impuesto por la necesidad de poner fin al desorden y al desequilibrio creados por la guerra; en cuanto el orden y el equilibrio estén restablecidos, tan pronto como la situación haya vuelto a ser normal, cesará la dictadura”. Tal es el lenguaje de todos los dictadores. Todos confiesan que la dictadura es un régimen indeseable, que no puede tener en nuestra época carácter estable, que no es en realidad sino una solución insostenible. En consecuencia, la objeción que se funda en la instauración de unas cuantas dictaduras carece de base, y tal acontecimiento no puede interpretarse en el sentido de un movimiento evolutivo propicio al principio de autoridad.

Pero quiero prescindir de las consideraciones que preceden y suponer ­hipótesis gratuita-que los regímenes de la dictadura cuya existencia se invoca con intención de justificar la objeción que refuto, hayan sido, no un accidente debido a circunstancias extraordinarias e imprevisibles, sino el resultado de una verdadera evolución. ¿Sería cuerdo deducir que la Humanidad renuncia a romper sus cadenas y se apresta a hacerlas más fuertes y pesadas? ¿Sería incluso razonable sostener que la dictadura, tomada en el sentido de aumento de la autoridad, está llamada a estabilizarse y convertirse en el régimen hacia el cual tienden las generaciones presentes y han de tender las futuras? Evidentemente, no, y aunque durara medio siglo -exagero intencionadamente-en los países en que ya existe, ello, desde el punto de vista que nos ocupa en este debate, no significaría nada.

Jamás pareció la monarquía en Francia más fuerte, más sólidamente establecida, que en el tiempo en que Luis XIV, tras haber centralizado todos los poderes gracias a la obra de Richelieu y de Mazarino, podía decir: “El Estado soy yo”. Sin embargo, un siglo después -¿y qué son cien años en la Historia?- el heredero y sucesor del Rey Sol perdía la cabeza en el cadalso. No hace muchos años, el emperador de Alemania, Guillermo II, y el zar de Rusia, Nicolás II, gozaban de un prestigio y disponían de un poder que se podían creer invulnerables, o, por lo menos, al abrigo por mucho tiempo de cualquier ataque. Algunos años después, sus formidables imperios se desmoronaban.

La verdad es que el mundo capitalista está espantado ante el desarrollo que adquieren día tras día las ideas de emancipación por la revolución y de la simpatía y el entusiasmo con que esas ideas son acogidas por las víctimas del orden social. Estos innegables progresos de las ideas que, por el aspecto que tienen o se dan yo llamaría “de vanguardia”, acongojan hasta tal punto a la clase burguesa, que está dispuesta a echarse en brazos de cualquier aventurero que se ofrezca como salvador, como defensor de su autoridad vacilante, como restaurador del orden trastornado. Puede acontecer que los partidarios de un gobierno absoluto y de un régimen férreo venzan momentáneamente, y por sorpresa: será un triunfo pasajero. Porque el régimen capitalista ha alcanzado su apogeo. Como los que le han precedido y de los cuales no es más que la continuación, ha atravesado las dos primeras de las tres fases por que atraviesa todo período histórico: nacimiento, desarrollo y desaparición. Ha llegado al punto culminante de su desarrollo. Está en el ocaso que precede y anuncia la desaparición.

Quien preste oído atento a lo siniestros crujidos del edificio social puede, con toda audacia, predecir su próximo hundimiento. La crisis que sufre el mundo actual, crisis tan extensa como profunda, es de una gravedad que no engaña a los individuos avisados de ningún partido, de ninguna clase, de ningún continente. En Oriente y en Occidente, en el Norte y en el Sur, el malestar crece, el descontento se extiende, la ansiedad aumenta. Las viejas potencias europeas que, por su disposición económica y militar, han conquistado en las demás partes del mundo un imperio colonial inmenso, asisten angustiadas al levantamiento de los pueblos que creían haber colonizado para siempre, es decir, esclavizado. Se acerca la hora en que esos pueblos, resueltos a tomar en sus manos la dirección de sus propios destinos, arrancarán a los conquistadores los territorios que éstos ocupan y proclamarán su independencia.

Las viejas creencias, difundidas por los impositores de todas las religiones, ven disminuir constantemente su prestigio, y la conciencia humana, largo tiempo prisionera de la ignorancia, de la superstición y del miedo, se sustrae gradualmente al cautiverio en que tanto ha sufrido. La impotencia de los partidos políticos se comprueba hasta la evidencia; la podredumbre de los Estados salta a la vista; el mundo del trabajo cobra conciencia de la intolerable iniquidad de una organización social en la cual, aun cuando todo lo produce, nada posee. De la choza de los campesinos y del cuchitril de los obreros aplastados por tributos que aumentan constantemente, se alza una protesta, tímida hoy, pero que será furiosa mañana. En todas partes, en todas, el espíritu de rebelión sustituye al espíritu de sumisión; el hálito vivificador y puro de la libertad ha surgido; está en marcha; nada lo detendrá; se acerca la hora en que, violento, impetuoso, terrible, se desatará en huracán y arrastrará, como brizna de paja, todas las instituciones autoritarias.

En ese sentido es como se verifica la evolución. Y hacia la ANARQUÍA guía a la Humanidad.