Jouffroy es un tardio miembro del grupos surrealista de paris liderado por Andre Breton. Jouffroy fue un activo participante dentro de las revueltas del mayo del 68 ademas de poeta y escritor. Para una biografía sobre su vida y obra ir aqui a el artículo sobre el en wikipedia en idioma francés.
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“Durante el intervalo que separa a esta guerra de la anterior, el concepto de libertad que había destellado con un brillo y un prestigio extraordinario en los días de la revolución Francesa, en la misma Francia estaba ahora en proceso de desconocerse y de perderse”.André Breton, Arcane 17 , p.113.
¿La revolución surrealista no
es acaso la gran revolución jacobina del siglo XX? Hace diez años la
comparé con la revolución de 1917. Esta comparación que era provocante,
por no decir fuera de lugar, se ha considerado exagerada: es
al observar el rol de los jacobinos durante la revolución francesa que
las intenciones y acciones surrealistas pueden medirse con mayor
precisión. En el mismo sentido que Louis Aragon nombró en 1925 al
“proletariado del espíritu” (1), el surrealismo, que se ha
autodenominado “el comunismo del genio”, al introducir de manera
sistemática los métodos y el lenguaje revolucionario en el ejercicio de
todas las facultades intelectuales, en todo caso ha creado un movimiento
irreversible. Todavía hoy en día esta mezcla explosiva escandaliza:
nunca se le perdonará a Breton el haberla posibilitado. Pues en verdad
se admite que los surrealistas hayan sido “grandes escritores”, poetas,
provocadores o aún víctimas del orden social, suicidas o enfermos
mentales, pero nadie se atreve todavía a defenderlos hasta el final por
aquello que querían ser: verdaderos revolucionarios, o más exactamente: –
individualistas revolucionarios – como lo fueron los jacobinos.
La descendencia jacobina se evidencia desde la aparición, el 1º de diciembre de 1924, del primer ejemplar de La Revolución Surrealista , en que la célebre frase de Aragon en Une vague de rêves , se produce en la cubierta: se trata de llegar a una nueva declaración de los derechos del hombre
y algunos meses después, el 15 de julio de 1925, en que al tomar la
dirección de la revista André Breton, a la altura del 4º número escribe
sin temblar en el artículo editorial: “… estamos decididos a acabar de una vez por todas con el antiguo régimen del espíritu…”
de este modo vemos cómo desde el comienzo mismo del surrealismo,
aparece la revolución francesa en el trasfondo. Y no dejará de hacerse
presente como el telón de fondo privilegiado de las declaraciones y
textos más importantes de Breton hasta los últimos años de su vida; como
punto de referencia y última medida de toda su acción, de todo su resplandor .
La “Pasión de tener razón”
Desde el primer manifiesto colectivo que firmaron en octubre de 1925 con los marxistas de la revista Clarté ,
los surrealistas declaraban: “Nosotros somos la rebeldía del espíritu,
consideramos la revolución sangrienta como la venganza del espíritu
humillado por vuestras obras. Nosotros no somos utopistas; no concebimos
esta revolución más que en su forma social”. Victor Crastre es quien
relata el primer encuentro de los comunistas del grupo “Clarté” con los
surrealistas: “al caer la noche en la tienda de la calle Jacques Callot,
lugar convenido de la cita, Aragon pidió desde un comienzo que se
cerraran las cortinas de hierro: “el barrio infestado de comerciantes de
telas no es seguro (2)”. El objeto de estas reuniones en las que el
orden del día se fijaba con anticipación y en que los socios se
comprometían a guardar total secreto, era una revista común que nunca
apareció, denominada La guerre civile .
Los encuentros que tuvieron
lugar mucho más tarde (1935-1936) en el café de la alcaldía de la plaza
Saint Sulpice, entre el “grupo Sade” dirigido por Breton y el “grupo
Marat” encabezado por Bataille, estuvieron marcados también por la misma
voluntad intransigente y por discusiones todavía más violentas. En todo
caso, para los surrealistas de 1925 está claro que la “idea de la
revolución es la mejor y más eficaz salvaguardia del individuo”: la
misma conclusión del manifiesto La révolution d'abord et toujours
que Artaud firmó con Breton, Aragon, Crevel, Leiris, Desnos, Ernst,
Eluard, Masson, Péret y Soupault. Yo no se si en ese momento las
decisiones se tomaban por mayoría o por unanimidad, pero se sabe que en
estas reuniones de la calle Fontaine, así como en aquellas del Café
Cyrano, Plaza Blanche, reinaba una atmósfera muy eléctrica en la medida
en que la pasión de tener razón animaba a todos sus protagonistas.
Esta pasión, por sí sola, purificaba todo. En la Declaración del 27 de enero de 1925 los surrealistas afirman: “Nosotros hemos unido la palabra surrealismo a la palabra revolución
únicamente para mostrar el carácter desinteresado, desapegado y aún del
todo desesperado de esta revolución”. No se trata de salud pública,
pero el desinterés revolucionario preconizado por los Jacobinos
como la virtud más necesaria para la victoria se pone muy
concientemente de manifiesto en la declaración. La violencia subversiva
está asociada a ésta, como la espada a la balanza de la justicia:
“Nosotros somos especialistas de la rebelión. No existe un medio de
acción que no seamos capaces de utilizar cuando sea necesario”.
Los surrealistas no se refieren
en este caso a la ley sino a la propia libertad confundida con la ley
suprema, suspendida como la guillotina que cortará ante sus ojos todo lo
que se eleve contra ella. Por otro lado los surrealistas retomarán en
sus manifiestos: Abran las prisiones, licencien al ejército, no hay crimen de derecho común
(3) la célebre frase: “No hay libertad para los enemigos de la
libertad”, como si se les atribuyera pura y simplemente a ellos mismos.
Citarán de nuevo esta frase en 1936, con el fin de denunciar a Gil
Robles, “el hombre del fascismo español”, de quien exigen que sea
arrestado en Francia.
En estas frases la ideología jacobina no funciona como un modelo para los surrealistas, sino que permanece por encima de su propio pensamiento, como un doble inconsciente y muy escondido de sus propias exigencias.
La calle de París, los Estados generales
Lo que los surrealistas quieren de verdad
es que estalle la revolución en Francia: harán todo lo que esté en su
poder por ello, pues están “bien decididos” “a hacer una revolución” que
como lo hemos visto, no es solamente del “espíritu” sino desde 1925
“social”.
“Hasta 1925 –escribirá Breton en
1952– es asombroso que la palabra revolución, en lo que tiene de
exaltante para nosotros, no evoque en el pasado más que la Convención y
la Comuna. Uno se da cuenta por la manera en que la utilizamos, que
somos más sensibles a los acentos que ha tomado en la boca de
Saint-Just, de Robespierre, que a su contenido doctrinal. Esto no quiere
decir que la causa de los revolucionarios del 93 o del 71 no la
volvamos íntegramente nuestra (4)”.
Pues nunca, en ningún momento ,
Breton y sus amigos han querido limitar su acción a la literatura, a la
poesía ni tampoco al mundo de las ideas solamente. Pero la desgracia
histórica ha querido que nunca se apoyaran en ninguna forma política
real y que el partido comunista se comportara con ellos de la manera más
limitada y sectaria.
Los Jacobinos conversaban todas las tardes entre las 5 y las 10 de la noche en el Club del Faubourg Saint-Honoré, pero Le Journal de la montagne
no era el único que les hacía eco; toda Francia los escuchó y la propia
Convención acabó por responder a su voluntad, pues hablando en nombre
de todos, agitaban una mayoría revolucionaria que transformó todo el
país, por no decir a toda Europa. Por lo tanto no existe ninguna medida
común entre éstos y los surrealistas, que también se reunían todas las
tardes en el mismo sitio, El Cyrano y que fuera de esto abrieron una Oficina de investigaciones
en la calle Grenelle, que junto con el club estuvo abierto al público
durante un poco más de tres meses, desde el 11 de octubre de 1924 al 30
de enero de 1925, día en que decidieron cerrarlo. Sin embargo no puede
dejar de descubrirles similitudes secretas; desde esa confianza común
que tenían en las discusiones y en las reuniones cotidianas, hasta en
ese deseo constante de captar la voluntad de los desconocidos y de
convencerlos a unirse a la acción inmediata.
Del mismo modo que la palabra de
Robespierre era escuchada más a menudo entre los Jacobinos que en la
Convención, aún en los días del 94 que tramaron su caída antes del 9
thermidor, y así como la palabra de Saint-Just fue muchas veces
determinante en las decisiones del Comité de Salud Pública, la palabra de Breton y sus amigos, más que la escritura y los textos ,
ha creado el campo magnético permanente del surrealismo: ese mismo
campo en que se ha desplegado la acción cultural más subversiva que se
haya ejercido en Francia a partir de exigencias aparentemente
“literarias”. En ambos casos el desbordamiento que ha transformado la
“palabra” en acontecimiento tuvo lugar; por lo tanto desde un punto de vista histórico
y aunque los resultados no son inmediatamente comparables, se debe
reconocer que a pesar de su permanente voluntad de restauración y de la
complicidad que encuentra todavía hoy en las casas editoriales,
periódocos y revistas, el “antiguo régimen del espíritu” ha sido puesto
en peligro irreversiblemente por la revolución inaugurada en 1924. En
realidad no es (contrariamente a lo que dicen los pequeños termidorianos
del surrealismo) una “historia terminada”, puesto que esta revolución
no deja de descubrir cada año nuevos enemigos tanto en el nivel teórico
como en el práctico que define la ligazón poesía/revolución (que repite
cambiando de términos la ligazón clásica filosofía/revolución). Breton y
los surrealistas se han “apropiado integralmente ” de la causa de los
revolucionarios del 93 porque una asombrosa similitud en el
comportamiento individual con respecto a la sociedad futura los
empujaba, del mismo modo que a sus antecesores, a provocar la
aceleración de los acontecimientos mediante la palabra y los escritos.
Por lo tanto existe una identificación semiconsciente de los
surrealistas con los Jacobinos, y si ésta ha reforzado a Breton en sus
exigencias y clarificado su táctica personal con relación a otros grupos
de intelectuales revolucionarios, no le han evitado ciertos errores de
tolerancia ni la soledad de la incorruptibilidad: su grandeza, que no
deja de perpetuar la luz única de Robespierre y de Saint-Just, reside en
esa temeridad para afontar todos los escollos y en esa tranquilidad
ostentosa con respecto a la posteridad.
Cuando en el año 2016 se
publique la correspondencia de Breton, del mismo modo que hoy se
publican los archivos de la revolución del 89 y de la Comuna, nos
asombrará el rol múltiple y tal vez desmesurado pero siempre
digno, que jugó Breton en sus relaciones con todos aquellos que lo han
abordado, criticado, insultado, amado y aplaudido. El que Breton haya
pedido un término de 50 años para publicar sus cartas, correspondía a
una medida de prudencia destinada a proteger a todos aquellos que han
verificado su inmensa capacidad de comprensión, la cual estaba en
relación directa con su capacidad de rechazo. Las contradicciones de
tipo político o sentimental que lo han podido dirigir y también a veces
extraviar se inscriben en una misma trayectoria: la de un hombre que ha
desesperado de todo y que a pesar de ello ha esperado lo imposible. Por
ejemplo nunca ha dejado de creer que una revolución era susceptible de
cambiar por fin a Francia y como muestra de esto tenemos lo que dijo en
su última entrevista publicada: “sea lo que sea yo pienso que si aquí
–en este país en particular– la situación empeorara considerablemente,
la izquierda sería llamada a renacer de sus cenizas. Confirmé esto al
asistir hace algunas semanas a dos emisiones televisadas muy bellas,
parte del programa titulado La Terreur et la Vertu . Yo creo que ni una película como El Acorazado Potemkin
deje a los espectadores más temblorosos. Calculé el número de espíritus
jóvenes que guardarían la huella de estas películas y me persuadí de
que nada estaba perdido. Los nombres de Robespierre y de Saint-Just, así
como el de Fourier, Flora Tristan, Delescluze y Rigault, no han dejado
de sonar bajo las calles de París, aunque por ahora estén cubiertos por
un rumor de rebaños (5)”.
Para Breton no hay duda de que
la corriente que pasa de los revolucionarios del 93 a aquellos del 71,
sigue pasando en Francia por medio de los surrealistas, y que no es la misma corriente que hizo posible 1905 y 1917 en San Petersburgo. El surrealismo, tal como él lo escribió, sigue siendo esa pasarela por encima del abismo
(6) que permite transmitir la corriente hacia las generaciones futuras
(los “espíritus jóvenes” que “guardan la huella” y que hacen que “nada
esté perdido”).
En 1931 los surrealistas querían
que uno leyera: “La Mettrie, Young, Rousseau, Diderot, Hobach, Kant,
Sade, Laclos, Marat, Bobeuf”, dejando de leer: “Schiller, Mirabeau,
Bernardin de Saint-Pierre, Chénier y Madame de Staël”.
En 1943 cuando Breton escribía Arcane 17 en
el Canadá, coloca en el mismo nivel de los aventureros del espíritu a
aquellos que han considerado al hombre sin contemplaciones, exigiéndole
conocerse profundamente o lo han puesto en mora de justificar sus
“pretendidos ideales”: Paracelso, Rousseau, Sade, Lautréamont, Freud”,
pero también… “Marat, Saint-Just” y refiriéndose a estos dos últimos
nombres, añade: “la lista de este lado sería larga” (7).
Breton denuncia en Arcane 17
la enseñanza de la historia de Francia, tal como se ha practicado en
las escuelas de la tercera República, tomando en primer lugar la
falsificación del rol histórico de Robespierre. “Abajo Robespierre,
además Louis XVI era un buen rey, aunque un poco débil (sic), pero el
verdadero héroe nacional seguirá siendo venerado en la persona de
Napoleón: esas eran las ideas generalmente imborrables, que la República
Francesa dejaba que se le inculcaran a los niños, que en su inmensa
mayoría no pasarían de la Primaria” (8). Por el contrario, tal como lo
corroborará 10 años más tarde en Entretiens , por primera vez
plantea aquí con mucha claridad que su acuerdo con el espíritu de la
revolución de Robespierre y Saint-Just es completo y sin reserva:
“Afirmo que hay un espíritu dentro de la grande y verdadera tradición
Francesa que jamás hemos dejado de reivindicar, de hacer nuestro: el que
se hace presente en los cuadrenos de los estados generales y que anima
los decretos del 93; aquel que inspira, a través de las fluctuaciones de
intereses en un problema y otro, tanto al movimiento de Port-Royal como
a la Enciclopedia, que suscita a Benjamin Constant y a Stendhal, y que
imprimió su marca característica al movimiento obrero a lo largo del
siglo XIX”.
El rigor excesivo
Uno de sus principales poemas será titulado por Breton precisamente Los Estados Generales , escrito el mismo año que Arcane 17 .
Aunque en este poema nunca hace alusión directa a la revolución
Francesa, con el fin de marcar la continuidad perfecta de una revolución
a la otra, evoca por segunda vez al viejo Delescluze de la Comuna yendo
hacia las barricadas de Château d'eau y haciéndose matar el 25 de mayo
de 1871 (9). Además, Sade, cuyo testamento recuerda Breton, hace parte
del linaje: “Rousseau, Diderot, Holbach, Kant, Sade, Laclos, Marat,
Babeuf”; linaje que prefigura al que precede a la comuna y que va a
conducir desde el mismo pensamiento corrosivo y agitador de Lautréamont y
de Rimbaud hasta el propio surrealismo. En el Second Manifeste
de 1930, ¿acaso no se preguntaba como asegurando de antemeno la
respuesta?: “¿Sade, en plena Convención, no se comportó como un
contrarrevolucionario?” Entonces precisaba: “demasiados bribones
(palabras que Robespierre utilizaba para señalar a los mismos que
conspiraron su caída), están interesados en esta empresa de asalto
espiritual para que yo los siga en ese terreno. En el campo de la
rebelión ninguno de nosotros debe tener ancestros”. Para Breton este es
el momento –1930– de revocación general de todos los valores y el
momento de máxima duda con respecto a los hombres. Por ejemplo considera
absurdo y lamentable que Robert Desnos se tome por lo que no es: “De
todos modos qué idea más infantil: ¡ser Robespierre o Hugo!, todos los
que lo conocen saben que esto es lo que le impide a Desnos ser Desnos”.
Es cierto que Breton no se toma por Robespierre, pero se pregunta toda
la vida quién puede llegar a ser, a quién puede
frecuentar. El que Desnos responda al instante en términos del Comité de
Salud Pública: “Con las primeras revueltas partirá hacia Coblence”,
está dentro de la misma lógica de la acusación hecha por Breton. El
hombre que escribió en ese mismo momento esta frase inolvidable: Yo persigo ser considerado un fanático y que después nos repite a su muerte que él busca el oro del tiempo ; el mismo que había decidido acabar con el antiguo régimen del espíritu y buscaba junto con Aragon lograr una nueva declaración de los derechos del hombre ,
evidentemente no podía ceder a la presión de los argumentos de la
debilidad o la facilidad; que él haya provocado la exclusión de un
cierto número de sus mejores amigos no es más incomprensible que los
procedimientos de los Jacobinos al tachar a los amigos de su propio
Club.
Un rigor excesivo crea un clima
excepcional sin el cual, a falta de urgencia, todas las decisiones
tomadas en común darían pie a cualquier impugnación, aún a la más fútil.
Se ha compadecido a Danton, convirtiéndolo –antes de Mathiez– en una
víctima de la “hipocresía” y “dictadura” de Robespierre del mismo modo
que se ha compadecido a Desnos y Artaud; sin embargo habría bastado
luchar y no ceder frente a las injusticias que podía cometer Breton,
para que él mismo terminara aceptando su equivocación; ha aceptado su
error con Desnos y Artaud, del mismo modo que con Victor Brauner y
Matta. Guardando las debidas proporciones Robespierre también debió
percibir ciertos errores suyos, especialmente en lo que concierne a la
credulidad que demostró frente a las acusaciones de Fabre d'Eglantine
contra los Herbertistas. Breton no estaba exento de esas debilidades y
la carta de denuncia de una comparsa lo podía impresionar más que la
impertinencia espontánea de algunos amigos suyos.
Breton se equivocaba con relación al carácter de unos y otros (por ejemplo Politzer) y si la “violencia expresiva” le parece a posteriori ,
tal como a los otros, “fuera de proporción con la desviación, error o
falta que pretenden corregir”, incrimina no solamente el “malestar del
tiempo”, sino también “la influencia formal de una buena parte de la
literatura revolucionaria” (y cita en una nota: Miseria de la filosofía , Anti Dühring , Materialismo y Empirocriticismo ,
etc. (10), olvidando extrañamente, por esta vez, la violencia en la
expresión de los revolucionarios del 93, la de Robespierre y Marat).
Tal vez existe una excepción al
jacobinismo intransigente de Breton: su desconocida admiración por
Benjamin Constant. En el primer Manifiesto escribe que
“Constant es surrealista en política”, y si se recuerda que el famoso
adversario de Napoleón que se sentía jacobino en 1792 escribió a
comienzos del Directorio (1796) un folleto titulado De la force du gouvernement actuel de la France et de la necessité de s'y railler que se daría a conocer por entregas en el Moniteur
de París un poco antes del arresto de Babeuf, veremos claramente su
oportunismo. Más espectacular aún es su oportunismo en 1815, que comenzó
con dos artículos violentos contra Napoleón el 11 y el 19 de marzo,
cuando este último acaba de desembarcar de la isla de Elba. Su fuga
consecutiva hacia Nantes donde quería embarcarse y después su regreso a
París donde aceptó una invitación del Emperador, que lo encargó de la
redacción del acta adicional a las constituciones del imperio y lo
nombró consejero de estado. Esta oscilación entre el rechazo y la
aceptación, este replanteamiento perpetuo de las decisiones y opciones
ideológicas, ¿acaso no era, secretamente, para Breton, la actitud
política ideal? El excesivo rigor del fundador del surrealismo, que lo
llevó a privarse de algunos de sus amigos cuya estrella brillaba con más
fuerza, estaba compensado a menudo por la ternura y la indulgencia
extremada con todos aquellos que amaba. Al analizar cuidadosamente estos
cambios frecuentes de actitud y la cantidad de reconciliaciones con
aquellos que combatió más violentamente (Bataille en particular), podría
concluírse sin duda alguna en el jacobinismo Constantiano de
Breton. En cuanto a mí se refiere, estoy íntimamente convencido de que
su muerte en 1966 –antes de mayo del 68 y la invasión de Praga– nos
privó de algunas de las sorpresas más grandes que nos tenía reservadas
en todos los planos. “Prestarse a los cambios insensibles que se dan en
la naturaleza moral como en la naturaleza física” era para Breton, como
para Constant, la única ley de gobierno que reconocieron. Pero él no
quería más que un “derecho”: “el derecho exigente, el único, aquel que
presidía los actos de la convención de 1793 (11)”, y del cual esperó
hasta el final que surgiera una justicia nueva.
De la imposible “Guerra Civil” a la imposible “Coblenza”
“Hay que poner el terror en el
orden del día” decían los jacobinos. Breton y los surrealistas soñaron
en enero de 1926, con una revista que se llamaría La Guerre civile .
Victor Crastre, su secretario de redacción, no recibió más que cuatro
textos (un ensayo de Breton, un artículo de Aragon, algunas páginas de
Péret y de Leiris), que no fueron suficientes para editar el primer
número. Crastre cuenta cómo con el fin de editar la revista hubo una
reunión en casa de Breton, que estuvo precedida por muchas reuniones en
el Cyrano , donde tomaban “whisky, ginebra, alcoholes
nacionales y el aperitivo “mandarín” entre muchachas y celestinos,
traficantes de coca y gentes de teatro, músicos de establecimientos
nocturnos, bailarinas del “Moulin Rouge”, auténtico público popular ,
único aceptable para los “enemigos de la cultura burguesa”, en tanto
mezclados con el “lumpen””. Los surrealistas leían, discutían,
redactaban comunicados, –en esa atmósfera ruidosa por donde pasaban a
menudo bellas mujeres– del mismo modo que los jacobinos tomaban
decisiones levantando las manos en presencia de un público que concurría
todas las noches a sus reuniones, en las cuales, dicen, el alcohol
jugaba un papel nada despreciable. En 1790, en estado de agitación
eléctrica, David, “pálido de entusiasmo” aceptó en el club de los
jacobinos realizar el proyecto de un cuadro monumental destinado a
celebrar el juramento del Jeu de Paume . Los surrealistas han renovado esta fiebre. Durante los meses que precedieron a la serie de discusiones sobre La Guerre civile , Marcel Fourrier, director de Clarté ,
había logrado controlar con su amigo Camille Fégy, la página literaria
de la “Humanité”, a pesar de Barbusse. En esta página se editaron textos
–únicos en la prensa de ese tiempo– defendiendo por ejemplo la
provocación organizada por Breton y sus amigos en la Closerie des Lilas en
el banquete de Saint-Pol-Roux. Sin embargo las columnas del diario del
P.C. no apoyaron durante mucho tiempo a los surrealistas, aunque todo
tiende a confirmar que Breton hizo lo posible por establecer una mayor
unidad de acción entre los surrealistas y los comunistas: el paso de
Boris Souvarine de miembro del buró político a la oposición del partido,
así como el rol marginal y de oposición a medias de la revista Clarté ,
no favorecieron en ninguna medida la realización concreta de esta
unidad. No obstante se podía concebir aquella unidad en forma distinta
al puro y simple abandono de la posición surrealista por los mismos
surrealistas (12). El dogmatismo del partido impedía que la acción
revolucionaria surrealista “se hiciera oír por el gran público”; caso
contrario al de los jacobinos de las organizaciones políticas sobre las
cuales pretendieron ejercer su influencia: la Comuna, la Convención y
los diecinueve Comités. Considerando las obvias diferencias sociales,
históricas y políticas, no deja de ser cierto que la actitud de los
surrealistas con relación a las organizaciones políticas revolucionarias
de la época, fue también la de un club independiente , que
entusiasmado por la pasión de la justicia y de la libertad, buscaba
realizar o en su defecto, estimular las decisiones concretas más
favorables a la revolución. El que no hayan encontrado un interlocutor
a la medida de sus exigencias no puede imputárseles, a pesar de todo lo
que dijo Pierre Naville en el momento y de todo lo que se ha dicho
después. Aunque desde un principio mantuvieron una posición idealista y
subjetiva, concientemente y con arrogancia, era con el fin de marcar el
carácter “desinteresado y aún totalmente desesperado” de su revolución,
tal como lo dijeron en la Declaración del 27 de enero de 1925 .
El brusco cambio que ocurrió en menos de un año, del idealismo absoluto
al materialismo dialéctico, según propia confesión de Breton, se llevó a
cabo “con demasiada precipitación”. Pero era justo que los surrealistas
no cedieran todo el terreno conquistado a un control burocrático: el
individualismo revolucionario era la única actitud coherente que podían
oponer a la voluntad general de reducción y subestimación que
afrontaban. Breton no lo formuló en estos términos; pero ¿cómo dejar de
ver que es este mismo jacobinismo, fuente histórica del
individualismo revolucionario el que le permitió no soltar la presa en
ese momento a cambio de la sombra que Stalin echaría sobre la revolución
rusa?
En A la bonne heure , texto escrito en 1953, Breton adopta las conclusiones del Comunismo
de Dionys Mascolo citando: “No hay intelectual comunista posible, pero
tampoco hay intelectual anticomunista posible, cada cual debe resolver
esta contradicción por sus propios medios” (13). Además por errores de
impresión de la edición hecha por Marguerite Bonnet, la segunda frase se
saltó, lo cual llevó a la impresión por separado de la errata, lo que
refuerza especialmente el impacto de estas “conclusiones”. En efecto,
siguiendo la lógica más elemental del “sentido común” no se puede ser a
la vez “individualista y social”, aunque así fueran, después de los
Jacobinos, todos los intelectuales revolucionarios que no han confundido
sus exigencias políticas con la fe ciega en un partido, o en el
secretario general de un partido. Esta contradicción que Breton tuvo
presente hasta su muerte, es la que impide la “normalización” de toda
práctica política revolucionaria del individuo. Los jacobinos,
exceptuando a Buonarotti, finalmente han sido víctimas de su
intransigencia, y los mismos bribones conocidos que concurrieron al
asesinato de Robespierre y de Saint-Just; todo el pequeño mundo que se
remueve desde Tallien hasta Barras, pasando por Fréron, su acólito ruín,
jamás supieron hacer otra cosa que tratar de ensuciar (como los autores
de Cadáver ) a su propio creador. ¡Qué espléndidos hombres
cayeron bajo sus golpes! Evidentemente es imposible comparar a Desnos,
Limbour o Vitrac con los termidorianos de derecha: se habrían situado
con gusto del lado de Billaud –Varenne y de Collot d'Herbois, y tal como
lo sugiere el mismo Desnos en su artículo sobre el Second Manifeste ,
ellos acusaban a Robespierre-Breton de doble juego más que de crueldad
revolucionaria: “Más burgués que ninguno, él tiene la palabra revolución
en la boca, no porque le salga del corazón sino porque es un trozo
demasiado difícil de tragar para el débil gaznate que su frágil estómago
vomita. Breton es el tipo de personaje que vive de la idea
revolucionaria y no de la acción”. “Con los primeros levantamientos
partirá a Coblenza” es una afirmación, que como hemos visto sumerge a
Desnos en la atmósfera de 1793 y 1794, más que en 1930. Pero en la
actualidad son los neo-termidorianos de derecha los que tratan de
desacreditar toda la aventura surrealista, en la cual no participaron
más que pálidamente y claro está con todo el apoyo necesario de los
numerosos enemigos comunes del surrealismo y el comunismo. Vivimos en
1973 una especie de Directorio sin guerra de Italia y sin Bonaparte, en
que los raros sobrevivientes de la revolución surrealista no aspiran más
que a vender sus memorias o editar sus obras completas, cuando
contrariamente a Prévert, Mandiargues y Gracq, no encuentran una
distancia individual en la meditación lírica y la fidelidad más
clarividente.
La amistad de las “Leyes Infames”
“…no hay más moralidad que la moralidad del terror, ni más libertad que la implacable libertad dominadora”.
Louis Aragon, La Revolución Surrealista . Nº 2, 15, Enero 1925.
La voluntad que manifesté de no censurar la
antigua amistad Breton-Aragon me ha convertido en blanco de bajos
insultos por parte de ciertas publicaciones reaccionarias, aunque de su
bien conocida amistad sean testigos no solamente sus obras sino también
las acciones conjuntas que llevaron a cabo: uno tiene derecho a evocar
la ruptura Breton-Aragon y a tomar partido entre las dos, pero el tabú
que sigue en pie y que se quiere expulsar de la historia cueste lo que
cueste, es la complicidad y el pacto que hubo entre los dos. Al
referirme a obras de hace medio siglo ( Le mouvement perpetuel , publicada en 1925, fue escrita entre 1919 y 1924), pareciera que se cometía sacrilegio al subrayar el carácter ejemplar
de esta amistad, que únicamente las maniobras y diversos chantajes de
los dirigentes del P.C. lograron romper.Esta amistad no se transformó en
declarada hostilidad, sino después del comunicado de L'Humanité
del 10 de marzo de 1932, en que Aragon denunciaba como “objetivamente
contrarrevolucionarios” los ataques de Breton en el folleto Miseria de la poesía .
En este folleto que Breton nunca volvió un libro y que merece por sí
solo un estudio particular, aunque la crítica poética de fondo iba
dirigida contra Frente Rojo , Breton tomaba la defensa pública de su amigo contra las leyes infames
que se le aplicaban a Aragon en ese entonces, para lograr su
exculpación en un proceso que lo exponía a cinco años de prisión (14).
El rompimiento parece haber
tenido su origen en una nota de pie de página en que Breton traía a
cuento las afirmaciones de un miembro del Comité Central (Y.F.
posteriormente excluído del P.C.) que sólo podía conocer con esa
exactitud de boca del mismo Aragon. Estamos alejados de las guillotinas y
del tribunal revolucionario, pero tembién en 1794 una nota al pie de página
podía romper dramáticamente las amistades: ¿cuánto tiempo después del
9º thermidor podía sobrevivir la amistad que unía a Robespierre y a
Saint-Just? A veces los detalles más pequeños pueden conformar riesgos
inmensos, en que los jugadores no juegan concientes del todo los roles
que se les atribuyen.
En este caso la afirmación que
Breton sacó a relucir se relacionaba con el amor y revelaba la estupidez
y la mala fe de una “idiota” lo cual molestaba a Aragon por su rol de
agente de enlace que los surrealistas le habían confiado con relación al
P.C. Esto explica que en el momento que Breton le leyera las pruebas
del texto Miseria de la poesía Aragon le haya pedido la
supresión de la nota de pie de página. En cuanto a sus relaciones de
entonces con Aragon, Breton dice: “entre aquellos que se comprendían
mejor, una brecha infranqueable iba a abrirse”. Ahora bien, si él hace
caer la responsabilidad del rompimiento sobre Elsa Troilet,
quien tomó la iniciativa de viajar con Aragon y Sadoul a la U.R.S.S. y
también sobre Sadoul que escapaba por este medio a investigaciones
policiales en Francia, Breton precisa: “tal como lo conocía entonces,
Aragon jamás habría intentado hacer algo que pudiera separarlo de
nosotros”. Por el contrario hizo todo lo posible después de retornar de
la U.R.S.S. para continuar siendo su amigo inclusive “retractándose
públicamente” tal como Breton se lo pidió. Pero después de tantos días
de discusiones y tensión contínua, esa nota de pie de página no “podía
pasar” y: “Aragon se opuso formalmente; esa era una afirmación hecha al
interior del partido que por lo tanto no podía hacerse pública. Como yo
insistí en mi intención de no tener compromiso alguno en ese sentido,
Aragon me hizo saber que la inserción de esa frase en Miseria de la poesía
haría inevitable nuestra ruptura” (15). Exactamente en este punto las
dos versiones divergen: Aragon cuenta que frente a su exigencia Breton
había contestado: “Que ésto no valga” y tachó con un lápiz azul y rojo
la frase incriminada. Después Aragon caminó desde la calle Fontaine
hasta el inmueble en que vivía en la calle Campagne-Première y la
portera le entregó un paquete al comenzar la escalera –una vez roto el
sobre, el interior del paquete contenía un ejemplar del folleto editado
(y por lo tanto imposible de corregir).
Este litigio no se tranza sin disponer de pruebas
y no veo la forma de conseguirlas, a menos que se hiciera una
investigación sobre el día y la hora del encuentro de Aragon en casa de
Breton, junto con otra investigación acerca del día y la hora en que
salió Miseria de la poesía . Pero estos dos hombres estuvieron
demasiado cercanos y su pacto fue demasiado sincero y demasiado profundo
para que el pretexto de la ruptura que los separó definitivamente,
algún día no se analice históricamente con precisión e imparcialidad.
Por el momento todo lo que se
puede observar es que una errata sin corregir se encuentra en el texto
en cuestión y que este único lapsus implica un cierto nerviosismo o
precipitación en un hombre tan escrupuloso y atento a cualquier error,
como era Breton; lo cual no me impide estar de acuerdo con él, contra
Aragon: en un país como Francia las afirmaciones imbéciles, aún si han
sido dichas por un miembro del Comité Central por quien no se tendrá más
que un interés relativo en considerarlo, deben publicarse por lo menos
para favorecer o acelerar su exclusión. Nadie ha estado jamás interesado
en esconder la criminalidad latente de la tontería: el indigno período
staliniano que por entonces comenzaba, no hizo más que confirmar los
pensamientos de Breton, y si a fin de cuentas Aragon reconsideró todo
este caso de manera favorable para su gran amigo de la juventud, tal vez
no sería pertinente comparar su actitud con la de Babeuf que después de
aprobar a los thermidorianos, pronunció su “autocrítica” desde
diciembre de 1794, en el Tribuno del pueblo . Después de 200
años en Francia no deja de asistirse a una crisis general de confianza
con respecto a las actitudes políticas que caracterizan la vida de los
intelectuales: la mayoría de las veces depende de una capacidad de ver,
de mirar de frente los propios juicios erróneos. Nada es comparable en
momentos históricos tan alejados y en circunstancias sociales tan
diferentes: que la U.R.S.S. no es Francia en 1972 ni en 1932 es cierto,
pero la historia se ha convertido en algo tan pesado y asfixiante que ha
tocado esperar más de 30 años para que Aragon vuelva a hablar en sus
textos amistosamente de Breton. Sin duda alguna existen abismos
históricos en los cuales se buscará siempre en vano el fondo.
En cuanto a mí se refiere, siempre recordaré a Breton confiándome que había soñado cada noche
con Aragon, durante varias semanas después de su ruptura del 32. La
primera vez que visité a Aragon en 1967 recuerdo que me mostró la
primera nota que le había mandado Breton, pegada en la pared y frente a
la cual se sentaba a escribir en su apartamento de la calle Varenne.
Hágase lo que se haga y cualquiera que sean los errores de unos, siempre
incomparables a los de otros; aunque la verdadera amistad entre dos
hombres se rompa, siempre guarda esa transparencia que exaltaba hasta
tal punto a Saint-Just, que la querría consagrar en un templo. Las
disensiones más violentas que desgarraron a los revolucionarios del 93 y
del 94 los conducían a la muerte, mientras que las de los surrealistas
no llegaban más que a silencios cortados por insultos: yo considero que
esos silencios jugaron el papel de guillotinas mentales, puesto que más
de una vez han interrumpido la mayor aventura revolucionaria que puede
vivir un hombre: la que consiste en provocar las más bellas tempestades
de la historia con algunos amigos. Los verdaderos amigos, que según me
escribía Breton en 1966 se cuentan con los dedos de las dos o de una
mano, pienso que nos han dado el ejemplo más puro y más arriesgado: los
Jacobinos perseguidos hasta 1800, condenados a muerte como Topino Lebrun
en 1801, mediante complots fomentados por la policía del primer Cónsul,
esos jacobinos que habían sido jurados del Tribunal revolucionario o
miembros de los Comités. Que algunos de ellos hayan cometido faltas imperdonables
–tal vez era inevitable enviar inocentes y revolucionarios a la muerte.
Pero el silencio que guardó Saint-Just desde la interrupción del
grotesco Tallien el 9 thermidor y su perfecta dignidad hasta en el
patíbulo, dominan desde muy arriba el desenfreno de los “bribones” que
lo hostigaron junto a su amigo Le Bas, que lo siguió voluntariamente a
la muerte, lo mismo que Agustin Robespierre que se suicidó por su
hermano.
Las dos “horneadas” de 21 y 71
guillotinados que ensangrentaron los días 10 y 11 thermidor no hicieron
más que interrumpir después de dos siglos, una revolución que falta
completar integralmente en Francia. Es imposible, tanto aquí como allá, que la belleza de ciertas actitudes excepcionales no eclipse todo lo que ha podido comprometerlas o contradecirlas.
El terror gris
Dicen que los Jacobinos
“fracasaron”… y que los surrealistas también. Entonces, qué decir del
constante fracaso de sus enemigos, del cretinismo o de la triste
debilidad de los petimetres, de los realistas, qué decir de la ceguera y
de la pedantería de los falsos historiadores, de los cientificistas de
todo tipo que se atreven a juzgar desde la altura de su ignorancia
imperdonable –la de aquellos que publican un pastiche de Rimbaud por
uno ciento (16) – ¿decir que es una empresa que tendía, nada menos que a
eliminar completamente toda clase de porquería intelectual de
la superficie de nuestro planeta? ¿Con qué derecho se atreven a
decidir, el día y la hora en que según su corta perspectiva y sus
pequeños intereses el surrealismo se habría frenado? Temiendo la
persistente rivalidad de su poder oculto, prefieren verlo morir el día
que rompieron con él y, por ejemplo, no dudan hacerlo morir 20 años
antes que su fundador. Ciega mezquindad: tú no podrás cretinizar por
mucho tiempo aquellos que oyen, aquellos que ven, todos los otros que
verán. Breton ha denunciado algunos de esos tramposos, como
“asociaciones de malhechores”, así como Robespierre –acusado de
dictadura por esos mismos que jugarían a los tapetes rojos para aprobar
la coronación de un emperador–. Los distinguía entre todos como aquellos
que si él hubiese sido el tirano que ellos denunciaban, se habrían arrastrado sedientos de oro hasta sus pies :
traidores y oportunistas. Breton declaraba que la imprudencia con que
los más insignes charlatanes y falsarios se apropiaron de los principios
de Robespierre y de Saint-Just (17), testimonia la alteración que sufre
toda toda gran idea “desde el mismo instante en que entra en contacto
con la masa humana, pues deberá adaptarse a toda clase de espíritus
diferentes al que la originó”. Hoy en día vivimos la época de esta
degradación, de esta alteración general . Los “eminentes
practicantes” que como “la Corday, Tallien, Napoleón Bonaparte y el
Señor Thiers” limitan la libertad “a tiempo”, como si fuera una
“enfermedad del crecimiento” (18), se multiplican de nuevo por todos
lados como ratas o más bien como gallinazos. En el campo de la crítica,
como en el de la historia y la política, sus émulos del presente quieren
legislar en el territorio de los más grandes aventureros del
pensamiento: “aquellos que han tomado al hombre sin contemplaciones”, y
allí se rompen las alas. Breton profetizó en 1942 “el retorno del padre
Duchesne” en un texto en que imita perfectamente la escritura hablada de
Hébert. Una profecía de este tipo tomará el tiempo que quiera para
realizarse, pero no ha sido pronunciada en vano: mayo de 1968 ya la
mostró desacreditando de una vez por todas el mito de cualquier autoridad (aún “marxista”) que quisiera por ejemplo impedirnos seguir hasta el final el movimiento de esta frase :
“¡pero joder! mira la calle, es suficientemente curiosa, equívoca,
suficientemente protegida y sin embargo ella va a ser tuya, ella es
magnífica! (19)” –la calle en donde lo imposible puede ocurrir: por
ejemplo, el hecho de morir y vivir al mismo tiempo: sí, como Delescluze.
El gran terror
“Yo considero de suma importancia continuar los actos de terror que los surrealistas han ocasionado”.
Max Ernst (20)
El individualismo revolucionario
que se opone tanto a cualquier centralización como a toda dictadura
–vencerá un día a la policía de las ideas fijas y de los conceptos, o la
libertad morirá con él… En vísperas de la última guerra, en 1939, los
surrealistas firmaban un comunicado de la F.I.A.R.I. titulado: ¡ABAJO
LOS DECRETOS LEYES, ABAJO EL TERROR GRIS! En 1972 las Bastillas no
solamente siguen de pie sino que se construyen otras: “modelos” del
género. Hoy en día, tal como en 1925, “la idea de revolución es la mejor
y más eficaz salvaguarda del individuo”.
En su conferencia en la
residencia estudiantil de Madrid del 18 de abril de 1925, Aragon
declaraba: “Ustedes van a reír y considerar una burla que gente sin
poder alguno, que no son nada, sin plata, sin hipocresía, hablen de
repente sobre la revolución y adopten desde un comienzo el tono y todo
el aparato mental del Gran terror . Sin embargo, este hecho sin
precedentes en la historia humana es el que acaba de unir a aquellos
que no se creían más que en ese solo vínculo, la poesía, y en cierto
gusto por lo insensato (21)”.
Debe comprenderse que sin esta
referencia explícita, provocante, subrayada e insistente, a la
Revolución Francesa y al terror, el surrealismo no habría podido dominar
con todo el largo de sus alas, una época de mediocridad, de prudencia
pequeño burguesa y de estupidez. Ya es tiempo de medir la actualidad y
la pertinencia del surrealismo. Censurar la voluntad revolucionaria de
los Jacobinos surrealistas será en vano, pues ellos han llenado para
siempre la poesía de una misión subversiva, y los individuos están
interesados en realizarla hasta el final, a menos que quieran ser
desposeídos de todos sus derechos conquistados desde hace ya casi 200
años.
Traducción: Roberto Franco.
(*) “Les jacobins surréalistes”. Texto extraído de De l'individualisme révolutionnaire , Ed. 10/18, París y publicado en su traducción castellana en la revista «ECO» nº 228, Bogotá, oct. 1980. Extraido del internet de http://www.archivosurrealista.com.ar/Paris44.htm
(1) En “Clarté”, 1925.
(2) En Le drame du surréalisme , por V.Crastre, Editions du temps, 1963.
(3) En La révolution surréaliste , nº 2, 15-I-1925.
(4) Entretiens , p. 119-120, Editions Gallimard.
(5) En Perspective Cavalière ,
entrevista de Dic. 10, 1964. Ediciones Gallimard, 1970. (Debe notarse
con respecto a Delescluze, que en el Concejo de la Comuna hizo parte de
los que llamaban precisamente los Jacobinos ). Las emisiones de televisión antes citadas son de Stella Lorenzi y de Alain Decaux.
(6) En el Segundo manifiesto del Surrealismo .
(7) Arcane 17 , Coll. 10/18, 39
(8) Idem, p. 42.
(9) En Signe Ascendant , Coll. Poésie, Gallimard p. 66 Cf. “Dictionnaire de la Commune” por Bernard Noël, p. 118-119, Hazan edit. 1971.
(10) Cf. Advertissement pour la réédition du Second Manifeste (1946).
(11) En Martinique charmeuse de serpents en colaboración con André Masson, Editions Sagittaire, París, p. 77.
(12) En relación al escrito de Victor Crastre, El drama del surrealismo , André Breton escribe que él “supo mejor que cualquier otro despejar la atmósfera de esta época” (Cf. Entretiens , p. 121).
(13) Perspective cavalière , p. 28.
(14) Miseria de la poesía , “El caso Aragon frente a la opinión pública”. Ediciones Surrealistas, 1932.
(15) La afirmacion –con la errata– era la siguiente: “ustedes no persiguen más que
complicar las relaciones tan simples y tan sanas del hombre y de la
mujer”. Apuntaba a un texto de Dalí titulado “Rêverie”, publicado en La Revolución Surrealista nº 4. (sic) [En este punto, el autor se confunde de publicación: se trata, no de La Revolución Surrealista , sino de El Surrealismo al Servicio de la Revolución ; y el texto de Dalí mencionado, apareció en el nº 4 de esta última (diciembre de 1931, págs. 31-36) –Archivo Surrealista ].
Cf. Entretiens , p. 161-168.
(16) Cf. Flagrant délit , Coll. Libertés. J.-J. Pauvert, 1964.
(17) En Prolégomènes á un troiséme manifeste, ou non.
(18) Arcane 17 , p. 114.
(19) En Prolégomènes á un troiséme manifeste, ou non.
(20) En Varietés , p. XV, junio 1929.
(21) Texto de la conferencia de Aragon, en el tomo II de L'œuvre poétique , Livre club Diderot, 1974.
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