jueves, 31 de diciembre de 2009

CARTA A PABLO x Mijail Bakunin

París, 29 de marzo de 1845

Soy el mismo, como antes, enemigo declarado de la reali­dad existente, sólo con esta diferencia: que he cesado de ser teórico, que he vencido, en fin, en mí, la metafísica y la filoso­fía, y que me he arrojado enteramente, con toda mi alma, en el mundo práctico, el mundo del hecho real.

Créeme, amigo, la vida es bella; ahora tengo pleno derecho a decir eso, porque he cesado hace mucho de mirarla a través de las construcciones teóricas y a no conocerla más que en fantasía, porque he experimentado efectivamente muchas de sus amarguras, he sufrido mucho y he caído a menudo en la desesperación.

Yo amo, Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado como yo quisiera serlo, pero no desespero; sé al menos que se tiene mucha simpatía hacia mí; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola religiosamente, es de­cir, activamente; ella está sometida a la más terrible y a la más infame esclavitud y debo libertarla combatiendo a sus opreso­res y encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en ella el amor y la necesidad de la liber­tad, los instintos de la rebeldía y de la independencia, recordándole el sentimiento de su fuerza y de sus derechos.

Amar es querer la libertad, la completa independencia de otro; el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama; no se puede amar verdadera­mente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aun y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama.

He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, he ahí el sentido íntimo, no sólo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual; porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está muy lejos de noso­tros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de ningún modo; querer la dependencia de aquel a quien se ama es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería lo más peligroso e infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagota­ble de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad.

Todo lo que emancipa a los hombres, todo lo que, al hacer­los volver a sí mismos, suscita en ellos el principio de su vida propia, de su actividad original y realmente independiente, todo lo que les da la fuerza para ser ellos mismos, es verdad; todo el resto es falso, liberticida, absurdo. Emancipar al hombre, he ahí la única influencia legítima y bienhechora.

Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos -no son más que mentiras-; la verdad no es una teoría, sino un hecho; la vida misma es la comunidad de hombres libres e independien­tes, es la santa unidad del amor que brota de las profundidades misteriosas e infinitas de la libertad individual.

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