martes, 15 de febrero de 2011

La anarquía y la Iglesia x Elisée Reclus

CAPÍTULO I

La conducta que el anarquista ha de observar con respecto al hombre de Iglesia, está de antemano trazada; mientras que curas, frailes y demás detentadores de un pretendido poder divino se hallen constituidos en liga de dominación, tiene que combatirlos sin tregua, con toda la fuerza de su voluntad, con todos los recursos de su inteligencia y su energía.

Esta lucha no ha de ser un obstáculo para que se guarde el respeto personal y la buena simpatía a cada individuo cristiano, budista, fetichista, etc., etc.

Principiemos por libertarnos, trabajemos en seguida por la libertad de nuestro antagonista.

Lo que se debe temer de la Iglesia y de todas las Iglesias, nos lo dice clarísimamente la historia, y no hay excusa acerca de este punto; todo error o mala interpretación, es inaceptable; más aún, es imposible. Somos aborrecidos, execrados, malditos, démonos condenados a los tormentos del infierno, lo que para nosotros no tiene sentido, y, lo que es indudablemente peor, somos señalados a la vindicta de las leyes temporales, a la venganza particular de los carceleros y de los verdugos y aún a la originalidad de los atormentadores que el Santo Oficio, viviente todavía, mantiene en los calabozos. El lenguaje oficial de los papas, formulado en sus recientes bulas, dirige expresamente la campaña contra los «insensatos y diabólicos innovadores, los orgullosos discípulos de una pretendida ciencia, las personas delirantes que piden la libertad de conciencia, los que desprecian todas las cosas sagradas, los aborrecibles corruptores de la juventud, los obreros del crimen y de la iniquidad». Anatemas y maldiciones dirigidos de preferencia a los hombres revolucionarios que se denominan libertarios o anarquistas.

Muy bien; lógico es que los que se llaman y se tienen por consagrados al absoluto dominio del género humano, creyéndose poseedores de las llaves del cielo y del infierno, concentren toda la fuerza de su aborrecimiento contra los réprobos, que niegan sus derechos al poder y condenan las manifestaciones todas del poder ese. «¡Exterminio! ¡Exterminio!» Tal es, como en los tiempos de Santo Domingo y de Inocencio III, la divisa de la Iglesia.

Oponemos, a la intransigencia de los católicos, idéntica intransigencia, más como hombres, y como hombres inspirados en la ciencia, no como taumaturgos y verdugos.

Rechazamos terminantemente la doctrina católica, de igual modo que la de todas las religiones afines; luchamos contra sus instituciones y sus obras; nos proponemos desvanecer los efectos de todos sus actos.

Pero sin odio de sus personas, porque sabemos que todos los hombres se determinan por el medio en que sus madres y la sociedad los colocaran; no ignoramos que otra educación y otras circunstancias menos favorables habrían podido embrutecernos también, y lo que principalmente nos proponemos, es desarrollar para ellos, si es tiempo todavía, y para las futuras generaciones, otras condiciones nuevas que curen por fin a los hombres de la locura de la cruz y demás alucinaciones religiosas.

Muy lejos de nosotros está la idea de vengarnos, cuando haya llegado el día en que seamos los más fuertes: no habría cadalsos ni hogueras bastantes para vengar el infinito número de víctimas que las Iglesias, la, cristiana especialmente, sacrificaran en nombre de sus dioses respectivos, en el transcurso de la serie de siglos de su ominosa dominación.

Por otra parte, la venganza no se cuenta entre nuestros principios, porque el odio llama al odio, y nosotros sentímonos animados del más vivo deseo de entrar en una nueva era de paz social. El decidido propósito que nos impulsa, no consiste en hacer uso de «las tripas del último sacerdote para ahorcar al último rey», sino en buscar la manera de impedir que nazcan reyes y curas en la purificada atmósfera de nuestra ciudad nueva.

Nuestra obra revolucionaria contra la Iglesia, empieza lógicamente por ser destructora antes de poder ser constructiva, sin embargo de ser independientes entre sí las dos fases de la acción, aunque bajo diversos aspectos, según los distintos medios.

Sabemos, por otra parte, que la fuerza es inaplicable para destruir las creencias sinceras, las cándidas e ingenuas ilusiones, y por lo mismo no intentamos penetrar en las conciencias para arrancar de ellas las perturbaciones y los sueños fantásticos; mas podemos trabajar con todas nuestras energías a fin de separar del funcionamiento social todo lo que no esté de acuerdo con las verdades científicas reconocidas; podemos combatir sin descanso el error de todos los que se figuran haber encontrado fuera de la humanidad y del universo un punto de apoyo divino, que permite a ciertas especies de parásitos erigirse en intermediarios místicos entre el creador ficticio y sus pretendidas criaturas.

Ya que el temor y el espanto fueron siempre los móviles que a los hombres subyugaron, como reyes, sacerdotes, magos y pedagogos lo han venido a reconocer y a repetir en distintas formas, luchemos sin reposo contra ese vano terror de los dioses y de sus intérpretes, por medio del estudio y de la serena y clara exposición de las cosas.

Combatamos todos los embustes que los beneficiarios de la antigua necedad teológica han propagado en la enseñanza, en los libros y en las artes, y no descuidemos la oposición al infame pago de los impuestos directos e indirectos que el clero extrae de nosotros.

No permitamos que se construyan templos pequeños ni grandes, cruces, estatuas votivas y demás fealdades, que deshonran y envilecen poblaciones y campiñas; agotemos el manantial de esos millones que de todas partes afluyen al gran mendigo de Roma y hacia los infinitos submendigos de sus congregaciones, y por último, valiéndonos de la propaganda diaria arrebatemos al cura los niños que se les da a bautizar, los adolescentes varones y hembras que confirman en la fe por la ingestión de una hostia, los adultos que se someten a la ceremonia matrimonial, los infelices a quienes inician en el vicio por la confesión, los agonizantes a quienes llenan de terror en los últimos momentos de la existencia.

Descristianicémonos y descristianicemos al pueblo.

CAPÍTULO II

Pero, se nos objetará, las escuelas, aún las que se denominan laicas, nos referimos a las de la nación francesa, cristianizan la infancia, es decir, toda la futura generación.

¿Y cómo cerraremos esas escuelas, si nos encontramos ante padres de familia que reivindican la «libertad» de la educación por ellos elegida?

¡He aquí que a nosotros, que siempre estamos hablando de libertad, que no comprendemos al individuo digno del nombre de libre sino en la plenitud de su altiva independencia, se nos opone también la «libertad».

Si la palabra respondiese a una idea justa, deberíamos inclinar la cabeza con respeto para ser consecuentes y fieles a nuestros principios; pero esa libertad del padre de familia es el rapto, la simple apropiación del hijo, que es dueño de sí mismo, y que se entrega a la Iglesia o al Estado para que a su antojo lo deformen.

Se asemeja esa libertad a la del burgués industrial que dispone, gracias al jornal, de centenares de «brazos» y los emplea del modo que le conviene, en trabajos pesados o embrutecedores; es una libertad como la del general que hace que maniobren a su capricho las «unidades tácticas» de «bayonetas» o de «sables».

El padre, heredero convencido del pater familias romano, dispone por igual de hijos e hijas para matarlos moralmente, o, lo que es aún peor, para envilecerles.

De estos dos individuos, padre e hijo, virtualmente iguales para nosotros, el más débil tiene derecho preferente a nuestro apoyo y defensa, a nuestra decidida solidaridad contra todos los que le hagan daño, aún cuando entre ellos se cuenten el padre y hasta la madre que le diera luz.

Si, cual ocurre en Francia, por una ley especial, por la opinión impuesta, el Estado niega al padre de familia el derecho de condenar a su hijo a perpetua ignorancia, los que de corazón estamos de parte de la generación nueva, sin leyes, por la liga de nuestras voluntades, haremos cuanto dependa de nosotros para protegerla contra la mala educación.

Que el niño sea reprendido, pegado y martirizado de mil modos por sus padres; que sea tratado con mimo y envenenado con golosinas y mentiras; que sea catequizado por hermanos de la doctrina cristiana, o que aprenda, con los jesuitas, una historia pérfida y una moral falsa, compuestos de bajeza y crueldad, el crimen es siempre el mismo.

Y nos proponemos combatirle con la misma energía y constancia, solidarios siempre del ser sistemáticamente perjudicado.

No hay duda que mientras subsista la familia bajo su forma monárquica, modelo de los Estados que nos gobiernan, el ejercicio de nuestra firme voluntad de intervención hacia el niño contra los padres y los curas, será de cumplimiento difícil.

Más por esa misma razón deben dirigirse en tal sentido nuestros esfuerzos, porque no existe el término medio: se ha de ser defensor de la justicia o cómplice de la iniquidad.

En este punto plantease también, como en todos los restantes aspectos de la cuestión social, el gran problema discutido entre Tolstoy y otros anarquistas respecto a la resistencia o no resistencia al mal.

Opinamos, por nuestra parte, que el ofendido que no resiste, entrega de antemano los humildes y los pobres a los opresores y los ricos.

Resistamos sin odio, sin rencor ni ánimo vengativo, con la dulce serenidad del filósofo que reproduce exactamente la profundidad de su pensamiento y su decidida voluntad en cada uno de sus actos.

Téngase bien en cuenta que la escuela de hoy, tanto si la dirige el sacerdote religioso como si la regenta el sacerdote laico, va franca y declaradamente contra los hombres libres, cual si fuese una espada, o mejor, como millones de espadas, pues se trata de preparar contra todos los innovadores todos los hijos de la nueva generación.

Comprendemos la escuela, lo mismo que la sociedad, «sin Dios ni amo».

Y, por consiguiente, parécenos funestos todos esos antros donde se enseña la obediencia a un Dios y sobre todo a sus pretendidos representantes los amos de todo género, curas, reyes, funcionarios, símbolos y leyes.

Reprobamos así las escuelas en que se enseñan los supuestos deberes cívicos, es decir, el cumplimiento de las órdenes de los erigidos en mandarines y el aborrecimiento a los habitantes del otro lado de las fronteras, como aquellas otras en que a los niños se repite que han de ser como «báculos en manos de los sacerdotes».

Sabemos que las dos clases de escuelas son funestas y malas en igual medida.

Y cuando fuerza tengamos para ello, cerraremos unas y otras.

«¡Vana amenaza! (dirán algunos con ironía). No sois los más fuertes, y todavía dominamos los reyes, los militares, los magistrados y los verdugos».

Así parece.

Mas todo ese aparato de reprensión no nos da miedo, porque también la verdad es una fuerza poderosa que descubre los horrores que se ocultan en las tinieblas de la maldad; lo demuestra la historia, que se desarrolla en nuestro favor, pues si bien es cierto que «la ciencia ha quebrado», para nuestros contrincantes, no por eso ha dejado de ser un solo momento nuestra guía y nuestro apoyo.

La diferencia esencial que hay entre los mantenedores de la Iglesia y sus adversarios, entre los envilecidos y los hombres libres, consiste en que los primeros, privados de iniciativa propia, no existen sino por la masa, carecen de todo valor individual, se debilitan poco a poco y perecen, mientras qué la renovación de la vida se hace en nosotros por la acción espontánea de las fuerzas anárquicas.

Nuestra naciente sociedad de hombres libres, que penosamente trata de desprenderse de la crisálida de la burguesía, no podría confiar en el triunfo, ni siquiera hubiese nacido, si hubiera de luchar con hombres de voluntad y energía propias.

Pero la masa de los devotos y devotas, ajados por la sumisión y la obediencia, queda condenada a la indecisión, al desorden volitivo, a una especie de ataxia intelectual.

Cualquiera que sea, desde el punto de vista de su oficio, de su arte o de su profesión, el valor del católico creyente y practicante; cualquiera que sean también sus cualidades de hombre, no es, respecto del pensamiento, sino una materia amorfa y falta de consistencia, ya que ha abdicado completamente su juicio, y por la fe ciega se hi colocado de mottu propio fuera de la humanidad que razona.

CAPÍTULO III

Se ha de reconocer forzosamente que el ejército de los católicos tiene en su favor el poder de la rutina, el funcionamiento de todas las supervivencias y sigue obrando en virtud de la fuerza de inercia. Millones de seres doblan espontáneamente las rodillas ante el sacerdote cubierto de oro y seda; empujada por una serie de movimientos reflejos, se amontona la muchedumbre en las naves del templo los días de la fiesta patronal; celebra Navidad y Pascuas, porque las anteriores generaciones celebraron periódicamente esa fiesta; los ídolos llamados la virgen y el niño quedan grabados en las imaginaciones; el escéptico venera sin saber por qué el pedazo de cobre, de marfil o de otra materia tallado en forma de crucifijo; inclínase al hablar de la «moral evangélica», y cuando muestra las estrellas a su hijo, no se olvida de glorificar al divino artífice.

Sí, todas esas criaturas esclavas de la costumbre, portavoces de la rutina, son un ejército temible por su número: esa es la materia humana que constituye las mayorías, y cuyos gritos, sin pensamiento, resuenan y llenan el espacio cual si representasen una opinión.

Pero, ¡qué importa! Al fin, esa misma masa acaba por no obedecer a los impulsos atávicos; se la observa volverse indiferente a la palabrería religiosa que ya no comprende; no ve en el cura un representante de Dios para perdonar los pecados, ni un agente del demonio para embrujar hombres y animales, sino un vividor que desempeña una farsa para vivir sin trabajar; lo mismo el lugareño que el obrero, no temen ya a su párroco, y ambos tienen alguna idea de la ciencia, sin conocerla todavía, y esperando, fórjanse una especie de paganismo, entregándose vagamente a las leyes de la naturaleza.

No cabe dudar que una revolución silenciosa que descristianiza lentamente las masas populares, es un acontecimiento capital; mas no ha de olvidarse que los enemigos más temibles, puesto que no tienen sinceridad, no son los infelices rutinarios del pueblo, ni tampoco los creyentes, pobres suicidas del entendimiento que se ven prosternados en los templos cubiertos por el tupido velo de la fe religiosa que les oculta al mundo real.

Los hipócritas ambiciosos que les sirven de guía y los indiferentes que sin ser católicos se han unido oficialmente a la Iglesia, los que hacen dinero de la fe; esos son mucho más peligrosos que los cristianos.

Por un fenómeno, al parecer contradictorio, el ejército clerical se hace cada vez más numeroso conforme la creencia se desvanece, debido a que las fuerzas enemigas se agrupan por ambas partes; la Iglesia reúne tras sí todos sus cómplices naturales, de los cuales ha hecho esclavos adiestrados para el mando, reyes, militares, funcionarios de toda especie, volterianos arrepentidos y hasta padres de familia que quieren criar hijos modositos, graciosos, cultos, elegantes, si bien guardándose con extrema prudencia de cuanto pudiera parecer un pensamiento.

«¿Qué dice usted? -no dejará de exclamar alguno de esos políticos a quienes apasiona la lucha actual con las congregaciones y el «bloc» republicano, especie de fusión del Parlamento francés-. ¿No sabe usted que el Estado y la Iglesia han roto por completo sus relaciones, que los crucifijos y los corazones de Jesús y María se quitarán de las escuelas para ser sustituidos por bellos retratos del presidente de la República? ¿No sabe usted que los niños serán en adelante preservados escrupulosamente de las antiguas supersticiones, y que los maestros laicos les darán una educación basada en la ciencia, libre de toda mentira, y se mostrarán siempre respetuosos de la humana libertad?».

¡Ah!. Demasiado sabemos que en las alturas surgen diferencias entre los detentadores del poder; sabemos que no están de acuerdo acerca del reparto de las prebendas y el casual; sabemos que la antigua querella de las investiduras se continúa de siglo en siglo entre el Papa y los Estados laicos.

Pero todo eso no impide que las dos categorías de dominadores, los religiosos y los políticos, se hallen en el fondo de acuerdo, aún en sus recíprocas excomuniones, y que comprendan de igual modo su misión divina con respecto al pueblo gobernado; unos y otros quieren someter por los mismos medios, dando a la infancia idéntica enseñanza, la de la obediencia.

CAPÍTULO IV

Ayer todavía, bajo la alta protección de lo que se llama «la República» eran los dueños incontestables y absolutos. Todos los elementos de la reacción encontrábanse unidos bajo el mismo estandarte simbólico, el «signo de la cruz»; pero hubiera sido cándido dejarse engañar por la divisa de esa bandera; no se trataba de fe religiosa, sino de dominación; la inmensa mayoría de los que quieren conservar el monopolio de los poderes y de las riquezas; para ellos el objeto único consistía, en impedir a toda costa la realización del ideal moderno, a saber: pan, trabajo y descanso para todos.

Nuestros enemigos, aunque odiándose y despreciándose recíprocamente, necesitaban, no obstante, agruparse en un solo partido. Encontrándose aislados, las causas respectivas de las castas directoras resultaban excesivamente pobres, de argumentos demasiado ilógicos para intentar defenderse con éxito por si solas, y por lo mismo les era indispensable coligarse en nombre de una causa superior, y recurrieron a su Dios, al que llaman «principio de todas las cosas» y «gran ordenador del universo».

Y por esa razón, teniendo por demasiado expuesto los cuerpos de tropas en una batalla, abandonan las fortificaciones exteriores recién construidas, y se reúnen en el centro de la posición, en la ciudadela antigua, acomodada por los ingenieros a la guerra moderna.

Pero extremadamente ambiciosos, los curas y los frailes, han incurrido en una imprudencia notoria; los jefes de la conspiración, dueños de la consigna divina, han exigido una parte demasiado ventajosa del botín.

La Iglesia, siempre insaciable en la rapiña, exigió un derecho de entrada a todos sus nuevos aliados, republicanos y otros, consistente en subvenciones para todas sus misiones extranjeras, en la guerra de China, y en el saqueo de los palacios imperiales.

De esta manera se han acrecentado prodigiosamente las riquezas del clero; sólo en Francia han aumentado mucho más del doble en los veinte últimos años del pasado siglo; cuéntase por miles de millones el valor de las tierras y de las casas que pertenecen declaradamente a los curas y los frailes; y esto, haciendo caso omiso de los miles de millones que poseen bajo los nombres de señores aristócratas y viejas rentistas.

Los jacobinos ven con buenos ojos que esas propiedades se acumulen en las mismas manos, confiando en que un día, de un solo golpe, se apodere de ellas el Estado. Mas ese remedio cambiaría la enfermedad sin curarla.

Esas propiedades, producto del dolo y del robo, tornaran a la comunidad de donde fueron extraídas; son una parte del gran haber terrestre perteneciente al conjunto de la humanidad.

En su excesiva ambición, las gentes de Iglesia han corriendo la torpeza, por otra parte inevitable, de no evolucionar con el siglo, y llevando además al hombro su fardo de antiguallas, se han retrasado en el camino. Chapurrean el latín, lo que les ha hecho olvidar su idioma; deletrean la teología de Santo Tomás; pero esa trasnochada fraseología no les sirve gran cosa para discutir con los discípulos de Berthelot.

Es indudable que algunos de ellos, principalmente los clérigos americanos, en la lucha contra una joven sociedad democrática, sustraída al prestigio de Roma, han tratado de rejuvenecer sus argumentos, renovando un poco su antiguo esplendor; mas esa nueva táctica de controversia ha sido reprobada por la autoridad suprema, y el misoneísmo, el odio a todo lo nuevo, no se ha llevado el triunfo; el clero queda rezagado, con toda la horrible banda de magistrados, inquisidores y verdugos, poniéndose detrás de los reyes, los príncipes y los ricos, no sabiendo respecto de los humildes sino pedir la caridad en vez de un amplio y un hermoso sitio al buen sol que en la actualidad nos ilumina.

Ha habido hijos perdidos del catolicismo que han rogado al Papa que se declare socialista y se coloque atrevidamente al frente de los niveladores y de los hambrientos; pero en vano; los millones de su «dinero de San Pedro» y su Vaticano es lo que les seduce.

¡Hermoso día fue para nosotros, pensadores libres y revolucionarios, aquel en que el Papa se encerró decididamente en el dogma de infalibilidad!

¡He aquí al hombre cogido en una trampa de acero! Ahí está, sujeto, a los viejos dogmas, sin poder decidirse, renovarse ni vivir, obligado a atenerse al Syllabus, a maldecir la moderna sociedad con todos sus descubrimientos y progresos.

Ya no es otra cosa que un prisionero voluntario, encadenado a la orilla que dejamos atrás, y que nos persigue con sus vagas imprecaciones, mientras nosotros surcamos libremente las ondas, despreciando a uno de sus lacayos que, por mandato de su señor, proclama «la quiebra de la ciencia».

¡Qué alegría para nosotros! Que la Iglesia no quiera aprender ni saber, que permanezca para siempre ignorante, absurda y atada a ese lecho miserable en que yace, que ya San Pablo denominaba su locura: ¡en eso está nuestro triunfo definitivo!.

CAPÍTULO V

Trasladémonos con la imaginación a los futuros tiempos de la irreligión consciente y razonada.

¿En qué consistirá, dadas esas nuevas condiciones, la obra por excelencia de los hombres de buena voluntad?

En sustituir las alucinaciones por observaciones precisas; en reemplazar las ilusiones celestes prometidas a los hambrientos por las realidades de una vida de justicia social, de bienestar, de trabajo libre; en el goce por los fieles de la religión humanitaria, de una felicidad más substancial y más moral que aquel con que los cristianos conténtanse hoy.

Lo que éstos quieren es no tener la penosa tarea de pensar por si mismos y haber de buscar en su propia conciencia el móvil de sus acciones; no teniendo ya un fetiche visible como el de nuestros abuelos salvajes, empéñanse en poseer un fetiche secreto que cure las heridas de su amor propio, que les consuele en sus penas, que les dulcifique la amargura de las horas de malestar y les asegure una vida inmortal exenta de cuidados.

Pero todo eso de un modo personal: a su religiosidad no le preocupan los desgraciados que continúan peligrosamente la dura lucha de la vida; son como aquellos espectadores de la tempestad de quienes habla Lucrecio, que gozan viendo desde la playa la desesperación de los náufragos combatiendo con las olas embravecidas; recuerdan de su Evangelio la vil parábola de Cristo que representa a Lázaro, el pobre «reposando en el seno de Abraham, y negándose a humedecer la punta de su dedo en agua para refrescar la lengua del mal rico»

Nuestro ideal de felicidad no es el egoísmo cristiano del hombre que huye viendo morir a su semejante y niega una gota de agua a su enemigo; nosotros, los anarquistas, que trabajamos por nuestra entera emancipación, contribuimos por esto mismo a la libertad de todos, aún a la de aquel mal rico, a quien libraremos de sus riquezas para asegurarle el beneficio de la solidaridad de cada uno de nuestros esfuerzos.

No se concibe nuestra victoria personal sin obtener por medio de ella al propio tiempo una victoria colectiva; nuestra ansia de dicha no puede satisfacerse sino con la dicha de todos, porque la sociedad anarquista, muy lejos de ser una corporación de privilegiados, es una comunidad de iguales, y será para todos una dicha inmensa, de la cual no podemos actualmente formarnos una idea, el vivir en un mundo en que no se vean niños maltratados por sus padres ni obligados a recitar el catequismo, hambrientos que pidan céntimo de la caridad, mujeres que se prostituyan por un pedazo de pan, ni hombres válidos que se dediquen a ser soldados o polizontes, desprovistos de medio mejor de atender a su subsistencia.

Reconciliados todos, porque los intereses de dinero, de posición, de casta, no harán enemigos natos, los hombres podrán estudiar juntos, o tomar parte, si sus aptitudes personales se lo permiten, en la redacción del gran libro de los conocimientos humanos; para acabar, gozarán de una vida libre, más amplia cada vez, poderosamente consciente y fraternal, librándose de este modo de las alucinaciones, de la religiosidad y de la Iglesia, y, por encima de todo, podrán trabajar directamente para el porvenir, ocupándose de los hijos, gozando con ellos de la naturaleza y guiándolos en el estudio de las ciencias, de las artes y de la vida.

Los católicos pueden haberse apoderado oficialmente de la sociedad; más no son, no serán sus amos, pues sólo sabe ahogar, comprimir y empequeñecer: todo lo que es vida se les escapa. En la mayor parte la fe ha muerto: no les queda ya sino la gesticulación piadosa, las genuflexiones, los oremus, el repaso del rosario y el coronamiento del libro de oraciones. Los buenos curas se ven obligados a echarse fuera de la Iglesia para encontrar un asilo entre los profanos, es decir, entre los confesores de la fe nueva, entre nosotros, anarquistas y revolucionarios, que vamos hacia un ideal y que trabajamos gozosamente en su realización.

Fuera, pues, de la Iglesia, en absoluto fracasada para todas las esperanzas grandes, cúmplese todo lo grande y generoso. Y fuera de ella y aún a pesar suyo, los pobres, a quienes los curas prometían irónicamente las riquezas celestiales, conquistarán por fin el bienestar en la vida actual. A pesar de la Iglesia se fundará la verdadera Comuna, la sociedad de los hombres libres, hacia la cual nos encaminaron tantas revoluciones anteriores contra los reyes y contra los curas.

sábado, 12 de febrero de 2011

Anarquismo teórico e ideología anarquista x Miguel Amorós


“Si la reflexión, el sentimiento o cualquier otro aspecto que adopte la conciencia subjetiva, juzga como algo vano lo existente, va más lejos que él y trata de conocerlo así, entonces se reencuentra en el vacío, y, puesto que sólo en el presente hay realidad, la conciencia resulta únicamente vanidad.”

Hegel, Filosofía del Derecho

Las derrotas son propicias a los inventarios con sus inevitables conclusiones; el pájaro de Minerva emprende el vuelo a la medianoche, pero no es menos cierto que a causa de sus heridas no siempre se eleva lo suficiente para posarse avizor en las ramas más altas, y a menudo queda a ras de suelo, debatiéndose entre las malas hierbas. Las condiciones de los derrotados, la desmoralización profunda de la derrota, las esperanzas imposibles fomentadas por un instinto de supervivencia exasperado, contaminan la reflexion e impiden que tome la necesaria distancia con los hechos que juzga para concluir objetivamente y sugerir una nueva conducta histórica.Algo así pasó con el anarquismo español después de 1939. En el exilio y en la cárcel de los años cuarenta se debatía ante la misma encrucijada que medio siglo antes se había presentado a la socialdemocracia: reforma o revolución. Una parte –y no la menor—opinaba que el anarquismo había procedido desde siempre de forma negativa, y que había llegado el momento de preocuparse por creaciones positivas y a corto plazo, aunque fueran de poca monta, lo que de algún modo significaba un radical cambio de rumbo. La acción debía de orientarse no hacia el choque frontal contra la dominación sino hacia la colaboración política y económica con sus instituciones, tal como se había hecho durante la guerra civil revolucionaria y se continuaba haciendo en el exilio seis años después. La acción no tenía que arrebatar su espacio a la burguesía sino penetrar y desenvolverse en su territorio. Según la alternativa reformista, el anarquismo era aceptable como idea pero no como método, bueno como “filosofía de vida”, no como praxis basada en la “aprehensión de lo presente y de lo real”: un ideal abstracto separado de la prosaica actividad cotidiana y acompañándola sólo en tanto que quimera decorativa. Como si los ideales fuesen “demasiado excelentes para gozar de realidad o también demasiado impotentes para proporcionársela” y debieran limitarse “a deber ser sólo y a no serlo efectivamente” (Hegel). Pero el problema para los revisionistas no era habérselas con “la idea”, sino habérselas con la realidad. Y si en el contexto difícil de la posguerra el anarquismo revolucionario tenía muy pocas posibilidades de ejercitarse cuando en el país sólo se pensaba en sobrevivir, tampoco el revisionismo tenía demasiado espacio, por lo que no se materializó más que en inútiles compromisos con las instituciones inoperantes del exilio o con el pretendiente al trono, en programas políticos que perseguían, bien la constitución burguesa de 1931, bien la monarquía parlamentaria, y en diversos proyectos de partido, aunque hubo quienes llevaron su lógica hasta el fin, colaborando con el régimen de Franco.

En el bando contrario, se afirmaba que la colaboración institucional había sido obra de circunstancias excepcionales y había resultado un completo fracaso, contribuyendo al desastre final. Tanto mejor hubiera valido el apoliticismo aun al precio de quedar aíslado, puesto que perdidos por perdidos, se hubiera caído con honor, en defensa de sus ideas, no en defensa del Estado. Se imponía una restauración de los “principios, tácticas y finalidades” del movimiento libertario para luchar por la vuelta a “las conquistas del 19 de julio”. La fracción “purista”, tan comprometida como la otra en la política republicana, evitaba entrar en detalles sobre las verdaderas motivaciones de ese giro de ciento ochenta grados en su conducta orgánica, ni precisar cómo volverían aquellas conquistas, o cómo se restaurarían aquellos principios. Ni una palabra sobre cómo funcionarían los sindicatos únicos en la clandestinidad de un régimen totalitario, ni sobre cómo se llevarían a cabo la acción directa, la lucha antiestatal y la insurrección revolucionaria contra el franquismo. Ni la neoortodoxia se sentía dispuesta a repasar críticamente su trayectoria política y militar durante la guerra civil, ni a descender a la atroz realidad de la dictadura. Para los “puros” la acción no parecía constituir un problema, puesto que no era cuestión de salvar la vida a nadie ni de conquistar realmente nada, sino de escudarse en los principios, arsenal bien repleto de donde extaer todas las justificaciones posibles. Si los principios quedaban anonadados por la realidad, tanto peor para la realidad. Por ese camino el anarquismo solamente se concretaba en retórica, inhibición e inmovilismo, y a lo sumo, en alguna aventura insensata. Si en el revisionismo la acción se volvía más y más repelente, en el purismo se evaporaba. En uno la idea se transformaba en paisaje de la política burguesa; en el otro, ascendía al cielo de las causas perdidas. Para unos, el anarquismo formaba parte de una especie de moral privada con que afrontar de una forma u otra la ramplonería de la cotidianidad política; para los otros, constituía una fe con la que consolarse de los males de la tierra, un credo a defender de sus judas con patriotismo de campanario. En ambos casos, una ideología.

El anarquismo dejaba entonces de ser la expresión intelectual del sector más avanzado del movimiento obrero en la península, un producto de la lucha de clases y una teoría de esa lucha. Y no lo era porque su contenido no era ya la realidad --en aquel momento, la realidad de la derrota, del retroceso y de la aniquilación del movimiento obrero. Ya no necesitaba comprender la realidad en su amarga involución manifiesta, para encontrar la manera de actuar en ella y así transformarla conforme a sus fines aplicando sus métodos específicos. El anarquismo desaparecía como fuerza material para volverse etiqueta, catecismo, gueto. Un ente mitad iglesia, mitad partido. Dejaba de ser pues una idea fundida con una práctica que no la contradecía sino que la desarrollaba, una crítica social enraizada en las condiciones materiales de existencia del proletariado, para devenir algo trivial, accidental, contingente, y por consiguiente, propiamente irreal. Una utopía, un sueño, una ilusión, algo que no podía servir a los intereses generales de clase.

La diferencia primera entre el anarquismo teórico –entre la reflexión desde el anarquismo-- y la ideología anarquista, reside en la separación entre idea y práctica, fines y medios, conciencia y acción. La ideología es a la vez el poder separado de las ideas y las ideas del poder separado. En el caso español, las ideas eran “los principios” o “las circunstancias” según se mirase, y el poder separado era la Organización y sus Plenos, la rutina burocrática con mayúsculas. La segunda, yace en la confusión de la parte con el todo, del momento con el proceso, de las cuestiones tácticas con las líneas estratégicas, como demostrarían por ejemplo las ideologías municipalista, primitivista o insurreccionalista. El concepto de ideología deriva del concepto de religión, materia cuya crítica los jóvenes hegelianos hicieron “la condición primera de cualquier crítica”. La religión, como la ideología en general, es la conciencia invertida del mundo. El mundo de la ideología es un mundo visto del revés, al que hay que volver cabeza arriba para comprenderlo. La realidad, la verdad de este mundo, hay que encontrarla en la vida material concreta, en la acción humana transformadora; en concreto, en el trabajo, no fuera de él. Marx, en su juventud, llamó ideología a todo lo que no fueran fuerzas productivas, a todo lo que transcurría al margen de la economía y no reconocía un origen económico. La ideología estaba formada por fantasías con las que los seres humanos, en una sociedad insuficientemente desarrollada, explicaban sus fuerzas esenciales, su potencialidad. Nacía de la insatisfacción de una praxis limitada, debida a que el progreso tecnoeconómico todavía no había alcanzado la totalidad de los aspectos de la vida. De acuerdo con el punto de vista marxista, la ideología tendería a desaparecer con un desarrollo pleno de las fuerzas productivas, es decir, con el desarrollo de la fuerza principal, el proletariado, cuyas condiciones objetivas de vida impondrían un realismo liquidador de las fantasmagorías que alejaban a los obreros de su vida auténtica. La disolución de los prejuicios ideológicos eran para el obrero una exigencia de su realidad inmediata. Prolongando este razonamiento, algunos discípulos de Marx (Plejanov, Rosa Luxemburg, Maurín) caracterizaron al anarquismo de ideología típica de un proletariado insuficientemente desarrollado. Resulta harto fácil ver la ingenuidad que recorre tal razonamiento, pues es mas verdad que la generalización de la condición proletaria lleva emparejado un desarrollo supremo de la ideología. El mundo de la mercancía y de la técnica autónoma es el mundo completamente al revés. La experiencia del movimiento obrero bastaría para demostrar la pervivencia de la ideología, la impostura de representaciones falsas que los burócratas elevaban con facilidad por encima de la vida proletarizada. La crítica de la ideología pudo completarse gracias al psicoanálisis, que logró relacionarla con diversas formas de degradación de la personalidad como la neurosis caracterial, la esquizofrenia y la falsa conciencia en general, explicando fenómenos ideológicos como el racismo, el autoritarismo o el militantismo. En momentos y periodos determinados, cuando eran muestras vivas de un pensamiento emancipador, una reflexión por decirlo en palabras de Proudhon que salía de la acción y volvía a la acción, en resumen, cuando eran revolucionarios, el marxismo y el anarquismo proporcionaron al proletariado un conocimiento suficiente de la sociedad y lo mantuvieron fuera de la política burguesa, permitiéndole hacer historia. Por otra parte, las creaciones revolucionarias de los trabajadores, los comités de fábrica, los sindicatos únicos o los consejos obreros, fueron lugares de encuentro entre las ideas abstractas y la práctica concreta, el espacio donde dichas teorías devenían realmente obreras y los obreros, teóricos. En otros momentos y otros periodos, cuando tanto el socialismo como el anarquismo se convirtieron en ideologías para servir a fines espurios, los propios de una burocracia parásita o de un comportamiento evasivo y sumiso, fueron responsables del oscurecimiento de su conciencia de clase y de los falsos derroteros de su conducta. Y así pues, hoy en dia la crítica de la ideología, la religión secularizada, continúa siendo la condición primera de toda crítica.

En el apogeo del capitalismo fordista, preguntarse por la validez de las enseñanzas de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Reclus o Malatesta tenía poco sentido. Ninguno pudo conocer hasta qué punto eran estrechas las relaciones que existían entre el desarrollo de las fuerzas productivas, la colonización de la vida cotidiana y la contrarrevolución. Los teóricos anarquistas habían de ser considerados simplemente como parte de la cohorte de precursores, fundadores y continuadores del pensamiento socialista revolucionario, igual que Marx, Engels, Rosa Luxemburg, Pannekoek, Reich, Benjamin o Fourier, por citar sólo a unos cuantos. Especialmente criticables en el viejo anarquismo serían la confianza excesiva en la espontaneidad insurreccional de las masas proletarias y campesinas, sus oscilaciones entre las tácticas ultralegalistas y la propaganda por el hecho o las expropiaciones, su incapacidad para las alianzas con otros sectores obreros, la permanente tentación política, la falta de estrategia clara, el confusionismo organizativo, etc. Cualquier tentativa de restablecer una doctrina anarquista –un sistema-- con retazos de ideas descontextualizadas no sería más que una utopía reaccionaria. Sin embargo, determinados elementos del anarquismo conservan su eficacia subversiva y su negatividad, pudiendo aplicarse aun cuando las condiciones sociales hayan cambiado y las circunstancias sean otras. Tal la crítica del Estado y del parlamentarismo, de los partidos y de la ciencia, sin olvidar su amor a la libertad y sus aportaciones a la pedagogía, la medicina social y la sexología. Durante la Revolución española alcanzó sus mayores cotas de realización, pero la derrota transformó sus postulados teórico prácticos en ideología.

En los años sesenta ningún revolucionario sincero podía abstenerse de criticar la ideología anarquista y sus representantes. La reconstrucción de un pensamiento radical y una acción revolucionaria pasaba por una ruptura con ese mundo. A eso he llamado crítica anarquista del anarquismo real, aunque hubiera sido mejor llamarlo irreal, es decir, ideológico, puesto que sólo lo racional es propiamente real. Critica de entrada eminentemente negativa y que abarcaba la Revolución del 36. En efecto, los años sesenta conocieron el auge de un irrespetuoso anarquismo que inmediatamente entró en conflicto tanto con la izquierda tradicional como con los guardianes del templo de la anarquía. Dicha crítica debía afrontar problemas nuevos que emanaban de las condiciones de vida en un capitalismo tardío y que en vano esclarecería limitándose a los textos clásicos: las luchas anticoloniales, el maoismo, la revuelta húngara, la autogestión, la integración del arte, la cultura de masas, las armas nucleares, la polución y destrucción de los entornos naturales, el urbanismo concentracionario, el papel de las tecnologías y la automatización, el del automóvil, la sociedad de consumo, la represión sexual, la emancipación de la mujer, la cuestión de la violencia, etc. La inmensidad de la tarea crítica debutaría con los intentos de reconciliar a Marx con Bakunin, o sea, de utilizar el análisis marxista desde posiciones antiautoritarias, formulación demasiado simplista, fácil de acabar en una ideología marxista libertaria estilo Guérin o Rubel. Hacían falta una puesta al día en la subversión y una nueva crítica de la política, y por lo tanto, muchas otras lecturas, --en el campo de la sociología, la filosofía, la antropología, la historiografía, el arte, etc.-- pero, por encima de todo, hacía falta aprender a vivir intensamente. Se trataba de reafirmar la lucha de clases, primero, denunciando la función policial de los sindicatos y partidos ante las nuevas formas de acción (absentismo, huelgas salvajes, sabotajes, sustracción de material) y de organización (comités, asambleas, piquetes, coordinadoras, consejos). Segundo, ampliando su radio de acción al terreno de la vida cotidiana (luchas de barrio, rechazo del trabajo, de la familia, de la religión y del servicio militar, expropiación de fotocopiadoras, comida o libros, contracultura, rock, maría, subjetividad, aventuras, squatters, comunas). La labor teórica de la Internacional Situacionista fue la primera (y la única) crítica global moderna de la sociedad de clases, pronto confirmada por una serie de revueltas, a saber, la de los provos holandeses, el zengakuren, la revuelta de los negros americanos, el mayo francés, la revolución abortada de los obreros y soldados en Portugal y el movimiento italiano del 77. No podemos decir que fuese completa, pues no era el resultado de todos los esfuerzos teóricos precedentes y por lo tanto no contenía los principios de todos ellos, puesto que ignoraba algunos temas fundamentales como la crítica de la razón instrumental o la cuestión ecológica, por no hablar de su crítica superficial del anarquismo, pero fue la más desarrollada y concreta. En todas partes se manifestaba el mismo espíritu antiautoritario, la misma exigencia profunda de libertad, el mismo proyecto de reconstrucción apasionada de la vida social que la I.S. captó mejor que nadie. Y un poco en todas partes el capitalismo hubo de emplearse a fondo y renovarse rápidamente de pies a cabeza, a menudo utilizando los argumentos y las armas del contrario.

En los países donde subsistían restos de tradición obrera anarquista, el anarquismo que brotaba como respuesta espontánea y en gran parte emotiva a las nuevas servidumbres impuestas por el capitalismo, se dio de bruces con los muros de la ideología y la ira de sus defensores. No era un conflicto generacional, era un reflejo de la nueva lucha de clases. En las condiciones dominantes modernas, el gueto ideológico y sus viejas costumbres habían pasado a formar parte del capitalismo en tanto que ruinas inofensivas: era algo que tenía que morir para que las nuevas generaciones revolucionarias viviesen. Lo que aproximaba el gueto anarquista a los valores dominantes era mayor que lo que le separaba de los nuevos rebeldes, por eso se distinguía tan poco del entorno político y encontraba en él tan fácil acomodo. Ha sido común señalar desvergonzadamente el papel jugado por los anarquistas “en defensa de las libertades” o en la consolidación de “la democracia”. La ironía de la historia mostraba a unos viejos libertarios satisfechos de estrechar filas al lado de la burguesía. En España, donde la mencionada tradición fue mayor que en ninguna otra parte y donde la represión de la dictadura había mantenido congeladas las contradicciones de la ideología, la bronca entre antiguos y modernos –y entre ortodoxos y revisionistas-- adquirió visos de batalla campal.

El “relanzamiento” de la CNT tuvo lugar en 1976 fuera de las fábricas, es decir, al margen del movimiento obrero. No fue por consiguiente una emanación de la renaciente lucha de clases, sino el producto de una serie de reuniones entre grupos heterogéneos ajenos a las asambleas de huelguistas y con un denominador común: contruir una central sindical que disputase a Comisiones Obreras un espacio en la representación separada de la clase. La presencia de organizaciones como Solidaridad y la admisión de cincopuntistas y otras basuras verticales indicaba claramente que el tipo de sindicalismo perseguido no iba a diferenciarse mucho de las demás opciones. Coherentemente con esos planteamientos, los relanzadores no se preocuparon de las disyuntivas cruciales del movimiento asambleario de los trabajadores; más bien plantaron el chiringuito, o sea, una estructura burocrática suficiente (los Comités regionales, el nacional, el secretariado permanente, el carnet confederal, los plenos) y buscaron la alianza con la UGT y la USO para repartirse el pastel que CCOO trataba de guardar para sí: el control del mercado laboral. Las demandas de “libertad sindical” y desmantelamiento de la CNS, y el debate sobre su legalización, marcaron la primera etapa de la CNT reconstruida. Ésta no sólo ignoró las posibilidades revolucionarias presentes que se iban evaporando a falta de avances en la clarificación y la acción, sino que contribuyó a darle la puntilla al movimiento de las asambleas adhiriéndose de jure o de facto al llamamiento de la COS a la huelga general del 12 de noviembre, que marcó el punto final de las movilizaciones autónomas y el comienzo de la contraofensiva sindicalera a toda regla. Sin embargo, el fracaso de la autoorganización de los trabajadores --la transformación fustrada de las asambleas en consejos obreros-- atrajo hacia la CNT a muchos luchadores que no aceptaban el sindicalismo burocrático y claudicante que se les venía encima, con la vana esperanza de hallar en ella unas estructuras horizontales de apoyo y un espíritu antiautoritario con que seguir combatiendo. La imagen de lo que la CNT había sido podía sobre su pobre realidad. También se acogieron a ella muchos jóvenes desinteresados en los conflictos laborales, que deseaban una CNT no sindical, sino “integral”, es decir, una organización “global” entregada a todas las cuestiones sociales y militando en todos los frentes abiertos contra el capitalismo. Finalmente, a lo largo de 1977, ingresaron toda una serie de grupúsculos obreristas “pro autonomía” nacidos al calor de las asambleas o en paralelo a las mismas, demasiado confusos e incapaces para tener casa propia, y por lo tanto, inclinados a incubar sus huevos en la ajena. Veían en el sindicalismo aún virgen de la CNT al “germen” de la “autonomía obrera”, una ideología criptoleninista de origen italiano; tan cierto es que los enemigos de la autonomía proletaria se disfrazan de ésta para mejor combatirla. Entre unas cosas y otras, el crecimiento de la CNT a partir de enero del 77 fue imparable, la asistencia a sus mitines y jornadas, multitudinaria, las publicaciones de carácter libertario, numerosas, y el triunfalismo de sus burócratas, exultante. En año y medio la afiliación había subido de unos pocos miles a 129000. Llegarían a sobrepasar los 250000 en 1978. La preocupación del partido del orden (la patronal, los demás sindicatos y el Estado) era seria, puesto que en vísperas de los acuerdos de la Moncloa, el Pleno Nacional de septiembre había proclamado la asamblea como único organismo soberano y decisivo. Según la ponencia sobre la cuestión, el sindicato debía limitarse al apoyo y solidaridad con las huelgas, no a la mediación. La CNT no debía interponerse entre la patronal y los obreros, sino diluirse en las asambleas. No obstante, los dirigentes del orden establecido se tranquilizarían rápidamente, ya que la victoria de los asamblearios fue pírrica pues acarreó el contraataque de las facciones sindicalistas y de las ortodoxas --las adscritas a las formas de la ideología durante la República--, intensificándose una lucha por el poder que, empezando en el secretariado, abarcó todos los niveles, desde los diversos comités a las juntas de los sindicatos.

Los Pactos de la Moncloa priorizaban un tipo de sindicalismo de “concertación” que excluía cualquier acción directa y proscribía toda generalización de las luchas, dos de los pocos puntos en los que casi todos los cenetistas estaban de acuerdo. Consecuentes con ello, los denunciaron y boicotearon las elecciones sindicales, aunque muchos afiliados se presentaron como “independientes” y salieron elegidos. De todas formas, la abstención fue considerable, pero a UGT y CCOO les bastó poco más de un 10% de los sufragios para ser representativos ante la patronal y el gobierno. La CNT se jugaba el tipo si no superaba mediante movilizaciones su marginación de los comités de empresa y de las negociaciones de los convenios. Pero a esas alturas –enero de 1978- el movimiento obrero asambleario se batía a la defensiva y las fórmulas mixtas de comités de representantes de asamblea-sindicalistas, o comités sindicales refrendados por asambleas, substituían a las formas anteriores de democracia directa. La CNT no podía contar con el empuje de los trabajadores, ya terminado, con el añadido de que, a pesar de la creciente afiliación, como central no había encabezado todavía ninguna huelga importante, no se había estrenado. Por otra parte, su poder de convocatoria ya no era el de las Jornadas Libertarias; a la manifestación contra los Pactos de la Moncloa en Barcelona acudieron sólo diez mil personas, a pesar de multiplicar por cuatro esa cifra el número de afiliados en aquella ciudad. Y ese mismo día (el 15 de enero de 1978 ), ocurrió la provocación policial del Scala. A las disputas en torno al asambleismo y la organización integral se añadieron nuevas confrontaciones, esta vez acerca de las elecciones sindicales, de las acciones violentas de minorías y de la presencia de grupos armados que comprometían a la Organización. Las luchas por el poder entre las diferentes tendencias y personajes arreciaron al punto de tener que trasladarse el secretariado permanente de Madrid a Barcelona (abril de 1978 ). Desde entonces será una constante que los secretarios aprovechen los cargos para formar su propia fracción y competir con las demás. Confirmando una constante dada en los periodos contrarrevolucionarios, los cargos más relevantes iban siendo ocupados por los personajes más impresentables. Mientras tanto, se desvanecían las huelgas asamblearias e iban menguando dentro de la organización los asambleistas y los “integrales”, adquiriendo en cambio nuevos bríos los partidarios de un sindicalismo moderado y de la participación electoral, en su mayoría antiguos “autónomos”, pasados al revisionismo antianarquista con armas y bagajes. Gracias al sistema de plenos en los que sólo participaban los cargos sin tener en cuenta las asambleas de militantes ni el número de afiliados representados, los ortodoxos, bautizados por sus enemigos como el “Exilio-FAI” o como “los históricos”, dominaron la Organización. Todavía la revista Ajoblanco tiraba en junio 150000 ejemplares, indicio de la existencia de una notoria sensibilidad libertaria, aunque fuera muy pasada por agua, pero la afiliación descendía en picado. La huelga de las gasolineras fue la primera y la última dirigida por la CNT, y con ella se hizo el harakiri. Ni acción directa, ni sindicalismo duro; intermediación gubernativa y triunfo patronal. Durante 1979 las desfederaciones, expulsiones y disoluciones de sindicatos se sucederían sin interrupción; las luchas de fracciones no conseguían ocultar que la apuesta giraba en torno a las elecciones y a la mediación burocrática declarada. Casos como el de la FIGA (el vanguardismo aventurero), el de Askatasuna (el nacionalpopulismo) o el de los “paralelos” (el oportunismo sindicalero), pusieron de relieve el grado de descomposición alcanzado, especialmente el de estos últimos. En un clima de reflujo no funciona más sindicalismo que el burocrático. Para los paralelos --y para electoralistas en general-- se trataba de incorporarse a la dinámica sindical dominante y jugar el juego de UGT y CCOO so pena de marginarse y quedar fuera no sólo de los tratos con los empresarios y el gobierno, sino de las subvenciones y ayudas oficiales. Ese fue el quid de la cuestión que se dirimió en el autoproclamado quinto Congreso, celebrado en diciembre de 1979 por una escuálida CNT que no representaba a más de treinta mil afiliados. Triunfó la ideología arcaica y las minorías reformistas fueron encaminándose, las unas, hacia los sindicatos “mayoritarios”, y, las otras, hacia la reconstrucción de una segunda CNT obrerista del mismo pelaje. Y con el tiempo, salvando los pequeños círculos fieles a la ideología clásica que conservaron la propiedad de las siglas y ampararon bajo ellas una actividad muy limitada, la masa de militantes bien se retiró hacia lo privado, bien acabó en el redil de un sindicalismo burocrático, impotente y entreguista que supuestamente había jurado combatir.

Si las aventuras de la ideología fueron trágicas en el pasado, en el periodo de la “Transición” adquirieron visos de auténtica farsa. En esta ocasión el anarquismo y el anarcosindicalismo no reaparecieron como pensamiento y práctica del movimiento revolucionario de la clase obrera anterior al franquismo, sino como una mistificación primaria, un chou a menudo cómico cuya función por supuesto no era traer a colación las enseñanzas de antiguos combates, sino colaborar, paseando por el wild side, en la modernización capitalista. El contraste entre la práctica de la clase obrera hasta 1977 y una teoría revolucionaria casi ausente, o sea, una “expresión general y nada más del movimiento histórico real” apenas esbozada, favorecía el desarrollo de la ideología y de la burocracia. Ambas extraían su fuerza de la imagen de un pasado revolucionario con sus contradicciones tan bien disimuladas como las alienantes condiciones de existencia de las clases trabajadoras en el presente. En tanto que refuerzo de la mentira dominante fomentaron un sindicalismo parlanchín y una ridícula moda contestataria. Los restos del proletariado radical fueron vencidos por segunda vez allí donde creyeron poder rehacerse. La CNT cumplió ese poco glorioso segundo papel que le concedió la historia, pero no recibió la paga de los traidores. El ciclo de la burocracia obrera terminó con la derrota del proletariado asambleario y el copo de la representación espectacular por amarillistas profesionales. Los acuerdos marco y el Estatuto de los Trabajadores proscribieron la solidaridad y las asambleas, eliminando incluso la posibilidad de una acción semiautónoma disimulada tras los comités de empresa, forma de burocracia sindical primeriza e imperfecta. En lo sucesivo no cabría espacio más que para el sindicalismo neovertical de “cocos” y ugetistas. Las escasísimas transgresiones de las reglas que se sucedieron no modificaron el deplorable panorama de la resignación y la sumisión. Como consecuencia de tan tremenda debacle la ideología en todas sus variantes quedó de nuevo en entredicho; la memoria se puso en blanco y tanto la reflexión teórica como su praxis hubieron de atravesar un largo desierto –una especie de segundo exilio-- para conectar de nuevo con la realidad y la historia.

jueves, 3 de febrero de 2011

Del Caos y la Anarquía: De la posmodernidad al anarquismo x Pablo Alejandro Hsu


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Breve presentación

La posmodernidad es una entidad poliédrica. Posee muchos perfiles. Sus aristas a veces se confunden. Lo posmoderno parece lo opuesto de lo moderno, pero quizá sea su continuación. Sea como sea, la modernidad es el espíritu crítico que precisa de una continua crítica. Este empeño es el que emprende Pablo Alejandro Hsu en el ensayo que presentamos ahora en este momento de la Biblioteca Virtual de Temakel.

Este ensayo, que fue realizado en el contexto de la materia Principales corrientes del pensamiento contemporáneo de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, en 2005, Hsu recorre numerosos niveles del pensamiento moderno y del posmoderno, y de un anarquismo posestructuralista.

E.I

DEL CAOS Y LA ANARQUÍA:De la posmodernidad al anarquismo x Pablo Alejandro Hsu

"Ya no esclavitud...Producir...Que mundo tan feliz...Consumir"

(La Polla Records)

Introducción:

El siguiente ensayo tratará el tema de la Post-modernidad y el Anarquismo, no como dos cuestiones separadas, sino como íntimamente correspondidas. Lo que se intentará aquí es relacionar los tiempos de incertidumbre que vive este momento de la historia de la humanidad (llamémosle "Posmoderno", especialmente por la introducción de los massmedia y las revoluciones tecnológicas en el contexto social), con los ideales anarquistas –desde el anarquismo más "doctrinario", al momento más actual y libertario–; pero entendida dicha relación como viablemente positiva.

A pesar de la fúnebre afirmación intelectual sobre el presente como "la muerte del Proyecto Ilustrado", y teniendo en cuenta los inicios del Anarquismo dentro de la gran familia socialista, es importante destacar –paradójicamente– que el segundo no ha sucumbido ante la pérdida del horizonte en la que se traduce toda interpretación sobre la Posmodernidad: ello se debe a la naturaleza que el concepto de libertario mantiene en sus más amplias acepciones.

Por otro lado, la palabra Posmodernidad ha sido destinada a múltiples hechos y lecturas que, a la larga, terminan por convertirla en un concepto un tanto ambiguo. Si el Proyecto Ilustrado refiere, en el sentido más general, a las intenciones de organización racional (en el sentido del hombre que se construye a sí mismo), a la vez que más justa y solidaria de la sociedad, no puede decirse seriamente que el proyecto haya terminado por haber fracasado el Marxismo o el Surrealismo en sus interpretaciones proféticas, o consecuentes errores. Creo no equivocarme si digo que para el anarquista, utilizando los términos de Habermas, la "modernización cultural" ya estaba desfasada de la "modernización societal" ya de antes de la entrada en escena del Capital Financiero, pues ni el Liberalismo ni su contraria Marxista, daban alternativa conciente a la problemática social. A su vez, que las revoluciones tecnológicas tiendan a facilitar el flujo de la información (y por ello a la destrucción de los metarrelatos), desconstituyendo al sujeto como actor social (como el mítico Proletariado, o el poder de las Vanguardias), no significa que irremediablemente no haya posibilidad alguna de futuro diferente. Yo mismo he nacido bajo la influencia de la televisión y de los aparatos altamente tecnificados, y sigo manteniendo mi postura crítica. Que la crítica profunda esté destrozando las bases mismas de los parámetros y valores sociales, introduciendo a un "todo vale", no lo encuentro excesivamente peligroso, al contrario, potencialmente necesario. Y a pesar de todo el hedonismo de la cultura de consumo masivo, las personas siguen definiéndose como "humanas". Entonces, ¿qué es la Posmodernidad?¿La pérdida del proyecto ilustrado entendido como el metarrelato marxista, junto a la imposibilidad de generar uno nuevo por culpa de las nuevas tecnologías, y por la perdida de los valores morales cristiano-occidentales? Si la pérdida de todo ello significa la muerte de la modernidad, entonces el Anarquismo nunca fue parte del proyecto. ¿Es, acaso, la Posmodernidad el abandono de toda crítica racional a la sociedad? Si lo es, entonces a mi entender seguimos en la época Moderna desde el momento en que el Post-estructuralismo enviste frontalmente a todas las metanarrativas, a través de una crítica que lleva a reconsiderar ciertos elementos del clásico pensamiento que arrastraba la Ilustración. En cuanto al arte, y retomando a Habermas, la apertura de esta esfera junto con el incontenible avance del desarrollo técnico en la Sociedad Capitalista, han provocado, en la mayoría de los casos, la liberación de motivaciones hedonísticas; pero todavía podría rescatarse aquella intención manifestada por Walter Benjamín cuando refería a "la politización del arte". En la situación donde "todo vale", aún sería plausible la liberación. Y, en mi opinión, todo esto tiene un tinte optimista: el arte ya ha sido "incorporado a la vida", el arma de combate se encuentra ya no en las vanguardias, sino en todos los habitantes de la tierra. Así, el dispositivo Kontrakultural de nuestros días se expande a nivel mundial.

Algunos dicen que esta situación favorece al establishment, lo cuál es cierto. Pero lo que yo quiero marcar aquí es que no solo la situación presente lo favorece, sino también todas las circunstancias anteriores, en cuanto la Libertad era relegada y olvidada a un segundo plano.

Pero lejos de responder aquí lo que debiera en la conclusión, solo voy a decir que considero que el Anarquismo, entendido en el sentido más amplio, podría ser la clave para terminar de comprender que la situación Posmoderna lejos de constituirse como el fin de la modernidad, es la mejor oportunidad de reponer los viejos sueños, y el momento en donde las Utopías deben ser, con mayor fuerza, sostenidas; máxime cuando la idea conceptual de "Progreso" deba ser redefinida bajo la luz de las nuevas presiones.

En lo que atañe al desarrollo del trabajo, comenzaré por tratar de delimitar el contexto de la Posmodernidad, y los diferentes significados que comprende. En segundo lugar, explayaré las ideas más corrientes del Anarquismo, para darle luego una interpretación más ajustada con la realidad social contemporánea. Por último, concluiré expresando, quizás, todas mis esperanzas en el futuro, haciendo hincapié en la fortaleza fundamentalmente práctica del Anarquismo.

Desarrollo:

La Posmodernidad se presenta ante mi generación no como un malestar, sino como un modo de vida concreto. Probablemente, el hecho de no haber vivido ninguno de los procesos históricos emancipadores (frustrados, podría decirse) sea la causa de que la realidad sea oteada como algo "eternamente natural". La vida es inconcebible sin la televisión, sin computadoras, sin celulares, sin automóviles, sin electricidad, sin, sin, sin. No obstante ello, en nuestro alrededor (para los que nacimos con la posibilidad de aquellos "lujos naturales") captamos que algo no anda demasiado bien. De aquí y de allá llegan noticias, o ruidos mejor dicho, de injusticias, de guerras, tanto actuales como pasados. Y cuando realmente nos interesamos por las cuestiones sociales, se nos aparece una máxima que huele, más o menos, a "todo está perdido". La Posmodernidad es definida como Caos, como la pérdida de los ideales que movilizaron la historia durante los últimos doscientos años, el timón se ha roto y navegamos hacia ninguna parte, es decir, naufragamos o ya no navegamos. El control democrático (control tan ansiado por los Ilustrados) de la Sociedad, se esfuma ante el mundo real. Dentro de este caótico sentir, se pueden dilucidar ciertos ejes contextuales, los cuales pasaré a señalar.

La situación Post-Moderna:

En primer lugar, se encuentra la paulatina desaparición de la fe en todos aquellos proyectos, desde el Liberal hasta el Socialista, pasando por las Vanguardias artísticas, que se fueron gestando desde la Revolución Francesa, momento histórico en donde el hombre se abría a la tarea de dirigir su destino hacia un futuro mejor. En un principio, esta fe era depositada en la razón, pero especialmente en las ciencias y su desarrollo, que permitían develar el mito que rodeaba a la naturaleza. Cada descubrimiento era celebrado como un progreso más hacia la verdad. En consecuencia, la tecnología era el factor necesario que, de una u otra forma, conducía a la Utopía, ya sea en las ideas más liberales, como en las socialistas. La máquina reemplazaba al hombre, dejándole a éste tiempo libre para el ocio; o era el detonante que terminaba con la hipocresía social, llevando a las masas a una Revolución. De cualquier modo, la convicción estaba puesta en el Progreso.

Con el aporte de Karl Marx, el desarrollo histórico pasó a tener un fuerte sentido materialista y determinista. Su interpretación de la historia permitía comprender los procesos reales que se daban en el seno de la Sociedad Capitalista Industrial, en donde el proletario, la base de la organización social, adquiría un papel central en la emancipación en contra de la reificación. Su discusión con los economistas clásicos, demostraba que la razón era útil para desenmascarar las arbitrariedades que traía consigo el mito burgués. De sus interpretaciones erigieron las Vanguardias. El marxismo-leninismo encabezó la batalla por imponer, lo que de otro modo sería un proceso lento pero inexorable: el Comunismo. Mientras que en medio de una crisis social terrible la Primera Guerra Mundial convocaba al fratricidio, el Socialismo llamaba a una Revolución Socialista y solidaria, que terminara por destrozar los cimientos del maldito Capitalismo, desviado del Proyecto Ilustrado hacía ya tiempo. Dadá, al principio, y el Surrealismo, después, también radicalmente críticos, iniciaron, con intenciones similares, la rebelión en el Arte. Su misión era atacar la institución burguesa del arte, porque ella legitimaba los valores aburguesados de la elite, impidiendo a la masa desembocar en el ámbito político. Devolviendo el arte a la vida, con la validación de la expresión de la masa en el mundo del arte, se estaba dando lo que Walter Benjamín después denominaría la "Politización del arte"(1), es decir: democratizando lo estético se invitaba al pueblo a tomar las riendas con sus propias manos, pues, ahora, sus opiniones valían tanto como las de los poderosos burgueses. Hay que agregar que estos "Proyectos Alternativos" recuperaban una parte esencial de lo ilustrado, que era, sin dudas, el sentimiento romántico expresado en la Utopía y en la fe. "Aún con todas sus críticas a la modernidad burguesa y sus formas de vida, y sus creencias, las vanguardias creían más que nada en esas promesas instauradas por la Modernidad ilustrada burguesa."(2)

No obstante, las Vanguardias fracasaron. Tanto en la Revolución de los Soviets, como en la del Inconciente, se encontraron con una sociedad que no había reaccionado como ellos esperaban. Mientras que la primera sucumbía ante su propio autoritarismo, la segunda veía cómo su objetivo era absorbido por la versatilidad del Sistema, provocando un efecto contrario al esperado. Ambas terminaron siendo víctimas del Capitalismo tardío y su poder financiero, en donde el proletario era desplazado gradualmente de la escena política; y el hedonismo coincidía con el valor universal de la autorrealización humana y el individualismo a ultranza. La caída del muro de Berlín representaría simbólicamente el fin del régimen Soviético, momento en el cual todo el movimiento Comunista se vio debilitado. Para este entonces, el mundo intelectual se había despertado a cachetazos del sueño Ilustrado: Contra el injusto Capitalismo, el movimiento alternativo por excelencia, que se había gestado durante el Siglo XIX y gran parte del XX (en este último período, ya como "Socialismo Real"), acababa de derrumbarse.

En segundo lugar, en lo tocante al momento Posmoderno, el Capital Financiero comienza a desarrollarse con gran intensidad y a ser visto como modelo económico por excelencia. Luego de las últimas chispas revolucionarias que tuvieron lugar en el Mayo Francés en el 68, entra en escena el Neoliberalismo, propulsor de la Sociedad Post-Industrial, en donde la sociedad analizada por Marx, la Sociedad del Trabajo (encargada, básicamente, de fabricar proletarios), es reemplazada por la inversión constante de dinero ficticio en los Bancos Mundiales y la apertura de las economías en los países capitalizados. Comienza el momento de la Globalización. La desaparición del Estado keynesiano lleva a la pérdida del control de los hombres sobre las sociedades. El verdadero Poder del Capital se expresa ya no en la elite correspondiente a cada Estado-Nación, sino en su concentración a escala planetaria en diferentes partes de la tierra.

El duro golpe que constituyó la caída del Marxismo, sumado a la aplicación de economías tendientes a la fisiocracia y la consecuente desaparición del Proletariado Industrial de la escena política, significó, no sólo la pérdida del actor político clave para el cambio de rumbo, sino también la claudicación de la razón para dar cuenta de los nuevos hechos que despertaban en la sociedad; pues la esperanza no solo se desvanecía con la derrota del Comunismo, sino también con la vorágine desalmada del Capital.

En tercer lugar, dos siglos después de la Gloriosa Revolución de 1789, se comprende, como una deshonrosa traición, que la tecnología trae más destrucción y muerte que salvación. La utilización de la ciencia y la técnica tanto para la Guerra como para el desarrollo inescrupuloso de prácticas de venta para el consumo masivo, despiertan el escepticismo de todos en aquella vieja Utopía. Los intelectuales de la Escuela de Frankfurt, en plena Segunda Guerra Mundial, tratan de averiguar porqué, si el mundo había ingresado en la luz de la razón, la humanidad había caído en un oscuro nuevo estado de barbarie. El aporte de estos pensadores es excepcional. Develan que la ambición de la Razón por saberlo y controlarlo todo termina por reificar a la Madre Natura, sometiendo a los cuerpos naturales bajo su dominio, incluyendo al humano. La Razón que nos liberaba de los falsos fundamentos del mito, muestra su otra cara, aún más peligrosa: La Razón Instrumental(3). Concepto que define la utilización de las Ciencias y Técnicas al servicio particular de la Dominación. "El campo de concentración y la película de Hollywood", son los casos paradigmáticos, dirán, de esta Razón. Hoy, el uso de su potencial está estrictamente dirigido al "cálculo del efecto" sobre las masas, es decir, la intención, macabra, de manipular las subjetividades, canalizándolas hacia los valores simbólicos fabricados en cliché bajo el sello corporativo de la gran Industria del Amusement. Un claro, pero no por ello menos terrible, ejemplo de esta desgracia es el Funcionalismo Norteamericano de los años 30, en adelante(4). Sus investigaciones revelan, como en la ficción, las mismas torcidas intenciones del Partido, reemplazando tranquilamente las telepantallas por televisores y radios, y la semana del odio y la propaganda estética por la publicidad, en la novela del magnánimo y tuberculoso Eric Blair, 1984(5). La Industria Cultural, absorbe casi toda tentativa de negación al sistema. En términos de Williams, cada nueva actitud emergente, es más o menos rápidamente neutralizada y transformada en mercancía, pasando a formar parte de la Hegemonía(6). Ejemplos sobran: El Che en todas las remeras, el negocio de las tachas de los AnarcoPunks, discos de A77aque bajo el sello monopólico de "Pop Art", o los de Ska-P en "BMG-RCA", las siglas RDA en tacitas y pines varios, etc

En la situación Posmoderna, gracias a la Razón Instrumental, asistimos a la Civilización de la Guerra, pero particularmente a la imposibilidad de sostener una posición crítica y sincera de la realidad, por estar socavada nuestra identidad por la Fábrica de "lo siempre nuevo pero siempre igual". Sus fundamentos se basan en retroalimentar nuestro hedonismo: el bien y el placer pertenecen, conjuntamente, al status quo.

La apertura del arte a las masas, sumada al lema "todos los estilos para todos los gustos", acaban por justificar un relativismo de valores, o en consecuencia, una pérdida de los mismos. ¿Cómo puedo decir que lo mío es mejor que lo tuyo si todo está bien? Y si todo está bien, ya nada está mal. ¿Desde qué posición y con qué derecho puedo juzgar un gusto? "Para los gustos no hay nada dicho", dice una máxima popular. Todo y nada, es lindo y feo. Terrible consecuencia: Lo que de ahora en más produzca la Gran Industria podrá ser absorbido pasivamente y sin ningún remordimiento. El Capitalismo, la situación, mis pertenencias, se justifican con solo quererlo. Así, el Sujeto Crítico que par excellence se había constituido y buscaba potenciarse en los principios de la Modernidad, cae en su propia trampa. Se ha estupidizado o tiende a ello. Los tutores y maestros despreciados por los Ilustrados autodidactas, han sido reemplazados por los agentes de la "Policía del Pensamiento" y su maquinaria Cultural. Esto es muy grave, pues si la autoconciencia ya no es capaz de expresarse, reproducirse y contagiarse, entonces el Proyecto Moderno ha entrado en un coma terminal. Si "todo vale", vale la ignorancia. ¡Salvajismo el que nos espera! ¡Adiós Civilización!

¿Quién dice que hay que emanciparse? La Antropología Social y Cultural(7), desde Malinowsky en adelante, nos ha demostrado que la Cultura Occidental no era el único camino por donde la humanidad tenía que pasar. Otro tipo de organización social, basados en otros valores, era posible. Estudios sobre otros sistemas "económicos" como el Kula o el Potlach, ponían en evidencia la capacidad del ser humano para basarse en otras "reglas". Y aunque el Relativismo Cultural haya sido puesto en duda por los Neo-marxistas por hacer la vista gorda de las cuestiones del Poder, aún sigue siendo cierto que no hay un solo Orden Universal de Valores que las personas persigan. En la teoría de Pierre Bordieu(8), lo que permite la "capacidad de discernimiento" entre el bien y el mal, lo lindo y lo feo, un "buen gusto y un mal gusto", no es el "alma", sino las disposiciones que tenemos para evaluar, apreciar, clasificar, etc. (los Hábitos). Los Hábitos se aprenden desde la niñez y se internalizan hasta el punto de creer que son –arbitrariamente– "Naturales" (o "Divinos"): es, entonces, un Capital Incorporado. Lo que determina a ese Capital, son las "condiciones sociales de existencia". Éstas últimas, a modo de resumen, son los ámbitos en donde crecemos: la Sociedad; dividida analíticamente en Campos... Entonces, ya podríamos concluir que el deseo de emancipación enraizado en la "naturaleza" del hombre, no es tal cosa: todo es un maldito relato, como cualquier otro. Esta muerte de los valores y la pérdida del Sujeto Crítico, supondría un cuarto elemento que incitaría al abandono de los sueños.

Pero aún suponiendo que todavía se quisiera recuperar la vieja actitud –y esto como un quinto elemento–, habría que tomar en cuenta que la aceleración de los tiempos y el acercamiento de los espacios, traen consigo nuevos efectos que dificultarían la rearticulación de un único metarrelato liberador. Lyotard, parafraseado por Picó, dice que "... la multiplicación de las máquinas de información afecta y afectará a la circulación de los conocimientos tanto como lo ha hecho antes el desarrollo de los medios de circulación de los hombres, primero el transporte, y los massmedia (sonidos e imágenes) después."(9) Las revoluciones tecnológicas, cada vez más cerca una de otra, provocan la aparición de nuevos "juegos de lenguaje en base a una heterogeneidad de reglas"(10) y ponen en tela de juicio aquél Sujeto Crítico de la modernidad y su capacidad emancipatoria a través de la Dialéctica del Espíritu (el Logos como fuente Progreso). Pues ahora el Sistema se autolegitima optimizando, técnicamente, "la producción, la memorización, la accesibilidad y la operatividad de las informaciones".

Hace no más de cien años atrás, antes de la llegada de las novedosas Supertecnologías y el eterno presente, la cultura del libro y el panfleto tenían un significado poderoso sobre las personas. Un manifiesto comunista o anarquista, circulando entre el vulgo y los lugares más recónditos, aunque también en las ciudades, podían dejar una importante huella e incorporar a las masas a los grandes movimientos, unificándolas bajo objetivos específicos. El discurso narrativo, propiamente dicho, era, por definición, casi el único capacitado para elaborar o alcanzar ideas, e incitar al debate crítico, cuando no revolucionario, en el ámbito de la vida diaria. La propaganda desparramada durante más de ochenta años en España (sumada al fragor revolucionario de época), confluyó en el despertar popular como conciencia de oprimidos (más que de clases), ante el levantamiento militar encabezado, más menos, por el falangista y fascista Francisco Franco Bahamonde. El Manifiesto Comunista de 1848, editado sucesivas veces en Europa, terminó por constituir y organizar al temible y legendario Proletariado Mundial contra las infamias de la Propiedad Privada. El poder del discurso razonante y narrativo, era innegable.

Hoy, basta transitar una tarde por pleno Once, para darse cuenta que los papeles sólo están para hacer basura. En su reemplazo (y no en su auxilio precisamente), llegaron las radios, los teléfonos, los televisores, las computadoras, la comunicación satelital, Internet, y demás derivados. La técnica de la información nos ofrece "relatos parciales... lenguajes y variables que sirven circunstancialmente en términos de eficacia para cada una de las situaciones que uno vive"(11). Asistimos a la era de la desnarrativización constante.

Entonces, cinco elementos básicos (Crisis de metarrelatos alternativos, Capitalismo post-Industrial, Razón Instrumental, pérdida creciente de valores, revoluciones tecnológicas) son los que configurarían la situación Posmoderna, momento de escepticismo y, en el peor de los casos, desesperanzadora: La vil Maquinaria, lentamente (¡y cada vez más rápido!) se perfecciona a sí misma.

El debate

Pero más allá de las simples personas que se movilizan por las metrópolis, ataviadas a su conciencia práctica(12), los intelectuales han realizado diagnósticos diversos sobre este clima que se ha traducido en un debate de las Ciencias Sociales. Así, Joseph Pico(13), reconoce tres posiciones más representativas de dicha discusión: Daniel Bell, perteneciente a la sociología neo-conservadora americana, que propugna la recuperación de los valores protestantes que reinaron en la era del Capitalismo Industrial; Jürgen Habermas, representante de la teoría crítica alemana, en la versión Reformista, que continúa defendiendo la fe en el Proyecto Ilustrado; y Jean-François Lyotard, post-estructuralista francés, en la versión Posmoderna, que niega dicho Proyecto en cuanto que el Gran Discurso del progreso histórico y su idea sobre el hombre Ilustrado, tienden a desaparecer desde la década del `60 del Siglo XX.

En primer lugar, Daniel Bell, en su libro Contradicciones culturales del Capitalismo, se presenta formalmente en contra del giro que la modernización cultural ha tomado respecto de la modernización societal. La moral narcisista posmoderna ha provocado que los individuos quieran vivir el aquí y el ahora, arrastrando consigo la pérdida del sentido de lo social y de la fe en el progreso. Existe un problema entre la producción Capitalista y la Libertad individual, en donde la segunda se desarrolla al máximo y se somete al placer, entrando en contradicción con la primera. Los gritos de revolución son ahogados por los deseos de autoestimulación. Hace responsable de este desfase a las Vanguardias artísticas de principios del siglo XX (especialmente al Surrealismo), que desde que lograron integrar el arte a la vida, democratizaron el hedonismo corrompiendo los valores de una sociedad racionalmente organizada y trabajadora, volcándola hacia la irracionalidad de la Cultura del Consumismo y la feroz competencia individualista. El valor Excelencia (del latín excellentia, del verbo excellere –que significa destacar) es lo que resalta en la cultura posmoderna. La búsqueda de la Excelencia se traduce en todos los ámbitos de la vida y refiere más a un logro concreto en un momento dado, a un triunfo puntual, que a un valor duradero: actitud en perfecta armonía con la sociedad individualista en la que vivimos(14). De este modo, el Proyecto Ilustrado ha sido herido de muerte por el movimiento alternativo vanguardista surrealista, al haber atentado contra la moral del trabajo y el progreso lógico y disciplinado.

La solución propuesta por Bell a esta situación, en donde el problema ha sido la pérdida del valor ética-disciplina, es la de restablecer la religiosidad. Retornar a la Cultura del Trabajo expresada en la ética protestante de Juan Calvino. Muchos de los principios del calvinismo se corresponden con las etapas iniciales del Capitalismo, en particular aquellos que señalan que la economía, la industria y el trabajo penoso forman parte de la virtud moral, y que el éxito en los negocios es una evidencia de la gracia divina. En La confesión de Westminster (1647)(15), expresión sistematizada de la teología puritana, Calvino señala que Dios, absoluto y trascendente, crea y gobierna el mundo sin que los hombres puedan comprender sus designios. El predestina para cada uno de ellos la salvación o la condenación, sin que puedan cambiar su sentencia; pero más allá de su destino, el mortal está obligado a exaltar la Gloria de Dios en la tierra y a construir su reinado en ella. La moral calvinista considera todo lo terrenal, la naturaleza del hombre y su carne, pecaminoso, y por eso la única salvación posible proviene de la gracia divina. "Los calvinistas intentaban despejar esa incertidumbre buscando en el mundo señales que aclarasen su destino, y así, por ejemplo, el éxito en los negocios era prueba de que el Creador había elegido su salvación."(16) De este modo, el empresario capitalista se veía atrapado en la paradoja del deseo de acumular sin límite, sin descanso, y un cierto ascetismo que odiaba el gasto inútil y la ostentación. En vez de aprovechar el dinero y disfrutarlo viviendo opulentamente, el empresario capitalista parecía actuar movido por la vocación del trabajo bien hecho. El trabajo de sol a sol garantizaba al hombre el éxito y atenuaba la angustia de la inseguridad de su destino(17).

La otra posición en este debate es la de Jürgen Habermas, que, en su artículo Modernidad: un proyecto incompleto, asegura que el Proyecto Ilustrado no ha fracasado, au contraire, todavía no ha sido consumado. Ante las acusaciones de los neoconservadores, Habermas defiende las hazañas surrealistas diciendo que "en realidad, la cultura interviene en el origen de estos problemas de modo solo indirecto y mediado"(18), "La modernidad estética es sólo una parte de la modernidad cultural"(19). Para él, la decepción de las Vanguardias se manifestó en dos errores: El primero, fue que la destrucción de la esfera del arte trajo consigo la destrucción completa del arte, cuando se desestructura la forma ya nada queda en pie; y segundo, que "la existencia racionalizada no puede salvarse del empobrecimiento cultural solo a través de la apertura de una de las esferas... La rebelión surrealista reemplazaba a sólo una abstracción".(20) La lectura que Habermas hace de la modernidad cultural y su problemática, para sostener estos argumentos, se basa, según las ideas de Max Weber, en que las tres esferas (Cognitivo-Instrumental; Moral-Práctica; Estético-Expresiva) se han ido desarrollando autónomamente conforme a sus reglas y lógicas propias, pero que en vez de enriquecer la vida cotidiana con sus resultados (algo con lo que soñaba Jean Antoine Condorcet) terminaron por convertirse en "segmentos manipulados por especialistas y escindidos de la hermenéutica de la comunicación diaria"(21). La salida a la trampa consistiría en "volver a vincular diferenciadamente a la cultura moderna con la práctica cotidiana", mediante "la creación de una interacción libre de presiones de los elementos cognitivos, morales, prácticos y estético-expresivos": "El proceso de comunicación necesita de una tradición cultural que cubra todas las esferas"(22). La modernización societal puede ser reconducida a través del desarrollo de, por ejemplo, instituciones que permitan su control. Pero para lograrlo, y fiel a su tradición crítica, Habermas dice que debe realizarse una revisión de los procesos de racionalización, para encontrar aquellos procesos selectivos de racionalización que han culminado en esta realización deformada de la razón en la historia. Considera que lo que ha falseado el pensamiento filosófico tradicional ha sido la falta de una racionalidad del tipo social; así, por ejemplo, todos aquellos movimientos que no fueron vinculados a una economía política, deben ser vistos como reacciones defensivas ante los procesos de racionalización total: los movimientos feministas, ecologistas, etc. ante el marxismo estructuralista-ortodoxo. Así, niega rotundamente que la solución consista en que las esferas se desarrollen autónomamente del modo clásico, tal como lo propone la idiosincrasia sociológica de Bell y sus seguidores. Por ello, también, propone darle otra lectura a las intenciones del Surrealismo, acercándolas a las conceptualizaciones positivas del "arte reificado" de Walter Benjamín y a las obras teatrales de Bertolt Brecht, que suponen un uso real, consecuente y hasta combativo del arte moderno; y ejemplifica con la historia, recogida por Peter Weiss, de un grupo de obreros políticamente motivados que, en Berlin de 1937, "ávidos de conocimientos... iban y venían entre el edificio del arte europeo y su propio mundo hasta llegar a iluminar a ambos"(23). Considera que los neoconservadores americanos "no pueden abordar las causas económicas y sociales del cambio de actitudes hacia el trabajo, el consumo, el éxito y el ocio. En consecuencia, responsabilizan a la cultura del hedonismo..."(24) Este tipo de análisis lleva a vincular infundadamente toda mentalidad de oposición con "diversas formas de extremismo", como por ejemplo: "entre modernismo y nihilismo, entre regulación estatal y autoritarismo, entre crítica del gasto militar y rendición al comunismo, entre la liberación femenina o los derechos homosexuales y la destrucción de la familia, entre la izquierda en general y el terrorismo, el antisemitismo y el fascismo..."(25).

Por último, critica a los post-estructuralistas porque "sobre la base de actitudes modernistas, justifican un irreconciliable antimodernismo"(26), pues han adoptado una postura crítica que termina destruyendo el propio sujeto en el que se sostenía el Proyecto Ilustrado. Y aquí encontramos la tercera posición del debate. Los post-estructuralistas franceses, fundándose en el contexto de una sociedad ya invadida por los adelantos técnicos, afirman que los lenguajes se han reproducido basados en multiplicidad de reglas. Para Lyotard, la cultura del libro ha dejado de ser, y ahora el Poder atraviesa cada rincón de la cotidianeidad humana: la naturaleza del saber ha sido afectada en dos de sus principales funciones, la investigación (aparición de ciencias interdisciplinarias) y la trasmisión (introducción de tecnologías en la vida diaria, que facilitan la comunicación)(27). De esta manera, según Michel Foucault, la colectividad panóptica (aquella que todo lo vigilaba, a la vez que intentaba pasar lo más desapercibida posible) se ha perfeccionado al punto de que las viejas conceptualizaciones sobre el Poder se han vuelto incapaces de comprender sus mecanismos. La relación entre este nuevo Poder y las personas es totalmente nueva y sutil. Por ello, cualquier gran discurso Ilustrado y totalizador encierra serias desconfianzas, pues la fragmentación de los individuos ya es un hecho. "El gran consenso se convierte en un valor anticuado y sospechoso. Lo que no ocurre con la Justicia. Es preciso, por tanto, llegar a una idea y una práctica de la Justicia que no esté ligada a la del consenso."(28)

Dado el panorama, Derrida, Foucault, Deleuze, Lyotard, y otros post-estructuralistas, se aprestan a la tarea de la des-construcción, que, según Wellmer, expresa: un rechazo ontológico de la filosofía occidental, una obsesión epistemológica con los fragmentos y fracturas, y un compromiso ideológico con las minorías en política, sexo y lenguaje.(29) "En vez de ofrecer una teoría política general, los post-estructuralistas nos han suministrado análisis específicos de situaciones concretas de opresión. Su atención se centra en la locura, la sexualidad, el psicoanálisis, el lenguaje, el inconsciente, el arte, etc.; pero no sobre un criterio unitario acerca de lo que es política o de las modalidades de su conducción en el mundo contemporáneo."(30) Por ejemplo, Derrida, recurriendo al Psicoanálisis y la Lingüística, cuestiona la idea de que un texto tiene un único significado inalterable, las intenciones de un autor al hablar no pueden ser aceptadas sin condiciones ni crítica. Esto multiplica el número de interpretaciones legítimas de un texto. La deconstrucción muestra los numerosos estratos semánticos que operan en el lenguaje. La esencia de la estrategia desconstructiva es la demostración de la autocontradicción textual. Afirma que el modo tradicional o metafísico de lectura impone un número de falsas suposiciones sobre la naturaleza de los textos. Este divorcio entre la intención del autor y el significado del texto es la clave de la desconstrucción. Esta metodología analítica es aplicable a la literatura, la lingüística, la filosofía, el derecho y la arquitectura.(31) Estos "desconstructores posmodernos... rehuyen todas las metanarrativas emancipadoras, las sustituyen por una multiplicidad de juegos de lenguaje y se aprestan a desconstruir la lógica modernizadora"(32).

El Anarquismo:

Pasaré ahora a tratar de definir el Anarquismo. La palabra anarquía deriva de dos voces del griego antiguo: αυ (an) αρξη (arjé), y significa, aproximadamente, ausencia de autoridad o de gobierno. Los anarquistas, desde siempre, anhelaron vivir en Acracia, una sociedad completamente antijerárquica y sumida en –valga la redundancia– la anarquía. Esta organización social "posiblemente provenga de una legendaria saga utopista occidental, que ya desde el 1500, en la vasta literatura utópica, postulaban un mundo distinto a conquistar, donde todos trabajasen y creasen, cumpliesen con las obligaciones que fijaba la sociedad y tuviesen amplio tiempo libre para dedicarse también al arte"(33); y que no es ni más ni menos que la Sociedad Comunista, sociedad sin clases, con la que soñaba Marx (el estado final del marxismo). Este rechazo a cualquier tipo de estructura tendiente a la opresión (como Dios o el Estado) no es un simple capricho romántico bajo una actitud maniática, sino que tiene sustento en una óptica tan interesante como sencilla. Cuando un simple individuo se trasviste con algún manto jerárquico que "legitima" la toma de decisiones en el lugar de otros, automáticamente corre peligro –porque la posibilidad ya se ha concretado– de degenerar y corromperse, exaltando sus deseos personales en detrimento de la Sociedad. Para los anarquistas, el problema no radica en, por ejemplo, el policía corrupto, sino que es la Institución policíaca (ya sea tanto la Burguesa como la Socialista Autoritaria-Marxista) la que está podrida en sus cimientos, desde que ha sido mandada a nacer. A su vez, el Estado, sea del color que sea, tiende a la burocratización, a la formación de un uniforme ejército de tecnócratas que terminan por volverlo eterno. Los Libertarios, concientes de esto, buscan eliminar aquellas trabas a su mínima expresión, tratando de evitar que la Corrupción derive en formas que entreguen Poder a seres potencialmente imperfectos. La visión sobre el hombre como "el ser que se corrompe" encierra la vieja idea de Jean-Jacques Rousseau del Buen salvaje; un punto débil y susceptible a discusión por parte de todo conservador, pero que creo que la antropología contemporánea, al menos por otro camino y bajo otras formas, termina por validar.

En este sentido, "da absoluta prioridad al juicio individual; por eso hace profesión de antidogmatismo. No nos transformaremos en jefes de una nueva religión –escribió Proudhon a Marx– aunque esta religión sea la de la lógica y la razón"(34). Podría decirse que es la Voluntad el verdadero motor de la acción, es la que mueve las cosas, es la que hace revoluciones. La coerción sólo adquiere forma en la defensa; es decir, cuando alguien intenta imponerse sobre otro, la violencia como respuesta se vuelve necesaria: de este modo se diferencia del pacifismo más dócil. Pues, el anarquista odia. Detesta con todo su ser lo impuesto, la falta de Libertad: de este modo se diferencia del relativismo permisivo. Y condena la injusticia, provocada por el orden social existente: de este modo se diferencia del conformismo insensible. Me contaba un viejo libertario español (hoy –paradójicamente– abogado), con quien tuve la suerte de trabajar, que las Milicias Antifascistas, organización creada durante la Guerra Civil Española, se regían por un sistema de reclutamiento voluntario. Los que decidían ir al frente a combatir, se alistaban por propia decisión, y podían optar, sólo si así lo querían, por un trato de corte militar y autoritario; e incluso podía darse de baja, siempre y cuando no estuviera en ese mismo momento combatiendo en alguna columna, pues, una vez enrolado se había comprometido con la responsabilidad de "combatir, en el frente". Otro ejemplo de lo que la Libertad significa para el anarquista, puede verse en los "largos de ficción" filmados durante ese mismo periodo por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) española, en el que abordaban géneros tradicionales, como el melodrama, la comedia y el musical, pero con una mirada muy particular, libertaria. Estos folletines no moralizaban sobre la conducta de sus personajes. Estibadores, prostitutas, artistas callejeros e incluso ladrones y rufianes (todos arquetipos pertenecientes al campo popular) son observados con franqueza y simpatía, de igual a igual, sin ser juzgados desde ningún púlpito. Puede resultar paradójico, pero lo que sucede es que la Anarquía no es un término duro. Difícilmente pueda decirse, sencillamente: "La Anarquía es...", sin olvidar algo de su constitución. Hay, sin duda, un grado de tolerancia por lo diverso mucho más amplio que en el Marxismo. Una especie de Igualdad en la Diversidad es respetada, pero, sin olvidar que "al Fascismo no se lo discute, se lo destruye".

Con todo, el anarquismo aboga por el anti-representacionalismo (neologismo que, por lo feo que suena, debo admitir que acabo de inventar). La representación significa someterse a la duda, es entregarse a la fluctuación, es regalar el derecho que constituyen a los hombres como seres libres. Niega la representación y se juega el todo por la participación: su lema es la Acción Directa. La Autogestión y la Horizontalidad valores son que mantienen a raya la intrusión del Poder. Porque "ahí, donde nadie obedece, nadie manda". Sin embargo, el Anarquismo tiene también su faceta organizativa, lo que lo ha "dividido" (división un tanto ambigua, si se analiza a fondo la cuestión) en Individualistas y Societarios. Nada muy diferente, los primeros se desviven en negar todo movimiento que cercene la Libertad, y los segundos intentan organizarse, tanto en la lucha contra el Capital como en la situación pre-socialista o pos-revolucionaria. Esto, al contrario de debilitar la corriente, habla de la versatilidad y la fortaleza de la misma, en tanto que no excluye –a la vez que amplía el espacio de lucha– a las demás tendencias: es sabido que gran parte de los anarquistas, sino todos, apoyan a los movimientos independientes que se alzan en contra del Sistema y las injusticias, sin la necesidad de afiliarlos a un Partido Unico y haciendo las victorias de aquellos, propias. Así, el anarquismo acompaña, más menos, a los movimientos que no tienen relación directa con el tema del Poder Económico Estatal, pero sí con el Poder y la Desigualdad en general. Voy a omitir adrede la parte de la organización social como intento tendiente a alcanzar la Utopía, no porque no pueda aportar nada (al contrario, pueden sacarse grandes ejemplos prácticos de la práctica revolucionaria de la España de 1936), sino porque me desviaría innecesariamente a donde quiero llegar: dije que iba a trazar las ideas más generales del anarquismo (aparte de que la excluyo, también, más por una cuestión de tiempo que de espacio). Por eso me contentaré solamente con nombrarlas: el Mutualismo Proudhoniano, el Colectivismo Bakuninista y el Comunismo Libertario (Kropotkin, Malatesta y otros); y con decir que todas ellas, tienden al Federalismo y la Internacionalización. Y que el anarquismo fue aplicado al sindicalismo (el anarcosindicalismo).

La Anarquía no es tan sencilla de aprehender, como el Marxismo o la Religión. Para ser un erudito del primero existe El capital, para serlo de la segunda, existen Las Biblias. No existe el manual del Anarquista. Ello se debe a que ella no es, en sentido estricto, una doctrina; su razón de ser es el "ensayo y error" (por así decirlo): tan libre como su nombre. Por ello, podría definirse también como el libreflujo de ideas críticas y autocríticas, razón por la cual jamás lo Libertario será viejo, y será por siempre nuevo. Una cosa es segura: siempre, cada "ensayo y error", apunta a la liberación corporal y mental de los individuos, del modo menos coercitivo posible: El Estado socialista es inconcebible.

El Anarquismo Post-Estructuralista:

Suena terriblemente contradictorio. Un movimiento nacido y encarnado en el Proyecto Ilustrado moderno mezclado con la teoría anti-moderna de la "filosofía" francesa contemporánea. Esta extraña idea proviene del profesor neoyorquino, asociado de filosofía en la Universidad de Clemson en Carolina del Sur, Todd May. "Propone llegar a considerar el post-estructuralismo como una forma contemporánea de anarquismo."(35) Lo agregué en el presente trabajo porque creo que tiene una lectura interesante respecto de la situación posmoderna.

Para él, las actitudes de los post-estructuralistas coinciden en algunos puntos con los lineamientos generales del Anarquismo: en la medida en que el "anarquismo puede ser definido como la lucha contra la representación en la vida pública", "no sólo el poder estatal o el económico son quienes merecen desconfianza, sino todas las formas de poder ejercidas por un grupo sobre otro"; permitiendo "un acercamiento más descentralizado a la intervención política" por parte de la gente. Así, actuación local, resistencia, libertad de acción individual, "Caos voluntarista", son actitudes que se desarrollan dentro de situaciones específicas y alientan diferentes modos de intransigencia contra la opresión; de este modo, "lo que el anarquismo provee al postestructuralismo es un gran armazón dentro del cual situar sus análisis específicos".

Sin embargo, considera que buena parte del pensamiento francés-posmoderno, se centra en la crítica de la teoría del sujeto, mientras que el anarquismo tradicional se funda sobre el concepto de que el individuo posee una reserva que es irreductible a los ordenamientos sociales del poder. Los post-estructuralistas aseguran que el fracaso de las Vanguardias se produjo, justamente, por la capacidad del Capitalismo para manipular las subjetividades. Un tanto así lo demuestran las conceptualizaciones de la Escuela de Frankfurt y la constante modernización societal presente. "En definitiva, la reserva de autonomía individual ha sido absorbida por los sistemas de opresión y, por tanto, no está adaptada para formar la base de un cambio social... El anarquismo tradicional, en sus conceptos ideológicos -y, además, por el hecho de tener conceptos fundacionales- traiciona las intuiciones que constituyen su [propio] núcleo. Toda ideología es una forma de representación y, por tanto, el anarquismo como crítica de la representación no puede ser construido sobre una base de conceptos cerrados y dados para siempre."(36) "Por lo tanto, la teoría post-estructuralista es más coherentemente anarquista de cuanto la teoría anarquista haya dado prueba de ser. La fuente teórica del anarquismo -el rechazo de la representación mediante medios políticos o conceptuales- encuentra la más precisa articulación de sus fundamentos en los teóricos post-estructuralistas... Los anarquistas tradicionales señalaban los peligros de una dominación de la abstracción; los post-estructuralistas han tenido en cuenta estos peligros en todas sus obras."

Concluye diciendo: "Lo que buscan, sea el anarquismo tradicional o el post-estructuralismo contemporáneo, es una sociedad -o mejor, una serie de sociedades- en la cual a las personas no se les diga quiénes son, qué quieren y cómo vivirán; estando ellas en condiciones de decidir estas cosas por sí mismas. Estas sociedades constituyen un ideal y, como los post-estructuralistas reconocen, un ideal probablemente imposible. Pero es en los tipos de análisis y en las luchas que tal ideal promueve -análisis y luchas tendentes a abrir espacios concretos de libertad en el campo social- que reside el valor de la teoría anarquista, sea tradicional o contemporánea."(37)

Conclusión:

En el transcurso de este trabajo, me empeñé en demostrar que la Posmodernidad es un concepto ambiguo. Entiendo que Posmoderno sigue siendo Moderno en la medida en que la sensibilidad humana sigue reaccionando ante lo que son las injusticias. Y que Moderno no eran solamente los Metarrelatos más difundidos, sino absolutamente toda la lucha por encontrar una convivencia ética que abarque a la totalidad de los seres vivos, no sólo los humanos, de esta tierra. Quizás este sea otro Gran Discurso al cuál suscribo gratuitamente, pero lejos está de convertirse en un determinismo histórico; y lo que señalar quiero, no es una guía de acción, sino una actitud a tomar frente a la adversidad descontrolada que siempre existió. De modo que la desesperanza se la dejo al Posmoderno pesimista intelectual.

Yo nombré cinco elementos básicos que configurarían la situación Posmoderna: Crisis de metarrelatos alternativos, Capitalismo post-Industrial, Razón Instrumental, pérdida creciente de valores, revoluciones tecnológicas. Bien, lo que me interesaría aclarar es que si bien considero que sí ingresamos en una situación Posmoderna, especialmente por la entrada en escena de las Super-tecnologías y la pérdida de la Cultura Narrativa, creo que lo Moderno no ha muerto en absoluto, pues la batalla y la esperanza por algo distinto sigue en pie. Pero dejando de ser oscuro cuando me expreso, quiero decir que mientras la Modernización Societal sigue su curso (como siempre lo ha hecho), la Modernización Cultural debe despertar de su rigidez y abrirse a nuevas alternativas. No sé si es adecuado que utilice esos términos, pues no me convence la retórica de las tres esferas. Probablemente porque no las entiendo demasiado bien y por eso me resultan sospechosas. Pero más allá de ésta teorización, prefiero pasar, a continuación, a fundar las razones por las cuales yo aún creo en el cambio, frente a la situación real (ya no deseo llamarla Posmoderna y me apuro en abandonar el sintagma).

Hay quienes suelen afirmar que la realidad es imposible de modificar. Ello no por la rigidez del mundo material, sino por la esencia maldita subyacente en el Hombre. Las justificaciones aseveradas por todos ellos (desde liberales, pasando por conformistas, hasta pesimistas) se sostienen en que el mundo es, su configuración social, "naturalmente" dado. Así, definen: "El ser humano, se adapta a su ambiente. Y su mecanismo, ha sido, históricamente, el dominio y la explotación del hombre por el hombre. La pobreza, la desigualdad y la injusticia son males necesarios (como ineludibles, por el "instinto negativo" de la humanidad) y la realidad, no es otra que el reflejo de la "naturaleza del Ser". De esta manera, el Hombre y su Mundo (su ambiente) son naturales.

Basándome en la definición de Cultura de la Antropología Social y Cultural, como el lugar de todo lo aprendido y transmisible, como los valores y las creencias, y a la vez de relaciones entre seres, niego aquella tendencia de ver la actitud negativa del hombre como algo natural. Quiero decir, al viejo interrogante de "qué es social y qué natural en el hombre", ofrezco como respuesta que todo lo que haga el ser humano es Social, porque él nace, crece y se desarrolla en una Cultura determinada. Un buen ejemplo del contraste entre diferentes Sociedades Culturales, es el Asado Argentino versus la Vaca Sagrada India. Pero esto no es sólo una contra-afirmación reaccionaria. En lo que sí hay acuerdo en la mayoría de la comunidad antropológica (incluso en la T. Evolucionista), es en la UPB (Unidad Psico-Biológica del hombre): ella es, sin más, la similitud morfológica, las mismas necesidades físicas y la capacidad de desarrollar pensamiento (procesos superiores de la mente). Dentro de este marco, digo yo: Natural es la Capacidad de desarrollar tal o cuál pensamiento y actitud (Hetero, Homo, Bi, Swinger, etc), así como tal o cuál organización social (Capitalista, Comunista, Religiosa, Anarquista, etc.). Refutamos, de este modo, también al Darwinismo Social. Normal es la Cultura histórica donde se sitúa el hombre y su sociedad. Normal hoy día es la Pobreza, la Competencia, la Heterosexualidad, la Represión, el Capitalismo, la Industria Cultural, etc. Todos ellos son Sociales, y si llegaran a ser Naturales, no lo son más que la Igualdad, la Solidaridad, la Homosexualidad, la Libertad, el Comunismo, la Libre Asociación, etc. Otro ejemplo notorio, es el que ofrecen los idiomas: El Inglés no es más natural que el Francés, el Español o el Chino, pues Natural es la Capacidad psico-fisiológica de desarrollar habla. Ante la posible confusión, prefiero reservarme el vocablo Natural a nuestra Capacidad fisiológica y psíquica; y de modo análogo, el vocablo Social a los Posibles Derivados de la mencionada Capacidad. Así quiero demostrar, no el "Buen Salvaje", pero sí que "el hombre es el lobo del hombre" es un mito instrumental. Creo que no hay razones para decir que el Mundo, tal cual hoy, debe ser siempre. Si somos Sociales y si, especialmente, otras sociedades fueron posibles, entonces sobran razones para edificar un cambio.

En sí, la destrucción de los Valores presenta una problemática particular. "¿Puede la secularización expandirse ilimitadamente sin atacar la base ideológica que sostiene y alimenta la solidaridad social? La Sociología nos enseña que la plena vigencia de un sistema de creencias y valores vividos acríticamente es el cemento espiritual de toda sociedad."(38) No lo creo. La crítica sistemática sirve para develar sistemas opresivos de valores dentro del seno de una propia sociedad, a la vez que tienden a destrozar su etnocentrismo cultural (etnocentrismo ejemplificado especialmente en la historia de occidente). Como contrapartida, en la medida en que la pérdida de un valor me cause un dolor físico, o una angustia, indeseados, intentaré volver a aferrarme a él. Incluso en Sociedades Irracionalistas (religioso-mitológicas) las personas se movían racionalmente; la diferencia radicaba en que existían otros valores a los que suscribían. La destrucción de un valor, supone la imposición o creación de otro. Sólo cuando el hombre se haya convertido en una máquina, habrá dejado de ser hombre, y ya nada habrá de hacerse. "La vida entre los clones no valdría la pena vivirla"(39). Pero, también considero que la Dialéctica no es aplicable a todo. En ese sentido, los Románticos tenían razón. ¿De qué me sirve saber que el mar está formado de muchos "H2O" cuando lo estoy contemplando y, más precisamente, disfrutando? Las sensaciones son irreductibles, sólo son. Y aquí, podría alegarse que el misticismo y la fe no son susceptibles de crítica. Pero, justamente, la idea de Dios me supone un rechazo en la medida en que otros mortales se esmeran en describirlo, por eso sostengo que el misterio absoluto es lo que alimenta de verdad. Pero (y volviendo al tema), el punto es que las personas hacen lo que hacen porque de un modo u otro se consideran "humanas". El propio Fascista cree que la suya encierra la verdad, por eso decía lo de la crítica descentralizadora. De este modo, a este trastorno de valores lo considero casi necesario. Para ponerlo en otros términos, ingresamos en la "Duda Hiperbólica cartesiana". Y ahora sí: aquel que se comporte como el "individualista" en busca de la Excelencia, lo hará bajo la exhortación de abandonar los valores de Libertad, Igualdad y Solidaridad que conforman a todo ser "humano".

Con la caída de los metarrelatos, creo que se está generando, o al menos puede generarse, una nueva Resistencia o Vanguardia. Ella estaría conformada, sencillamente, por todos. La gente común. La idea de proletariado industrial dividía, conciente o inconcientemente al Pueblo, en partes fijas. Ni siquiera el Lumpenproletariat se salvaba de la selección. La vuelta del arte a la vida, a pesar de su destrucción, termina por alcanzar a todos la posibilidad de combatir las nuevas formas de poder. Este tipo de "contrapoder" ya estaba idealizado en Bakunin, cuando decía que la "buena Juventud" se pondría del lado del oprimido y apoyaría su lucha por la liberación. Este contrapoder es invisible, es acéfalo, ya no es masa, sino multitud. El Anarquista es extranjero siempre, adonde quiera que vaya: Sólo Acracia es su Tierra Prometida; y eso coincide con la resistencia que no tiene nombre. Hay un movimiento "artístico" actual que arranca sonrisas (al menos a mí), y propone una mirada diferente a la del teórico Craig Owens, respecto del sello del autor en su obra. Se ha hecho llamar Luther Blisset o Wu-Ming (Sin-nombre en mandarín). "La documentación sobre Luther Blisset es, a esta altura, una obra literaria en sí misma, construida por personas de todo el mundo, unidas en su desaprensión hacia la idea de autor y de derechos reservados. Esto facilitó la circulación masiva de textos que, de otra manera, hubieran sido censurados, jamás hubieran accedido al mundo editorial, o resultarían carísimos. El versátil Blissett también hace dibujos, animaciones, movidas callejeras y hasta emisiones autómatas de radio (como la de Indymedia en Madrid). Sus homónimos más radicales no son amigos de las ideas dominantes, y concibiendo el arte como herramienta de acción, se han ganado el mote de terroristas, agitadores y revolucionarios"(40)

El Post-Estructuralismo termina descubriendo que "el Poder está en todos lados", en consecuencia, dar cuenta de ello, predispondría al mundo a decantarse por alternativas concientes. El anarquismo permite toda una gama de actitudes (pues considero que la anarquía es una actitud) que asisten a dichas alternativas. Por ejemplo, consumir de la red del Comercio Justo supondría la puesta en práctica de aquella intención. Así, progresivamente, el mundo se llena de Libertarios sin que ellos mismos lo noten. Pues, en cada actitud de rebeldía, hay un potencial anarquista. Al igual que Neo, cuando veía numeritos por todos lados (La Matrix), yo tiendo a encontrar anarquía por doquier. En este sentido referí, más arriba, a los Dispositivos Kontrakulturales.

Se puede hablar mucho. Se puede hablar sobre intentos de vivir éticamente en la choza del mundo. Y para ello buscar falencias en el mundo actual. O sobre no dejar a nadie considerarse humano, si no presta atención a la problemática social. Invitarlos a callarse o gritarles su negligencia. O contra la razón instrumental y el atentado de la revolución tecnológica narcotizante; saber qué es lo que nos quieren vender y no dejarse doblegar. Hasta puedo llegar a decir que hice un uso positivo de la Industria cultural: desde pequeño, yo siempre fui un gran consumidor del superhéroe Batman, cuando me topé con el Socialimo en mi juventud, degeneré en un pensamiento de tendencia Anarquista (Batman + Socialismo = Anarquía). Y otros delirios. A esta altura, ya no me extraña la supuesta hibridez entre el anarquismo y el post-estructuralismo. Entre la Modernidad y la Post-Modernidad. Todos, de alguna manera, apuestan al futuro. Por lo que me queda por decir que Daniel Bell, es el único que, verdaderamente, me causa mucho asco.

Tratando de redondear: No voy a ser un hipócrita y decir que estoy feliz de que el proyecto alternativo Marxista haya fracasado, sin embargo, que el régimen paranoico estalinista haya terminado me parece una victoria. Por otro lado, hay que agradecerle a Marx por haber incluido el materialismo en los análisis sociales. Sin embargo, considero que toda lucha real contra la Injusticia no debe, de raíz, transformarse en la competencia por el Poder, sino que debe constituirse en la beligerancia, a muerte, contra el Poder.

La Libertad a la que aspiro conseguir, es expresada en la noción que Agnes Heller toma de Norbert Elías respecto del "Cuerpo"(41). Su idea de que la "Civilización" (una mezcla entre lo higiénico y lo ético) termina rechazando al cuerpo hacia los ámbitos privados y particulares, a la vez que lo hacemos en favor de la Sociedad, lo público y lo Universal, me parece apropiada. Para esta Sociedad, lo que hagamos con nuestro cuerpo será de incumbencia personal, pero para sobrevivir, hay que entregarlo a la rueda de la fortuna del Mercado Laboral; terrible contradicción y sagaz engaño: Falsa Libertad. Recuperar el cuerpo significaría, entonces, recuperar las calles, los espacios públicos, pero especialmente, el Cuerpo como idea central de Liberación, contra la degeneración del Espíritu que tiende a dominarlo todo. Representa, para mí, la mejor idea de Libertad Real.

Por otro lado, sigo pensando que el problema central es el Estado que, intervensionismo más o menos, termina siempre por legitimar la Propiedad Privada, elemento fundamental de la organización social burguesa y símbolo máximo de la desigualdad social; o acaba justificando, en nombre del Socialismo en general, los peores totalitarismos que uno pueda imaginar. Pero también debo ser conciente de que ni la desaparición automática del Estado, ni la destrucción del fundamento económico burgués, nos va a traer a Acracia a nuestros pies. "Si el capitalismo y el Estado fueran los únicos culpables, entonces su eliminación por sí misma nos abriría la puerta a la sociedad utópica. Pero debemos tener recelo de las soluciones fáciles. Una de las lecciones de la lucha contra el racismo, la misoginia, los prejuicios sobre gays y lesbianas, etc., es que el poder y la opresión no son reductibles a un solo lugar y a una operación singular."(42) Es necesario generar la conciencia, antes que la revolución. Si el Poder está en todos lados, entonces los espacios de lucha se amplían. No sólo paralelamente a la lucha contra el Capitalismo, también estratégicamente, hay que apoyar a todos aquellos movimientos que tienden a recuperar los espacios públicos y a acrecentar las posibilidades de libertad humanas. Estratégica porque, por ejemplo, y aunque suene duro, prefiero esta pseudo-democracia antes que la cárcel colectivista roja, pues me permite mucho más margen de acción a la hora de fomentar un progreso serio. Jugando con los conceptos madre de la Revolución Francesa, Libertad, Igualdad y Solidaridad, la iluminación de uno lleva a la degeneración de todo intento serio por traer un mundo mejor. Así, en las Sociedades donde se exalta sólo la Solidaridad, tiende a perderse de vista la Igualdad y la Libertad: tal es el caso de las sociedades religiosas. En las que se incita a la Igualdad; la Libertad y la Solidaridad son socavadas: el Socialismo de Estado. Y donde la Libertad: el Capitalismo. Por último, me animo a decir que la Anarquía, por más situación Posmoderna que se presente, jamás fenecerá, ella es acéfala y corresponde al deseo de Libertad, por ínfimo que sea, de todo ser, y por ello nunca será aplastada. Pues para el anarquista, la Libertad Real es inseparable de la Igualdad; ataviadas en pura Fraternidad.

Y mientras todos los demás hacen la venia a héroes y presidentes, nosotros celebramos a la hormiga y su trabajo. (*)

(*) Fuente: Pablo Alejandro Hsu, "Del caos y la anarquía. De la posmodernidad al anarquismo", ensayo realizado en el contexto de la materia Principales corrientes del pensamiento contemporáneo de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, en 2005.

Notas Finales

1.- Cf. Benjamín, Walter, "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica", Discursos Interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1982, p.57.

2.- Casullo, Nicolas, "El tiempo de las Vanguardias artísticas y políticas", Itinerarios de la Modernidad, Eudeba, Bs. As., 2004, p.84.

3.- Véase Horkheimer y Adorno, "Prólogo a la primera edición alemana", Dialéctica del Iluminismo, Sur, Bs. As., 1970.

4.- Véase Klapper, T. Joseph, Efectos de las comunicaciones de masas, Aguilar, 1974.

5.- Cf. Orwell, George, 1984, Bureau Editor, Bs.As., 2002.

6.- Véase Williams, Raymond, Marxismo y Literatura, Ed. Península.

7.- Cf. Rosato, Constructores de Otredad, Eudeba, Bs.As., 2004.

8.- Ibid.

9.- Picó, Joseph., "Introducción VI", Modernidad yPosmodernidad, Ficha 1, Casullo, p. 42.

10.- Ibid.

11.- Casullo, Nicolas, op.cit.

12.- Véase Williams Raymond, op.cit, "La hegemonía", p.131.

13.- Picó, Joseph, op.cit., p.41.

14.- Cf. Roman, J., "Excellence, individualisme et légitimité", Autrement, n.86, Cátedra Filipi, G., p. 61.

15.- Ibid.

16.- Ibid.

17.- Ibid.

18.- Habermas Jürgen, "Modernidad un proyecto incompleto", El debate modernidad-posmodernidad, Puntosur, p.136.

19.- Ibid., p. 138.

20.- Ibid, p.140.

21.- Idem.

22.- Idem.

23.- Ibid, p.142.

24.- Ibid, p.136.

25.- Ibid, p.135.

26.- Ibid, p.142.

27.- Cf. Picó, Joseph, op.cit., p.43.

28.- Idem.

29.- Idem.

30.- May, Todd, "Post-estructuralismo y Anarquía", A Rivista Anarchica, www.punksunidos.com.ar.

31.- Véase Encarta 97, "Deconstrucción" y "Derrida".

32.- Pico, Joseph, op.cit., p.45.

33.- Casullo, op.cit., p.74.

34.- Guèrin, Daniel, "prefacio", El anarquismo, Utopía Libertaria, Bs.As., p.31

35.- May, Todd, op.cit.

36.- Idem.

37.- Idem.

38.- Picó, Joseph, op.cit, p.46

39.- Chomsky, Noam, "Anarquismo, Marxismo y esperanzas para el futuro", Red & Black Revolution, 1995.

40.- Lorenzo, Analía, "Luther Blissett", Hecho en Bs.As., 2004, pp.10-11.

41.- Heller, Agnes, "La modernidad y el Cuerpo", Biopolítica, 1995, Ed. Península.

42.- DeWitt, Rebecca, "Anarquismo Post-estructuralista: una entrevista con Todd May", www.nodo50.org/bpji/arch02.htm.